lunes, 25 de febrero de 2013

Programa SF 55 - Hebe de Bonafini - 23 de Febrero de 2013


A la izquierda, la pared.
por Mariana Moyano
Editorial Sintonia Fina del 23 de febrero de 2013

Puede ser interpretado como una paradoja. O como un resultado inevitable de estos reveladores y desenmascaradores tiempos. Lo cierto es que hay una frase que los amalgama, que los une, que los enlaza. Una idea, un concepto que reúne en una misma baldosa a dos personajes que, si las paradojas y los tiempos reveladores y desenmascaradores no hubieran puesto a la Argentina patas para arriba, bien enfrentados hubieran quedado. 

Sobre uno, dicen que la frase la dijo para sí. 

Sobre la otra, es lo que muchos decíamos mucho en noventas, épocas donde sólo a fuerza de voluntad, de optimismo y de tozudez se le arrancaba algo a la sequía política. Y la usábamos para dar cuenta de que su palabra era parámetro, faro, posibilidad de ubicación en un espectro de nadas que nos rodeaba. 

Cuenta Mario Wainfeld, así, lindo, como cuenta las anécdotas él y cada vez que la oportunidad es bienvenida, que Néstor Kirchner decía terminante: “A mi izquierda, la pared”. Y con esa sentencia de gesto tan maradoniano de rubricar en poquitos caracteres toda una situación, horrorizaba a unos cuantos que se sienten guardianes de ese rincón del espectro ideológico. 

“A la izquierda de Hebe…”, decíamos nosotros… Y también ubicábamos hormigón armado. 

“A mi izquierda, la pared”, escribió Wainfeld y agregó en esa nota de finales de 2005: “No alude Kirchner a lo que convencionalmente se llama izquierda en la Argentina, que es de hecho una suma de partidos sin aptitud para llegar a posiciones de gobierno. La izquierda que a Kirchner le importa es lo que en la jerga media se suele nombrar ´centroizquierda´, esto es, la que tiene capacidad para acceder a cargos ejecutivos y ejercitarlos con cierta viabilidad”. 

Y ahora, con estos reveladores y desenmascaradores tiempos bajo nuestros pies, a la izquierda de Hebe, una cantidad de sellos testimoniales que, o se quedan solos y no avanzan hacia ningún cambio radical, o se ubican junto a radicales, que se autocolocan a la izquierda y que llevan adelante propuestas, dichos, insultos, difamaciones, injurias y movimientos de desequilibrio institucional de derecha, de la mano de peronistas derechosos y de otros de derecha que siempre formaron parte de “la derecha”. 

En este sacudón que es nuestra Argentina y nuestra América Latina con gobiernos populares que triunfan en las urnas, a quienes la izquierda tilda de derecha y a los cuales la derecha acusa de fascismo ultraizquierdista, hay un sitio, un lugar, un punto, un metro cuadrado en el que cabe ubicarse, pero en el que más que pararse hay que interrogarse. Porque ya es obligación de esos parados ahí el preguntarle al momento político por los desafíos y las expectativas abiertos por ese propio movimiento que hoy se obligó a sí mismo a dar respuesta. 

No es ningún descubrimiento sociológico que a medida que un gobierno sube el piso de posibilidades y de expectativas, la propia sociedad apaleada y adormecida hasta hace un ratito, se pone a la cabeza de las exigencias y le pide a ese gobierno y a ese proyecto político que no se detenga hasta que el techo esté incluso por debajo del piso inicial. Es una ecuación obvia y remanida para todo aquel que haya cursado, aunque más no sea, la salita verde de la política. 

Quienes no quieran verlo así, o tienen un conocimiento de la vida pública que finaliza en su palier o se hacen bien los sonsos de modo que el que no sabe nada bufe, se indigne y proteste y con su quejido tape el pasado del cual inevitablemente venimos. 

Casi una década de gobiernos populares en América Latina han hecho que las demandas se vuelvan no sólo mayores sino más sutiles, más precisas, más finas, incluso más exquisitas, pero también han dejado al descubierto que lo estructural que antes era horizonte hoy se ha vuelto urgente. 

¿No van más a fondo porque se trata de gobiernos que impostan y por tanto, impostores, y que no son lo suficientemente de izquierda como para ir a la raíz? A esta pregunta la responden de modo afirmativo todos los denunciadores seriales cuya perspectiva de poder termina en el dígito de votantes. 

