domingo, 31 de agosto de 2014

Programa SF 123 - Maria Rachid y Marcela Romero - 30 de Agosto de 2014


Respuestas 
Por Mariana Moyano
Editorial SF del 30 deAgosto de 2014

Si hubiese abierto la boca un par de semanas después, las razones habría que haberlas buscado bajo tierra: en un sótano que no fue bóveda sino bodega, pese a las acusaciones, la treintena de denuncias vueltas primera plana y las afirmaciones ridículas de que de a paladas el empresario metía guita en aquel supuesto cubículo. Pero no, los motivos no pueden ser hallados allí. El juez Casanello y el fiscal Marijuán -los dos- archivaron esa parte de la causa por absurda. Así que las motivaciones están en otra parte.
El periodista/mascarón de proa de la operación político-mediática sin parangón en la historia contemporánea de la Argentina eligió, esta vez, apuntar y disparar al centro de lo más íntimo, privado y querido de una persona: sus hijos. Mezcló todo. Metió cada uno de los ingredientes que pudieran lastimar en una coctelera y le dio a Flor de la V –quien no nos importa por famosa, sino por símbolo- en el sitio donde sabía  la iba a lastimar.
Me animo a aventurar que la causa no fue otra que su ya irracional anti kirchnerismo, su furia contra todo lo que el oficialismo haya, siquiera, tenido cerca; su odio hacia cualquier esbozo de medida ya no K, sino que apenas haya generado la más mínima simpatía en el gobierno.
Dije que me animo a aventurar porque no puedo asegurarlo ciento por ciento sin caer en el uso ilegal de la psiquiatría política, si acaso esa disciplina existiera. Pero si me apuran, si me ponen contra la pared, lo firmo.
Por eso, creo que el error más inmenso que se podría cometer frente a esta situación es responderle desde un kirchnerismo rabioso y hacer una regla de tres que simplifique el dolor causado, las aberraciones manifestadas y la ignorancia hecha pública que provocaron la inoculación de semejante veneno por parte del conductor.
Podemos indignarnos, putearlo, dejarlo ahí, apagar la luz, cerrar la puerta, trabarla y tirar la llave. O podemos recoger el guante embarrado por el aún más enlodado showman, alejarnos de lo facilito y pensar. Meter la cabeza en lo más profundo e intentar comprender qué hay, no allí delante, a la vista de todos, sino detrás de semejante puesta en funcionamiento del odio.
Hay un periodista con quien compartimos poco, excepto eso de que nombre y apellido llevan una mima inicial. Algo que algunos creen nombre artístico más que esmerada decisión de padres en el registro civil. Se llama Bruno Bimbi y hace un tiempo tuvo conmigo un gesto de complicidad muy amable. Primero porque me pareció simpático, y segundo, porque provenía de quien –otra vez, desde cierto gesto fundamentalista- podríamos ubicar entre las huestes de eso que con muchísima cerrazón llamamos enemigo sin diferenciar sujeto de modo de producción.
Se comunicó conmigo vía Twitter porque no nos conocíamos. No teníamos -no tenemos- otro contacto personal. El mensaje decía algo así: “Esto va a cambiar dentro de unas semana, pero por unos días les va a servir”. Y me envió un recorte de un diario brasileño -donde es corresponsal- en el cual donde se indicaba que el salario mínimo de aquel país estaba en 678 no importa qué. Fue un lindo guiño. Sobre todo porque Bruno es periodista de una cadena de noticias a la que no le hace ninguna gracia ni que haya “otro día de maravillosas notis”, ni que los números de la vida coincidan con los de ese programa de TV que tanto detestan.
No nos hemos vuelto a cruzar. Hasta estos días, en que sus palabras me calaron hondo. Llegaron a mi corazón y al de varios y varias que tienen un costado sensible, amable, de buena gente.
Él no es kirchnerista, si es lo que a algunos, acaso, les importa destacar. Pero aquí y ahora no es lo que me importa. Es una buena persona –me parece- y esta vez la línea divisoria la trazo más por ahí. Por eso él encontró una palabra para definir lo dicho por el conductor desencajado: lo nombró “crueldad”. “La crueldad de Lanata” se tituló el primer texto que escribió como respuesta y decía más o menos esto:

