domingo, 26 de octubre de 2014

Programa SF 131 - Veronica Bogliano y Natalia Federman - 25 de Octubre de 2014


La construcción del enemigo. 
por Mariana Moyano
Editorial SF del 25 de Octubre de 2014.

Si uno es más o menos buena gente, lo único que puede hacer mientras ella habla es bajar la cabeza. Se lo debemos, porque todos -responsables directos, gobiernos, medios y sociedad- estamos en deuda con ella. Con ella y con su mamá. 

Tiene la mirada dura. No es para menos: esos ojos parecen haberlo visto todo, lo que querían y lo que no. Tiene un corte punk: media cabeza rasurada y del otro lado, un par de mechones cortos. Es un estilo provocador, que aunque no hable, dice. Es menudita y hasta que no se la escucha hablar parece sólo un alma en pena. Pero no, no se lamenta. Y, como tiene las cosas claras, no grita. Es precisa, punzante, hiriente porque lanza verdades. Es un cuadro político que, probablemente, se formó como tal a la fuerza. Porque sólo con crecimiento podía enfrentar eso que algunos llaman destino: la desaparición de su hermano, Luciano Arruga.

Ella se llama Vanesa Arieta y es físicamente la antítesis del recuerdo gráfico que todos tenemos de su Luciano. De él nos queda la imagen de un pibe sonriente, con unos dientes enormes, blancos, perfectos. Ella no sonríe y el perfil de su cuenta de twitter explica por qué: “5 años sin Luciano. Ni vivito, ni coleando. Desaparecido por la policía bonaerense y en democracia”.

Su primera aparición pública en televisión fue conmovedora. Le quitó protagonismo y palabra nada menos que a Horacio Verbitsky, lo que no es poco decir. Habló tranquila. Explicó. Dio detalles y cuando quiso que entendiéramos bien de qué cuernos iba el caso miró directo al periodista que la entrevistaba y demolió: “Imaginen el estereotipo del pibe chorro, bueno, es mi hermano". En 10 palabras, la estigmatización explicada a la perfección.

“Luciano Arruga dejó de ser un desaparecido el jueves a la noche, cuando un dactilóscopo de la Policía Científica de la Federal entregó al Juzgado Federal de Morón el cotejo de huellas digitales que había dado positivo. Había cruzado las muestras de un cuerpo enterrado en 2009 como NN después de un accidente de tránsito y las del joven de La Matanza. El viernes a la mañana los operadores judiciales de Morón y del Ministerio de Seguridad de la Nación, fueron hasta el Juzgado de Instrucción 16 de la ciudad de Buenos Aires donde tramitó la causa del accidente. Ahí encontraron el expediente completo. No había dudas: era Luciano y estaba enterrado en una tumba del cementerio de Chacarita. En 48 horas se había desatado, después de 5 años y 8 meses, un nudo de incerteza, encubrimiento policial y desidia judicial”, dice una crónica sin fisuras del 18 de octubre de este año del siempre bienvenido portal Infojus Noticias.

Si uno es más o menos buena gente, lo único que puede hacer mientras escucha las condenas es bajar la cabeza. Se lo debemos a las aproximadamente 200 personas que pasaron por La Cacha. Porque todos -responsables directos, gobiernos, medios y sociedad- estamos en deuda con ellos. Con ellos y con sus familiares.

