martes, 28 de mayo de 2013

Programa SF 68 - Gabriel Di Meglio - 25 de Mayo de 2013


Los 25. 
por Mariana Moyano
Editorial SF del 25 de Mayo de 2013

Dicen que, en realidad, durante aquel 25 -el más viejo, el primero que uno conmemora- no llovía. Que la imagen de señoras de vestido largo, miriñaque y peineta es la prueba más cabal de la billikenización de la historia. Puede que así sea, o que incluso no haya sido otra cola que la del prisma mitrista la que se metió ahí para tergiversar y generar ruido. Pero aun así, inclusive con la perspectiva hegemónica como punto de partida para contarnos a nosotros mismos, lo del paraguas, a mí, me gusta. Da la idea de un “a pesar de”; de un deseo popular de estar llueve o truene; de un “de acá no nos mueven”, de un “resistiremos”, o de un “no pasarán”, según los niveles de brío revolucionario.
El otro 25 sí llovía. No el primero de esta nueva era, ese de esperanza, sí, pero entre signos de interrogación. No ese. Me refiero al del primer aniversario, el de la primera bisagra; ese en el cual ya había germen de tropa propia; aquel en el cual estábamos pudiendo celebrar que algunas de las convicciones no dejadas en la puerta de la Casa Rosada ya habían torcido unos centímetros ese destino tan instalado por décadas como inevitable. Ese. En ese sí llovía.
Y los que estaban –estábamos- ahí, nos bancamos estoicos la llovizna finita pero persistente y molesta. Esa que, junto a los todavía presentes rastros de la desilusión de hacía demasiado poco, tironeaban para la casa y como máximo nivel de compromiso, mirar todo por televisión, igualito a como habíamos hecho durante la década de las puñaladas.
Pero no nos fuimos. Nos quedamos incluso cuando Charly nos dijo “Huid, mortales”. Nos quedamos, vaya uno a saber por qué. Nos quedamos. Y confiamos. Y los pibes que sólo revoleaban los trapos en el rock -porque era lo único que no los traicionaba- también se le quedaron a la política, ¡a un gobierno!, a bancar. Porque, esta vez en serio, “de acá no nos mueven”, “resistiremos”.
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Dicen que por aquellos días de mayo, los primeros -en la sesión del 22, para ser más precisos- se lanzó un concepto nuevo para la vida pública de lo que aún no era ni Argentina, ni país, ni el nosotros que ahora empezamos a ser: el de soberanía popular, ese “Nadie es más que nadie”. Ya no “bien común”, ni “poder en la corona”: pueblo. Eso sucio y plebeyo que empezaba a protagonizar.
El otro 25, el de los doscientos años, millones coparon las calles. Se las apropiaron, se las adueñaron. Se mostraron, se vieron, se encontraron, se abrazaron, cantaron, gritaron, pasearon y hasta comieron lo de otros que somos nosotros mismos, eso que, para ordenar, uno le dice fiesta de las colectividades. Era el 2010. Y habían pasado sólo meses de la derrota por apenas un 2%, esa que para algunos apuraditos y desconocedores de los procesos populares, era lisa y llanamente el fin de una época. Por eso no lo pudieron creer, porque suelen no mirar con atención. El pueblo estaba ahí todo a la vista, con desborde de alegría y sin ningún policía, en el ejercicio más patriótico de soberanía, ese que tiene lugar cuando la apropiación de lo simbólico no es superflua sino eminentemente política.
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Dicen que Saavedra le cortó las piernas, pero que las intenciones de Moreno no eran continuar con las formalidades, sino pisar el acelerador e ir a fondo con la independencia. Ningún autogobierno limitado, ni dar la vida por el libre comercio. Forma republicana para cortar los lazos con la colonia. Lo tuvieron que matar, con demasiada agua, como dicen que dijo ese Cornelio, “para apagar tanto fuego”.
A mí me da risa lo que hacen con Moreno (con los dos, valga la chanza y el contexto de primer plano del que han bautizado, caprichosa y puerilmente, como “polémico”). Y se lo hacen los 25 y poquitos días después cuando conmemoran el día del periodista. En la fecha patria aparece pensando. Nada de acción. Nada de gestos. Nada de furias. Quitado de toda pulsión humana. Marmolizado. Un ente. No un revolucionario.
Y los 7 de junio, completan la escalada mentirosa. Celebran en el día del nacimiento de La Gaceta -el periódico más abiertamente ideológico; el que nació con el único objetivo de ser un arma escrita para convencer; ese en el cual se propagaban verdades jacobinas- la farsa de la independencia del periodista objetivo, escindido de todo tipo de compromiso político.
Y a los que les decimos “epa, muchachos, ¿no será mucho?” no sólo nos miran mal, sino que nos sacuden con el –creen ellos- insultante “periodista militante”. Pobres, no sólo no ven; no entienden.
Pero como sí hay de los que entienden, otros 25 nos metían olor a bosta, caballos con trotecito artístico, boina y bombacha bataraza, muuuuchooo teatro Colón y taladrazo en la cabeza para que en lugar de interrogarnos por aquel 25 de Moreno, celebrásemos el de 1910. Cuando cuatro vivos tiraban literalmente manteca al techo, mientras para la mayoría un derecho -uno, apenas uno solo- era más imposible de obtener que un milagro.
