domingo, 27 de octubre de 2013

Programa SF 90 - Ingrid Beck y Julieta Otero - 26 de Octubre de 2013


Mámitis Matrix.
por Mariana Moyano
Editorial SF del 26 de octubre de 2013.

Tengo una pésima costumbre que la computadora me reclama habitualmente: dejo las ventanitas de Windows abiertas y suspendo en lugar de darle apagado al aparato. Creo -me creo- que así puedo tener todo lo que necesito a mano cuando vaya a buscarlo. 
Esta semana, la cultura oficial me jugó una mala pasada y entre informes de la Sociedad Interamericana de Prensa, coberturas de los medios dominantes sobre el choque del Chapa 1, el video con la musicalización del memorable y emocionante “Vengo a proponerles un sueño”, las encuestas y las tapas de diarios de los últimos cinco comicios estaba -mezclada entre tanta intelligentzia, tanto ejemplo de mujer informada, tanta comprobación empírica de cabeza en seiscientos datos distintos- la receta escandalizadora: la de la masa para modelar, elaborada con el ingrediente secreto que la hace perdurar en el tiempo: el Cremor Tártaro.
¿Qué hacía eso ahí? ¿Cómo había llegado esa fórmula a una de mis invaluables ventanitas? ¿Cómo es que supe y mantuve en mi memoria, para luego googlearlo, el nombre de un artículo denominado “Cremor Tártaro”, algo que suena más a la Roma de Julio César que a producto de casa de repostería?
¿Era una frustración, una claudicación o una demostración de lo que una amiga llama las “mujeres –y por ende cuando llegan los hijos, las mamás-helicóptero”? Esas féminas –insoportables- que deben sobrevolar todo -y cuando digo todo, es todo- lo que les cae en sus vidas, cabeza y hacer; esas que de reojito van controlando las acciones con un estándar de exigencia altísimo; esas tan parecidas a quienes conozco; esas tan iguales a mí; esas tan yo que pocos, muy pocos, aguantan.
Antes de espantarme, por suerte, se me vinieron a la cabeza tres mujeres a las que –por generosidad de la vida, la política y la profesión- conozco y que me han ayudado a identificarme, auto conocerme y reírme de mí: una periodista talentosa y ácida como pocos seres humanos; una actriz perspicaz y amorosa y una dirigente lúcida, aguda y detallista.
Una es fundadora de la primera gran publicación que se le animó a Clarín, Barcelona, la revista que nos permite burlarnos de nosotros mismos y a la que la derecha que está después del último muro que queda a la diestra no quiere permitirle un día más de sobrevida; la otra es la creadora de un blog primero y de una micro serie después, y quien, con Roxi a la cabeza, le permite, desde la maternidad, explorar las zonas bien pensantes y políticamente correctas de una Argentina entera; y la tercera es, nada más y nada menos, que quien nos gobierna, una que se lleva puestos a varios de los moldes preconcebidos y en los cuales hay que caber si una no quiere quedarse fuera de algún patrón y andar como una paria, puta ambiciosa y desamorada. Madres, las tres, con escritura de libros en su haber y con una reflexión profunda sobre ese rol tan poco natural como es el de madre y al que –a fuerza de cultura- le han (¿hemos?) naturalizado su supuesta –y mentirosísima- naturaleza.
El mundo mami ayuda.
A volvernos locas.
A que creamos, convencidas, segurísimas, de que un día como hoy, vedado a la campaña, es el ideal para hablar de madres, de maternidad, de hormonas, de mujeres y de lo que se espera de nosotras cuando los hijos llegan. Porque, se supone –nos hacen creer, nos convencen, nos hacen estar seguras de- que la maternidad pertenece al mundo de la biología, que allí la política no mete la cola; que en ese territorio todo fluye porque se desarrolla, sin siquiera convocarlo, el lado animal; porque es fácil el mundo de la teta y los olores; y porque el amor es inmediato al parto.
En esa trampa ideológica se ha cimentado toda la civilización occidental desde el día cero. Meternos de cuerpo entero en la mámitis matrix y llevar a la hoguera a la que ose sugerir la mega invasión cultural que implica el planeta bebé. Pero como algo hemos podido avanzar, sabemos de qué va la operación, nos dimos cuenta cómo es el tráfico ilegal de ideología de esta construcción. Por eso hoy vamos a transgredir una vez más. Vamos a violar la veda. Vamos a hablar de política. Hoy vamos a hablar de la maternidad.
Si hay un terreno invadido por la ideología dominante, chorreado de uniformidad, contaminado hasta el tuétano por un deber ser de color rosita pastel y que oculta, tapa y niega cuán desértico es lo real, es el discurso de “LO” maternal.
Te tiran con decálogos que, al ser tan pero tan imposibles de cumplir. La frustración es doble: por el pobre hijo o hija, a quien le tocó ésta incompleta madre, y por no ser esa mujer que proponen los mandamientos revisteriles. Buscás una pequeña respuesta, al menos, una brújula que a alguien te sobre, y te tiran con munición de este estilo:
Sal siempre que puedas de la rutina.Deja de hacer tareas que no son importantes y de cumplir compromisos no prioritarios, para dar a tus hijos más de tu tiempo.
Combate los pleitos entre hermanos. Enseña a tus hijos a dialogar, a negociar, a ser generosos y a resolver con tranquilidad sus diferencias.
Date tiempo para descansar de la maternidad.Tómate cuando menos 20 minutos diarios para ti misma, para hacer las cosas que te gustan, sin pensar en tus obligaciones de madre.
Nutre tu matrimonio.Entre más feliz es una mujer en su matrimonio, mayor es su capacidad para ser buena madre.
Cultiva la amistad con otras mamás.Busca actividades que puedas compartir con otras mamás de edad similar a la suya, con hijos de la edad de los suyos. Es fácil encontrarlas entre las madres de los compañeros de tus hijos.
¡Qué lindo todo!...
¿Cómo?
Sos mamá y te estampan la ñata contra la vidriera de las kepinas y las wawitas y la lactancia sencilla y armoniosa y para eso no te alcanza; contra la del puerperio de la depresión imperceptible con un descenso de peso a velocidad de tren bala y a ella no llegás; contra la de la vida en pareja y de la rutina sexual que no ha sufrido modificaciones y no sabés de qué te hablan; contra la de mujeres que logran mantener los horarios de Pilates, spinning, cafecito con amigas y lectura, y ya casi que ni te acordás de qué era eso.
Y como siempre te falta algo, el único resultado es la frustración, los kilos, el resentimiento y la pregunta de si acaso en algún microsegundo de la etapa que se inicia estarás a la altura, no sólo de esa pequeña vida que amás más que a la tuya, sino de alguno de los mandatos tatuados a fuego en el imaginario colectivo.