Ayer (viernes 24 de octubre) cuando el sol ya se estaba despidiendo, el Tribunal integrado por Carlos Rozanski, Pablo Vega y Pablo Jantus, dio a conocer la sentencia. En lo que fue conocido como juicio de La Cacha, se juzgó desde diciembre de 2013 a 21 represores por las detenciones ilegítimas de 128 personas.
No se puede decir que hubo final feliz, pero –aunque tarde- al menos, es reparador. El Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata condenó a prisión perpetua a 15 de los 21 imputados. Hubo, además, condenas de 13 y 12 años de cárcel para tres civiles y un marino que participaron de la cotidianeidad de aquel centro de detención. Y fue absuelto un militar. Los nombres más resonantes de los condenados son los del ex ministro de gobierno Jaime Lamont Smart y el del ex director de Investigaciones de la policía provincial Miguel Etchecolatz. Dice la crónica del día, además, que “por genocidio, por privaciones ilegítimas de la libertad y tormentos, los jueces condenaron a perpetua a casi todos los militares que integraron el Destacamento de Inteligencia 101: Carlos del Señor Hidalgo Garzón, Jorge Di Pascuale, Gustavo Cacivio, Ricardo Fernández, Miguel Angel Amigo, Roberto Balmaceda, Emilio Herrero Anzorena, Carlos Romero Pavón y Anselmo Palavezzati. Luis Perea fue absuelto. Los tres civiles miembros del destacamento, Raúl Ricardo Espinoza, Claudio Raúl Grande y Rufino Batalla, recibieron 13 años de prisión y Juan Carlos Herzberg, 12. Se dictó perpetua para Héctor “Oso” Acuña, uno de los más feroces torturadores de La Cacha y para Isaac Miranda, los únicos dos penitenciarios sometidos a este juicio”.

Salvo el de Miguel Etchecolatz, varios de estos apellidos nos suenan desconocidos. Pero hay dos que acarrean una mochila cargada de símbolos en los cuales vale detenerse. Uno, porque logró el apoyo de la vocería de la civilidad de la dictadura a través del diario La Nación. El otro, porque en un gesto que uno no termina de entender si fue torpeza o el muy definido objetivo de no caer solo, le confesó a Rozanski la vinculación directa de la prensa con el genocidio.

Hace muy poquito - excesivamente poco como para que no impresione- La Nación salió a defender a uno de los suyos y lo hizo así: “Jaime Smart ha sido privado de su libertad sin que haya podido demostrarse su responsabilidad en los hechos que se le imputan. Los procedimientos llevados a cabo en el marco de la lucha contra el terrorismo se realizaban en el más absoluto secreto para los funcionarios civiles de los gobiernos nacional y provinciales.

35 años después, no sólo se desconoce que fue ajeno a los hechos, sino que también se violentaron los principios básicos de la justicia como el de legalidad e irretroactividad de la ley penal.Queda confiar en que se haga justicia y que se disponga el cese de la actual situación del doctor Smart. De lo contrario, no podrá evitarse que muchos entiendan que casi cuarenta años después, Smart (es) perseguido por un gobierno en el que algunos ex terroristas hoy se enseñorean en importantes puestos”. El texto fue un editorial. El título, “La persecución a Jaime Smart”. Y la fecha de publicación, el 23 de septiembre de 2011.

El otro nombre que retumba no tiene la defensa abierta que quizás esperaba de esa prensa de la que supo ser cercano socio. Ante el Tribunal, Palavezzati, ex capitán del Destacamento de Inteligencia 101, explicó uno de los modos en que ciertos medios trabajaban codo a codo con la dictadura. Sus palabras abrieron la puerta para que se investigue la posible sociedad del diario El Día de La Plata con la dictadura. Kraiselburd –y varios, si los Tribunales argentinos se animan- puede seguir los pasos de Vicente Gonzalo Massot en el delito de acción psicológica.

El 8 de febrero de este año, en su declaración pretendidamente auto exculpatoria describió que su principal actividad era la de encargar al diario El Día ya Radio Provincia tareas de recopilación de informaciones para preparar sus informes de inteligencia.“Se hacía un tipo de encuesta en la vía pública, de forma reservada. Eran conversaciones informales. Esa gente no sabía que era una actividad de inteligencia. Se las encargaba a hacer a El Día, no era personal del Destacamento”, dijo. El juez Carlos Rozanski le repreguntó no sin asombro: ´¿O sea que el diario El Día hacía tareas de inteligencia para ustedes?´”. La respuesta fue un intento por minimizar daños “No eran tareas de inteligencia. Eran encuestas para saber el estado de ánimo de la gente”. Se trataba de “saber cómo las decisiones de la Junta Militar influían en la población y… los diarios saben de esas cosas cotidianas´”.
...
Hay algo, aún, en los modos del decir y en la falta de recorrido profundo de la historia reciente, que nos impide destabicarnos para contar mejor. Ya podemos –a fuerza de insistencia de quienes incluso en los momentos más desérticos de la esperanza no bajaron la guardia- hablar de la dictadura como cívico-militar, de sistematización de la muerte, de genocidio y, a veces, hasta somos capaces de salirnos de las historias individuales para mirar todo el film completo.