Y entre vacas, trigo, uniforme, ópera y vestido largo e instalación del periodismo engañoso y liberal y modo de relato antipopular como única alternativa, nos fueron robando estrofas del himno, ardores de rebelión, la liberación como ansia y la patria en todas sus dimensiones: desde la palabra hasta el territorio.
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“¡¿Qué escarapela?! Yo no me pongo nada. Si ese circulito careta es el mejor escondite que han tenido los traidores, los uniformados del genocidio, los gerentes de la opresión para tenernos cortitos y que a la primera queja nos tiraran con eso de `apátridas` o con lo del `trapo rojo`.”
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¿Cuándo fue que volvimos a cantar el himno? ¿Cuándo fue que nos empezamos o volvimos a creer eso de “o juremos con gloria morir”? ¿Cuándo fue que los peronistas volvieron con los deditos en V en la última estrofa y que los comunistas y socialistas se animaron nuevamente al puño cerrado en la plaza pública en plena entonación de la canción patria? ¿Cuándo fue que le metimos cancha, recital, arenga, pueblo, bah, a aquello inaugurado nada menos que por una Sánchez de Thompson?
Yo ya lo dije. En 2004, cuando veía que los pibes de no más de 30 se despojaban del cinismo, recuperaban cierta mirada limpia y volvían a poner la confianza en el mandamás institucional del poder político. Si estos pibes que sólo tienen el rock como escudo son capaces de brindarle, de regalarle a ese flaco al que no conocen lo más preciado que tienen como es su ceremonia de comunión pública, cómo yo no voy a volver a cantar el himno con ganas, desde el estómago, con la piel erizada. Y lo grité. Y fue con Charly. Y fue un 25.
Y bien difícil que fue conquistar a ese himno y quitarle los grilletes de tanta bayoneta oligárquica; y bien peliagudo que fue arrebatarles el concepto de Patria que tan convertido en propiedad privada tenían; y bien arduo que fue hacer entender que defender la nación no tiene como única acepción la de un loco chauvinista que va a andar mandando extranjeros a la hoguera.
Hubo que bajar cuadros, darle vida a predios de muerte, desembarazarse de los caranchos financieros, limpiar la Corte y meterle nafta al poder judicial para que actuase. Hubo que repatriar el sistema previsional y el petróleo, meterle decisión al Estado y Estado a la decisión. Hubo que incluir -con lo que implican las formalidades institucionales- a gays, lesbianas y trans; devolverles algo de la dignidad robada a los que no tienen trabajo con una Asignación que es dinero pero que es sobre todo reparación y darle ley justa y lógica a la labor rural y a la doméstica. Hubo que poner a los medios en su sitio, abrir las fronteras para que América Latina quepa en un solo corazón y hacer de las cuentas públicas algo que se oponga al manualito monetarista. Hubo que lograr que la inversión no sea considerada gasto. Hubo que vacunar a los chiquititos para que puedan ser grandes y devolverles a los papás de esos chiquitos la posibilidad de un laburo. Hubo que ponerle nombre, ley y sanción a eso que se había naturalizado de robarse personas. Dar DNIs como lo que son, lo básico para que cualquiera pueda al menos empezar a soñar con ser ciudadano. Hubo que jubilar, restituir paritarias y devolverle debate a lo público.
Pero, sobre todo, hubo que torcerle el brazo a la historia oficial, esa que dijo siempre y que, a los alaridos y empujones, gritó en 2008 que “La Patria es el Campo”, para -de a poco y también a fuerza de derrotas- contraponerle a esa voz altiva y presuntuosa que semejante enormidad no le pertenece a algunos, que “La Patria somos todos”.
Y hubo que tener toneladas de paciencia, de entereza, de estoicismo, de equilibrio, de tolerancia. Temple, espíritu, calma y tremenda capacidad de resistencia. Porque hubo desestablizaciones, canalladas y pavadas. Porque hubo otros 25. Como el de 2008, y soportar que un Buzzi campechano afirmase –tan luego en día patrio- que el gobierno no era más que un obstáculo; a un Van der Kooy que rodeaba –tan luego en festividad nacional- al Poder Ejecutivo sólo de desconfianza popular; a un texto de Editorial de La Nación que se atrevía –tan luego en celebración patriótica- a denominar al sector rural como el “más dinámico de nuestra economía” y a un Morales Solá vaticinar –tan luego en una conmemoración histórica- que la luz de un gobierno asumido hacía apenas meses, se había apagado.
Y, entonces, “a pesar de”, con la convicción de que “de acá no nos mueven”, con la certeza de que “resistiremos” y de que si lo hacemos bien, “no pasarán”, acá estamos, en otro 25, en uno que recorre, retoma y recupera a los otros 25. Pero uno que, más que nada, grita el himno desde las tripas y le pone celeste y blanco a la convicción porque ahora la Patria no es del campo o del uniforme; no es de los que tienen y no de los que no. Ahora uno exclama bien fuerte porque siente que está a mano, cerquita, pronto eso de que la patria… de que la patria somos todos.