Pero hay remedio, porque bien a mano está la pastillita roja, la que gracias a militar, deconstruir, decodificar, desarmar y conocerle el engranaje a la operación, te sigue sacando fuera de la máquina, te salva de esta Matrix repleta de tetinas, apósitos, ibuprofeno, barbies e interrogantes educacionales. Porque si hay un campo, un terreno, donde gobierna y oprime ese discurso que llamamos único, dominante, hegemónico o todopoderoso, es en el cual el teleobjetivo apunta a las mujeres, sus panzas y la crianza del fruto del amor.
Ingrid Beck es categórica y hace de la incorrección política una bandera: “la maternidad es una dimensión desconocida. Está buenísimo, pero es arduo. Lo peor de la maternidad son los demás. Tuve dos varones y cuando terminé de parir al segundo ya me preguntaban: ¿Y la nena? Y lo hacía gente cercana, profesional, de izquierda. A la madre profesional se la sigue mirando como ¡qué estás haciendo acá que no estás cuidando a tus hijos! El subtexto es ése, no te lo dicen directamente porque queda demasiado conservador”. Y va por más: “Es una situación que no me parece en absoluto ideal, odio estar embarazada, la paso mal, no tengo ningún trastorno, simplemente me hace mal tener un alien adentro. El mayor aprendizaje del embarazo es saber que las cosas feas terminan”.
Dice “Ya está. Ya nació. Y, como esto es lo más importante que te pasó en la vida, tenés que ser feliz. ¿Qué pasa? ¿Te duelen los puntos y no te podés sentar porque te salió una sandía de adentro hace 24 horas? ¿Te molesta el tajo que te hicieron en la panza y te duele cuando sonreís? ¿Estás sentada en un aro de goma que parece el asiento del inodoro? ¿Tenés las tetas como dos rocas impenetrables y te subió la fiebre a 39 y medio? ¿O tenés los pezones lastimados y cada vez que la pequeña novedad succiona te querés morir? ¿Te sentís horrible?¿Se te cae el pelo y estás gorda como un cerdo?¿Llevás un día entero sin dormir? ¿Te sentís un fenómeno de circo? No importa, querida, fuiste madre y tenés que ser feliz. No importa que no le importes a nadie. No importa que la gente pase por delante tuyo y ni te pregunte cómo estás. Ni que no te puedas sentar y a nadie se le ocurra ofrecerte un mísero almohadón. Ni que tengas hambre y no haya nada para comer excepto dos docenas de bolas de fraile. Ni que mueras de sed y no te alcancen ni un vasito de agua. Ni que tu casa esté invadida de gente que habla a los gritos y que supuestamente viene a ayudar pero en verdad espera que le cebes mate. No importa que hasta hace un día todo el mundo estaba pendiente de vos y ahora no existís. No importa todo eso. Tenés que ser feliz”.
“Hay cuestiones fundamentales que por resentimiento, amnesia temporaria o necesidad de preservación de la especie nadie te cuenta. Ni tu mamá, ni tu mejor amiga que tuvo un niño antes que vos, ni los autores de libros de éxito. Todas esas cosas ahora se resumen en la palabra “esto”. Nadie te lo cuenta como realmente es. Por piedad o sadismo, te lo ocultan”.
Julieta Otero también es concluyente: “El progresismo y la maternidad no pueden ir nunca juntos. Son como el amor para toda la vida o el cigarrillo sin tabaco: algo fantástico pero que todavía no se logró. Me di cuenta de que si yo fuera una Mami Común y Corriente, mi vida sería más práctica, no sufriría tanto y estaría más flaca, tendría el pelo más grueso y amigos mejores de los que tengo. Es más, si yo fuera una persona común y corriente sería muy feliz.
“Hay que comprendernos, digo, Porque nuestra vida es muy sufrida. La Mami Progre sufre, luego existe. Somos parientes cercanas de la Mami Judía, pero más actuales. Además de los chicos, la mochila del colegio y nuestros papeles del laburo, tenemos que cargar con la mochila de contradicciones más grande que se haya visto en la historia de la humanidad”.
“Progre: Apócope de progresismo o progresista. En un sentido despectivo, izquierdista de salón. Si a la rockerita de barrio o la joven troska le hubieran dicho en su momento que de grande se iban a transformar en progres, se hubiesen vomitado entre sí. Porque si hay algo que NO nos identificaba a las chicas bravas era la palabra progre. Progre es light, es como un yogurt que se toma para acelerar el tránsito ideológico. Progre no te da ´revolución’, ´lucha´, ´anarquismo´; te da más bien ´multiespacio´, ponele”.
No es fácil. Es obvio. Ni tenerlos, ni criarlos. Ni saber qué y cómo hacerlo. Porque, encima, día a día, semana a semana, mes a mes, Día de la Madre a Día de la Madre te avasallan, te amasijan, te atormentan con qué cuernos hay que hacer para estar a la altura del rol.
La revista Viva, con que “muchas infidelidades del marido se inician con el puerperio”. La Bazaar Argentina de Harpers, con la propuesta de que tus hijos sean “exprés” y te hagan regalos superiores a los $750 pesos a través de los e-shops. Vanidades, con 47 regalos top para tu día y en la imagen que ilustra la nota sobre “Los nuevos desafíos de la maternidad”, ni la mami, ni la niña que están cocinando con harina se han ensuciado. Y en la publicación de Susana Giménez… ¿qué decir? Si bajás de un Valentino, tus hijos no te quieren.
La pelea es desigual. Básicamente porque le dicen “no política”. La presentan natural.
Pero me gusta (me esperanza) pensar que las mujeres polirrubro podremos un día ir por la vida un tantín más relajadas y que no será cosa de otro planeta la combinación de los mundos. Como le pasó a una presidenta de un país rarísimo, que en febrero de 2010, mientras veía como remontaba el desastre de las urnas e imaginaba los festejos del Bicentenario, pudo escribir el prólogo de la re edición un antiguo libro del brasilero Monteiro Lobato que ella amó de niña: “Las travesuras de Naricita”.
“Y aquí estamos –dice ella-. No sé si éste será mi último encuentro con estos niños entrañables; si los hijos de mis hijos leerán libros o serán definitivamente atrapados por Internet. No lo sé. Espero que no, por ellos: se perderían el placer indescriptible de abrir un libro y no saber qué van a encontrar; a imaginar a fantasear. Se perderían las sensaciones que provoca atravesar esta vida, construyendo utopías y abriendo caminos, que parecían definitivamente cerrados para nuestro país y nuestro continente. Por eso, espero, nuevos encuentros, Por ellos y por nosotros. En definitiva, por todos”.
Y ya que la mencionamos. Aprovechemos. Vamos a trasgredir una vez más. Vamos a violar la veda. Vamos a hablar de política. Hoy vamos a hablar de la maternidad.