A los desaparecidos de la democracia, a esos cuerpos que se esfuman luego del asesinato, el secuestro o la golpiza policial aún no podemos ubicarlos del todo en una problemática más general. Hablamos de “casos”. Nos quedamos en la experiencia particular. Y nombramos a Jorge Julio López, a Luciano Arruga, a Mariano Wittis o a Sebastián Verón. Pero no hacemos la línea de puntos que unen aquella experiencia de esta desaparición.

Sebastián Verón quedó inconsciente por los golpes que le propinaron policías de Mendoza. Fue tirado a un risco y abandonado a la suerte de los ojotes, esos caranchos que revolotean sobre lo ya sin vida. El Tribunal de San Rafael juzgó a los responsables de su muerte y condenó al ex comisario Hugo Trendini a 15 años de prisión, por encontrarlo máximo responsable, y dictó penas de entre 10 y 12 años a todos los que participaron del asesinato.

Trendini recuperó pronto la libertad, pero la justicia federal volvió a detenerlo, esta vez, por crímenes de lesa humanidad. Mariano Tripiana, militante de HIJOS no pudo ser más claro: “A Sebastián lo mató la impunidad. Trendini debía estar tras las rejas cumpliendo la condena que merece por la desaparición de mi padre”.

Cuando Palavezzatti abrió la boca y decidió hundir al diario El Día no sabía que estaba dándonos a conocer un ejemplo práctico de lo que el Modelo francés teorizó como doctrina de Acción Psicológica, un modo de crimen que la Argentina está recién empezando a darle la forma jurídica que le corresponde.

Porque no es azar; no son tiros al aire. Es un disparo a un blanco específico, a un objetivo definido. Y para apretar el gatillo, quien lo hace, debe tener un enemigo claramente construido. Extremistas subversivos y apátridas que sólo buscan hacer flamear el sucio trapo rojo, valen para un caso; pibes morochos, pobres y con gorrita, sirven para otros. Alguien tuvo que escribir sobre las “bandas del terror”, para que alguien lo leyera y no cuestionara al otro alguien que desaparecía. Alguien tuvo que llamarlo “menor” en lugar de “chico”, para que alguien le tuviera miedo y otro alguien se atreviera a desaparecerlo. Porque no es azar; no son tiros al aire. Es un disparo a un blanco específico. Para apretar el gatillo, alguien debe tener un antagonista, un enemigo claramente construido.

