martes, 30 de octubre de 2012

Programa SF 38 - Daniel Miguez y Gabriel Pandolfo - 27 de Octubre de 2012

Que te salga lo mejor que puedas. 
Por Mariana Moyano
Editorial Sintonía Fina del 27-10-2012

Hoy me voy a habilitar la primera persona con la que tengo un vínculo muy pendular. Por momentos pienso que es imposible escaparse de ella. Pero en otros, siento que es sólo un exceso de narcisismo o de "demasiado ego", como definió con precisión de cirujano ese artista que suele describirnos antes inc
luso de que hagamos el gesto.

En esta oportunidad, entonces, me voy a dar permiso y me voy a disculpar la autorreferencia porque en una circunstancia así, o uno habla de uno o habla del protagonista. Tiendo a creer que el relato personal, modesto, íntimo es la única forma de estar a la altura; centrar este escrito en el personaje sería asignarle un espacio que le queda excesivamente chico.

Lo único otro posible, ya lo hizo el más grande, Rodolfo Walsh, cuando ante la partida de otro líder cruzó las cinco columnas de la portada del diario Noticias con la palabra "Dolor" atravesando además de la página principal, el corazón de todo un pueblo.

Así que, pues, luego de dar las explicaciones del caso, se levanta la barrera para que pasen la primera persona y la autorrreferencialidad. De todas formas, no soy demasiado original. En estas ocasiones -en esta ocasión- es casi imposible evitar que uno viaje dos años en el tiempo. Son de esas marcas que le hace a la historia la partida de un ser de dimensiones extraordinarias; esas hendiduras en el transcurrir que quedan habilitadas como hitos y que dan permiso a la pregunta cuya única referencia es ese hecho que congela por un instante el devenir. "¿Qué estabas haciendo cuando cayeron las Torres gemelas? , ¿qué estabas haciendo cuando derribaron el muro de Berlín?, ¿Qué estabas haciendo cuando asesinaron al Che Guevara?, ¿Qué estabas haciendo cuando... te enteraste de la muerte de Néstor Kirchner?

Yo -y ahí va la primera persona, en un obvio primer plano pero puesta en el centro de esta escena también a modo de invitación a quien esté escuchando- estaba cambiándole los pañales a mi hijita que ese miércoles tenía apenas un mes y tres días.

La banda de sonido de esa jornada de censo era, por supuesto, nuestra radio pública. Es que ese hecho administrativo y burocrático, esa posibilidad de escrutarnos cada 10 años, se había transformado, gracias a las operaciones del terror puestas a andar desde los grandes conglomerados mediáticos, en una epopeya. Teníamos que demostrarles a los mentirosos y odiadores de siempre que nadie iba a resultar herido por abrir la puerta, que no había bandas de delincuentes recorriendo las ciudades sino maestros y empleados públicos munidos, como toda arma, de una carpeta, un pilón de formularios, una birome y un sticker con la leyenda "Gracias por responder".

El micrófono lo tenía la protagonista de la jornada, Ana María Edwin, quien como titular del INDEC, era la voz cantante de ese feriado nacional que nos tenía a todos metiditos en casa.

"Tenemos que hacer que todo salga perfecto y dedicárselo al ex presidente", dijo.

Me detengo un instante y aprovecho la oportunidad para disculparme públicamente con la funcionaria por lo que pensé y que voy a contar ahora: "¡Pero por qué tiene que ser así de obsecuente!", grité para mis adentros. "¿Para qué le da pasto a las fieras con esa dedicatoria? ¿No se da cuenta de...?"

Y entró a la habitación mi compañero con los ojos mojados. Y sonó el teléfono. Y mi hermana lloraba del otro lado de la línea. Esas micronésimas alcanzaron para tener que obligar a la cabeza a que entendiera lo incomprensible, a que digiriera el sacudón, a que asumiera que había emprendido la partida el hombre gracias al cual los objetivos por los cuales se milita no necesariamente se van al desagüe de las desilusiones.

Lo había votado con entusiasmo por alguna razón que no logro explicar desde la lógica. Sí recuerdo -y no con demasiado orgullo porque da cuenta del costado conservador que tengo en algún rincón- que me había gustado y hasta conmovido eso de "un país normal". Quizás porque esa frase proponía cierto arrullo, alguito de calma, después de tanto tiro, tanta muerte, tanto cimbronazo. El "cuanto peor, mejor" nunca me convenció. Eso debe ser culpa del otro costado, del más peronista.

Así que en esta combinación contradictoria y paradójica de conservadurismo y peronismo estaba mi cabeza y mi decisión cuando colocó entusiasmada el nombre impronunciable de un desconocido en la urna, con el corazón deseoso de que ese desgarbado llegara a la Presidencia.

La primera vez que le dí la mano fue el mismísimo 25 de mayo de 2003. El recorrido entre el Congreso y la Casa Rosada tenía menos gente que ilusiones en el pueblo argentino y hasta los granaderos parecían sin mucha gana de cuidar a nadie.

Por esa combinación de pueblo abatido y desorganización militar es que pudimos escurrirnos mi amigo Matías Miller (hijo del histórico del cine Tato Miller) y yo entre las patas de los caballos y llegar al auto que trasladaba a ese ignoto santacruceño que me había copado el corazón.

