martes, 10 de diciembre de 2013

Programa SF 96 - Jorge Taiana - 7 de Diciembre de 2013


Las capas de la memoria.
por Mariana Moyano
Editorial SF 7 de diciembre de 2013

¿Cómo es el pasado? ¿Cuál es su forma? ¿Está en algún sitio? ¿Se ha ido para siempre?
¿Algo de él se encuentra aún arrumbado esperando ser encontrado?
En aquellos ochentas convulsionados y aún incomprendidos, las aulas universitarias retomaron a un autor que hizo de la pregunta sobre la memoria y la historia el nudo de su teoría. Él había vivido en Berlín y cuando puso su tremenda capacidad al servicio de la reflexión penetrante, el Holocausto no era aún ni pasado reciente porque el comenzar a conocer lo que había sucedido no podía sino llevar la humanidad a un estado de parálisis catatónica. Ninguna cabeza en su sano juicio podía procesar tan pronto que algo como aquello había, efectivamente, ocurrido.
Pero para atravesarlo, digerirlo y asumirlo, la primera obligación era aceptar que toda esa muerte no era ni obra de un loco, ni maquinaria de 10. Había sido lo peor de lo propio llevado adelante como determinación política. Imposible dejarlo descartado en un altillo; irrealizable el abandonarlo en un arcón.
Para exorcizar sólo se puede traer al presente aquello aterrador: “la imagen del pasado corre riesgo de desvanecerse para cada presente que no se reconozca en ella”, escribió ese Walter Benjamin que, sin quererlo, ni saberlo, tanto pudo ayudarnos a acercarnos a nuestro propio y aterrador ayer inmediato.
Cumplimos 3 décadas de esa primera vez que desde la civilidad y lo institucional miramos a eso peor de nosotros mismos. De ese momento en que vimos que aquí, entre nosotros, en el medio de nuestras propias vidas, lo más siniestro pudo convivir con la banalidad del día a día.
Son 30. Pero a esos años ¿cómo se los cuenta? ¿De un saque, en bloque? ¿Con el riesgo de que la conmemoración sea una formalidad, una efeméride celebrada más porque corresponde que porque se siente?
¿O de a uno? ¿Año a año, en un recorrido personal y hasta íntimo, con el cual nos vamos posando sobre los episodios que se nos aparecen como más relevantes?
¿Cómo se evita el riesgo de que este racconto no sea sólo una remembranza de acontecimientos individuales y que, lejos de hermanarnos, nos desconecten de quien está al lado? ¿Qué puerta es la que debemos abrir para que, al mirar por el espejo retrovisor, la memoria acomode las piezas y se arme un dispositivo para que lo personal, lo íntimo, lo familiar y los recuerdos subjetivos puedan entrelazarse con la historia común? ¿Qué se hace para que ante tanta trascendencia no gane la solemnidad fría del mármol, esa que permitía a directoras de escuela de la dictadura hacer de los actos escolares sólo un juntadero de niños de peinado impecable y guardapolvo almidonado? Eso, exactamente eso es lo que me pregunto: ¿Cómo se hace para no almidonar la recordación? ¿Qué cosa es la debemos y cómo –y que venga Benjamin si es que debe- desenterrar y recordar?
Para quienes atravesamos el momento en que se forja la personalidad política en los años ochenta no es sencillo nombrarnos. Nos llamaron la generación perdida; quedamos estigmatizados en los raros peinados nuevos; nuestra militancia fue apenas embrionaria; no tenemos entre los de nuestra edad muchos héroes y sí varios gerentes de canales de televisión y no pudimos ser los protagonistas de que los genocidas fueran a cárcel común.
Es decir, para nosotros, la democracia era un sitio al cual llegar y no un transcurrir extenso, punzante y de tensión; de estado de búsqueda de la democratización. Los poderosos de veras no tenían siquiera cara y la idea de ingresar a la ESMA se nos aparecía, por lo menos, ridícula. Si es que se nos aparecía.
El amperímetro apenas si se movía.
Juicio a las Juntas, claro, pero a las Juntas. En Defensa, un amigo de los milicos y en Economía, una pulseada, pero para que ganaran los dueños del poder central. Presidentes acorralados y el golpe económico –con el saqueo digitado como herramienta desde siempre lista para provocar pánico y tensión- a mano en caso de que alguien de la política de cara descubierta se pasara de listo.
