lunes, 18 de febrero de 2013

programa SF 54 - Sergio Burstein - 16 de Febrero de 2013



El lado B. 
por Mariana Moyano 
Editorial Sintonía Fina del 16-2-2013

La clave estaba en darlo vuelta. Porque aunque era redondo, como todo (incluso lo que parece que no) tenía aristas. No nos animábamos. El poder de lo establecido para instalar certezas únicas era -y es- implacable y nunca es sencillo quedar tan afuera y, por ende, solo. 

Hacer el movimiento implicaba ingresar a otra parte, abrir una puerta, iniciarse en otro territorio. Y no había muchos dispuestos. 

El disco tenía un lado B. Preferirlo no era gratuito. Tenía enormes consecuencias que pocos estaban dispuestos a sobrellevar. No se trataba sólo de correrse de la uniformidad de oír una y otra vez la misma música como si fuese la única. Implicaba el aparentemente inocente gesto -aunque más no fuera- susurrar que había otro lado al que recurrir, pero sobre todo, desde el cual mirar. Que estaba latente un mundo nuevo, el de las otras perspectivas. Pero había que atreverse.

Ecuador era un país lejano, parte de la América Latina exótica que nada tenía que ver con nuestro origen y destino bien occidental y nada aindiado. Nosotros, si mirábamos hacia arriba, ni siquiera posábamos la vista en Canadá. Miami era el destino porque para conocedores del dólar como moneda propia, los cubanos. Claro, los anticastristas.

Al Vaticano, siempre una reverencia. Todo que sí porque un Papa es sólo paz y amor, por eso tanto color pastel y clarito. Los tonos de la luz. El Santo Padre es eso: una eminencia que no hace política sino sólo la señal de la cruz. Evangelizaba de modo más insistente hacia los países del ex este soviético. Pero no era porque estuviera jugando el gran partido planetario junto con otros líderes. No, nada de eso. Es que los comunistas tienen ese no se qué hereje de resistirse. 

Y los atentados… Los dos. Fueron contra judíos, no contra judeo argentinos. Sólo contra los expertos en la Torá. Por eso, sobre lo ocurrido en las calles Arroyo y Pasteur sólo podían opinar, decidir, explicar, determinar y avanzar los representantes formales de la cuestión judaica. Un antisemitismo de linaje posmoderno y menemista. Ocurrió. No hay negacionismo ninguno. Pero eso que pasó es todo tuyo, todo judío. Nada mío, nada argentino. Cerradito y en caja. Cada 18 de julio un lamento de ocasión y que se ocupen otros. En la vidriera, pero prohibido tocar. Que esté a la vista para que horrorice. Pero que no se haga carne para que nadie más que los autorizados pida explicaciones. Con culpable certificado a minutos de la bomba y nada de interrogantes que no den en el blanco de lo ya establecido. 

En Ecuador, un personaje payasesco que dolarizó y exprimió el destino de su nación tuvo duras críticas de parte de la prensa, pero siempre tan ocupada en lo cosmético se olvidó el fondo. 

Juan Pablo II reunido en Cuba con el único líder que le quedaba vivo a la modernidad no le daban una bofetada al discurso del fin de la historia. Apenas si el Pontífice había viajado a la isla para hacerle un chaschás a un dictador con uniforme de fajina. 

A la AMIA la volaron los malos de afuera, de bien lejos, los provenientes de lugares que ninguna conexión tienen con nosotros, que somos argentinos de bien… Derechos y humanos, faltó decir. 

Había que darlo vuelta, dar la vuelta. Para oxigenarse primero. Para la supervivencia, después. Por obligación hoy. 

Eduardo Grüner es un intelectual de fuste. Un provocador que durante toda su vida ha sopapeado la pereza y esa fiaca que nace de pensar lo cortito. “El posmodernismo –escribió él- se consagró con el derrumbe de una construcción, el muro de Berlín, y él mismo se derrumbó con la caída de unos edificios en Nueva York”. 

Sobre nuestras espaldas otros escombros hicieron lo suyo pero tan aferrados estábamos a asentir la versión oficial como modo de consuelo y de escapatoria, que entregamos el territorio de todos los lados B a los melómanos. La política, culturizada y los jirones de certidumbre propia rendida a la certeza dominante. Los interrogantes y las preguntas, enviados con cabeza gacha y bandera blanca a un baúl y desde allí al ático de la historia. 

Tuvo que estallar y tuvimos que sufrir una implosión en nuestras propias entrañas para cobrar coraje. Para atrevernos a revisar, a cuestionar y a ponernos en cuestión. Nos animamos a iniciar el proceso de dar la vuelta. 

Y en ese solo giro le dimos una estocada a la era de los simulacros. Nos atrevimos al sacudón. Decompartimentamos la lógica, nos desloteamos el pensamiento y fuimos arrojados al desierto de lo real. 

Y en el desierto, en ése donde no hay nada, sólo queda construir. Preguntarle a los hechos. Hacer historia. “Hay que ir más allá: hay que volver a entrar sin pedir permiso, reconstruyendo sobre unas ruinas que sólo quien está afuera puede ver, en efecto, pero por cuyos intersticios se trata no sólo de ver, sino de hacer reingresar el cuerpo”.

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