Sacó la mano, se la agarré y me acuerdo que murmuré algo que estoy segura él jamás escuchó. "Que te salga lo mejor que puedas", le dije. Y me volví contenta con mis amigas a un bar de la calle Perú para ver la jura de los ministros por televisión.

Era raro, la gente que nos rodeaba aplaudía junto con nosotras a los nuevos funcionarios. ¿Cómo era posible que con el "Que se vayan todos" aún tibio hubiera ya respeto y hasta admiración por los que extendían y le prometían a la patria, a Dios o a los Santos Evangelios hacer las cosas más o menos bien? ¿Qué emanaba ese virola, lungo y desprolijo que ya contaminaba a personas y edificios detestados hasta hacía apenas meses?

La segunda vez que lo vi personalmente fue el 9 de diciembre de 2004 en Casa de gobierno cuando acompañamos a Olga Aredes y a nuestro amigo Ricardo, su hijo, a la entrega del premio Azucena Villaflor a esta heroína jujeña. Se instituía esa costumbre y varios vimos en ese encuentro una oportunidad de reinvindicación de Olga y de una lucha que durante los años noventa nos había puesto, a los ojos de muchos, en el rincón de los trasnochados y nostálgicos. Salí de ahí con alegría, calor y una foto abrazada al Presidente que hoy es premio mayor.

Ya para ese momento me batía a duelo con muchos amigos queridos que me decían que todo era muy lindo en esto del kirchnerismo, pero que era "muy simbólico" y que no se metían con la estructura de poder de las décadas pasadas. No entendía bien esa lectura: abrir la ESMA y permitirle a muchos recorrer su lugar de tormento y que al mostrarlo pudieran darle materialidad a su padecimiento para que adquiriera más veracidad; decirle a los Macri que si el Correo andaba mal, el Estado iba a empezar a demostrar que no estaba ahí para ser el bobo del grado; bajar dos cuadros para marcarle a los cadetes que si te interesa la carrera militar no debe ser para robarte un gobierno; contestarle en un mano a mano a uno de los cerebros ideológicos de la derecha mediática; pedir la cadena nacional para denunciar las extorsiones de una Corte suprema que nos hundió como nación en el más hondo de los bochornos, no me parecía a mí simbólico si por eso se entiende cosmética.

Y mucho menos les podía permitir que minimizaran lo que los pibes ya estaban testimoniando: los chicos cagados a palos (literal y metafóricamente hablando) durante el menemato le habían dado como ofrenda a ese proceso político que se abría, lo único que los había contenido en la segunda década infame, el folklore del rock local encabezado por el pogo y el oh, oh, oh, oh, para darle más fuerza y menos solemnidad al himno. Para decirlo de otro modo, los que no tenían ni recuerdos de cosas mejores, ni motivos para esperanzarse con el futuro estaban ese 25 de mayo de 2004 saltando y bailando con la versión patria de Charly García bajo una lluviecita molesta y en esa acción se sintetizaba el puente inaugurado entre pibes y política.

Mientras el río subterráneo de amor se iba cargando, los poderes dejaban hacer a este pingüino que les garantizaba gobernabilidad y reposición de la autoridad presidencial. Pero ya durante 2006 y 2007 las presiones y los lobbys retomaban la costumbre de ir por todo y las zancadillas tanto a él como a su esposa primero candidata y luego presidenta no se hicieron esperar.

La furia del golpismo de 2008 me lo cruzó de nuevo durante aquellos días aciagos en que Carta Abierta ponía palabra y acto en medio de la cadena nacional de medios privados. El sábado 13 de julio se acercó a conversar con ese grupo original, heterogéneo y extraño que conformamos de la mano del inmenso Nicolás Casullo, otro que no tuvo mejor idea que irse también en un octubre y quedarse esperando para debatir jugadas a este otro hincha fanático de la Academia.

Durante esas dos o tres horas de visita en la Biblioteca Nacional dijo, bromeó, habló y aceptó de todo. Y se adelantó cuatro años. " ", dijo micrófono en mano ante un auditorio fascinado por la presencia, pero sobre todo por la pasión y el entusiasmo de un hombre a quien gurúes, oráculos televisivos y plumas renombradas daban por eliminado de la faz de la política.

Ese río que transita por los subsuelos y sólo accesible a quienes ponen algo de empeño en el intento de comprender, iba aumentando su caudal, quisieran o no, supieran o no, pudieran o no verlo los fiacas y los mentirosos.