lunes, 20 de mayo de 2013

Programa SF 67 - Carlos Raimundi - 18 de Mayo de 2013


Ahí está Videla.
por Mariana Moyano
Editorial SF del 18 de mayo de 2013

Desde que en 1983, el crimen que habían orquestado con el único propósito de quedarse con todo y con todos, se hizo inocultable, la derecha local realizó diferentes y astutos movimientos. 
La derecha económica se hizo, como siempre la distraída, silbó disimulada y escondió una vez más debajo de la mesa los modos tramposos e irregulares forjados por décadas para ser el sector nunca perjudicado.
La derecha política o se mantuvo en su discurso decrépito, uniformado y fascista o se camufló en partido político para hacerle un como si al juego electoral.
La eclesiástica y la judicial se quedaron incólumes. Ahí, paraditas, sedimentando sus espacios de modo tal de que la red tuviera el necesario espesor para que ninguno de los recién llegados de esa democracia renga y tiernita se atreviese a ocupar un espacio solamente asignado para la familia de la tradición patria.
La derecha mediática que venía del horror, del ocultamiento del horror y del papelón del "Estamos ganando" -el obsceno y el más sutil pero igual de cómplice- se sumó marketineramente a los aires de cambio, puso cara de circunstancia y promocionó el morbo del espanto vivido con gesto de vecina chismosa que hace como que no ve nada, para ser la primera indignada cuando la porquería sale finalmente a la luz.
Y la económico mediática - que no era ni vista ni considerada como tal, hasta hace un tiempo excesivamente corto para un país que se precie de responsable- continuó poniendo a la Constitución y a los tres poderes del Estado bajo una -y permítaseme la fascinante y paradojal casualidad de que la palabra sea la misma- pesada prensa. Mientras tanto, sus vidrieras gráficas, televisivas y radiales se empachaban de corrección política al tiempo que una corrosión calculada milimétricamente carcomía la credibilidad social hasta dejarles a ellos el lugar de fiscales de la República.
Y así estas tres décadas padecieron el movimiento pendular más perverso: del infierno a la esperanza ingenua; del descreimiento a la furia; de la ilusión al cinismo y del romper todo al "no me interesa".
No fue gratis este avanzar uno para retroceder tres. Eso se paga. La confianza se lo cobra. Y caro. Y termina pasando que duele más la reiteración que el primero de los cortes, porque lo peor de una herida, no es tanto lastimarse, sino que nunca empiece la sanación. Y es por eso que veníamos viviendo una democracia con recaídas: débil, sin fuerzas, pachucha, desanimada.
De esas, que con criterio y precisión algunos han dado en llamar “democracias de baja intensidad”. Dicho “en fácil”: gobiernos con las manos semi-atadas. Es decir, con la capacidad de hacerle gestos a la gilada popular para que no embarulle la calle, pero no lo suficientemente sueltos como para torcer el brazo de la digitación histórica.
Y cuando alguno se va de mambo, ya sabemos: que el autoritarismo, que la libertad de prensa, que la libre comercialización de la soja, que la República, que la Constitución, que el fascismo, que el stalinismo, que la escribanía, que la soberbia, que la bipolaridad o que el shopping y hasta que él no está, en realidad muerto. Parrafadas de pavadas berretas y baratas, pero eso sí, siempre en medio de un poco más sutiles operaciones, con media verdad como materia prima y una tergiversación un poquitín más compleja de desarmar.
Porque así funcionan. Chillan, por supuesto; insultan, claro; adjetivan y agreden, desde ya. Pero eso no va nunca solo. Al ladito, como quien no quiere la cosa, está siempre la “información objetiva basada en datos”. Es cierto, suele no ser ni información, ni objetiva, ni estar basada ni poseer datos. Pero a simple vista parece que sí.
Y por ahí es por donde ganan, en esa parte, en esa porción, en ese territorio donde no cualquiera nota el operativo, donde un distraído, un desatento, uno que desconoce o uno de esos que no les gusta ni un lado ni el otro, toman por ejemplo, la cifra, como referencia y desmalezando de categorizaciones al texto, van por la vida convencidos de que han realizado la limpieza para quitar el lodo y la basura de lo que sí vale la pena.
Claro, no notan que allí también hay una –otra- operación: quién fue la fuente, cómo obtuvieron ese resultado, quién es ese que habla como cita de autoridad, en qué contexto se sostuvo esa frase. En fin, gajes, vicios de los que nos pasamos casi una vida intentando correr los velos que se presentan siempre antes de una crónica. Algo que no hace –y no tiene por qué, además-la mayoría de los ciudadanos que ya bastante tiene con sostener un país, como para ponerse a hacer análisis crítico de medios.
Y es ahí donde ganan, en esa parte, en esa porción, en ese territorio. En el sinuoso, en el que pueden ser palos enjabonados. El dólar, la inflación, la disminución en los índices de crecimiento, alguna desinteligencia entre organismos oficiales, las inevitables metidas de pata de un Estado cascoteado casi desde que nació, los delitos, el paco. Ahí tienen dato, arman tema y a toda máquina con la maniobra. El insulto, la agresión, el adjetivo descalificativo queda para la estocada, que ellos siempre intentan sea la final.
Por eso no se entienden estos días de permanente desvarío, de locura, de frenesí del agravio, del ultraje a todo o nada, de la infamia en primer plano, de la afrenta y de la burla en cada centímetro, de los chismes como novedad periodística, de las patrañas como mercadería y hasta de la profanación.