El menemismo de la revolución productiva y el salariazo, vuelto menemato de aniquilación de sueños, de posibilidades, de crecimiento, de ascendencia; un proceso hecho a medida de culminar lo que el anterior no había podido terminar de “reorganizar” del todo. La esperanza vuelta desierto y mucho entumecimiento en la convicción. Agachadas de las tres cuartas partes de la dirigencia política y sindical y ni qué decir del comportamiento de los mandamás del dinero. Otra vez estallido, nuevamente el saqueo, ese de la necesidad y el lumpenaje, y la huida cobarde, suicida y asesina del Presidente más aburrido e ineficaz que nos dieron las urnas. Y los diciembres siempre en luz amarilla. La Argentina hecha añicos y en nuestras cabezas, la desolación.
¿Cómo se cuenta esta historia? ¿Cómo se mira ese pasado? ¿Cuál es el hilo? ¿Quién comienza el trazo en esta línea de puntos? ¿Dónde está la metáfora –y permítaseme el oxímoron- palpable y objetivada de que ese pasado debe ser obligado a volver, para que el futuro que nace no sea estrellita fugaz de un ratito y nada más?
Me lo vengo preguntando. A veces, como interrogante formulado y ordenado y otras, como duda desprolija y desorganizada, casi como reacción.
Hasta la aparición de las actas.
Los 1500 biblioratos fueron presentados en público el día en que estábamos en otra cosa: nuestros cerebros a todo vapor puestos en determinar si el plan de adecuación había sido un gesto de bajar la cabeza o ardid. Justo esa jornada. No otra anterior, ni la inmediata posterior a la presentación del plan. No. Esa misma.
El hallazgo en el edificio Cóndor había sido informado por un alto mando. Llamó por teléfono. Interrumpió al Ministro por algo importante. Lo fue a ver. Le contó y le mostró. Al día siguiente, al mismísimo día siguiente de aquellos dos acontecimientos, el diario de la beligerancia publicó: “En la guerra del kirchnerismo con el Grupo Clarín, al parecer hubo instrucción de ver qué hallaban sobre Papel Prensa”.
Entonces HAY una pieza, un vestigio material de historia para colocar en la esquina de la habitación de las significaciones y hacerlo hablar como la parte por el todo. Una especie de Aleph centrípeto y centrífugo que nos lleva y nos trae: un anillo que engarza lo de allá con el hoy.
Y el dato del contexto que con toda intención los principales relatores del hecho quitaron de escena jugando al olvido: no era la primera vez que algo era encontrado o que algo aparecía. Pero sí fue esta la primera oportunidad en que la jerarquía militar tuvo la opción de mandar toda esa documentación a la cueva de la complicidad con el genocidio que los antecedió en el uniforme y sin embargo optó por confiar en el poder político y civil. Eligió la institucionalidad.
Ese acto, esa elección, esa simple pero sustancial iniciativa es lo que quita a esos documentos que contienen la información sobre las 280 reuniones de la Junta Militar entre el 24 de marzo de 1976 y el 10 de diciembre de 1983, de la vitrina del museo y les permite convertirse en hecho político, con acción, movimiento y consecuencias.
No es la primera vez que se abren cajones, ni que se quita las llaves de oficinas con telarañas, ni que aparece prueba de que lo que decimos que pasó, pasó. Ahora esos papeles ya no son botellas lanzadas al mar del testimonio; son parte del todo que es ese rompecabezas al que le falta que hablen, o ellos desde la celda o todo lo que aún queda escondido.
Había habido hallazgos, varios. Otros emblemas de que aquello que sucedió sigue vibrando en el presente.
No hacía ni dos días del preámbulo de Raúl Alfonsín en el Cabildo, cuando un ordenanza –otro- encontró en una oficina, de esas cerradas por años en el edificio del Congreso, el ejemplar original de la Constitución de 1853, arrumbado, recluido donde se esconde la basura. No hacía ni 48 horas de la Plaza de Mayo del 10 de diciembre cuando un grupo de diputados se topó, en el entonces viejo garaje del Congreso de la calle Bartolomé Mitre, con varios Falcon. Éstos, también, arrumbados y ocultos u olvidados.