Y la derecha, la que se asusta y asusta, la que espanta y se espanta acusando de comunista, indio bruto, despótico o montonera a esos mismos gobiernos no del todo de izquierda para las izquierdas de adorno, no tiene problema –ella no- en ir hasta el final, al nudo del modo de producción para alambrarlo y sitiarlo porque de eso han sido dueños desde que esta Patria tiene nombre. 

Y estas izquierdas que hoy gobiernan, con los vaivenes y deficiencias inevitables de quienes están enderezando los hierros torcidos e intentando recuperar lo poco que queda de fértil en la tierra arrasada, son concientes que el tiempo es ahora. Que están atravesando una era bisagra, un tiempo parte-aguas en el cual se juega que lo hecho sea definitivo o que de un plumazo, otra vez, vengan a aniquilar cada conquista, cada peldaño ascendido y cada derecho vuelto hoy costumbre cotidiana.

Eso lo saben ellos y también los otros ellos, los de esa derecha jactanciosa que se hace la distraída cuando le señalan pertenencia política y ardid. Saben unos que éste debe ser el inicio irreversible y saben otros que éste no puede ser más que el límite. Saben todos que si se avanza más, es irreversible. Y así, y por eso, hay quienes tenderán más emboscadas, recurrirán a la artimaña y sacarán de sus galeras todos los trucos que conocen y que desde hace décadas convierten en políticas. Porque a la izquierda de unos, no se sabe muy bien qué hay. Pero a la derecha de los otros, ahí sí, no hay dudas, hay un muro.

lunes, 18 de febrero de 2013

programa SF 54 - Sergio Burstein - 16 de Febrero de 2013



El lado B. 
por Mariana Moyano 
Editorial Sintonía Fina del 16-2-2013

La clave estaba en darlo vuelta. Porque aunque era redondo, como todo (incluso lo que parece que no) tenía aristas. No nos animábamos. El poder de lo establecido para instalar certezas únicas era -y es- implacable y nunca es sencillo quedar tan afuera y, por ende, solo. 

Hacer el movimiento implicaba ingresar a otra parte, abrir una puerta, iniciarse en otro territorio. Y no había muchos dispuestos. 

El disco tenía un lado B. Preferirlo no era gratuito. Tenía enormes consecuencias que pocos estaban dispuestos a sobrellevar. No se trataba sólo de correrse de la uniformidad de oír una y otra vez la misma música como si fuese la única. Implicaba el aparentemente inocente gesto -aunque más no fuera- susurrar que había otro lado al que recurrir, pero sobre todo, desde el cual mirar. Que estaba latente un mundo nuevo, el de las otras perspectivas. Pero había que atreverse.

Ecuador era un país lejano, parte de la América Latina exótica que nada tenía que ver con nuestro origen y destino bien occidental y nada aindiado. Nosotros, si mirábamos hacia arriba, ni siquiera posábamos la vista en Canadá. Miami era el destino porque para conocedores del dólar como moneda propia, los cubanos. Claro, los anticastristas.

Al Vaticano, siempre una reverencia. Todo que sí porque un Papa es sólo paz y amor, por eso tanto color pastel y clarito. Los tonos de la luz. El Santo Padre es eso: una eminencia que no hace política sino sólo la señal de la cruz. Evangelizaba de modo más insistente hacia los países del ex este soviético. Pero no era porque estuviera jugando el gran partido planetario junto con otros líderes. No, nada de eso. Es que los comunistas tienen ese no se qué hereje de resistirse. 

Y los atentados… Los dos. Fueron contra judíos, no contra judeo argentinos. Sólo contra los expertos en la Torá. Por eso, sobre lo ocurrido en las calles Arroyo y Pasteur sólo podían opinar, decidir, explicar, determinar y avanzar los representantes formales de la cuestión judaica. Un antisemitismo de linaje posmoderno y menemista. Ocurrió. No hay negacionismo ninguno. Pero eso que pasó es todo tuyo, todo judío. Nada mío, nada argentino. Cerradito y en caja. Cada 18 de julio un lamento de ocasión y que se ocupen otros. En la vidriera, pero prohibido tocar. Que esté a la vista para que horrorice. Pero que no se haga carne para que nadie más que los autorizados pida explicaciones. Con culpable certificado a minutos de la bomba y nada de interrogantes que no den en el blanco de lo ya establecido. 

En Ecuador, un personaje payasesco que dolarizó y exprimió el destino de su nación tuvo duras críticas de parte de la prensa, pero siempre tan ocupada en lo cosmético se olvidó el fondo. 