“—¡Mujercita! ¡Mujercita! ¡Vos no sos un hombre!—le gritaban a Daniela cuando todavía no tenía ni edad para entender por qué.
“Su padre la molía a palos para que “se haga hombre”, porque estaba claro que no lo era, ni para su padre, ni para nadie. Ser hombre era, en aquellos tiempos, un deber, una obligación y, al mismo tiempo, una falta, una imposibilidad. “Yo nací con un pene y el resto de la sociedad a mi alrededor me aplastaba para que cumpliera ese papel de hombre: bruto, viril, macho. Nunca sentí afecto o amor de mis padres o de cualquier otra persona de mi familia”, escribe Daniela Andrade, reconocida activista trans brasileña, en su perfil de Facebook, donde cuenta sus historias que espera un día reunir en un libro.
“Desde chica, Daniela se encerraba en el baño para usar el maquillaje de su madre y los aros de su tía, y escondía los genitales para verse en el espejo como una nena. “No hubo un momento de mi vida en el que yo me haya visto como hombre. Al contrario, (…) tenía ganas de vomitar cuando me colocaban en el grupo de los chicos (…) (…) Mi padre una vez me golpeó tanto que mi madre —la misma que decía que yo no podía haber salido de su panza (…) — intervino diciéndole que parara, porque iban a tener que llevarme al hospital y ahí las cosas se iban a poner feas. Los dolores físicos eran menores que los psicológicos, pero dolían de muerte (…)”.
“Pero no se hizo hombre, nunca llegó a serlo.. (…) Le llevó un tiempo entenderse conceptualmente como “ella”, como transexual, ponerle nombre a lo que la hacía diferente. Sus compañeros de la escuela la malrataban y sólo tuvo, a lo largo de once años, dos amigos: un chico y una chica negra, también maltratados por los demás por su color de piel. (…) Trató de matarse más de una vez.
“Le costó entender qué era. En un primer momento, de tanto que le decían que era un maricón, empezó a pensar que entonces debía ser eso. Tuvo amigos gays y por primera vez se sintió parte de un grupo donde no era maltratada. Pero no, no era eso. Los gays eran varones a los que les gustaban los varones (…). Hasta que un día, finalmente, descubrió la palabra que la explicaba. Y desde entonces, cuando finalmente se afirmó como mujer trans y comenzó a colocarse en este mundo con su identidad de género femenina, sí, mujercita, como todos le decían desde chica (..) Y empezó a luchar por modificar su cuerpo y sus documentos, los demás cambiaron de opinión.
“—¡Vos no sos una mujer! ¡Nunca vas a ser una mujer! —le dicen ahora.
La gente es cruel.
“Esa es la primera palabra que me viene a la mente cuando trato de escribir sobre las barbaridades que Jorge Lanata dijo sobre Florencia de la V. Antes que cualquier otra cosa, innecesariamente cruel, no sólo con Florencia, sino con miles como ella, que ya recibieron a lo largo de su vida demasiados insultos, falta de respeto, tratamiento inhumano, chistes estúpidos y ofensas basadas en el sentido común más mediocre de “machos alfa” brutos e ignorantes, que se creen que son unos vivos bárbaros por burlarse de ellas.
“Las frases hechas de Lanata sobre lo que significa ser hombre o ser mujer, sobre sexo y género, sobre maternidad y paternidad, o sobre “cortarse el pito”, son tan básicas que no merecen más respuesta que una invitación a visitar una biblioteca pública. Vamos, Jorge, sos más inteligente que eso. ¿Fundaste dos diarios que fueron lo más progresista y avanzado en diversidad sexual y derechos humanos y ahora vomitás prejuicios dignos de una placa roja de Crónica TV, una columna de Rolando Hanglin o una declaración de Hugo Curto? Podría dedicar el resto de esta columna a hablar de teoría de género y completar con algunas citas de Judith Butler —o recomendarte, para empezar desde el principio, que leas Sobre la verdad y la mentira en el sentido extramoral, de Nietzsche—, pero no hace falta. No hace falta leer a Butler ni a Nietzsche para no ser cruel. Y ese es el problema, la crueldad.
“Cuando trabajaba en Crítica, diario que vos dirigías, Jorge, escribí varias historias de gente como Daniela, o como Florencia. Ese diario al que tuve el orgullo de pertenecer y en el que tanto aprendí militó por las leyes de matrimonio igualitario e identidad de género, que no llegó a ver aprobadas. (…) Parecíamos lejos de ese país que ahora somos, con mucho orgullo, pero lo defendíamos como proyecto de futuro en nuestras páginas.(…).