A veces la historia se encapricha en que nos choquemos, en enrostrarnos los emblemas, las alegorías y hasta las encarnaciones. EL libro de la Constitución sucio en el suelo; los autos distintivos de los operativos de la muerte hasta con sus sirenas y estas actas de Papel Prensa.
Quiero que se entienda. No es pretensión ni exagerada insistencia. Esa empresa no es cualquier fraude: es el ejemplo más claro del vínculo de la muerte con la razón de ser del dinero; es el modelo para ver que el objetivo era el poder; es el espejo que refleja la imbricación de toda cúpula; es el arquetipo de que hay una complejidad que excede la individualización. Y es el paradigma que la picana sobre el cuerpo fue también la tortura de la estafa sobre, incluso, los que aplaudían la idea de la aniquilación.
El informe “Papel Prensa, la verdad”, es una crónica de la dictadura, con la civilidad del poder económico engarzado en el hacer diario de los uniformes y con el lenguaje burocrático administrativo que necesitan las pruebas. No es la narración de la atrocidad en primera persona. No hay adjetivos y aunque parezca una contradicción es, precisamente allí donde radica la pavura de lo hecho. El lenguaje jurídico tiene eso: es como la frialdad del asesino que no actuó por emoción violenta sino por práctica premeditada.
“Rechacé la idea de dotar a esta obra de un prólogo de firma ya que, indudablemente, se hubieran vertido opiniones y pareceres o con ajuste a tal o cual tendencia y esto hubiera avanzado negativamente sobre la idea inicial que generó esta edición la cual es informar”.
“Los hechos, las fechas, el entorno histórico político está ahí, en el mismo texto, minuciosamente referenciado y citado, con un desarrollo metódico en la búsqueda de esclarecer lo sucedido y lograr una verdad incontrovertible la cual sirva para conocer lo ocurrido y permita al lector sacar sus propias conclusiones, a fin de superar la identificación no analítica que, subliminalmente (o no) imponen los formadores de opinión y la información a demanda”, escribe el editor de este trabajo al inicio de la exposición.
Guillermo Moreno es quien comandó la investigación. Él era un funcionario y es un hombre obsesivo. Está y estuvo siempre estuvo en las antípodas ideológicas de Julio Ramos, el creador de Ámbito Financiero. “Las graves irregularidades al poner en marcha Papel Prensa”, tituló al capítulo 20 de su “Cerrojos a la Prensa” el ex director del diario de la City, el mismo que abre con una denuncia pública del diario Crónica del 8 de octubre de 1986:
“(Hay) dos tipos de precio para el papel (…) Para unos está el que produce Papel Prensa (…) y para otros el de Papel de Tucumán. (…) Con el producto más barato se confeccionan los diarios socios del Ejecutivo, como Clarín, La Nación y La Razón. (…) Cuando Crónica denunció hace varios meses un total desabastecimiento de papel que estuvo a punto de obligarlo a dejar de editarse, el Ejecutivo salió al cruce de nuestra denuncia y ´se interesó´ en el tema: nos convocó a una reunión en Papel de Tucumán (…) Claro que a la misma no se citó a Papel Prensa, pues su producto era y es mucho más barato y está reservado casi en su totalidad para los diarios que forman la sociedad con el gobierno de turno”.
En el 21 va por más: cita a Marcelo Urbano Salerno, el entonces fiscal de Estado de la provincia de Buenos Aires, en su escrito a través del cual se promueve la acción judicial de dicha provincia contra la Nación Argentina por la pérdida a la que la obligó con el subsidio oficial a Papel Prensa. El subsidio de 29, 40 milésimos de dólar por kilowatt hora representaba una pérdida de 55 millones de dólares para el patrimonio provincial, indicaba aquella presentación.
Nadie, ni siquiera algún caricaturista cínico, atrevido, irrespetuoso y poco riguroso que ilustra la realidad del diario sábana, podría hacerles dar la mano en una epopeya común a Julio Ramos y a Guillermo Moreno. Y si lo hiciera nos haría reír, no su chiste, sino su caradurez. Sin embargo, a veces los hechos son los hechos y los hallazgos no son más que las apariciones de lo que muchos pensaban –o intentaron hacer que estuviera- enterrado en lo más profundo del pasado.