lunes, 21 de octubre de 2013

Programa SF 89 - Daniel Filmus - 13 de Julio de 2013


El medio pelo versión 2013
Por Mariana Moyano
Editorial SF 13 de Junio de 2013

Sin ninguna sutileza en el análisis, sin cuidados ni atenciones y aceptando que son juicios que se parecen a pre, se lo puede aglutinar en un doñarosismo tilingo cuyo masoquismo es tal que el síndrome de Estocolmo parece un problemita menor.
Son pelagatos a punto de caerse, sostenidos por el mismo Estado al que apedrean y castigan con todo lo que tienen a mano.
Son señoras llenas de bolsas de shopping que creen que ahora tienen fondos para destrozar la tarjeta de crédito porque su talento individual se los permite.
Son jóvenes que piensan que ellos y sus viejos pueden ahora vacacionar y pagar una universidad privada que les estaba vedada antes de 2003 porque nadie les reconocía su capacidad personal de desarrollarse.
Son tacheros que juntan peso por peso para llegar a fin de mes con la cuenta del alquiler del auto pero que vociferan sobre el intervencionismo, los límites a la fiesta del dólar, la estatización.
Son los que se dicen hartos de autoritarios en twitter, Facebook, la calle y las cadenas de mails, pero a quienes cuando uno intenta plantear su punto de vista lo menos que te dicen es chorra.
Son amas de casa en la lona hasta que salió una jubilación para ellas, pero que no se cansan de cuestionar la recuperación de los fondos de las AFJP.
Son los que dicen que Cristina se gasta la “plata de todos”, las reservas, en carteras, pero que sostienen que el Estado no somos todos, sino apenas el gobierno nacional.
Son los pibes que repiten como loro cuestiones sobre el republicanismo pero que en su vida abrieron un diario.
Son damas y caballeros de sala de espera de consultorio que se quejan porque con la plata de los jubilados se regalan: netbooks a “menores” que no lo merecen porque seguro que terminan chorros, planes a quienes no quieren trabajar y derechos a esas negritas que apenas si saben limpiar.
Son cualquiera de los que andan por ahí, con quienes uno se cruza y a partir de los cuales hemos aprendido en carne, cuerpo y cabeza propia lo que es respirar profundo para evitar la trompada directa en el medio de la jeta ajena.
Son despreciables, pero votan… y ganan.
En la universidad, los que saben de Gramsci te lo explican muy bien: es la ideología dominante, esa que opera haciendo de cuenta que no existe, pero que está arraigada como raíz de ombú al espíritu argentino. “Las ideas dominantes de una época son las ideas de la clase dominante de la época”, dice la definición de manual de un par de barbudos anteriores al italiano que nos explicó cuánto de político tienen lo cultural.
Uno lo ve, lo entiende y es tal la revelación que comprende cabalmente cómo puede ser que el último de los orejones del último de los tarros suponga siquiera que un ricachón tatuado, un oportunista de la semántica, un liberalote garca al que no se le entiende cuando habla pueda ser el que lo va a salvar. 
Es un pensamiento político con un corazón que jamás deja de latir porque tiene una característica propia muy particular, única y distintiva del resto: no se define ni en un sitio ni un momento. Juega con símbolos mentirosos, con espejitos de colores vuelto calendario escolar, con hechos que jamás pasaron pero que se (los) han vuelto naturales. Es difuso, un palo enjabonado con asentamiento territorial hoy en la ciudad de Buenos Aires y en un par de intendencias que se creen Disneylandia, pero que corre como agua por los resquicios que quedan, que uno deja o que ellos mismos abren.
Son cualquiera, son individualidades y apenas si les gusta reunirse para quejarse amontonados. Y son despreciables. Y a veces, sí, dan asco. Y poseen el más grave de los analfabetismos, el político, al decir de Brecht. Pero votan… y ganan.
Pero, y si son tan obvios como sabemos que son, tan frívolos y livianos como les salta a la vista, tan fácilmente rebatibles sus argumentos, ¿por qué no les podemos ganar? ¿Por qué no les podemos ganar y nos generan un inconveniente con su sentido común que no nos provoca la derecha recalcitrante pura y dura? ¿Qué tienen? ¿Qué hacen? ¿Qué son?
Tienen el credo en que ha sido encorsetada la historia de la Argentina como República. Reducen la mayor de las complejidades políticas a un slogan bien digerible y que no le gane en dificultad al del jabón en polvo. Y lejos de ser los héroes y protegidos de la lógica imperante, son la bala con la que dispararán contra ellos mismos.
América es, para ellos, la del Norte y se derriten ante ella. La Latina, puaj, los asquea. Barak Obama es el jalón: en su país, en ese país, en EL país, un afroamericano puede llegar a lo más alto. “En cambio, acá, en el sur de los confines, en el lado B de la historia, esas cosas no ocurren”.
_ ¿Qué? ¿En Bolivia? ¿Qué un indio en Bolivia llegó a presidente? ¿Y eso qué tiene de particular? Si son todos salvajes. Por eso ahí eligen a un representante de un sector siempre marginado.
_ ¿Que es como con los negros? No, no es lo mismo. Es bien distinto. Una cosa es un indígena y otra, alguien de tez oscura. Nooo, no es lo mismo.
Porque Obama no es negro, es afroamericano. Así como Berlusconi, que no es un ricachón obsceno, sino un exitoso empresario excéntrico. Y como Merkel, que no es ni déspota, ni opresora, sino una mujer que sabe, que conoce, lo que es la autoridad.
_Y si ellos, que son personas cultas, que por algo han llegado ahí, deciden que un avión por sus rutas no pasa, ha de ser por algo. Además, ¿dónde se ha visto que un aymara ignorante y primitivo ande piloteando por los cielos de Europa?
Son cualquiera, pero andan de a miles. Y miran, y oyen y leen. Y, sobre todo, repiten. Y ganan.
Hay que darlo vuelta como a una media. ESA es (y no la que hace cierta lectura berreta, propia y ajena) la batalla cultural. De esa pelea se trata. Y justamente por ello es que da tanta, pero tanta risa escuchar a esa gilada hablando de “gobierno hegemónico”.
Fernando Braga Menéndez es un tipo divertido, agudo y con gran olfato. No reniega de su San Isidro y porque lo recorre, lo vive y lo padece es que los radiografía como pocos. Conoce a la tilinguería porque mira a los ojos, habla y se codea con sus representantes. Con esos miembros de zona Norte que tanto, pero tanto, tanto cerebro y perspectiva comparten con los de algunas ciudades autónomas. 
Se le animó a la poesía y ahora a la novela y en algunas de sus páginas desliza punzante esta descripción sagaz:
“Los ciento setenta millones de clase media que suman entre varios países (de América Latina), crean opinión pública a través de un grupo que los representa en la sociedad (periodistas, funcionarios, intelectuales, artistas, opinadores, ejecutivos, conductores de tv, psicólogos, jefes y gerentes, publicitarios, profesionales y comerciante notorios…) no tienen una clara conciencia de cuál es el verdadero papel que cumplen respecto a los de más arriba pero, con convicción y orgullo, custodian al brazo partido los ´valores´ que les han hecho creer que están defendiendo: la dignidad, la decencia, la honestidad, la moral, la gente de bien y la justicia. Parecen muchos porque participan activamente y los medios multiplican su imagen, pero son realmente una minoría. Llegan a sentir respecto a los de arriba y en su imaginación, hasta una complicidad de clase.
Es probable que algunos ni lo imaginen, pero concretamente se ganan el pan y algunas prebendas extras por defender la desigualdad con todo tipo de explicaciones y pretextos”.
Son cualquiera, son individualidades, son despreciables. Y un tal Jauretche los delató:
“Y se envenenan contra el país. De ahí esa expresión ya clásica: "Este país de mierda..." Es una actitud disminuida; están acechando los baches de la calle, el corte de luz o de agua corriente, la falta de horario del transporte, el vidrio o la ventanilla rota, para dar satisfacción a su masoquismo. Hay algunos que llegan a tal extremo que parecen desear que su mujer los engañe para poder decir que los argentinos son cornudos. (…) Si por casualidad hacen un viaje al extranjero, en sus comparaciones del retorno nunca recuerdan aquello en que estamos en ventaja y sí, todo lo que en la comparación no es desfavorable. Y nunca buscan como término un país de nivel aproximado al nuestro. Siempre el modelo es uno de primera línea.
Estaba mal el guarango que utilizaba como medida de cotejo internacional el bife a caballo. Pero entre este y el tilingo, lo positivo para el país era el guarango.
Para esta gente la opinión que importa sobre lo nuestro es la del periódico extranjero. Lo que diga “Financial News”, el “Times” o el “New York Herald” y hasta “Pravda”, sí es desfavorable. Jamás se les ocurrirá pensar que el punto de vista del acreedor es distinto al del deudor, y el del país dominante, al de dominado, y que lo más probable es que lo que esa prensa condena por eso mismo puede ser lo conveniente desde que el interés es opuesto”.
Son cualquiera, son individualidades, son despreciables. Son obvios. Son el medio pelo. Pero generan pregunta. Porque votan… y ganan.