lunes, 20 de octubre de 2014

Programa SF 130 - Daniel Santoro y Javier Grosman - 18 de Octubre de 2014


Del Barrio Evita al infinito.
por Mariana Moyano
Editorial SF del 18 de octubre de 2014.
“Con la transformación del viejo capitalismo desaparece el internacionalismo obrero. Lo que se internacionaliza es el capital. El agente de cambio revolucionario pasa a ser el nacionalismo colonial. La revolución no se produce en los países más adelantados, sino en los más atrasados”. Rodolfo Walsh escribía este diagnóstico en sus notas personales en 1969; en agosto de 1969, cuando las esquirlas del Cordobazo aún mantenían a los intelectuales y a los cuadros políticos más importantes en vilo en pos de encontrar un diagnóstico lo más exacto posible acerca de lo que la Argentina estaba protagonizando.
Yo estaba por llegar a esta Argentina convulsionada. Faltaban días. Nací bajo el signo del Onganiato. Feo eso. Pero no es mala mía esta vez. Llegué el 8 de octubre. Mi nacimiento estaba previsto para el día anterior y mi madre –híper gorila por esos tiempos; Néstor Kirchner le curó esa enfermedad porque la cautivó desde el mismísimo día en que se candidateó y la posibilidad de jubilarse sellaron a fuego su confianza en el proyecto político pingüino- hizo todo lo posible para que su esperada hija no compartiera fecha de onomástico con “un general de la Nación”, como ella y familia antiperonista llamaban a Juan Domingo Perón.
Nací en Capital Federal pero tenía menos de un año cuando mi morada, la misma que vio transcurrir mi infancia, pasó a ser Ezeiza, más precisamente el Barrio Evita; ese que, visto desde el aire, en una guía Filcar o a través del GoogleEarth ahora, conforma el perfil de Eva Perón con su infaltable rodete. Esas veredas y los chalecitos símil californianos con jardín y árboles altos, con veredas llenas de pibes, con el potrero a dos cuadras de casa y enfrente de mi escuela primaria, con mis amiguitas cerca, muy cerca, se tatuaron para siempre en el arcón de los recuerdos más hermosos de mi vida.
Yo no sabía en ese momento –lo conocería mucho tiempo después y de boca de uno de los artistas que mejor y más conoce del peronismo- que ese barrio había sido inicialmente pensado para que se construyeran en él los prototípicos hogares obreros, pero que fue la propia Eva Perón quien se plantó para que allí hubiese chalecitos con techo a dos aguas, tejas rojas, ventanas con postigos de madera, jardín y verja. Porque los trabajadores no tienen por qué vivir en lugares uniformados por ese estilo de construcción medio stalinista que pinta todo de gris para que aguante el color, parece que indicó.
En aquella casa, en el living de aquella casa, decidí y le comuniqué a mi mamá que quería ser periodista: tenía 4 y uno de mis juegos preferidos era dividirme en dos y ser la reportera que pregunta y la presidenta que responde. Era mitad Mónica Cahen D´Anvers, mitad María Estela Martínez de Perón. Mi madre no paraba de horrorizarse. Había nacido un 8 de octubre, vivíamos en el barrio Evita y su hija había quedado absolutamente conmocionada (y transformaba en juego a su conmoción) por las imágenes televisivas del día del fallecimiento del entonces presidente Juan Domingo Perón, el 1 de julio de 1974. Ese día no hubo escuela ni dibujitos, ni El Zorro. Algo muy importante debía haber pasado para que me cambiasen con tanta brutalidad mi rutina.
“Ningún argentino de más de treinta años puede vivir el peronismo sino como un drama: peronistas y no peronistas, envueltos en ese drama”, escribe Walsh en esos papeles personales también en 1969, pero en diciembre.
Se ve que los astros insistían en alinearse para que la tragedia me persiguiera, a mí, a los de más de treinta en 1969, a las de más de 4 en 1974 y a algunos jóvenes de ahora también. Esos a quienes se escucha corear que: “Ya de bebé… en mi casa había una foto de Perón en la cocina”; que no tienen dudas que seguirán “la doctrina peronista y la bandera de Eva Perón de la cuna hasta la tumba”. Todo eso mezclado en los cánticos con la solicitud de mantenerse “Unidos y Organizados junto a Néstor y Cristina”, con rechazos al ALCA y al FMI, a “todos los gorilas y al monopolio Clarín”.
Pura identidad, pura ratificación, como todo cantito para la arenga. Pero me atrevo a afirmar que parte de lo que cantan no es ciento por ciento cierto, que muchos de ellos ni provienen de hogares peronistas, ni tenían imágenes del líder o de Eva en sus hogares paternos y hasta apuesto que aprendieron la letra de la marcha hace más bien poco.
Pero ahí, en si ese relato es un calco o no de sus realidades individuales, no reside la importancia del fenómeno. El nudo está en que ya no corre aquel tan noventoso “te quedaste en el 45” que hacía las veces de insulto socarrón por parte de quienes habían caído a los pies del uno a uno. Cada vez que se acerca un 17 de octubre recuerdo haber recibido en varias oportunidades durante la segunda década infame ese cínico gesto burlón. Y que hoy una parte importante de la generación actual se reivindique, con orgullo y sin vergüenza, peronista es porque otros aires soplan fuerte.
Otros pibes, que ni vivieron el 45 y vaya uno a saber si había alguna imagen sacralizada y vuelta estampita en sus casa de niños, soñaron un programa de radio allá por el 2009. “Parqué para el asado” le pusieron provocativamente. Ya se nota que el asco al peronismo de los jóvenes de los noventa estaba empezando a irse.