Juan Pablo II reunido en Cuba con el único líder que le quedaba vivo a la modernidad no le daban una bofetada al discurso del fin de la historia. Apenas si el Pontífice había viajado a la isla para hacerle un chaschás a un dictador con uniforme de fajina. 

A la AMIA la volaron los malos de afuera, de bien lejos, los provenientes de lugares que ninguna conexión tienen con nosotros, que somos argentinos de bien… Derechos y humanos, faltó decir. 

Había que darlo vuelta, dar la vuelta. Para oxigenarse primero. Para la supervivencia, después. Por obligación hoy. 

Eduardo Grüner es un intelectual de fuste. Un provocador que durante toda su vida ha sopapeado la pereza y esa fiaca que nace de pensar lo cortito. “El posmodernismo –escribió él- se consagró con el derrumbe de una construcción, el muro de Berlín, y él mismo se derrumbó con la caída de unos edificios en Nueva York”. 

Sobre nuestras espaldas otros escombros hicieron lo suyo pero tan aferrados estábamos a asentir la versión oficial como modo de consuelo y de escapatoria, que entregamos el territorio de todos los lados B a los melómanos. La política, culturizada y los jirones de certidumbre propia rendida a la certeza dominante. Los interrogantes y las preguntas, enviados con cabeza gacha y bandera blanca a un baúl y desde allí al ático de la historia. 

Tuvo que estallar y tuvimos que sufrir una implosión en nuestras propias entrañas para cobrar coraje. Para atrevernos a revisar, a cuestionar y a ponernos en cuestión. Nos animamos a iniciar el proceso de dar la vuelta. 

Y en ese solo giro le dimos una estocada a la era de los simulacros. Nos atrevimos al sacudón. Decompartimentamos la lógica, nos desloteamos el pensamiento y fuimos arrojados al desierto de lo real. 

Y en el desierto, en ése donde no hay nada, sólo queda construir. Preguntarle a los hechos. Hacer historia. “Hay que ir más allá: hay que volver a entrar sin pedir permiso, reconstruyendo sobre unas ruinas que sólo quien está afuera puede ver, en efecto, pero por cuyos intersticios se trata no sólo de ver, sino de hacer reingresar el cuerpo”.

viernes, 15 de febrero de 2013

Programa SF 53 - Roberto Feletti - 9 de Febrero de 2013


Soberanía.
por Mariana Moyano
Editorial Sintonía Fina del 9-2-2013

Ellos tienen toda su industria cultural montada sobre aquel sentimiento. O quizás sea, exactamente al revés, y haya sido el modo imperial lo que construyó corazones orgullosos de ser emporio. 

Lo cierto es que si ponen banderitas en los film, descuentas impuestos; si sus colores, bastones y estrellas flamean altos y sobre todo altivos, millones de ciudadanos de ese país levantarán la mirada y el mentón orgullosos y derramarán un lagrimón. 

Y no importa –porque no se lo preguntan- si la insignia se levanta en una misión humanitaria, en el nudo del Plan Colombia o en las tierras arrasadas de Irak. 

Estados Unidos tiene esa característica: el pabellón los envuelve y los contiene. Y no se discute nada más. 

“Chauvinistas”, decimos los progres del sur de América. Y nos da un poco de bronca esa bandera y ese modo de instalarla porque ni la luna se salvó. 

Dicho así, de modo tan terminante, nos provocamos a nosotros mismos un inconveniente teórico, político a ideológico. Porque el sentimiento nacional, analizar ese corazón de las patrias necesita y merece un poquito más de complejidad. 

A nuestra Argentina le costó y aún le cuesta que lo nacional le ponga piel de pollo sin tener que andar dando explicaciones. Estamos desde hace un rato largo en un proceso de reconciliación con el himno, con las marchas patrias y hasta con la escarapela. Tiene su lógica: durante demasiadas décadas olieron mucho a fajina militar y habían quedado en manos de quienes se llenaban la boca pero poco hicieron para que a una Patria, que no fuera la chiquitita propia, le fuera más o menos bien. 

Por eso, el 9 de enero fue un hermoso día de tensiones y hasta de contradicciones, pero no de las que provienen de la incoherencia, sino de las producidas por los grandes movimientos históricos donde crujen los sólidos andariveles establecidos e implantados por quienes han dominado gobiernos, decisiones nacionales y cabezas. 