domingo, 13 de octubre de 2013

Programa SF 88 - Maria Teresa García - 12 de Octubre de 2013


La jefa(tura)
por Mariana Moyano
Editorial SF del 12 de octubre de 2013.

Para que nada ajeno a la más estricta y formal razón se cuele en lo que se supone es el devenir de los acontecimientos y sus posteriores reflexiones, digamos que fue única y solamente el azar lo que me hizo marcar ése y no otro número telefónico. Resultó la interlocución adecuada: poseía la cercanía necesaria con la Presidenta -como para conocer los detalles- y, por razones familiares, sabía datos sobre la intervención quirúrgica que otros no.
La información que me brindó era lo bastante prudente, como para no acercarme nada que yo no debiera conocer y, al mismo tiempo, lo suficientemente precisa y específica como para poder respirar con cierto grado de tranquilidad. Así que suspiré, algunos fantasmas volvieron a los rincones de los que no deberían haber salido nunca, y la dosis de alivio que avanzó sobre el ambiente le ganó al pánico inicial.
Pero me quedó rondando una idea que no sólo no podía quitarla de mi cabeza, sino que no me atrevía tampoco a comentar. No quería que me acusaran de haberme transformado en la persona más frívola, superficial y banal de todo el periodismo argentino. Hasta que hace dos noches me animé; lo dije entre mujeres, en esas conversaciones que sólo conoce el género femenino y que van desde el más sesudo análisis político a la frase más trivial, sin perder en el camino nada de lo genuino.
“Se los voy a confesar”, les dije. “Les va a parecer una tontería y les pido que no me insulten ni me acusen de ridícula, pero cuando confirmé que se trataba de una operación lo bastante sencilla como para no espantarme, me sobrevino otra preocupación: que podían pelarle un pedacito de la cabeza”.
Aunque fueran un par de centímetros, no importaba. Con lo coqueta y cuidadosa que ella es, con lo detallista y puntillosa que ellos saben que ella es, lo primero que imaginé fue una foto. Otra, del mismo estilo y con el mismo sabor a morbo y ruindad que esa que dio la vuelta al planeta en la cual se le veían algunas imperfecciones en la piel de su rostro. Las mismas de cualquier ser humano de esta tierra pero que, al ser las suyas, iban a ser blanco directo de una vil herramienta de la política editorial como es la partición de imágenes. Y con el único objetivo de que esa cara sin maquillaje chocase de frente con una fotografía suya en la que se la viera impoluta. Pensé en las burlas, en la sorna de esos espacios virtuales que desde el escondite del anonimato destilan las pestilencias más inmundas y que los diarios -que se dicen plurales- bautizan con el inocentón y cínico nombre de “espacio de comentarios”.
Proyecté su imagen de espaldas, con una venda sobre un rincón de su cabeza y un círculo rojo dentro del cual un zoom ampliaba, a la fértil imaginación de los más soeces, la información de que allí, en ese pequeño rinconcito de su cuerpo, su cuidada cabellera había debido ser cortada. Conjeturé chistes de pésimo gusto en las redes sociales, vislumbré analogías insultantes y sospeché lo peor de esa parte de la Argentina que la odia.
Pero, para que nada ajeno a la más estricta, pura y formal razón se cuele en lo que se supone es el devenir de los acontecimientos y sus posteriores reflexiones, digamos que, nuevamente, fue el azar el que hizo que en esta intervención no hiciera falta ningún tipo de corte a cero. Escuché por ahí, al pasar, ese dato menor. Lo chequeé y lo celebré –sola primero- con una sonrisa de triunfo, de esas que hacen que la boca se vaya de costadito y uno adquiera rostro ganador.
Lejos de burlarse, mis interlocutoras me revelaron al unísono que a ellas también les había preocupado lo mismo. Y pensé: qué bueno es este momento para las mujeres que nos declaramos feministas, porque no tenemos ninguna necesidad de andar por la vida haciéndonos las feas para sugerirnos más inteligentes. A la vista está –y vaya cuánto- que ninguna mella le hacen al razonamiento brillante los tacos de 15 centímetros. Parece obvio, pero no fue hasta hace muy poco -hasta ella en el más alto escalón institucional- que la belleza y el gusto por el cuidado personal dejaron de ser sinónimo de tonta o de gato.
Y celebramos, reverenciamos con ganas que no se les hubiese abierto una hendija a las hienas y a los buitres que buscan carroña porque no saben qué otra cosa hacer.
La foto que había inaugurado mi temor es aquella de la agencia DyN, donde se la ve con anteojos oscuros y sin maquillaje. Y que, con toda la malicia de la que alguien es capaz, fue estampada en los diarios y revistas que más la detestan. La usaron como trofeo de guerra. Y, es verdad, no la favorece esa toma.
Pero de lo que no se percataron los envenenadores de la esperanza, es que allí mismo ella hace un gesto con la boca, una mueca que si uno mira bien, le pasa por encima a las imperfecciones de sus mejillas: tiene los labios apretados, como conteniendo el temor, y logra una boca infantil, de niña asustada, de mujer frágil. Y muestra, entonces, todo lo que ellos dicen que ella no es.
La usaron, la reiteraron, la aumentaron. Empalagaron con esa fotografía. Al punto que el diario argentino La Nación llegó al colmo del cinismo al escribir en tapa: “Una de las obsesiones estéticas de la presidenta es el maquillaje. Si se preocupa por maquillar su rostro en exceso es para ocultar el problema de rosácea que afecta su piel. (…) Por eso llamó la atención la fotografía que se le tomó ayer minutos antes de su internación: allí se la ve con el rostro libre de maquillaje y con las secuelas de la rosácea a la vista”. El título de la maldad fue “Un rostro que llamó la atención”.
¿A quién le llamó la atención qué? ¿Qué fue lo que a La Nación le llamó la atención? ¿Llama la atención la fotografía, como indica el diario, o la desvergüenza de tomar una imagen así y hacerla girar alrededor de la Tierra? ¿Les provoca sorpresa que una mujer, a la que le van a taladrar el cráneo, llegue al sanatorio sin rastros de maquillaje? ¿Qué hubiesen sostenido de una persona que está por enfrentarse a un aparato que la abrirá la cabeza y que llega absolutamente cubierta de base, rímmel y lápiz labial?
¿Qué otro adjetivo hubieran agregado a la larga lista?
Porque ¿qué cosa no dijeron? ¿Qué les quedó por afirmar? además de…
- Que “No es la política sino la enfermedad lo que cambia el destino de los Kirchner” (Joaquín Morales Solá)
- Que “Cristina “escapó” de la Favaloro” (Perfil)
- Que Argentina está ganada por la “incertidumbre”
- Que Vivimos un “momento crítico” en un “país precario y provisorio”
- Que “El deterioro político es lo que está detrás de la enfermedad” (Eduardo Van der Kooy)
- Que “Hay un hematoma oficial, uno blue y un hematoma 678” (Clarín)
- Que “Hay un enorme telón que oculta la actualidad” (Eduardo Van der Kooy)
- Que “A la Presidenta se le habría detectado una afección en el lóbulo frontal, conocida como síndrome de Moria, cuya principal manifestación es la desinhibición” (Carlos Pagni)
- Que “Se abre una etapa de reordenamiento del poder” (La Voz del Interior)
- Que “La incertidumbre reina en la Argentina”
- Que “La presidenta padece un trastorno mental” (Diario español ABC)
- Que “La falta de información agrava la enfermedad” (Clarín)
- Que “Hubo ocultamientos y suspicacias” (La Nación)
- Que hay dudas sobre el rol de Boudou
- Que hay “Un misterio detrás de un golpe que no se informó”
- Que “Se oculta la fragilidad para conservar el poder”
- Que “Los achaques de su cuerpo son el agotamiento de su política”
- Que la Presidenta se recupera pero en medio del “oscurantismo” (Diario español El País)
- Que hay sospechas e incertidumbre
- Que “Hay un cerco informativo que emula al chavismo” (La Nación)
- Que “Hay dos presidentes interinos”
- Que “Cristina Kirchner fue edificando un gabinete que depende exclusivamente de ella. Y que Es ella o la parálisis” (Morales Solá)
- Que “Ella es el centro de un cosmos cuyo orden depende de que todos los signos le estén subordinados” (Sarlo)