En aquel Barrio Evita hubo de eso: de eso de prender fuego el piso de parqué de los chalecitos californianos. ¿Porque los que vivían ahí eran un ejército de negros de mierda, peronistas e ignorantes incapaces de comprender lo que significa transitar una vivienda de pisos de madera? No. Esa explicación sólo les puede cerrar a los necios, ignorantes, a los poderosos o a los gorilas. El pueblo tiene explicaciones –gusten o no- para hacer lo que hace. Así que no tan fácilmente se puede sacar tarjeta roja.
Yo no recuerdo haber visto la escena en aquella infancia, mientras corría por las veredas al tiempo que paseaba con mis amiguitos por entre los ojos, la nariz y el rodete de alguien a quien yo no sabía que llamaban jefa espiritual de la Nación.
Le escuché el relato por primera vez a Daniel Santoro durante el complicado 2008 de la asechanza campera por la 125. Hablaba el artista del Barrio Evita y le comenté que de niña había vivido allí. Un recuerdo, se ve, le cruzó la mente y contó que a él, Doña Gioconda, una vieja inmigrante procedente de la Italia en guerra que se había instalado en aquel barrio, le había mostrado orgullosa su casa completamente reformada y con los pisos ya no de madera sino brillantes por el mosaico recién desinfectado. “Esto es mucho más limpio. La madera junta bichos. Yo lo sé desde chica. Así que con mi marido cambiamos todo”, le explicó Doña Gioconda. “¿Y con el parqué, qué hicieron?”, le preguntó Santoro conociendo de antemano la respuesta: “Fuego, ¿qué otra cosa íbamos a hacer?”.
En mi casa no habíamos levantado el piso, pero me pareció excepcional saber ya de adulta que había convivido a cuadras, apenas, del mito, del acontecimiento vuelto burla y desprecio por la gorilada que, ante todo, no se preocupa por comprender.
Mis años de niña volvieron inmediatamente a mi mente la primera vez que pisé Tecnópolis: era inevitable viajar en el tiempo, a la ciudad de La Plata, y pensar que este megaparque sería a los chiquitos de hoy lo que la Ciudad de los niños fue para varias de nuestras generaciones.
En la entrada de aquella primera versión habían ubicado una copia del Pulqui, ese avión que fuera orgullo argentino por su inherente implicancia de que nuestro país estaba a la altura de lo último en tecnología. Los más viejos se detenían nostálgicos a contemplarlo. Los más chicos abrían los ojos con incrédulo asombro cuando un mayor les contaba que sí, que Argentina en algún momento había tenido la capacidad de fabricar aviones.
Hace nada más que 48 horas -a 24 del día más caro a la identidad peronista- este 16 de octubre, Argentina puso en el espacio un satélite comunicacional geoestacionario, el ARSAT1. El sueño de un par de delirantes se hizo. Uno brilla desde el más allá y lo pensó siendo presidente en un país que apenas estaba en condiciones de anhelar la polenta. El otro es a quien los medios más poderosos le han puesto el traje del más malo entre los malos. Lo odian, sencillamente porque los enfrentó. Se llama Guillermo Moreno y él era Secretario de Comunicaciones cuando recibió la orden por parte de Néstor Kirchner y de Julio De Vido, vía decreto 955 de 2005, para cuidar como fuese la órbita que se quería quedar Gran Bretaña y que Argentina estaba a punto de perder por el desastre privatizador que se había hecho, también, en la estratósfera.
Hoy el ARSAT anda ajustando posición y cuando esté a punto servirá para que los sitios que para los privados no son rentables tengan también posibilidades de comunicación, para que cientos de escuelas tengan telefonía y TV satelital, para que, con suerte, podamos mantener una comunicación vía teléfono celular sin estar obligados a hacer la parabólica humana y para que Argentina pueda exportar este tipo de tecnología. Porque por primera vez, nuestro país fabrica, construye, pone a punto, realiza las maniobras de viaje, establece la posición orbital y realiza la operatoria completa de un satélite. Pero esa “heladera” -como lo llamó un mediocre- en el espacio servirá sobre todo, para levantar aún más la cabeza, caminar más erguido, sentir la autoestima mimada y creernos con más fuerza que codo-a-codo la cosa puede ser posible.
Yo ya no tengo 4. No vivo más en el Barrio Evita y mi mamá no es más gorila. He leído y estudiado profundamente a Walsh y mi raciocinio comprende a qué se refería con aquello de la tragedia y con lo del nacionalismo colonial. Entiendo las zonas grises y complejas de la política –trato por lo menos- y sé de qué hablan cuando se refieren a soberanía satelital. Pero no fue eso lo que me puso la piel de gallina cuando miraba la transmisión del lanzamiento. Lo que me dio cabal idea de qué cosa estaba pasando en nuestra patria fueron las palabras de mi hija. Ella acaba de cumplir 4 y mientras mirábamos la tele me gatillaba una pregunta tras otra. Todas de un calibre que ni el CEO del INVAP podría responder. En un momento se quedó en silencio. Estaba pensativa. Hasta que abrió sus ojos inmensos y convencida me dijo: “¡Má, es como Buzz Lightyear. El satélite está yendo al infinito!”. “Si, hijita”, le dije entre lágrimas, “estamos todos yendo al infinito, al infinito y más allá”.