Y un día ese agua que circulaba torrentosa encontró la superficie. Y salió a la acera. E inundó las calles. Y trabajadores al lado de pibes, y mujeres jóvenes y grandes al lado de putos y lesbianas militantes al lado de intelectuales y clasemedieros al lado de cirujas se le apresentaron a los cegados por la necedad cuyo principal deporte es la calumnia y le mostraron que lo que cala hondo y es auténtico no se va con la ida del líder. Muy por el contrario, se queda y le taladra el cerebro a los vivos. Y les avisa que cada aniversario de su partida será un certificado de ratificación y un grito de guerra mientras no quieran entender que esto no es un capricho; es el anhelo de generaciones que empieza a concretarse.

domingo, 21 de octubre de 2012

Programa SF 37 - Gustavo Lopez - 20 de Octubre de 2012



Esa costumbre de llevarse puesta a la República
Por Mariana Moyano

Editorial Sintonía Fina. 20-10-2012 

Cuando recurrieron a la aparentemente inofensiva -pero ideológica y políticamente tramposa formulita “la gente”-,me dije “Zas, una nueva derrota". Corría esa década en la cual todos los días, las mayorías –estuviésemos anestesiados, derrotados o en asumido franco retroceso-nos desayunábamos con una nueva capitulación. Y eran tantas y tan poderosas las entregas y los fracasos que esa –la receta lingüística a la que me refiero- que a mí me atravesó de un dolor tan profundo, parecía a tal grado menor, que hasta temor me generaba comentarlo.
La usaron la primera vez, seguro, a modo de test. Para ver si estaban en condiciones de elevar el umbral de permisidad de los argentinos. Y los habilitamos. Y pudieron. Y, en consecuencia, siguieron. “Si es bueno, la gente tiene derecho a elegirlo”, se lanzaron. Para luego animarse a más, a mucho más, en 1999 con un “Si la política no cambia, pierde la gente”
Estamos hablando, por supuesto, de un conglomerado de medios. De un grupo económico, sí. Del poder comunicacional más extraordinario del que tenga memoria la historia argentina. De un oligopolio con comportamiento monopólico cada vez que encuentra -o le dejan abierta- una hendija. Pero también –y me tiento de decir, sobre todo- estamos hablando de la corporación con el dominio más fenomenal durante décadas de los modos de decir y pensar de los argentinos; del imperio que mejor supo medir y oler el estado de situación de las mentes locales; del emporio proveedor de sentidos cuya supremacía tuvo como pilar el profundo y acabado conocimiento de cómo era la clase media argentina a la que ellos le hablaban, que ellos moldeaban y a la que ellos se referían.
Ese sector de la sociedad que decía como verdad bíblica una estupidez mayúscula: “Vos tenés a La Nación que es de derecha, y todos los sabemos; tenés a Página 12 que es de izquierda. Y tenés a Clarín que es de centro, que es más independiente y objetivo". Y la hilada avanzaba (avanza, porque aún algunos quedan) engañada, ciega o con fiaca de pensar.
Ellos le tenían el timing a la democracia. Sabían cómo esmerilar cuando lo necesitaban, cómo construir climas cuando les hacía falta, cómo bajar el pulgar o subirlo, como elevar o enterrar personajes y figuras, cómo modelar nuestros modos de ver y de vernos, cómo banalizar lo peligroso, como licuar a lo riesgoso, cómo volver inofensivo lo disruptivo y cómo meter hasta a sus propios enemigos dentro de sus propias lógicas. Así, Abuelas de Plaza de Mayo, ex detenidos desaparecidos, políticos valientes, voces discordantes y hasta los antisistema aparecían entre sus páginas y sus notas mezclados en un igual a igual obsceno con canallas, gerentes de canallas, aprendices de canallas, dueños del poder y entregadores de la patria de turno. Todo valía lo mismo. Cuando la política estaba de rodillas, un tema de los Redondos de Ricota podía ser cortina de un noticiero para hablar de la caca de perro. No importaba si la banda más contracultural los estaba, incluso, denunciando o creaba espacios -aunque más no fuera mínimos- de contención de los desangelados abandonados por todo y por todos, incluido el por ese entonces espejo de la Argentina.
Ellos tenían la enorme capacidad de fagocitar lo insubordinado, lo sucio, lo revoltoso y volverlo digerible. Y así, no sólo le instalaban una pátina no perturbadora ni turbulenta al personaje o tema en cuestión. Lo hacían suavecito, liviano, asimilable hasta que perdiera toda la originalidad. Lo quebraban, lo recuperaban, lo eliminaban. Si, si. Bien les queda el léxico castrense de la política dominante de los años negros. Bien les va, porque mucho, muchísimo, tuvieron que ver en su instalación.

Le tenían el tiempo tomado a la democracia. A políticos corajudos y a los cobardes. A los entregadores y a los honorables. Le sacaron el jugo a dictaduras y exprimieron a 25 años de gobiernos institucionales. Engañaron, mintieron, sedujeron. Ellos, los dueños, los gerentes y varios periodistas que hicieron el trabajo sucio.

“Yo les pido que lean el Clarín que se especializa en titular como si quisiera hacerle caer la fe y la esperanza al pueblo argentino”, bramó Raúl Alfonsín el 13 de febrero de 1987, como solía hacerlo el líder radical, mal que les pese a quienes pretenden edulcorarlo luego de muerto. Nadie, salvo ellos, oyó con atención. Y lo devastaron, lo rompieron, le arrodillaron el gobierno. Se lo sacaron de encima.
“Cometí un error”, se arrepintió el que les dio todo y más de lo que alguna vez habían soñado. “Derogar el artículo 45 de la ley de radiodifusión fue un error. No medí las consecuencias y se monopolizó la prensa”, dijo incluso él, que se jactó de todo lo malo posible. Porque a Carlos Menem le hicieron lo mismo, lo propio, hasta convertirlo en el ejemplo de lo más pavoroso para una República en el mismísimo espacio periodístico que sin el riojano jamás sería de ellos.