No hay que ser demasiado sagaz, ni muy astuto para darse cuenta de dos cosas: una, que al versito de la falta de libertad de expresión le chorrea mentira por los cuatro costados; y dos, que la quieren cercar y mostrarla sola. Sola y loca.
Recordemos. Vienen de lanzarle que está “ausente”, “en shock”, “alterada”, “caprichosa”, “histérica”, “inestable”, “golpeada”, “eufórica”, “deprimida”, “medicada” …y sola.
“Cristina Kirchner fue edificando un gabinete que depende exclusivamente de ella. Es ella o la parálisis”, escribió Morales Solá el miércoles. “(…) Nadie puede negar que el sistema le sirvió a Cristina Kirchner para construir una monumental maquinaria de poder, que conduce ella casi en absoluta soledad. Chocó sólo con el último domingo de elecciones, en las primarias de agosto (…) Pero volvió a tropezar el sábado con otro obstáculo indomable: la salud”.
“Habrían empezado a desplegarse un sinfín de interrogantes sobre el destino personal de la Presidenta y el curso de la vida política e institucional del país”, sostuvo ese mismo día Eduardo Van der Kooy.
“¿Quién gobernará el país los próximos días?”, se preguntaba ayer desde La Nación el chillón Luis Majul. “Nadie sabe quién manejará los hilos ahora. ¿Cristina Fernández, en reposo y a control remoto? ¿El "piantavotos" de Amado Boudou, como sostiene la Constitución, o Carlos Zannini, el comandante de la Argentina en las sombras?” interrogaba, incisivo como siempre.

Se les nota, queridos colegas de la prensa, el discurso y el sentido dominante. Se ven los hilos, la urdimbre y hasta la aguja con que tejen la operación. Es facilita y ramplona la ecuación que elaboraron: hay un país que se llama Argentina. A ese país lo preside una loca. La loca está sola. La loca sola debió dejar el ejercicio de la presidencia para curarse la cabeza. Por lo tanto, en ese país no hay gobierno.
No hay nada. No hay nadie. Estamos en manos de la nadísima misma. A la deriva. Sin referencia. Sin brújula. Abandonados a la buena de Dios.

En la página 193 del libro “La Presidenta”, Sandra Russo cuenta que “el parto del que nació Florencia fue en Santa Cruz. Cristina tenía 37 años y tanto miedo como la primera vez. Pero el miedo no le alteraba el ritmo de trabajo frenético. Era diputada provincial. La noche anterior a la cesárea programada se quedó hasta las doce de la noche en el recinto. Después se fueron todos a comer y se acostaron pasadas las 2 de la mañana. A las pocas horas tuvo a Florencia.
-Yo había estado hasta tarde con otra diputada, Teresa Soto –cuenta- Nos despedimos a la madrugada y cuando me vino a ver a la clínica, unas horas después, me acuerdo la cara de Teresa. Yo no sólo ya la había tenido a Flor. Estaba toda maquillada y me había puesto un moño blanco en el pelo. Salió todo perfecto. Aunque esa noche tuve unos dolores terribles, porque después de la cesárea no hay que hablar, y yo para eso… Con Teresa hablamos hasta por los codos toda la tarde…”