• “Tensos cruces en el Senado por el polémico proyecto”
• “El gobierno en problemas para explicar el blanqueo”
• “Casi el 50% por la fuga de divisas fue en la gestión de Cristina”
• “Ahora quieren emitir dólares”
• “Proyecto oficialista para expropiar Papel Prensa”
• “Cierran con jueces K los tribunales en el Sur”
• “Denuncias de corrupción y peleas en el gobierno”
• “Las cuevas no operaron y el blue quedó en 9,80”
• “Más polémica por los muertos en La Plata”
• “Diez puntos oscuros de la polémica ley de blanqueo de dólares”
• “El blue en 10”
Y LA BÓVEDA
• “Peligro de lavado”
• “Nuevo y grave retroceso para la libertad de expresión”
• “Disparos contra Cablevisión desde un auto que iba por la autopista”
• “AMIA: 4 acusados presidenciables en Irán”.
• “Lavado: viajes bajo sospecha del hijo de Báez y su contador”
• “La salidera bancaria, un delito sin solución”
• “Derrota judicial de Moreno por la inflación”
Y LA BÓVEDA
• “Impacto en el gobierno por la bóveda de los K”
• “Cristina volvió a jugar con la idea de reformar la Constitución”
• “Un condenado por abuso salió libre y violó otra vez”
• “Macri impone una fuerte protección a la prensa en la Ciudad”
• “El subte suma otras 5 estaciones”.
Epa! ¿buenas noticias?
Y LA BÓVEDA
• “El gobierno intenta poner techo a los aumentos salariales”.
• “Se favorece a los delincuentes”
• “No se hace mamografía el 45% de las mujeres en el país”
• “Scioli bajo la presión financiera de la Nación”.
Y LA BÓVEDA
• “El dólar paralelo no frena: ya vale el doble que el oficial”
• “Volantazo decidido bajo presión”
• “Aprobaron el control político del Consejo de la Magistratura”
• “DecisiónK: un abogado de Lázaro Báez será ahora camarista en la Patagonia”
• “El oficialismo impulsa una expropiación para controlar Papel Prensa”
• “EL Banco Central intima a los que sacaron desde 5000 dólares en el exterior con tarjetas de crédito”
• “Wall Street cree que el blanqueo no evitará una devaluación”
• “El misterio de Alicia Kirchner”
Y LA BÓVEDA
Irrespirable. La única alternativa: cargar a la familia, pasaporte y a Ezeiza. Y a un lugar indefinido “porque acá, en este país, ni dólares podés comprar”.
Pero aún faltaba la coronación, en un domingo, en un domingo de sol: “Ante el terrorismo simbólico de Estado”.
Es un poco fuerte, Joaquín, “Terrorismo de Estado”, ¿te parece? ¿Cristina en mismo andarivel de Videla?...
“El país está flotando sobre una crisis institucional latente y peligrosa. La desataron funcionarios cristinistas que acorralan a los jueces y al periodismo independiente. Un conflicto entre el Poder Ejecutivo y el Poder Judicial es inminente. El grupo Clarín podría ser intervenido”.
¿Qué? ¿Quién? ¿Dónde? ¿Cuándo? No hay respuesta para ninguna de estas preguntas básicas de la redacción periodística y de todo aquel que no sea lo suficientemente estúpido como para tomar un delirio como posibilidad.
Nadie, nunca se había animado a tanto. Porque hasta un Julio Ramos confesamente de derecha y menemista entusiasta pudo colocar algunas de las tantas cosas desordenadas, en su lugar. Hasta aquel fanático defensor del libre mercado tuvo la capacidad de horrorizarse por el pacto militar/periodístico para lograr papel barato: “el Estado no exigió ninguna documentación técnica para admitir a los diarios como socios, lo que muestra la total complicidad del gobierno militar con los tres diarios”.
“Complicidad”, dice Ramos. ¿”Terrorismo de Estado” para Cristina, Joaquín, no será demasiado?
Y LA BÓVEDA
Y sigue el vehemente fundador del diario financiero: “En una de las reuniones, el representante de Clarín –o sea Magnetto- planteó su necesidad de hacer él un viaje a Europa con técnicos. Dijo Magnetto que el viaje, útil para la futura fábrica de papel costaría 50 000 dólares a pagar entre los cuatro diarios. La Nación y La Razón dijeron no tener plata para afrontar ese gasto porque estaban terminando sus edificios. “No tenían plata un gasto de 50 000 dólares y querían montar una empresa con una inversión de 50 millones”, se interroga Gainza, de La Prensa, en el libro de Julio Ramos. Y responde, casi sin que haga falta el autor: “Los tres diarios que quedaron prácticamente recibieron gratis la empresa”.
Flojos de papeles, les dice Ramos. ¿”Terrorismo de Estado” para Cristina, Joaquín, no será demasiado?
Volcaron. Algo debe volver la situación a un cauce de mínima cordura.
Porque ahí, en ese relato de negadores, cómplices y mercenarios hay una bóveda. Pero también hay estafas, mentiras, muertes, tumbas, preguntas. Y está Videla.
Y que la intervención, y que la bóveda y un pelirrojo que montado en la adrenalina de esa alucinación colectiva lanza: “La Presidenta es autoritaria y toma decisiones propias de una dictadura. Hay que ponerle un límite”.
Volcaron. Algo debe volver la situación a un cauce de mínima cordura.
Y ahí está Videla. El dictador que con su propia muerte anunciada nada menos que por Cecilia Pando, tuvo un último acto que, paradójicamente, puso cordura, borde, frontera, demarcación. Ahí está Videla. Muerto o vivo, con el efecto de que la sola pronunciación de su nombre haga que el frío te recorra el cuero.
Señores, Joaquín, mercenarios, mentirosos, socios, incautos, habladores, charlatanes, bóvedas. Ahí está Videla.
Y ustedes… ustedes verán donde están. Porque en esto, en esto sí que somos binarios.
Ahí está Videla y bien pero bien enfrente, estamos nosotros.