“Pasó un tiempo, Jorge,  y por fin el Estado argentino se acordó. (…) La Presidenta entregó los primeros DNI a varias y varios (…) y pidió perdón en nombre del Estado por tantos años de olvido y de maltrato. Somos un país mejor gracias a eso, te guste o no el gobierno que lo hizo posible.
Es una pena que vos, (…), en vez de festejarlo, digas estupideces y ofendas a miles de seres humanos (…) para hacerte el canchero. Porque en el fondo fue eso: una canchereada como la del machito que molía a palos a Daniela en la escuela, para que “se hiciera hombre”, mientras los demás aplaudían. Sí, a veces la gente es cruel”.
Bruno, como tantos, esperó una respuesta reflexiva de parte del conductor porque –seguro pensó- él mismo debe haberse dado cuenta de cuánto derrapó. Pero no. No pasó lo que muchos esperaban. No hubo pedido de disculpas. Con la claque que tiene de oyentes, se ve, se envalentonó y fue por más.
Y, entonces, como hay gente que toma la palabra, Bruno volvió a hacer pública la suya: “Como dicen acá en Brasil, "a emenda foi pior que o soneto". En vez de pedir disculpas y decir, con humildad, "Perdón, me fui de boca y dije una burrada, lamento si lastimé a alguien", Jorge Lanata (profundizó) (…) su cagada. Mezcló orientación sexual con identidad de género (preguntó si los bisexuales debían tener "dos sexos" en el DNI), hizo una confusión enorme de conceptos que evidentemente no domina, usó un montón de veces la palabra travesti en masculino, apeló al viejo recurso de encontrar un gay de derecha (ex funcionario duhaldista) para justificarse (…), y mezcló todo eso con el kirchnerismo, Boudou, Lázaro y un montón de temas que no tienen un carajo que ver. Todo eso repitiendo "yo, yo, yo, yo, yo, yo". Como si el mundo girara alrededor suyo. Trabajé con Lanata  (…) y lo respeto mucho. Nunca me sumé al coro de odiadores que lo putea por ser antikirchnerista y me parece bárbaro que denuncie la corrupción, aunque me gustaría que no se limitara a denunciar la corrupción kirchnerista (…). Pero creo que su antikirchnerismo lo ciega cada vez más. Demasiado odio no deja pensar con claridad. La síntesis de su exposición era que "Florencia no es mujer porque el kirchnerismo es malo". La obsesión por atacar al gobierno por donde sea lo lleva a querer destruir una de las mejores cosas que el gobierno de Cristina hizo, que fue acompañar proyectos nacidos de la sociedad civil, como la ley de identidad de género y el matrimonio igualitario. Todo sea para ensanchar la grieta y que todos nos odiemos un poco más”.
La misma Florencia le respondió en una carta extensa hecha pública y la palabra nodal que ella eligió fue la misma que Bruno: crueldad. “Jorge Lanata tuvo para conmigo expresiones de extrema crueldad. Sabido es que, por razones de simpatías o no con la actual gestión, Lanata y yo estamos en veredas diferentes, pero sinceramente no esperaba semejante desfile de comentarios del peor contenido reaccionario. Menos aún los esperaba de alguien que, más allá de su inexplicable y sospechoso giro en materia ideológica, sigue siendo una referencia importante como comunicador y un formador de opinión de indiscutible influencia masiva. Lo primero que tengo para decir al respecto tiene que ver con una sensación que espero sea solo eso y no algo potencialmente más grave. Resulta curioso, paradójico y especialmente alarmante, que justo una semana después de la noticia que nos acarició el alma (hablo de la recuperación de Guido-Ignacio, el nieto de Estela), los medios se poblaran con tres muestras de intolerancia de esas que, como diría María Elena Walsh, "Hacen retroceder a la humanidad en cuatro patas". Primero fue la pavorosa reflexión de Silvia D`auro respecto de la "tendencia que tienen los chicos adoptados a robar", luego fue el comentario del relator que a Teo Gutiérrez de "negro de mierda", y enseguida el mencionado monólogo medieval de Lanata. Si sumamos estas tres expresiones, no es de paranoicos sospechar que hay mucha gente que todavía procesa la realidad con categorías de pensamiento bien alejadas de las ideas de inclusión, diversidad y tolerancia.