Estimados colegas (varones) de la prensa, el discurso y el sentido dominante; queridas señoras ajenas a los pequeños (pero fundamentales) detalles que permiten conocer a una mujer: ¿Alguien puede sostener, asegurar, sin ponerse un poquitito colorado, que esa misma persona -que en las horas posteriores a un tajo que le cortó 7 capas de piel para traer a su hija al mundo-, esa misma mujer que no guardó el imperioso silencio para no doblarse de dolor al día siguiente, se encuentra en este momento postrada y sin dar todas y cada una de las órdenes, no sólo las que le vengan a su cabeza en perfecto funcionamiento, sino las que le demanda el rol institucional que ella sabe que ocupa?
¿No debería ser el pensar esa tontería lo que les llama verdaderamente la atención, mucho más que una fotografía con un rostro con rosácea?
¿O no será acaso que saben, ustedes, mis queridos y estimados colegas de la prensa, el discurso y el sentido dominante que la cuestión es exactamente al revés?
El discurso hegemónico necesita de modo imperioso construirla sola. Aislada, lejana y loca porque lo que ha descubierto hace no demasiado tiempo –es más, lo ha certificado incluso luego del resultado de las PASO no muy feliz para el gobierno- es que hay una certeza. Y es esa evidencia la que deben tumbar: el peronismo ha encontrado conducción, pero sobre todo, jefatura.
Quienes algo conocen de la historia reciente saben que a los largo de los últimos 50 años, las distintas derechas que han mandado en la Argentina -y que han sido siempre bastante las mismas- han realizado los esfuerzos más brutales para o quedarse con el peronismo (domarlo, mandarlo, ponerle collar y bozal y adiestrarlo) o matarlo. Porque candidatos, elecciones, victorias y derrotas hay cientos a lo largo de la vida argentina y de la peronista. Pero conducciones, sólo algunas. Y jefaturas, realmente pocas.
Esta vez se han dado cuenta que una rebelde, una “políticamente incorrecta” esposa de un “impresentable” (al cariñoso decir de Juan Sasturain) se ha puesto el traje de jefa. Y no sólo que le sienta, sino que además lo lleva.
Y las distintas derechas que han mandado en la Argentina -y que han sido siempre bastante las mismas- no pueden soportar a un peronismo con comando, con conducción y con la jefatura de una rebelde, de una “políticamente incorrecta” esposa de un “impresentable”.
Por eso le borran aquella memorable definición que dio de sí misma cuando asumió su segunda presidencia. Aquel: “no creo en las unipersonas”, pero sobre todo ese “sé que represento un proyecto colectivo, nacional, popular y democrático”.
Por eso es que la borran a ella. Porque deben minarla, esmerilarla, acotarla. Y mostrarla sola… Sola y loca.
“Una presidenta otra vez internada y operada dentro de una larga saga familiar llena de problemas de salud”, lanza Joaquín animándose a invitar a la muerte para que vuelva a rondar. Y una lo lee y una se asusta.
Pero aparece un cartel. Hecho a mano y marcador. La cartulina urgente que lleva paz otra vez al corazón: “Tranquilos compañeros. Los enfermeros somos soldados de Cristina”. Y una lo lee y una se calma.
Porque una lee y una se asusta.
Pero aparecen otras almitas, duendes en la red, con ternura en la palabra. Y este caso una mujer, que se llama Ivy Cángaro , usa su escritura a modo de medicina para curar la herida que provoca lo que una lee y de lo que una se asusta:

"No pongan en la mesa el mejor mantel, no lustren los bronces, no preparen manjares ni saquen brillo a los tenedores. No habrá retintinear de copas ni sonrisas de soslayo. Ni acordes fúnebres que tanto les gustan, ni traiciones y sangre. Ustedes no regresarán, pero además, no tendrán fiesta. Guarden las uñas, escondan de nuevo su alegría expectante, límpiense la baba, vuelvan a sus cuevas de donde nunca más van a salir. Caranchos, dejen de rondar vestidos con mortajas que no tendrán fiesta. Acá nadie se muere, acá nadie se va, acá nadie da un paso atrás."

lunes, 7 de octubre de 2013

Programa SF 87 - Ramon Reig - 5 de Octubre de 2013


Un aniversario. 
por Mariana Moyano
Editorial SF del 5 de octubre de 2013.

Dentro de unos poquitos días se van a cumplir exactamente 4 años. Lo mismo que un período presidencial completo; casi la mitad de una década. Este 10 de octubre vamos a conmemorar el aniversario número 4 de la sanción de una ley. Una reglamentación que, por aquellas horas, ya sabíamos patriada por el sólo hecho de habernos animado a discutirla. Una normativa que hoy sabemos que fue mucho, muchísimo más.

Fue colosal, porque lo imposible fue hecho. Monumental porque el mundo lo miró. Mayúsculo porque Argentina mostró que los imbatibles y los impunes también tienen su costado frágil, cuando quien los enfrenta es la democracia en estado puro.

“El secreto estaba en sacar la discusión del espacio simbólico y físico que ellos dominaban”, me dijo una vez Cristian Jensen, un militante histórico de la ley y, en ese entonces, un hombre clave en la comisión de Comunicaciones de la Cámara Baja. Cuando los foros empezaron a florecer como hongos luego de una copiosa tormenta –lo supimos- la pelea política estaba ganada. Faltaba la legal, la jurídica, la formal y la institucional. Pero para quienes llevábamos más de dos décadas de espera y frustración, aquello era, ya, gigantesco. Y se constató. Y de modo palmario la madrugada que entretejió la noche del 9 de octubre con el inicio del 10.

Estábamos en el Senado en corazón y cabeza y, de a ratos, de cuerpo presente. Pero Julio Cleto Cobos se había tomado la costumbre -como con la 125- de hacerlo todo de modo no positivo. Así que prohibió cualquier griterío ante cada votación. A las galerías de la Cámara Alta, entonces, las convirtió en cementerio y ordenó sólo alarido contenido. A la vista, asumidos y sin represión, los nervios se fueron hacia otro lado. A pocos metros. Al bar de la esquina de Rivadavia cuando Callao aún no es Entre Ríos. Nos fuimos hacia allí luego de la votación en general. 44 a 24 había salido. Ya era triunfo, pero quedaba el 161 y lo queríamos esperar.

“A este no se van a animar”, decían los más racionales. Suponer que iba a haber tope al monopolio y encima rubricado en un articulado parecía demasiado. Pero se ganó. Simbólica y parlamentariamente. La constatación no fue tanto la votación de ese artículo sino la tapa de Clarín que alguien salió corriendo a conseguir y la blandió ante los cientos de ojos para quienes esa tapa funcionó como pellizco que muestra que no hay sueño, sino pura realidad: “Kirchner ya tiene su ley de control de medios”, fue el inolvidable título de la nave insignia del oligopolio. Los había ganado el odio porque les habíamos ganado.

Había trastabillado el grandote, el que se la había pasado condicionando al Estado, el que había manejado los hilos de legisladores y presidentes, el que ponía y sacaba ministros; el que hasta a los asesinos de las Juntas les había puesto condiciones. No podía ser cierto, era imposible. Y lo habíamos hecho.
En esto estábamos los argentinos. Ocupados de observar con atención cómo era eso de que la democracia se le anima al poderoso y le pone –por primera vez en casi 30 años- tan bien los puntos con la dignidad del procedimiento republicano y participativo. Y no nos detuvimos a mirar para afuera. Ni nos imaginamos que nos estaban observando con tal atención. Ni nos atrevimos a suponer que ese día otros cientos de miles de chiquititos del planeta se empezaron a preguntar ¿y nosotros por qué no? Sin proponérnoslo, la Argentina había comenzado a ser brújula y nuestra ley, un faro.