martes, 14 de mayo de 2013

Programa SF 66 - Sabina Sotelo y Raquel Witis - 11 de Mayo de 2013


Es escabroso.
por Mariana Moyano
Editorial SF del 11 de mayo de 2013 


Es escabroso. Agarrado con superficialidad, el destino seguro de lo que se diga será la bien pensante hipocresía que le hace gestos amables al progresismo, pero que al primer cachetazo de la vida real, sale a los gritos a pedir bala y mano dura. Es que quema. Es la famosa papa caliente. Sencillamente porque no es binario y porque aunque haya lados, no hay bandos: las vidas de cualquiera de las esquinas del cuadrilátero valen por igual la pena. 
Violencia institucional dice el rótulo formal. De eso se viene hablando hace bastante poquito; menos de lo que la historia de palazos, balazos, torturas y fusilamientos que recorre la vida cívica de nuestro pueblo merecería. No es sencillo el abordaje porque abre para incluir y es tanto lo que sucede y que le cabe a la definición que duele: la decisión de los 4 tiros en la Patagonia trágica, José León Suárez, la ESMA, Budge, Miguel Bru, el 19 y 20, el parto deshumanizado o el detrás de la sentencia por Marita Verón; vértices elegidos al azar entre miles de ejemplos posibles. A todo le cabe el sayo. A todo en lo que haya habido una orden nacida de la esquina que está ahí para cuidarte y que terminó hundiendo más aún a quien apenas saca la cabeza.
En el proyectil del arma reglamentaria cuando es a quemarropa y sin que sea la primera opción o en la saña del servicio penitenciario con el último orejón del último de los tarros se ve clarito. Y entonces vamos por el responsable, por el ejecutor, por el autor intelectual y por el jefe político. Se busca la orden, la oral o la administrativa y cuando se la encuentra se les dice a esos señores que el Estado no los quiere más entre sus funcionarios. Si la resolución es más o menos esta, la sociedad ha avanzado un par de casilleros en su juego por un poco menos salvaje.
¿Pero y cuando es más sutil, más sinuoso, más permitido, más aceptado, más obvio para el sentido común establecido, más contrariante, menos fácilmente deglutible? ¿Más complejo que como para quedar atrapado entre “era un pobre pibes” de un lado y “los derechos humanos de los delincuentes”, del otro?
A nadie le gusta que le afanen. A ninguna persona más o menos bien de la cabeza le parece una buena idea temer por su vida. A ninguno en su sano juicio le gusta que le maten un hijo.
No debería ser así, más vale. Pero con decir “no me gusta” (eso lo aprendimos en salita de cuatro) no alcanza para esfumarlo.
Hay una zona, como digo, escabrosa, ardua, tortuosa, áspera. Un espacio interno de casa sujeto y también propio de cada comunidad donde los blancos no son tan claros ni los negros tan oscuros. En ese sitio, en el de pensar con franqueza y con la complejización que merece todo aquello que a una Patria le dura más de 15 minutos, no hay espacio para los slogan fáciles. Ahí hay que arremeter y desmalezar y encontrarse cara a cara con la contradicción que implica soportarse a uno mismo.
Porque está la orden, claro que sí. Pero también –y sobre todo- está la naturalización, la justificación en vos baja, la aceptación de cabeza gacha, la resignación y todo el mecanismo cultural, político y también económico que permite y presiona para que así sea. Ese que hace que uno sienta que da la mano, pero que nos hace cada vez más y más y más de derecha.
Que a un pibe un oficial de la policía le vacíe el cargador cuando está oculto debajo de una mesa no suena como lo estrictamente permitido por la moral media. ¿Y si le agregamos al brevísimo relato el dato no menor de que el menor era un chorro de esos de fuste? Ahí puede que la cosa se relativice. Que “al cana el pendejo se la iba a dar”, que “era él o el delincuente”, que “bue, que se la buscó por meterse en la mala” y el grifo de las potenciales explicaciones ya no se cierra.
Que a un hombre se lo condene distinto por matar en iguales condiciones a dos tampoco cae muy simpático a una sociedad que se pretende justa. ¿Pero y si se coloca el aditamento de que uno no era trigo limpio y se lo iba a cargar al otro? Ahí, de nuevo, el prisma se modifica.