“Me he propuesto antes de sentarme a escribir esto no caer en la tentación de descalificar, ofender o expulsar del debate a quienes me atacan. Justamente lo que quiero es evitar una costumbre que últimamente viene potenciando Lanata, quien a segundos de iniciar una argumentación empieza a poblar su discurso con calificativos como "imbéciles", ¨pelotudos", "tarados" y otros términos que expulsan a cualquier oponente de un debate serio y adulto. Yo no pienso que Lanata sea ninguna de esas cosas (…) y es justamente en virtud de esto que me preocupa que salgan de su boca expresiones que son el producto del menos reflexivo de los prejuicios sociales.

“No ha sido fácil mi vida, ya lo he dicho miles de veces. Y esta actualidad que me encuentra plena, reconocida como esposa, mujer y madre no es un éxito mío; es una conquista social que se tradujo en un dispositivo jurídico del Estado. (…)
“De todos modos lo más preocupante no es qué dice Lanata sino cómo, porque allí se juegan otros sentidos, que van más allá de una posición tomada. Lanata podría decir que no está de acuerdo con que a personas como yo se las considere jurídicamente mujeres. (…)  Pero lo que hiere gratuitamente son las maneras, y especialmente los ejemplos que utiliza para descalificar
“Querido Jorge, cuando era chica jugaba a ser Rafaella Carrá, pero jamás se me ocurrió pedir que el estado me dé un documento donde diga que lo soy, y me permito sospechar que el congreso de un país no votaría a favor de reconocer como "Napoleón Bonaparte" a quienes crean serlo. La noción de identidad de género es una idea compleja, discutible desde luego, pero es una idea, no es un mamarracho que pueda ser reducido al absurdo en un programa de radio mientras todo el mundo festeja cómo humillás a un ser humano. Por suerte, cuando mis hijos me abrazan sienten que abrazan a una mamá y no al emperador de Francia.

Hace poco, en uno de los habituales raptos de egomanía que tenés, miraste a cámara y dijiste a tu fiel audiencia: "Ustedes no saben lo que es ser yo...me gustaría que fueran yo por unos días para que vean contra todo lo que tengo que luchar...". Vos no sabés, Jorge, lo difícil que ha sido ser yo, lo que tuve que luchar y lo feliz que soy por poder haber cerrado el círculo de mis inseguridades, de los prejuicios sociales, de la incertidumbre que supone estar fuera de la ley y, sobre todo, de la aceptación social. (…)
Tal vez te resulte extraño e incompresible que yo tenga derecho a cambiar lo que según vos no debe cambiarse. Más extraño e incomprensible nos resulta a todos, Jorge, cómo has cambiado vos...".

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