Fernando Buen Abad es un catedrático cuyo curriculum ocupa decenas de páginas. Pero es, ante todo, un militante y un gran diagnosticador de lo que implica el poder de las corporaciones de la comunicación. Sabe cómo operan desde el Río Bravo para abajo. “No muchas leyes cuentan con la raigambre histórica, de luchas sociales y de significados políticos, como la llamada Ley de Medios de Argentina”, escribió él. “Encarna voces que durante décadas han bregado por la democratización; sustituye una ley de la dictadura; suscita consenso y movilización y es una iniciativa nacional con imbricaciones internacionales”.

“Ha dejado lecciones, de todo tipo –continúa en su texto este mexicano que de tan venezolano y argentino uno ya no sabe dónde ubicarle su corazón patriota- y ha abierto espacios, de análisis y acción, inéditos y trascendentales. Argentina ha debido testimoniar un repertorio extraordinario de trampas, elusiones, falsedades y escapismos ensayados por el grupo Clarín (modelo de farándula mediática paupérrima y tergiversación informativa). Ese escenario ha ayudado a esclarecer el de la lucha de clases y Argentina ha ganado gran experiencia en la batalla para la actual etapa democratizadora de la comunicación”.

“Por demencial que suene –sigue- se trata de una ofensiva internacional y la oligarquía vernácula se ha hecho acompañar por las voces y los intereses del grupo PRISA de España, CNN de Miami, TELEVISA de México, GLOBOVISION de Venezuela, CARACOL de Colombia, MERCURIO de Chile, O´GLOBO de Brasil. En fin, la red de oligarcas mediáticos en todo el continente. Se dejan encabezar por la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa), la Red Mundial de Editores, (incubada por el propio grupo Clarín) y otra pléyade de “comunicadores” serviles a los intereses del capitalismo y de sus púlpitos mediáticos. La crema y Lanata de la estulticia golpista”.

Ahí están. Ya los veo. Con el mote de paranoico y conspirativo en la mano para lanzarle a él y a todo el que lo cite. Pero lo verdaderamente demente no es pensar aquello, sino dejarse amedrentar por la acusación cínica y no mirar en detalle cómo funciona el entramado planetario de la mundial telaraña informativa. Un copy/paste ideológico montado a escala planetaria.

“El largo y frustrante ciclo de los Kirchner comienza felizmente a terminar”, dice La Nación en estas pampas, caracteriza el período con el sutil adjetivo de “perverso” y compara esta etapa con el “patológico ámbito bolivariano”.

Del otro lado del océano, pero del mismo bando del mostrador, el otrora prestigioso El País de Madrid aúlla que en Venezuela “la crisis es estructural” y que “el Estado venezolano corre peligro de colapsar” porque “el chavismo termina por derrumbarse: destruyendo instituciones, socavando pilares productivos, (con) permisividad hacia los militares en el tráfico de drogas, incompetencia, corrupción y despilfarro y control cubano de áreas sensitivas de la seguridad estatal”.

De vuelta por América Latina, esta vez en Ecuador, los que esconden el mercado detrás del término libertad calcan el procedimiento y hasta la redacción: “Prohibición de informar sobre la escasez en Venezuela”, titula alarmista el diario Hoy y se manda con la catarata de lugares comunes con que definen a los gobiernos populares: “típica conducta de autoritarismos y dictaduras” que “regula, vigila y controla la información” con “censura, descalificación y amenazas contra los medios” por parte de un oficialismo corrupto e ineficiente”.
Noticias en la Argentina lo ha dicho clarito y muchas, muchísimas veces. Cristina está “ausente”, “en shock”, “alterada”, “caprichosa”, “histérica”, “inestable”, “golpeada”, “eufórica” y “deprimida”, “sola” y “medicada”. The Economist la ha caricaticaturizado como una bruja entre brebajes y con Dilma es similar, aunque más ambivalente: si volantea a la derecha, no es otra cosa que la líder modelo, pero si pone oído izquierdo la revista Época se pregunta cuál es la lista de remedios y relatos médicos de la presidenta brasileña. Con Chávez, qué decir. No ha quedado adjetivo racista y ultrajante al que no hayan recurrido: “Cochina reelección”, “Mico mandante”, “bacalao negro” fue el tono cuya frutilla en el postre de asco discriminador fueron las 5 ilustraciones juntas de líder bolivariano convertido en mono gracias al photoshop que confunde humor con impunidad.
Que Cristina emula a De la Rúa, que el clima imperante en Argentina es “semejante” al del asesinato de José Ignacio Rucci y que a Massa el kirchnerismo lo quiso asesinar, fue lo más suave que hace siete días ametrallaron un tal Eduardo y el tal Joaquín desde esa tinta que, insisten, no son balas.

Pues, claro, ¿qué otra cosa esperar de un gobierno similar al nazismo, “fachoprogresista” y con “gestapo K”? Una acusación que, evidentemente, recorre el continente porque a García Linera, sin problema, en su país, le dibujan bigotito; El Comercio de Ecuador ni se inmuta cuando al gobierno de Correa lo llama derechito y sin grises “el Régimen” porque “Correa se acostumbró a insultar con sus frases asesinas; y en El Día de Bolivia a ese Evo que para ellos más que presidente es el salvaje indigenista, lo definen también con el listado de palabras acortadas en el nudo de la maquinaria: “Lo que distingue al régimen populista boliviano es el secretismo, la discrecionalidad y la vasta corrupción. El partido gubernamental reproduce viejas usanzas autoritarias, paternalistas y prebendalistas y la jefatura no permite un debate intelectual-ideológico en el seno del partido”.

Y un tal Pablo que sirve y que cuando escribe, ofende, mostró estos días los hilos, la hilacha y la tejeduría que hay detrás de cada texto. “Régimen” le espetó al gobierno nacional, igual que Clarín para nombrar al Irán que es aborrecible si Argentina interlocuta, pero que se vuelve menos fanático si es Obama quien propone dialogar.

Podría ser un inconveniente puntual, específico, menor, que padece un paisito perdido de la América del Sur. Podría ser una decisión autoritaria de chavistas, kirchneristas y seguidores de Correa que se pasan la República por un sitio impropio. Podría ser, pero no es. Porque la problemática sobre lo que son hoy los medios de comunicación es la misma en todo el planeta. Tienen procedimiento calcado y un entramado firme y voraz, de años y calculado de modo milimétrico.