Se los había dicho, aclarado y explicado el CEO del grupo a los dirigentes de la Alianza que pensaban, ingenuos, que en esos años 90 podían sacar la cabeza más alto de lo que los propietarios lo permitían. “La oposición a Menem somos nosotros. La señora y yo”.

Y un tiempito después, con las urnas a favor y la creencia equivocada de que con eso alcanzaba, se le animó Chacho Álvarez, con el traje de vice electo ya calzado: “Viste, Magnetto, ya tenemos el poder”.De un plumazo, el verdadero hacedor lo cortó en seco:
“No te equivoques, el poder lo tenemos nosotros”.

Es que el líder del Frente Grande se olvidaba de un detalle no menor, de esos datos simbólicos que no sólo sugieren sino que definen en un solo gesto el modo de ser y hacer de todo un movimiento, de todo un gobierno o de toda una década: el acuerdo electoral entre la UCR y el Frepaso se había terminado de definir en julio de 1997 en los estudios de TN. No es inocente el lugar, el rol, que se le da al dueño de casa en semejante operación.
El país le estalló a Fernando de la Rúa, por supuesto, no a Ernestina de Noble. Así son las cosas cuando el poder "de en serio" maneja los hilos. Se prenden fuego los gobiernos, las instituciones, incluso todo el sistema democrático, pero no los patrones.
Y a Adolfo Rodríguez Saá le alcanzó una semana para aprender clarito y rápido cómo eran las reglas en estas tierras. Jorge Rendo se lo había dicho con toda nitidez: “No queda otra que devaluar”. El puntano, en lugar de hacer los deberes recibió a Hebe de Bonafini, en un gesto folklórico que salió caro y la tempestad completa le cayó encima.

Tiempo después, unos cuantos años más tarde, fue a buscar la escupidera al territorio de Jorge Fontevechia, cuando el titular de Perfil era aún un adversario más o menos digno de la patria paralela construida por el grupo del barrio de Constitución. “A mí me sacó Clarín”, afirmó rotundo luego de explicar con pelos y señales el operativo devaluación puesto en marcha desde las oficinas de la calle Piedras.

Y tiempo después, cuando otro presidente interino sí hizo la tarea encomendada, hasta Elisa Carrió se atrevió a dejar sellado para la posteridad en la taquigrafía parlamentaria que había leyes hechas a medida de un diario.
No eran los primeros, ni habían sido los únicos. En los 80, César Jaroslavsky, un dirigente radical de fuste, corajudo y conocedor como pocos de los entramados de una patria, lo había dicho de un modo que aún no ha sido superado por la retórica política autóctona: “Hay que cuidarse de este diario. Ataca como partido y si uno le contesta, se defiende con la libertad de prensa”.
Pero vino un viento. Un huracán. Y un día, no se puede exactamente definir cuál de ese año bisagra que fue el 2008, se vio por primera vez un afiche. Y la leyenda se repitió en paredones con fondo de cal y letra celeste. “Clarín Miente”, habían escrito. Si, si. Así, cortito. Eficaz. Contundente. “Clarín Miente”. ¿Cuándo? ¿En qué? ¿Siempre? Por supuesto que esa consigna arrancaba una sonrisa cómplice y no había ninguna otra alternativa que acompañar a esa afirmación que, tímidamente primero y con fuerza después, se iba instalando. Pero cerraba. Abroquelaba. Clausuraba. “Qué bien”, me dije, “por fin, un adversario real de la democracia aparece escrachado con nombre y apellido en esos espacios de trinchera barrial que son las paredes urbanas. Pero faltaba increparlos, interrogarlos, hacerlos salir" .
Y una tarde, una de esas 90 tardes de rutas cortadas y chacareros golpistas, el ex presidente, el santacruceño que nos había dado decenas de sorpresas, el mismo que por no haber sabido o podido romper de entrada con la lógica dominante del vínculo entre dueños del poder político y dueños del poder les había extendido las licencias de sus canales de TV, hizo un movimiento desconcertante. En medio de un acto en Tres de Febrero les espetó sin que nadie lo demandara en voz alta y lo esperara: “¿Qué te pasa Clarín?, ¿estás nervioso?”.

Y la historia se paró. Se detuvo un rumbo. Una página se dio vuelta y se inició un ciclo completamente distinto al que acaba de terminar segundos antes. “¿Qué te pasa, Clarín?”, les había dicho. “Hablá con la verdad”, sumó.
Ese instante congeló vasos conductores de sangre, pero sobre todo paralizó una secuencia de la historia. En ese preciso segundo las relaciones de fuerza entre política y poder real dieron un giro copernicano. “Que me saquen una foto es como que me fusilen”, había dicho el ex impune Alfredo Yabrán, casi como deslizando para la posteridad un mandamiento de lo que significa el anonimato para los dueños de todo y de todos. Y Néstor Kirchner había lanzado al centro de la escena el nombre de lo intocable. Lo puso ahí, en el medio de la arena de la política para que se las arreglara de igual a igual con todos los mortales, con todos los otros nombres cuyo destino ese diario digitaba bajo la presión de un adjetivo o del centimetraje.
“En el campo”, me dijo mi marido, conocedor de lo telúrico, “funciona así. Cuando queremos que los bichos y las fieras salgan, echamos agua. Y eso acaba de hacer Néstor. No les dejó más remedio que mostrarse”.