Y si a todo eso le agregamos tez morena, vocabulario tirando a pobretón y lleno de palabrita tumbera, pobreza de esa que queda estampada en la mirada y alguna villa como referencia, se completa el círculo. A ese, mínimo, cárcel. Y por lo bajo, el deseo inconfesable de que no esté más.
“¿Matamos a la gente que mata para que los demás sepan que no está bien matar? La pregunta se la hace Norman Mailer y es una buena pregunta. Ni qué decir de la práctica de exhibir el castigo de unos como espectáculo para los demás. Así somos, la humanidad civilizada presenció los últimos casos de ahorcamiento en plaza pública hace relativamente poco; ya estaba bien entrado el siglo XX cuando se registró el último, y al fin y al cabo que tanto avance ha sido la inyección letal, esa hipocresía aséptica que exhibe al condenado tras una vidriera ante el circunspecto público, que se acomoda en un teatrino para presenciar su muerte. Y qué tanta distancia va del antiguo penitente clavado en cruz al reo de hoy, atado con correas de cuero a una camilla con los brazos extendidos, también en cruz”, leí hace poco como reflexión de un personaje creado por la autora Laura Restrepo. Y me gustó. Me gustó por bien escrito. Me gustó por bien planteado. Me gustó por disruptivo. Me gustó por provocador.
¿Somos feroces –o alardeamos de que debemos serlo- en el castigo del que cometió un delito para hacernos saber lo que no se hace? ¿O, en realidad, somos implacables con el que nos resulta más accesible, porque hay un poderoso que nos cuesta atrapar y condenar y no podemos soportar la sola idea de que no haya nadie cumpliendo la pena que nos permite afirmar que ahí encerrado está el ejemplo?
Hay dos mujeres –hay más, hay cientos- pero hay dos que sin la alharaca de los quienes pierden más tiempo en pavonearse que en transformar que fueron por la difícil, que optaron por el camino más largo, el más escabroso, el más arduo, el más tortuoso, el más áspero; el en serio aleccionador; el único posible. Ellas violentaron el sentido más común y le hicieron Ole a la rabia más a mano. Minas tenían que ser.
“Tengo un hijo que es un héroe, ex combatiente de Malvinas. Otra hija, por suerte bien casada. La única oveja negra fue él. No tenía necesidad, pero robaba para dar. ¿Querías un yogur, queso, te faltaba algo? Ahí estaba él. Yo nunca le acepté nada. Lo sacaba cagando. Y busqué ayuda. Fui a un lugar donde había tres psicólogos para 140 chicos. ¿A quién van a curar así?”, dice Sabina, su mamá. Al Frente, a Víctor Vital, a ese pibe descarriado que afanaba para otros, un Héctor Sosa de uniforme lo fusiló sin dudar.
Hubo un tiro también para un Darío no tan Mariano, más chorro que humano.
A Mariano, lo mataron Rubén Emir Champonois de uniforme y con intento de pertenecer a la Metropolitana, lo fusiló sin dudar.
“Nosotros siempre dijimos que ni Mariano ni Darío merecían ser fusilados. Si alguien cometió un delito debe ser detenido y recuperado para la sociedad, sobre todo cuando hablamos de jóvenes. ¿Nadie es recuperable? Todos somos recuperables si hay voluntad. La vida es una sola. No hay víctimas inocentes. Los dos son víctimas”, se anima Raquel, la otra mamá.
El diario Clarín había titulado “Juicio por la muerte de un inocente” y muy chiquito, como si no importara, que mataron a otro chico que era ladrón. “Los medios –sigue esta madre con esa fortaleza que la hace parecerse a otras- alientan esa idea errónea que tiene la sociedad en la que prevalece el valor bien sobre el valor vida. Esto es terrible. Y de esto son culpables los políticos que han alentado este tipo de comportamiento. Yo recuerdo las palabras célebres de un gobernador que dijo: ´hay que meterle bala a los delincuentes´. Y en nuestro país no existe la pena de muerte. O no existe escrita. Pero existe en la calle todo el tiempo”.
Violencia institucional dice el rótulo formal. De eso se viene hablando hace bastante poquito; menos de lo que la historia de palazos, balazos, torturas y fusilamientos que recorre la vida cívica de nuestro pueblo merecería. Al Frente no se lo nombra. De Mariano pocos hablan.
Porque a la bala, con suerte, se la condena. Pero el problema letal es el acostumbramiento, el aclimatarse y esperar, el aguardar a que pase. Y la ingenuidad, esa bobería que cuando no es inocencia es, a secas, canallada, de pensar que más gatillo podrá parir sensatez, serenidad y armonía.