Recuerdo que me enojé bastante cuando todo el peso de la denuncia pública estuvo asentado casi solamente sobre el testimonio de la familia Graiver y sobre el padecimiento y el infierno personal de una víctima, de Lidia Papaleo. “No individualicemos”, decía yo y discutía: “Mostremos cuánto nos han robado. Ese va a ser el mejor modo de involucrar incluso hasta al que quiere hacerse el distraído porque a ese también le afanaron parte de su futuro”.
“Tenés razón”, me dijo uno de los funcionarios que siempre más respetaré. “Pero eso ya prescribió. Nos falta el eslabón perdido entre el desfalco organizado y generalizado y el tormento personal. Eso no está. No lo tenemos”
No lo teníamos. Hasta la aparición de las actas.
Los dueños del dinero privado y público, los decidores de cuánto deberíamos las próximas generaciones; los jefes políticos de quienes mandaban a matar estaban y estuvieron durante casi 25 años enquistados en oficinas, en el organigrama, en las determinaciones del poder político que, en teoría, nos había traído de vuelta a la vida luego de todas esas toneladas de crímenes.
Ellos, atravesando todo lo ancho y lo largo del esqueleto institucional; ellos, con capacidad para estorbar, entorpecer, detener, extorsionar e incluso quitar de su puesto a algún presidente que osara hacer siquiera un gesto de valentía.
Hubo que sacarlos. Hacerlos desaparecer del lugar de decisión de la política. Pero esta vez sin crimen, sin martirio ni persecución. Sólo con detalle, osadía, convicción política y las armas de la ley.
Porque el pasado no queda clausurado. Y lo ocurrido, no arrumbado. No son mártires solemnes ni hechos vueltos pieza precolombina. Se convive con aquello, se lo cuestiona e interroga y de ahí sale la lanza con la cual atravesar el destino prefijado.
¿Cómo se cuentan estos 30?
Quizás excavando y a sabiendas de que hay que desenterrar. Y es ese Benjamin que vuelve, porque nos gusta y porque nos mueve.
“La lengua determinó en forma inequívoca que la memoria no es un instrumento para la exploración del pasado, sino solamente el medio. Así como la tierra es el medio en el que yacen enterradas las viejas ciudades, la memoria es el medio de lo vivido. Quien intenta acercarse a su propio pasado sepultado tiene que comportarse como un hombre que excava. Ante todo, no debe temer volver una y otra vez a la misma circunstancia, esparcirla como se esparce la tierra, revolverla como se revuelve la tierra. Porque las "circunstancias" no son más que capas que sólo después de una investigación minuciosa dan a luz aquello que hace que la excavación valga la pena, es decir, las imágenes que, arrancadas de todos sus contextos anteriores, aparecen como objetos de valor en los aposentos sobrios de nuestra comprensión tardía, como torsos en la galería del coleccionista. Sin lugar a dudas es útil usar planos en las excavaciones. Pero también es indispensable la incursión de la azada, cautelosa y a tientas, en la tierra oscura. Quien sólo haga el inventario de sus hallazgos sin poder señalar en qué lugar del suelo actual conserva sus recuerdos, se perderá lo mejor. Por eso los auténticos recuerdos no deberán exponerse en forma de relato sino señalando con exactitud el lugar en el que el investigador logró atraparlos. Épico y rapsódico en sentido estricto, el recuerdo verdadero deberá proporcionar, por lo tanto, al mismo tiempo una imagen de quien recuerda, así como un buen informe arqueológico debe indicar no sólo de qué capa provienen los hallazgos sino, ante todo, qué capas hubo que atravesar para encontrarlos”.

1 comentario:

  1. PUBLICO ACA PORQUE NO SE DONDE COMENTAR, EN MAYUSCULAS PERO NO GRITO; Ayer Eugenia Vidal dijo que bajaron la plata para las escuelas porque ahora tienen subtes!
    Muchos dicen que mauri es un capo xq le paga + a sus canas y no se le retobaron. jajaj, esto no es una paritaria, es el circulito rojo, lo anunció carrió antes y durante y despues del banquete en el "palais rouge" donde andaba de rojo tan contenta diciendo que iba a correr : sangre.
    Julia Fontanie
    todo bien con garganta poderosa, pero ¿no era buena hecho en buenos aires? qué pasa en esa villa que ya no pasa mas en la 11-14 que antes era la de los quilombos?

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