martes, 28 de abril de 2015

Programa SF 157 - Eduardo Rinesi - 25 de Abril de 2015


El desinterés: la forma oculta de los intereses
Por Mariana Moyano.
Editorial SF del 25 de Abril de 2015.

Fueron un puñadito. Recurrieron a todo el arsenal intelectual que poseían y, en coordinación o en soledad, construyeron un andamiaje teórico para mantener en pie algo de seriedad académico-política frente a lo que la chantada Fukuyamezca estaba dinamitando a fuerza de charlatanería sostenida con multimillonarios fondos, tráfico de ideología con verdadero poder de fuego directo, drones de ideas perforantes directo a las cabezas y el juego de la globalooney a todo vapor. No eran los preferidos de aquellos supuestamente prestigiosos atriles universitarios pero dieron la pelea más digna y cuesta arriba de los últimos –por lo menos- cincuenta años del mundo de las ideas. Fueron los que se animaron, en plena burbuja del fin de las ideologías, a plantar bandera y gritar que, señoras y señoras, la historia no se ha detenido, ni se detendrá porque es -lo saben bien los marxistas pero también ya a esta altura quienes no lo son también- siempre habrá conflicto y es éste el motor del movimiento de la vida de los hombres. Y mientras haya humanidad, habrá sujetos políticos.
Fredric Jameson aullaba desde su “Ensayos sobre el Posmodernismo”, un libro de principios de los años 90: “Parecería ocurrir en el debate posmodernista, y en la sociedad burocrática y despolitizada a la cual corresponde, en donde todas las posiciones aparentemente culturales resultan ser formas simbólicas de moralización política, excepto por la única evidentemente política, lo que sugiere nuevamente, un desplazamiento de la política hacia la cultura. Tengo la sensación, de que la única salida adecuada fuera de este círculo vicioso, además de la praxis en sí misma, es una visión histórica y dialéctica que intente capturar el presente como Historia”.
James Petras, uno de los duros duros de la izquierda estadounidense, recurrió a un juego de palabras propio del inglés para cachetear rapidito y con efecto a eso del fin de las ideas y del mundo global y uniforme: Baloney, en inglés, quiere decir tontería. De allí que en lugar de utilizar la palabra globalización inventara el neologismo “globalooney”: globalización de la tontería. El argumento principal de los defensores de la globalización es que estaríamos viviendo una economía globalizadora, una economía supranacional donde las naciones y los Estados serían anacrónicos, sostuvo Petras. La cuestión, sería, entonces, encontrar formas de gobiernos supranacionales, o sea, las multinacionales. “Debemos cuestionar –escribió- todas las premisas. En primer lugar, la novedad misma de la globalización. La circulación y la producción extra nacional tiene la misma larga historia que el capitalismo (…) Hablar de globalización en sentido homogéneo de que todos estamos metidos en economías interdependientes, que todos ejercemos una influencia recíproca, es totalmente falso. Porque el dinamismo está ubicado en algunas clases y algunas regiones, mientras que otras están afectadas de forma asimétrica”.
Terry Eagleton batió el parche con firmeza y tanto en su “Ideología” como el “Las ilusiones del posmodernismo” lo dijo de modo bello. Ese pasar de todo, tan pregonado por los chantunes vociferadores del “no hay nada que hacer porque la Historia (no la disciplina, sino el movimiento social de los sujetos, es decir, la posibilidad de transformación) ha muerto”,  puso a este profesor de Oxford en la obligación de gritar un “basta fuerte” y lo escribió así: “Tanto para Nietzsche y Heidegger como para Marx, somos seres prácticos antes que teóricos. Y en opinión de Nietzsche, la noción de desinterés intelectual es por sí misma una forma oculta de interés, una expresión de la rencorosa malicia de aquellos que son demasiado cobardes para vivir peligrosamente” y las “implicaciones políticas” de estos movimientos no son otras que “expulsar el deseo del sujeto (para) enmudecer su grito potencialmente rebelde.