domingo, 12 de octubre de 2014

Programa SF 129 - Maria Laura Garrigós de Rébori y Graciana Peñafort - 11 de Octubre de 2014


Gramsci para todos y todas.
por Mariana Moyano
Editorial SF del 11 de octubre de 2014 

Sepan disculparme los desesperados amantes de la más reciente novedad, quienes ven en ella la única posibilidad de andar el camino. Excúsenme los que creen que lo clásico no es el nudo de la modernidad sino un gesto anacrónico. Pero si queremos decirlo con precisión y rigurosidad, de los que estamos hablando es del bloque dominante, de la estructura, de la superestructura y, sobre todo, de hegemonía.

Estamos viendo, ahí nomás, a los medios de producción; a los medios de comunicación que legitiman y construyen el sentido que necesitan esos medios de producción para que la sociedad los considere lo único posible; a los andamiajes institucionales -los legales- instalados como fenómeno natural y que niegan su característica de construcción histórica; al horror que muestra la minoría de ese bloque de dominación frente a cualquier gesto de los representantes de las mayorías que ponga en duda el statu quo; al sistema financiero, pero sobre todo a su lógica, que además de moverse con dinero virtual, mercantiliza la vida cotidiana al punto de que la propiedad privada es biblia, el resto de los derechos son tema menor y la regla que manda es que a más dinero, menos delito.

Si hay dos zonceras sobre las cuales se ha montado el capitalismo actual y su construcción cultural, éstas son:

1) que el mercado tiene una mano invisible, es decir, no hay sujetos con intereses políticos y económicos detrás y que esos dedos manejan sabiamente los destinos de los pueblos. El autor de la frase es Adam Smith, pero fue Milton Friedman quien la propagó en sus años de gloria. Y por estas pampas, uno que nació en la húmeda y que se dice socialista, anda batiendo el parche con el slogan.