lunes, 6 de mayo de 2013

Programa SF 65 - Andres -El cuervo- Larroque y Adrian Grana - 4 de Mayo de 2013

Fue hace un mes.  
por Mariana Moyano 
Editorial SF del 4 de Mayo de 2013

Fue hace un mes. Fue hace nada. Fue como con todas las destrucciones: un tornado, los noventa, la dictadura. Fue igual con la inundación: vino rápido, parece que de sorpresa, arrasó, trastornó y cuando a uno se le fueron alejando del cuerpo los signos más evidentes del horror, tomó nota de que no quedó nada. O que si algo quedó, nada será lo mismo.
En Santa Fe, cuentan que fue igual, sólo que con afectados parece que más solos. Por aquellos días fue como si el agua también se llevara al gobernador. Se lo tragó. Se ve que esa vez también vio cosas, y que tampoco quiso ver.
Fue hace un mes. Fue hace nada, por lo que los balances pretendidamente acabados aún serían irresponsables o incompletos. Pero ya hay postales y hay algunas conclusiones flotando. Unas arrancan sonrisas y emotivas lagrimitas. Otras, directamente, susto.
A horas del agua, la imagen que más me había impactado –así lo comenté- fue la de ella calzada con sus botas negras de goma, sola entre el remolino del helicóptero y los más perjudicados. Con más oreja que palabra: un de igual a igual interesante de la Presidenta al que supo recurrir también cuando a Salta se le vino encima una pared de barro. Impacta, siempre, una mujer de taco aguja metida entre el lodo y sin parafernalia oficial. Impacta, además, porque no pierde autoridad, pero gana en ternura.
De todos modos, hubo otro gesto que me impactó muchísimo más. Salía de la casa de gobierno provincial y un racimo de micrófonos buscaban su palabra y luego de un par de respuestas cortas dijo, así, sin más vueltas “a trabajar, a trabajar”. Dos veces. “A trabajar, a trabajar”. No fue ni imperativa, ni autoritaria, ni exigente siquiera. Pero sonó categórica, rotunda, segura. Y más que orden, entonces, lanzó un convite, una invitación que sonó a desafío. “A trabajar, a trabajar”. Algo como… a ver qué pasa si trabajamos –digamos- dos veces, o sea el doble.
En aquella Santa Fe del sojero piloto de carreras, el silencio posterior al agua lastimó tanto como la tormenta. En esta oportunidad, a las ciudades de La Plata y Buenos Aires las ahogó el agua y –a esta altura ya es obvio- el frenesí inmobiliario. Pero salvo el empresario de paseo por la intendencia y la increíble chapucería de otro jefe comunal quien confundidísimo creyó que la construcción virtual seguía -como décadas atrás, a la misma altura del hecho- la dirigencia en funciones gobernantes no hizo demasiados papelones.
Fue hace un mes. Y como fue hace nada, es por eso que aún se oyen y se ven a miles de pibes –pibitos, de verdad, chicos- trabajando, dando una mano, compartiendo un mate, metiéndole garra a una pared con la lavandina, haciendo gala de las ganas de estrechar.
¿Por qué una jovencita de veintipico se levanta a las 5 y media de un sábado, se trepa a un bondi alquilado y canta hasta llegar a Tolosa para terminar fundida y sucia a las ocho de la noche y llegar a su casa con energía, apenas, como para pegarse un baño e irse a dormir? ¿Es algún grado de fundamentalismo que la mueve? ¿Un calado profundo del adoctrinamiento militante?... Cuánta pavada se ha dicho, ¿no? Cuánto pavote, calentito en su casa, con wi fi disponible las 24 horas y con espacio para decir y escribir lo primero que la bronca le habilite en su cabeza.
¿Por qué un pibe de 14, para el que la diferencia entre Azules y Colorados aún no es del todo clara y para quien el Operativo Dorrego no es siquiera un dato, está meta doblar ropa, cargar bidones y quitar basura todo el bendito fin de semana?
Mal que le pese al ex–periodista excedido en ego, no es por plata. Ahí no hay guita. Se nota. Él lo ve. Y por eso se lo calla. Ahí no hay mierda. Y por eso no le sirve como munición para apuntar y tirar. Ahí no hay sustancia para ellos; no encuentran la materia prima que necesitan esos dueños de la máquina de hacer veneno.
Por eso, quienes se mueven a través de una intuición menos tóxica, quienes no usan la ponzoña para vivir saben que ahí hay algo. Algo que no hubo, que no tuvo, Santa Fe. Algo que hace bien y que hizo falta.
Algo que conciben los años convulsionados, los años en movimiento, los años bulliciosos. Eso que, por definición, aniquilan los tiempos que ponen al poder popular entre paréntesis.
“Ramal que para, ramal que cierra”, es la frase que la tercera década infame marcó a fuego en la memoria colectiva. Pero fue mucho más que el slogan de una época: fue el tiro de gracia a eso público que siempre sostuvo a los muchos, mientras los pocos se hacían la fiesta.
No es una casualidad, entonces, que en los mismos tiempos en los cuales se intenta poner de pie a un Estado que asumió estar harto de ser el grandote del aula del que los piolas se burlan, germinen, nazcan y surjan ejércitos de hombres y mujeres jóvenes cuya más firme convicción es que a un hermano jamás se lo abandona.
Pero observar la gesta implica redoblar la responsabilidad y desde ese compromiso presentar el interrogante: ¿esta labor, este empeño, esta extraordinaria e inolvidable muestra de la más genuina solidaridad no tiene como contracara la triste evidencia de todo lo que aún nos falta para que los más básicos derechos ciudadanos estén a la altura de lo que nuestro pueblo merece? ¿Que la reconstrucción de una casa, de una vida y un alma azotada, debe depender menos de chicos de 15 (que conmovedoramente entregan hasta su físico) que de la eficiencia del soporte estatal?
El silencio, el destrato y el olvido de los siempre dispuestos a utilizar el éter, la tinta y la palabra para dinamitar en nombre de la repregunta, algo sugiere: si la respuesta gubernamental no hubiese estado mínimamente a la altura, el tamaño de la canallada disfrazada de denuncia republicana hubiera dejado poco en pie.
Pero -y justamente porque- la canallada ajena no debe ser la que otorgue medida a la vara propia, el ir al hueso y preguntar , el averiguar y querer conocer, el poner en cuestión para mirar más de frente no es hoy sólo necesidad, sino una actitud de respeto ante los que no están, los que perdieron en un instante el esfuerzo de una vida y los que no han hecho más que inventarle horas a sus días en pos de colaborar.
Fue hace un mes. Fue hace nada. Y en nombre de cierta coherencia y de la honestidad intelectual que suplicamos a diario, hago el ejercicio de volver sobre mis pasos, de releerme y de cuestionarme; de volver a situar un texto propio para que lo juzgue más el contexto que la coyuntura apurada.
Y a riesgo de repetirme, ahí pongo a disposición:
“Barrios enteros están en el centro del temporal. El Estado en toda su dimensión está en el ojo de la historia.
El Estado que como sociedad se organiza para la sopa y el té caliente; el Estado que como grupo se conmueve y actúa y dona y brinda su tiempo; el Estado que como estructuras de la política tradicional se convoca para ganarse el título de militante. Pero hay uno, un Estado funcionarial, gestionador y administrativo que, como pocas veces antes, está ante el desafío de demostrar que estos últimos años han empezado a ganarle a ese andamiaje de décadas, cuyo único objetivo fue carcomer el único esqueleto que sostiene a una República.
Hoy, la ventanilla, el mostrador, la normativa, el empleado, la resolución, la licitación y el expediente son la vidriera de 10 años. Tienen sobre sí el zoom de una cámara, pero lo que importa no es eso, sino que están bajo la lupa de un pueblo que merece, necesita que el retintín de la ineficiencia del Estado sea parte del pasado, una cantinela de la derecha interesada y el estribillo de la tilinguería.
No hay licencia ahora para fallar. No hay margen. No hay permiso. Ese Estado cascoteado y golpeado tiene ahora que levantarse y levantarnos, ponerse y ponernos de pie para exhibir que pese a que estuvimos desbordados, la Argentina está definitivamente sacando la cabeza.” 
Fue hace un mes. Fue hace nada.

viernes, 3 de mayo de 2013

Programa SF 64 - Cristian Alarcon - 27 de Abril de 2013

Ella o Vos.
por Mariana Moyano 

Editorial Sintonia Fina del 27 de abril de 2013.