Les dio con el reflector de lleno. Porque la política no tiene muchas más herramientas que la palabra y la visibilización de los conflictos. Así es el juego limpio, a cara descubierta.
Y aquí estamos, a días de saber si la democracia podrá, si tendrá la fuerza suficiente como para torcerle el brazo a las coporaciones. Y si sucede, si eso es lo que pasa, nadie sabe cómo será lo que viene. Porque será un momento nuevo, absolutamente original. Será la primera vez en la Argentina de los conglomerados mediáticos y del poder transnacional en que las instituciones habrán puesto en su lugar a los que siempre, desde hace 200 años, se vienen llevando puesta a la República.



miércoles, 17 de octubre de 2012

Programa SF 36 - Jose Natanson - 13 de Octubre de 2012



La juventud, la política, Chávez y los medios
Por Mariana Moyano

Editorial Sintonía Fina del 13-10-2012.

Se jugaban una fuerte. Lo demostraron con millaje y con foto. Viajaron munidos de lugares comunes, prejuicios, falta de información, desconocimiento y en el equipaje no faltó una operación político mediática que, de tanto repetirla y propalarla, se la terminaron creyendo. Y les fue mal. Les

salió mal. Porque la realidad suele hacer eso: se encapricha con que los hechos sean más contundentes que los climas creados, incluso por quienes tienen décadas, poder y expertise en construir esos escenarios.

Hubo un balcón, muy parecido a otro que tanto duele a algunos. Y fue un cachetazo. Un baldazo de realismo -mágico, por qué no, de tan caribeño- que se hizo sentir. Y atronó a tal punto que debieron escuchar, incluso los que casi nunca quieren oír.

A ellos no les faltan ni asesores, ni estudios, ni consultoras, ni contactos. No es por ahí que transcurre su debilidad. Tienen un problema de oído. No es sordera. Tienen la incapacidad muy bien delimitada de escucha. Es a un sector en particular de la sociedad (de las sociedades, se ha demostrado) que ellos no pueden, no quieren o no saben ponerle oído.

Los subsuelos, lo subordinado, lo sublevado cada tanto, grita, pero carece del poder de propalación de, por ejemplo, las cacerolas. Son siempre más, pero en el mundo de lo obvio, de lo superficial, de lo funcional, suenan menos.

Funciona así. Y quedó a la vista que no es sólo por estas tierras. La derecha oportunista, la boba, la que gerencia y no es dueña, se ciega, niega y se enreda en sus propias trampas y queda atrapada en su propia red. Igual que con el 54 por ciento de aquí, les ocurrió con el de allá. No oyeron, no vieron, no estaban atentos.

Y por eso fue tan estrepitosa la caída, tan brutal el baño de realidad y tan extendida la derrota. Toda la Patria Grande vio en directo el papelón. Y hasta un candidato profundamente antidemocrático en otros tiempos quedó a la vanguardia del cuidado institucional frente a esta nueva derecha improvisada y escurridiza que por apelar al más absoluto descuido republicano termina no cuidándose siquiera a sí misma.

En el mismísimo momento en que el pueblo venezolano los dejaba boquiabiertos, por estas pampas se debatían y se sucedían acontecimientos que no tienen vinculación directa con los comicios de las tierras bolivarianas, pero que forman parte del mismo proceso político. Porque como dicen los que entienden, es la derecha la que segmenta, compartimenta, separa y no pone en contexto.

¿O acaso los padecimientos que le provocan a la democracia argentina la concentración mediática y el monopolio de la palabra no se replican en el resto del continente y provocan terremotos políticos en Buenos Aires, Brasilia y Caracas?

¿O no es cierto que fueron las armas de las fuerzas de seguridad de Quito las que pusieron en jaque a Ecuador y un frío similar corrió por las espaldas criollas en estos días?

¿O acaso no es verdad que cuando se pronuncia el nombre de Paolo Rocca en una punta de América Latina, el otro extremo para la oreja porque sabe que le afecta?

No, no es papel de calcar. Por supuesto que no. Se trata, simplemente, de no hacer de la zoncera ideología suprema y ver que los vasos comunicantes son algo más que un dato en un libro de anatomía.

Porque cuando los que siempre soñaron con la Patria Grande encuentran la grieta y construyen poder adquieren una capacidad: la de crear una especie de falla que en lugar de geológica es política. Y recorre y atraviesa los pueblos y los suelos y los une, y los vincula y pone en evidencia que padecimientos y recuperaciones andan por avenidas muy parecidas.

Esto es algo de lo bueno de estos tiempos: se ve más, lo inocultable ya no lo es tanto y lo que hace apenas un ratito era natural empieza a ser interrogado. La derecha mediático-ideológica se ha visto obligada a explicitar sus apoyos y adhesiones externas, muy a contrapelo de la comodidad que siempre le provocó funcionar en las sombras.

Y esos que partieron, con sus maletas cargadas de quejas y de denuncias volvieron, livianos de triunfos pero con sus equipajes repletos de derrotas y desdichas. Y aquí los esperaba una pelea que es la misma; y un impulso, que es el mismo; y un "¿Vieron?", que es igual.