Si había sido casi sobrenatural ver ingresar a Hebe de Bonafini munida de pañuelo al Colegio Militar un 24 de marzo, pocos –nadie- hubiese apostado fuerte a que una pintura similar a ésta se repitiese. Pero como este extraordinario y tan particular momento que camina la Argentina tiene la costumbre de retarnos a más, nos inicia el verano ya no sólo con una Madre en medio de tanto uniforme, sino que nos brinda a estas mujeres que se cansaron de enfrentar a las jerarquías militares sentadas en medio de la más protocolar representación de nuestras Fuerzas Armadas. ¿Y todo para qué? Para recibir a un barco del que – seamos sinceros- no nos importaba absolutamente nada hace apenas unos meses.

¿Qué pasó? ¿Nos lobotomizaron? ¿Ellas claudicaron? ¿Hay una nueva industria del nacionalismo local funcionando a todo vapor que nos copta a cada minuto con chucherías patrioteras para que respondamos “Si, Bwana” como especimenes dignos de la película The Wall? 

Hay algunos en La Nación (tanto en el territorio como en el matutino) que piensan que sí. 
Y, como digo, si hacemos afirmaciones así de terminantes, mostramos que tenemos un problema. 

Más bien creo que el profundo, sincero, honesto, digno escalofrío que nos recorre ese rincón del alma cuando condenamos el destino colonial de las Islas Malvinas le ha hecho un lugar a otras reivindicaciones y así es que la palabra soberanía ya no sólo va alineada con la demanda por el archipiélago. 

Como si el esquema geopolítico internacional, luego de haber salido de la Matrix conceptual, se nos hubiese presentado al estilo Microsoft y decenas de ventanitas se nos abren surgidas todas de un mismo núcleo duro.

Como si ante nuestros ojos se nos abriera un mundo argumental en que podemos palpar que la emancipación no es sólo la vieja idea de romper con las cadenas coloniales que mantienen bajo su yugo un estado al otro. 

Los no países, los no estados, los globalizados dominadores comienzan a poseer ante nuestros despejados ojos también rostro de dominación. La costumbre de la reflexión compartimentada, del pensamiento loteado, el cuentito de que la economía no es política, el paradigma de dineros neutrales recorriendo el planeta se desbarata, estalla en miles de pedacitos cuando comprendemos que hablar de soberanía: 

- no es ir a buscar una banderita a la puerta de una radio para luego pedir que los maten a todos los argentinos ‘que no son como yo’; 
- no es rasgarse las vestiduras porque se propone un diálogo con Irán pero no sentir ni el más mínimo asombro cuando alguien le entrega todo el subsuelo a una empresa trasnacional; 
- no es sentir vergüenza por no tener buenos modales con señores de cuello hiperalmidonado que cotizan en bolsa, ellos, sus camisas y hasta sus esposas mientras se exprime hasta la última gota de sudor argentina para pagarles a estos mismos señores almidonados algo que se robaron por la sola razón de que pudieron; 
- no es andar con gesto adusto y rictus de mal humor o mucho menos horrorizarse porque un organismo, cuyos vaticinios sólo lo hunden más en un lodazal de papelones para meterlo en otro, nos haga chas chas.

Quien no quiera sentarse un ratito al menos a reflexionar sobre qué nuevos modos de sentir la soberanía se han ido construyendo en estos últimos tiempos, pues que siga con sus diatribas y vea Mussolinis y nacionalismos con Z por todos los rincones. 

Quien no ande por ese rumbo y tenga ganas de ir un poquito más allá de los 30 centímetros de profundidad del pensamiento medio, pues que se zambulla en este mar de inquietudes, sacudones, tensiones, y por qué no, dudas que el presente nos ha presentado. 

Porque así como el debate sobre la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual fue en la superficie sobre medios, pero nos permitió introducirnos en el fondo y espiar el funcionamiento del poder real: cómo lastima la economía concentrada y ver que los monopolios y oligopolios de cualquier forma y color le hacen daño a una patria, la RE PA TRIA CION de un barco nos brindó la posibilidad de conocer los vericuetos financieros que se esconden y se escudan detrás, incluso, de algunos mecanismos institucionales con los que hoy funciona el planeta. 

Y, en todo caso, los enojados y enojones, si no quieren que terminemos de romper las cadenas con su andamiaje ideológico, que no nos sigan regando la realidad de simbolismos, porque hay una persona por estas pampas que ha sabido como nadie levantarlos, tomarlos y usarlos como cuchillos para rasgar uno a uno los velos para dejarnos pasar y ver qué es lo que hay, qué es lo que siempre hubo, detrás.