No sé de dónde lo habré sacado. Pero a mí se me aparece así: es una señora entrada en años, aunque su experiencia se limita a lo que le contaron que es. Chilla bastante. Tiene voz de pito y el hombrito “qué me importa” es parte de su identidad. El ceño fruncido es su seña particular. Gruñe bastante y el “Qué barbaridad” le sale de su boca más seguido de lo soportable.
Claro, ella no tiene demasiadas responsabilidades, ni debe tomar decisiones que le cambien la vida a nadie. Y por eso su paleta de colores puede limitarse al blanco y al negro. Mira la realidad, la observa, con una prudencial distancia. Ella no se ensucia, no mete la mano. Hay otros que lo hacen por ella. Y le viene bien porque así puede andarse el día señalando y acusando de corruptos, de vagos, de atorrantas, de chorros, de drogadictos y de fascistas a todos los que hacen cualquier movimiento que no sea habitual en su limitadísimo universo.
Ella es cualquier señora de esas a las que uno ve darle a la lata. Pero ella es sobre todo la esencia del discurso moralizante sobre el que se monta toda la maquinaria, todo el rosario de lugares comunes que invade la cantinela diaria que, supuestamente, cuenta lo que, supuestamente, pasa en nuestra Patria.
Ella ES una persona. Ella ES muchas personas. Pero Ella es ante todo el cromosoma común de varios de los protagonistas de estos tiempos en los cuales llamarse a la calma es el deber político principal de quienes no desean que el hilo conductor sea sólo de dinamita.
Ella es un fumador televisivo que te dice “no hay justicia, idiota”. Ese que tuvo que dejar ir al periodismo porque el ego le había ocupado todo el espacio. Ella es la dama radial que amaneció el jueves con el lapidario “este es un día negro para la justicia”. Esa aristocrática mujer cuyos análisis políticos tienen la profundidad de una palangana.
Ella es un gobernante que se rasga las vestiduras para que en nuestro país reine el consenso mientras le mete palo, bala y golpe a cualquiera que se le ponga enfrente a su locura inmobiliaria.
Ella es una legisladora que te escupe, te tira un botellazo, te sacude a cautelares, te pide en la virtualidad de la red que te mueras, pero, eso sí, siempre con el pedido de diálogo a flor de labios
Ella es la razón de ser de los indignados moralizantes, los miembros del EIA, los Espíritus Indignados Argentinos, como los definió un no lo merecidamente celebrado Esteban Rodríguez, a quien ahora públicamente agradezco haberse ocupado de mis obsesiones cuando ellas sólo eran bienvenidas entre libros o entre amigos.
Ella es la razón de ser de los que niegan, aniquilan, destierran, desprecian y descuartizan a la política. Porque en ese territorio, en el de lo público, hay grises, hay lodo, hay sinuosidades, es decir hay un poco de todo lo que habita cualquier sitio que no sea solamente posible en el imaginario mundo construido por el deber ser. Ese que no tiene ni responsabilidades ni obligaciones en el mundo real. Y que cuando las tiene, ejecuta sus decisiones con bala o insulto.
Ella es la columna vertebral de los que se deglutieron la peliculita del decálogo, de los mandamientos, nacidos al calor de esa moralina que nada tiene que ver ni con la ética, ni con la lealtad, ni con el bien común, ni con la honestidad, ni con la integridad. Y se hace cuesta arriba no ser víctima del ardid, porque gracias a dos siglos de artificio ideológico nos presentan a los principios liberales como convicciones universales. Y te tiran con “La Moral”, y te tiran con “Los Valores”. Y te estafan. Y te dejan balbuceando.
Es que uno no se lo pregunta muy a menudo. No es que andamos con el interrogante en la cabeza y a fuerza de ejercitar el cuestionamiento adquirimos la capacidad de desterrar intereses afincados como verdades. No. Está todo ahí instalado y sabe cómo echar raíces para quedarse. Porque es como casi todo lo que es de derecha: queda parapetado, erigido como natural, como obvio, como lo único posible.
Les pasa a los putos, a las putas, a casi todos los musulmanes, a ciertos judíos, a algunas mujeres, a varios intelectuales, a la mayoría de los militantes, a casi todas las travestis, a todos los pibes pobres y, últimamente, también a los kirchneristas. Se ha hecho costumbre, moda, casi obligación rutinaria arrojar motes de nazi, de indigno, de autoritario, de montonero a casi todo lo que intente correr la vara de lo posible. Y si la descalificación no es lo suficientemente contundente, arrojan con piezas de otro calibre.
El guión se escribió a cuatro manos: dos ponen en cuestión la propia razón de ser de la democracia, eso sí en nombre siempre de la República. Las otras, braman desde la modalidad gurka y acusan a cada parpadeo oficial, de golpe de Estado. La cereza del postre es el señor enojado y mal hablado que muestra algunos papeles de poca certeza y mucha sospecha. Y el círculo se cierra con la protección ya grosera al empresario de paseo por la intendencia.
¿Por qué funciona? ¿Por qué diputados y senadores deben perder tiempo en explicar que poseer la mayoría de los votos no es un acto delictual? ¿Por qué hay tanta oreja receptora de la acusación de ladrón? ¿Por qué media presunción vale más que un argumento?
¿Por qué para esa República de fantasía es más limpio y más puro indignarse sin política que participar y –muchas, las más de las veces- asumir el riesgo de ensuciarse?
Desde el periodismo mandamás porque, como lo escribió hace ya un tiempo Esteban Rodríguez, no quieren aportar información sino “emoticias, datos que no se disponen para la comprensión sino para la emoción. No interesa tanto estar informado como tener sensaciones sobre lo que transcurre diariamente. El periodismo en tanto estado de ánimo terminó adoptando un punto de vista temperamental sobre los acontecimientos”.
Desde los partidos alfiles del poder mandamás, porque lo último que quieren es el avance ciudadano. A lo sumo, consumidores. Dormiditos, anestesiados, aceptadores seriales de la estafa vestida de libertad cambiaria, protestones por las dudas y desconfiados del de al lado. Quieren que Ella, esa moral berreta de los valores impuestos, esté por encima.
Porque la prefieren a Ella, a esa larga lista de moralizaciones hipócritas y mentirosas. La prefieren a Ella, antes que a Vos.