Y los aguardaba un acto, y un aniversario, y un nombramiento, y un Parlamento y una renuncia y alguna resolución. En medio de ese clima de aplausos, abrazos, saludos de unos y pases de facturas y decepciones de otros, en un rincón, en el mismo rincón de siempre, se asomó esta semana otra ratificación, la constatación permanente de cuál es el lado bueno de la historia.

Escuchen aquí. Y escuchen en Venezuela. Y escuchen los que saben. Y escuchen otros, sordos... Simplemente para que aprendan.

Programa SF 35 - Eric Calcagno - Marcelo Fuentes - 6 de Octubre de 2012

Un emblema llamado 7
 Por Mariana Moyano

Editorial Sintonía Fina del 6-10-2012.

Ella lo terminó de decir y algunos de los que estábamos ahí nos miramos y tragamos saliva. No por incomodidad ni por temor. Fue un poco por la sorpresa que semejante frase implicaba en boca de alguien de su envergadura. Pero, sobre todo, porque los que conocíamos de qué disputa se trataba ni nos imaginábamos los a
lcances de la artillería pesada que poseen esos poderes contra un Estado de decidido. El conocimiento que nosotros llevábamos a cuestas nos permitió imaginar un panorama de guerra impiadosa. A los verdaderos dueños de todo no les gusta ni que los desafíen, ni que los enfrenten. Y muchos menos que los desenmascaren.

La frase de la Presidenta no dejaba lugar a muchas dudas acerca de a qué estaba dispuesta: "puede que sea imposible, pero alguien tiene que hacerlo", dijo sin mirar específicamente a ningún interlocutor. Porque -y esta una sensación absolutamente personal- no nos estaba hablando a nosotros en particular. Estaba, más bien, haciendo un juicio histórico; una promesa; un juramento.

Aquello no fue dicho en días calmos. La resolución 125 era la excusa de ocasión para poner orden frente a un poder político que empezaba a descarriarse. Tenían ellos, los poderosos de en serio, no sólo que ganar la pulseada sino que mostrar y demostrar que les pasan cosas serias a los que se les atreven.

Discutir una nueva ley de Radiodifusión no era un saludo a la bandera, con todo lo emotivo y conmovedor que éste puede ser. Era desmontar una operación ideológica de décadas; hacer hablar a las marionetas y a los que mueven los hilos; obligar a tomar partido a trabajadores, pero sobre todo mostrar la cara, el nombre, la ubicación y la identidad de los dueños de los medios y -a veces- también de los trabajadores.

La historia reciente dejaba en evidencia que había habido jefes del Estado con muy buenas intenciones. Que los había habido otros con la fuerte convicción de que con el poder empírico la negociación es acaso posible. Que estaban también aquellos a quienes no les había temblado el pulso para favorecer a favorecidos y empoderar aún más a los poderosos. Y siempre la marca que quedaba era la misma: el poder real reacciona con virulencia cuando el poder político levanta un poquito de más la cabeza.

Por eso, esa frase, y esa Presidenta, inauguraban era una etapa, la que se definía sobre dos pilares básicos: de allí en adelante el tótem periodístico, el ideario liberal por excelencia, también podía ser puesto en cuestión y la propiedad de unos pocos dejaba de ser un problema privado para convertirse en la raíz de la desigualdad general.

El tema llevaba más o menos 25 años de discusión. Los ánimos ya estaban calientes y había cierta gimnasia en ámbitos gremiales, culturales y universitarios. Allí había alarido, código común, pacto de sangre. Pero la calle... La calle no tenía la más mínima idea de ese debate ni de lo que implicaba. El liberalismo de siempre, el neoliberalismo de hacía poco y la siempre a mano herramienta de la antipolítica se habían solidificado lo suficiente en los sedimentos de todas las cabezas y habían hecho la intravenosa correspondiente para que ante cada acción relacionada con los medios de comunicación, la reacción fuera por el andarivel del cercenamiento de la libertad de expresión.

Ya estaba instalado casi como un acto reflejo en el sentido común de una sociedad entera y enteramente colonizada: si alguien cuestiona a un periodista no es más que un censor; si alguien habla de un medio, no es otra cosa que un stalinista expropiador.