2) Que toda ley para la prensa es una ley contra la prensa. También. La glorificación de una supuesta y falsa autorregulación que pondrá las cosas en orden cuando alguna pieza se desajuste. El textual de Juan Luis Cebrián -en algún momento referente del periodismo libre de la España post Franco y desde 1988 consejero delegado del grupo Prisa- es así: “Toda ley especial para la prensa es una ley contra la prensa”. Se lo dijo a Clarín. Mejor dicho, Clarín lo fue a buscar para que dijese exactamente eso en noviembre de 2009, cuando las papas les empezaban a quemar a ellos. Claro que aquí, aunque no anden específicamente metidos ni Smith, ni Friedman, ni Binner, hay alguito de trampa también.

Y lo notamos cuando nos fuimos a leer una nota del mismo diario y con el mismo sujeto como protagonista en la cual ese vocero del grupo Prisa había sostenido que: “deben intervenir el Gobierno y el Parlamento para morigerar los efectos financieros de la muy mala temporada” y que “se sancione una ley que organice el sector audiovisual”. ¿Había pasado, efectivamente, del socialismo explícito al liberalismo más ruidoso? No. El Grupo que él representa tenía una deuda de 5.000 millones de euros y, entonces, ahí sí. Todos piden, exigen, extorsionan para que aparezca la mano visible del Estado y que les saque del fuego la solanum tuberosum, el tubérculo comestible, la papa de la que hablábamos, bah.

Es que la zancadilla está en la batalla que estamos dando para que el público (entendido como audiencias de rating) pase de una buena vez por todas a ser lo público (una sociedad con mirada crítica); para que las políticas de gobierno (las leyes) pasen de una buena vez por todas a ser políticas de Estado (fundamentos que van más allá de los períodos presidenciales). Y, ¿quién lo dice?, que algún día sean la lógica hegemónica, ese momento en el cual el sentido común se transforma en buen sentido.

El zoológico
Porque son como los caballos con anteojeras: hacia adelante, pase lo que pase alrededor.
Son como pájaros carpinteros y nos taladran: Que “entran por una puerta y salen por la otra”, que “no hay justicia porque no tenemos leyes lo suficientemente duras”, que “la caja” no es un Estado con espalda fuerte sino “un botín con el cual Cristina Fernández quiere comprarse muchas carteras”, que “la plata es la de los jubilados”, que “las leyes”, el nuevo código civil, por ejemplo, “tuvo trámite exprés”, y que “las leyes están para cumplirlas”, si se trata del fallo del juez municipal Griesa, pero que “cumplir la ley es ir en contra de la libertad de expresión”, si se refieren a la LSCA”. Agotan.
Son como buitres: rondan y esperan que la sangre se coagule para meter el diente.
Son como caranchos: en la miseria y la mugre es donde sacan ganancia.
Son como perritos falderos: les encanta que a los jueces que a ellos les sirven se les siga diciendo “su señoría”; a esos magistrados que le caen con todo el peso a un ladrón con moto, pero que absuelven a quien sometió al país a una deuda impagable.
Son como teros: chillan por una supuesta pesificación de los dólares ahorrados o porque –según inventan- el mismísimo Ministro de Justicia podría ir banco por banco quedándose con el contenido de cada una de las cajas de seguridad.
Son como arañas: tejen redes que uno no sabe hasta dónde llegan. Porque van de Paul Singer y la Elliot Management a la Twenty-First Century Fox; de Rupert Murdoch al JP Morgan; de la empresa de almacenamiento de datos EMC Corporation al incendio de Iron Mountain; de Goldman Sachs y Bank of New York Mellon a Interpublic; de IPG Mediabrands a MAGNA global. Y de todo eso a A +E Networks, AOL, Clear Channel Media and Entertainment y Cablevisión. Sí, así como suena, como lo dije ya y como no debemos cansarnos de reiterarlo, a esa zona común donde Clarín y Paul Singer se vuelven socios comerciales.
Son pulpos. Pero pulpos obscenos, lascivos, que tienen sociedades comerciales ligadas de modo ilegal y con tentáculos que llegan hasta el último de los miembros del propio bufete de abogados. Y como en toda pornografía, siempre hay un momento de orgía, como ese en que vimos cómo las flechas juntaban a todos con todos.
Son pirañas: trabajan por separado pero para comerse lo mismo. Mientras, nos aseguran, juran y perjuran que nada tienen que ver entre sí aunque por escrito ellos mismos expliciten que: “el comprador no podrá vender ni transferir por 6,7 u 8 años; que el grupo Clarín será el único que en ese plazo podrá readquirir los servicios vendidos; que vencido ese plazo el Grupo Clarín tendrá derecho preferencial para comprar cuando el cesionario decida vender; que el cesionario estará obligado a construir una prenda a favor del Grupo Clarín sobre las acciones; que habrá exclusividad del Grupo Clarín en el suministro de contenido a las señales televisivas vendidas y que el Grupo Clarín recibirá una comisión de más del 80% de la venta bruta de las señales”. Nada, hace cuac y tiene pico. No hay que ser muy astuto ni paranoide para darse cuenta que es un pato.
Son como hienas porque sin ponerse colorados usan como eje argumental el slogan “TN puede desaparecer” o “la adecuación es forzosa” sin que se les mueva un músculo.