Porque resulta que la cosa se les complica a esos que no saben definir qué significa relato en la teoría de la comunicación, pero que lo construyen con una perfección pasmosa. Hay un libro que se llama “Los dueños del periodismo” y que no es ni de un militante de La Cámpora, ni de un cuadro del Evita, ni de un referente de la Corriente de la Militancia, ni de un santacruceño pago, ni de un fiel esbirro de Guillermo Moreno. No. El autor se llama Ramón Reig. Para más datos, este señor es español, doctor en Ciencias de la Información, licenciado en Historia y dirige el Departamento de Periodismo II de la Universidad de Sevilla.

Este buen señor escribió que: “Prisa ha firmado alianzas con Clarín, lo que explica la belicosidad hacia la política mediática de Cristina Fernández de Kirchner. Cuando Clarín se siente atacado por las iniciativas antimonopolio de la Presidenta, también se siente atacado Prisa”.

Y por si no les alcanza, este mismo catedrático dice esto: “Prisa, que está unida a la CNN –una de las empresas de la Time Warner- a través, por ejemplo, de la cadena española todonoticias CNN+ (propiedad 50% de Prisa y de la CNN) es socio de los grupos latinoamericanos Bavaria de Colombia y Garafulic de Bolivia. Por otro lado, Prisa, Telefónica y otro grupo español de comunicación, Vocento, propiedad de ABC y, hasta 2009, de una parte del accionariado de Tele 5, junto a Silvio Berlusconi, que mantiene la mayoría de la propiedad de la cadena, tienen todos ellos como accionista de referencia al Banco Bilbao Vizcaya Argentinaria (BBVA). Al mismo tiempo, Vocento prolongó su influencia hasta 2007-2008 hacia el mundo mediático argentino a través del grupo Clarín, del que fue relevante accionista, al igual que Telefónica, propietaria de Telefé. En 2009, Prisa ha firmado una alianza con Clarín para promoción mutua. Los mensajes de ambos grupos contra el gobierno de Cristina Fernández, al que califican de populista e izquierdista, se volvieron, en el citado año, especialmente agresivos, sobre todo cuando la presidenta impulsó medidas antimonopólicas en el mundo mediático de su país”.

Da pavor. Es como una patada, un golpe seco en la boca del estómago. Se te van abriendo los ojos a medida que los nombres caen uno a uno desde el instante en que se tira del piolín que queda suelto en la telaraña. Pánico, alarma, asombro, horror, miedo, preocupación, zozobra. Y parálisis. O política.

¿Te acordás la sensación que te dio cuando viste por primera vez ese mapa de medios de la Argentina? ¿Ese, que a lo mejor te mostró uno que vos creías que en ese momento no era canalla? ¿Te acordás que te dio susto? ¿Que no lo podías creer? ¿Qué te preguntaste dónde habías estado vos cuando eso se iba armando?

Bueno, igual, pero amplificalo al mundo. Agarrá un planisferio. Extendelo en el suelo. Miralo y escuchá.

Porque la cosa sigue. Porque, el periodista empresario de El ciudadano Kane, la obra maestra del cine de todos los tiempos, el Roberto Noble de la primera etapa, el Julio Ramos del papelucho financiero e incluso el Bartolomé Mitre abuelo de La Nación original ya no son más que figurones, papel glasé que sirve para cócteles y saladitos caros en embajadas del Norte ubicadas en la zona Norte de la ciudad.

Porque aquellos ya no toman las decisiones. Los que deciden son las grandes corporaciones; siempre detrás de todo y de hace unas décadas también detrás de la información. La banca es desde hace rato cuando no accionista, prestamista de medios. Y todas entre sí van cerrando el círculo hasta convertirse en una pitón que te aprieta, te comprime… y te mata.

La News Corp del cuestionadísimo Murdoch marcha de la mano de los negocios de Berlusconi, el grupo Cisneros en Venezuela, compra el Wall Street Journal y canales en Dubai. La cadena O Globo de Brasil es socia de Prisa, de Televisa y, a su vez, de la News Corp del hombrecito en cuestión. Antena 3 de España tiene los derechos exclusivos de Disney, cuyos muñequitos sólo se venden en Mc Donalds. NBC, de Estados Unidos, es de la General Electric. Y otra General, la Motors, se compró Direct TV.

En Italia, el grupo de medios RCS no es de periodistas, le pertenece a Pirelli y a la Fiat, los de los autos. En Portugal, el grupo de medios Media Capital tiene como accionista a Prisa y, ¿sabés a quién más? A la JP Morgan, el banco ese que se presenta como serio, te pone el numerito de riesgo país que les va conviniendo y lava la platita de los ricos del mundo.

Philips Petroleum, L´Oreal (que la eligió en Argentina a la Santillán como cara visible), para no quedarse atrás también compraron medios. Al igual que Dodge, que puso dinero en Televisa junto a la Time Warner.

¿Las agencias? Ah, igualito. AP se la quedó el CITICORP, a AFP la compró France Telecom, a UPI la secta Moon y EFE hizo convenio con Dow Jones

“Las estructuras mediáticas de América Latina siguen las pautas propias de la mundialización de la economía”, dice Reig en su último libro y deja para el final la siguiente reflexión: “¿por qué me preocupa tanto esta dinámica propia de la economía de mercado? ¿Por qué me dedico a estudiarla? Porque empresarialmente puede ser lo habitual y lo lógico pero lo grave es que el totum revolutum (revoltijo, en criollo) que se ha esbozado afecta a la libertad del periodista y sin un periodismo realmente libre y riguroso no hay democracia que valga. Al periodismo habrá que llamarlo de otra manera y a la democracia también, pero no engañarnos a nosotros mismos ni que nos engañen torciendo y tergiversando el significado de los asuntos más relevantes para el avance cognitivo de los seres humanos”

Con ese señor me puse en contacto y me dijo así: “Gracias por acordarse de mi obra y de mí. Tiene usted el perfil que tanto defiendo: periodista y profesora en Comunicación. Pero cuídese, su línea de trabajo es molesta al Poder de siempre, como la mía, aunque están ustedes en un proceso ilusionante”.

Él sabe que molesta. Sabemos los dos que la telaraña mediática es un entramado de poderes económicos diversos que se comen a los medios de comunicación y al revés, grupos de medios que meten sus tentáculos en negocios ajenos a su supuesta razón de ser. Pero éste ya es dato trillado, así que no alcanza con repetir lo que se sabe. Hay que, de una buena vez, darlo vuelta.

Y porque lo sabe él. Y porque lo sé yo. Y porque hace décadas que lo estamos gritando, primero solos y ahora de a muchos, es que las audiencias en la Corte les mostraron a millones de ojos quién defiende al dinero y quién a la libertad; y que esta ley no está sola. Porque no es una normativa escrita en un papel. Es el grito desesperado de una democracia que está harta del discurso único; que está hasta el tuétano del versito del falso pluralismo que pone a opositores a matarse en un set de TV, pero que no se le anima a la otra agenda; que no da más de que su verdad sea sólo la mercantil y que quiere que al menos una, una solita vez, las corporaciones, en un paisito perdido de un continente olvidado, allá, por el sur de la razón, tengan que pedir - si no perdón- por lo menos, permiso.