César "Chacho" Jaroslavsky lo había dicho de otro modo y poniéndole nombre propio al asunto: "Hay que cuidarse de este diario. Ataca como partido político y si uno le responde, se defiende con la libertad de prensa". En estas andaba este texto cuando un grupo de prefectos y otro de gendarmes me sobresaltó, violentó mi escrito, rompió la cadena de mandos institucional y puso en estado de zozobra a medio país. "Bueno, cambió el tema. Tengo que empezar de nuevo. Va otra nota editorial, no es sobre medios que tenemos que hablar", pensé. Hasta que algo en mí, más inteligente y suspicaz que mi primera impresión me detuvo y me hizo recalcular. Y ese GPS político interior primero le puso signos de interrogación a lo que había aparecido a priori como una definción y a través de la pregunta se respondió solo: "¿Cambió el tema?, ¿Tengo que empezar de nuevo con otra nota?, ¿No es sobre medios que tenemos que hablar?". La mirada boba o la interesada va a decir que no, que no es lo mismo hablar de medios que de sublevaciones. Que esos diagnósticos conspirativos y esas paranoias no es más que cosa de Montoneros. La mirada boba o interesada, esa que piensa, o dice que piensa, que los medios son sólo esquemas de periodismo, espacio de profesionales de la comunicación, la vivienda de la noticia. La mirada boba o interesada, esa que o no ve u oculta que en estas eras ya sólo los muy ingenuos o los muy distraídos piensan que los medios se dedican sólo a la comunicación. Ojo. Aquí nadie está diciendo que hay un Héctor Magnetto comandando a las fuerzas de seguridad que no aceptan a su comandancia. Estas líneas no están sugiriendo que desde las oficinas de un diario se dio la orden de reunir a suboficiales y familiares a las puertas del edificio Centinela. La realidad es mucho más compleja que semejante literalidad, más sinuosa y mucho menos cuadrada. Ni soy tan boba, ni tengo una visión tan interesada. Hoy es 6. Por esas cosas de las costumbres milenarias de los pueblos y de las convenciones sociales, mañana, entonces, será 7. Y entonces faltarán dos meses para una fecha símbolo, para una fecha sueño. Para el día que permitirá abrirle una puerta al futuro. Y faltarán tres días para un nuevo aniversario de otra fecha símbolo, de otra fecha sueño, de la fecha que empujó para cerrarle las puertas al pasado. Y lo recorrido desde aquel 10 tiene consecuencias. Y el camino hacia este 7 convoca tempestades. De las de letras de molde y de las que no se ven. De las que se asumen y de las que no dejan huellas.

La línea argumental de los poderosos en riesgo se estructuró alrededor de la supuesta “impericia" y el "desorden administrativo" como causas de un "conflicto meramente gremial". Quienes pensaron, intuyeron o indicaron que había olorcito a algo más no hacían otra cosa que ver "fantasmas donde no los hay" o construir el "relato fabulador elucubrado por el kirchnerismo". Sin embargo, sus propias plumas y en sus propias páginas escribieron acerca de: "quebranto de la disciplina", "anomalías en el funcionamiento del Estado", “extrema tensión" y de "daño institucional derivado de la ruptura de la cadena de mando".

¿Flagrante contradicción?, ¿Desprolijidad editorial?, ¿Doble comando periodístico?, ¿Diarios copados por patrullas perdidas? Eso es edición a secas?, ¿Eso es puro periodismo? Nada de eso. Lisa y llanamente, operación a dos puntas, interlocución partida: burla, menosprecio y minimización por un lado y temor, temblequeo y terror, por el otro. Bien remarcado el responsable y lo más difuso posible el problema. Porque la novedad del accionar en este nueva América Latina es pergeñar la destitución sin que sean necesariamente los uniformes golpistas los que le protagonicen la epopeya a la derecha. No es tanto el peso de los tanques como el poder de la esmerilación. Ya ni es el comunicado número 1, ni la seguridad interior la herramienta más a mano. No quieren, no les sirve, no pueden recurrir a un clásico golpe de Estado. Los grupos de poder, los dueños del poder, el poder, lo único que necesita para extorsionar y lograr su cometido es democracias de baja intensidad, repúblicas tuteladas, gobiernos débiles. De modo que sean los propios oficialísimos los que -quebrados y con las manos atadas- desalienten y desanden cualquier camino libertario, cedan fácilmente a las presiones y se enfrenten a los intentos populares de avanzar. La ecuación es sencilla y la búsqueda es clara: sectores populares enfrentados a gobiernos que no pueden. Y poderosos anónimos que se encojen de hombros y se burlan con cinismo de quienes hacen pública su preocupación por la zancadilla a la democracia.

Por ello, ni todo está teñido de 7 de diciembre, ni todo divorciado de aquella fecha emblema. La cuestión y el desafío es mantenerse en puntas de pie en un fino equilibrio entre la paranoia y la mirada aguda. Porque hacia lo que vamos lo hay ni recorrido fijo, ni ruta fijada. Es de a pasos cortos, movimientos firmes y avance astuto. Es una cuenta regresiva hacia lo deseado, pero también hacia lo completamente desconocido. Se trata, claro, de un punto de llegada. Pero es, sobre todo, una línea de partida. Y separan a este hoy de aquello, a este hoy de ese fin de época, muchos pliegues y toneladas de carroña. De todos modos, la venda ya se movió y cuando se corre de los ojos, como decía Sartre, no puede volver nunca al mismo lugar en el que estaba

lunes, 1 de octubre de 2012

Programa SF 34 - Francisco "El Barba" Gutierrez y Mercedes De Pino - 29 de Septiembre de 2012



Paranoia
Editorial Sintonía Fina del 29-9-2012. 
Por Mariana Moyano

Ustedes me van a comprender, yo lo sé, y van a saber disculpar cierto estado de paranoia -política y no policial, mal que le pese a la cloaca virtual y periodística-. Hay olorcito a cosa sucia. Hay tufillo a operación desmadre. Hay aroma a intento de reedición. 