A uno le corre frío por la espalda, se le hiela la sangre. Porque no paran, porque esperan vernos muertos para comer, porque son obsecuentes, porque engañan, porque tejen, y porque parecen sonreírse cuando nosotros nos horrorizamos de que a ellos las palabras “desaparición” y “forzosa” se les caigan con tanta facilidad de la boca. Uno, a esos términos, los guarda, los cobija, los cuida para cuando deba dar cuenta o testimonio del más espantoso horror atravesado.

Nombrar en la ESMA
En estos días, mientras pasaban cosas, en otros sitios, pasaban cosas. En la Ex ESMA, allí donde uno toma real dimensión de qué fue desaparición y qué fue lo forzoso, se realizó un Encuentro Internacional de Medios y Democracia. La necesidad era la de compartir experiencias con otros de otros países a quienes les pasa lo mismo pero que, como nos quieren tabicados para que perdamos perspectiva, a veces necesitamos estar hombro con hombro para darnos cabal cuenta. La excusa, los 5 años de la sanción de una ley que –como tantas- habla de bastante más que de lo que su articulado refiere.

Podríamos decir que hubo paneles sobre Estado, diversidad, periodismo, medios, concentración, gestión, audiencias, ficción, nuevas tecnologías, narrativas transmedia y políticas de inclusión. Podríamos decir que vino gente de todo el mundo. Podríamos decir que se notaba el interés.

Pero mejor que decir es decirnos.
Teresa Parodi cerró el Encuentro. Fue como Ministra de Cultura, pero habló como artista, con esa sensibilidad y capacidad de llevarnos a través de su relato de un modo que jamás un funcionario liso y llano podrá. Nos conmovió porque habló desde las entrañas, desde el corazón. Nos contó que desde la insolencia, desde la impertinencia de su juventud se le acercó por aquellos años a una mujer guaraní para casi exigirle que se sumara a su lucha militante y que siguiera su necesidad de cambiar el mundo ya.
Y esa mujer, con historia a cuestas, se le plantó, le respondió, le dijo, se dijo, esto que Teresa escribió “para aprender, para recordar y para saber qué decirme y con qué defenderme cuando vinieran por mí”.

"No digas de mí sin mí. / Mi voz sabrá cantar sobre tu imperio,
imperio de mostrar y decidir / lo que te sirve para reinar aquí.

Mi yo te niega ese derecho, / mi yo es mi pueblo
y no te da lugar, ni te permite / imponer tu voluntad ajena
a mi sentido último y primero.

Me levanto y te digo: / soy quien marca esta huella,
huele este limo, / habla esta lengua, / sabe este saber,
reina en este reino / donde todo me nombra,
donde todo me dice / el lugar de donde vengo.

Desconozco tu signo, / tu señal que me ciega.
Yo me llamo, / yo me nombro, / soy mi pueblo
Y elijo / y elijo / y vuelvo a elegir
estar viva”.