Este permiso que les pido y que le doy a cierta paranoia trae de 
la mano algunas lecturas y miradas conspirativas y desde esa licencia hago la afirmación para que luego minimicemos, confirmemos, descartemos o le demos una vuelta más para que se transforme en otra cosa: hay quienes están haciendo un esfuerzo inmenso para reeditar los antagonismos políticos de la Ezeiza del 20 de junio de 1973.

"Eh, no. No exageres", debe estar gritando alguno mientras otro piensa que esto no es más que un delirio. Me apuro a aclarar que ya sé. Que no se trata de lo mismo, que el momento político es distinto, que la época es otra y que el paso de la historia y su peso sobre las espaldas de los pueblos hace su trabajo.

Por otro lado, hay un barbudo, uno de Treveris para ser más precisa, que lo dijo tan pero tan bien allá por 1852 que para qué buscar una fórmula mejorada cuando la de él es insuperable: "todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Una, como tragedia y la otra como farsa".

Entonces, no se trata de pensar que algo de otro tiempo puede reiterarse sino de echar una miradita, aunque más no sea, de refilón, hacia el rincón en el cual se reúnen los que ponen ahínco, esfuerzo e intención para que eso sí suceda. Es decir, atender al deseo de algunos más allá de si tienen con qué o si son dueños de algún cómo para llevar adelante ese objetivo.

Es cierto que a quienes andan en eso se les nota el gesto y, a veces, hasta se les ven los piolines. La invitación es a no descartar, así de cuajo, y espantar la idea con el ademán que la mano le dedica a la mosca.

Hay hechos que no son hijos de la torpeza y hay secuencias narrativas que no son herederas de la casualidad. ¿Adónde lleva una interpretación más o menos atenta y apenas un poco responsable de la foto del acto del martes 25? ¿Qué es un palco que tiene como protagonistas a Claudia Rucci, Jorge Busti, Hugo Moyano, Adolfo Rodríguez Saá, Francisco De Narváez, José Manuel De La Sota y Eduardo Amadeo y que levanta banderas íntimamente ligadas más a lo que implica Rucci que con su propia historia individual?

¿Cómo leer las notas de un número uno del diario en guerra, cuidadosamente separadas en el tiempo entre sí y con una marcación de territorio característica de un macho alfa? Primero le dedicó una carta a Néstor Kirchner, luego, con un tono similar se dirigió a su esposa cuando ella ya ocupaba la primera magistratura y este año se lanzó a la demarcación de la cancha con la biologicista y poco feliz fórmula del GEN Montonero y hace pocos días con "grupos armados de ultra izquierda que borraron sus últimos rasgos de peronismo".

El kirchnerismo los (nos) puso en un problema de, digamos, ubicación. Peronistas de Perón y Evita, como gustan decirse, afirman con la autoridad que les da la pertenencia que ningún otro gobierno desde 1955 ha respetado tanto la Constitución de 1949. Radicales de Yrigoyen y Alem se entusiasman con las medidas ejecutadas por el Ejecutivo porque, aseguran, se está realizando lo que a Raúl Alfonsín el poder económico no le permitió. Comunistas no sectarios caminan a sus anchas por la también ancha avenida en la cual el progresismo se siente cómodo. Montoneros y erpianos defienden y se emocionan con la misma intensidad que la primera vez cuando escuchan la repetición de las palabras de aquel Kirchner diciendo "pertenezco a una generación diezmada". Madres, Abuelas, Hijos, Nietos y Hermanos no tienen el más mínimo inconveniente de aceptar que no confiaron en ninguno y que ahora este proyecto los incluye y los representa.

Todo eso convive. No sin tensión, pero sí con fuerza esperanzada dentro de este peronismo que igual que el de siempre camina por la ruta de lo indefinible.

Y eso molesta, incomoda, enoja, enfurece y, a veces, pone en acción a los que nunca se quedan quietos sino que sólo desensillan un rato... hasta que aclara.

Extraña, entonces que un fenómeno tan particular se consolide. Se trata de la malformación de toda lógica política, pero al sentido común dominante no sólo que no le extraña sino que lo fogonea, lo provoca, lo busca, lo desea: El antiperonismo más rancio celebra y propugna un espacio común de los adversarios históricos. Diarios centenarios y oligárquicos se olvidan de pasados, de curricula y de prontuarios de los potenciales manipulables de hoy y el ex vocero de desarrollismo niega que el fifty-fífty sea una medida popular. Y en el medio una presentación diaria de distritos bonaerenses que se instalan en el imaginario como algo bien cercano al far-west. Allí no hay familias, trabajo, vida cotidiana, costumbre y rutinas, sino el miedo propio de las zonas calientes.
Un esfuerzo denotado y escondido para que nadie pueda liderar el descontento. Un cacerolazo como etapa final de la representación institucional. Un línea de conducta hacia el único resultado posible: el caos como preciso diagnóstico de época.

Acepto -ya lo dije- el mote de paranoica, pero usted, sólo mire las caras, escuche las demandas, vea cómo traen el pasado para que retumbe acá a la vuelta. Y ametrallan sólo que agazapados, trajeados y prolijitos. Y después del estruendo miran a cámara y dicen, sin ponerse colorados, que ellos sólo piden mesura... Mesura y, por supuesto, conferencias de prensa