Eduardo Grüner, por estas tierras, se animó con el genial “El fin de las pequeñas historias” y desde allí disparó: “El posmodernismo –término que empezó a generalizarse en la arquitectura norteamericana a principios de los setenta- se consagró con el derrumbe de una construcción, el muro de Berlín, y él mismo se derrumbó con la caída de unos edificios en Nueva York. Había especializado la experiencia, había eliminado, con los tiempos ‘reales´ de la informática, la densidad de los tiempos históricos”. Pues, “se terminó  la era de los simulacros, volviendo a Žižek, hemos sido arrojados al desierto de lo real”.
Estas citas son apenas algunas.Porque hubieron los Edward Said que no detuvieron ni su producción intelectual ni su denuncia de las atrocidades de los actos terroristas de los Estados Unidos, la OTAN o Israel; los Nicolás Casullo que metieron el cuchillo en el debate Modernidad-Posmodernidad; los Samir Amin o los Slavoj Žižek que, enojados, nos pintaron la escena de aquel presente; los Eric Hobsbawn que mantuvieron su prestigio y calidad pero que no fueron best sellers.
Toda esta parrafada de citas de libros de profundad densidad teórica para dar cuenta de algo que atraviesa la Argentina estos años, estas semanas, estos días, incluso estas jornadas en la Ciudad de Buenos Aires. Porque lo pequeño que vivimos por estas horas es hijo, ejemplo, parte de un todo; una fotografía de la película completa de este inmenso cambio de paradigma que atraviesa el mundo. Y esta disputa de ideas no es nada menor porque aceptar como diagnóstico esta transformación o negarla da cuenta de si quien habla es alguien de ojos y cabeza abierta u otro que pretende hacernos creer que nada se ha modificado para llevarnos de vuelta a este cercano pasado de inmovilidad de apatía.
Los gringos la tienen más fácil en el lenguaje. Ellos tienen el término History para dar cuenta de la Historia y la palabra story para referirse a esos relatos más pequeños, menores, como un texto periodístico. Nosotros, con el castellano, sólo podemos defendernos con la mayúscula; con una H grande para pisar fuerte y marcar que no nos pararemos nunca en aquella tontería berreta del fin de la historia, las ideologías y todo lo que tiraron por la borda cuando el capitalismo cultural determinó anestesiarnos. La misma mayúscula que debemos usar con la P de Política, porque esa trampa está en el aire también para eso.
Se ha avanzado: los diarios, por ejemplo, los que más nos jugaron la ideológica –sin avisar, de más está decirlo, aunque lo diremos igual- dividiéndonos el pensamiento en secciones, o sea diseccionándonos el razonamiento en secciones periodísticas como política, política nacional, política internacional, política económica, economía, finanzas, mercados, managment, economía internacional y varios etc. más se vieron obligados en estadéada a parar la pelota y crear espacios como El País. Es decir, no pudieron escapar al clima de época, el que corrió velos y nos mostró que las decisiones tomadas en una esquina de la administración del Estado están íntimamente vinculadas a lo que suceda en la terminal administrativa y política del rincón más lejano.
Cuando nos loteaban la información –la forma más perversa de impedirnos conectar hechos- tenían un supuesto motivo inherencia a la propia disciplina. ¿La excusa? Practicidad periodística. ¿El objetivo político? Impedirnos vincular lo que ME pasa de lo que NOS pasa. Construirnos un mundo individual mientras del mundo en serio, del grande, del de los poderes y el dinero, se ocupaban ellos y el resto de las corporaciones, las de las armas, las del dinero y las de las mentes.
El TodoVaConTodo presidencial tan de moda por estos días no es nuevo y los editores se dieron cuenta. Bien cerquita del 2003 y de aquella fenomenal y rotunda afirmación del entonces candidato Néstor Kirchner de “mi ministro de Economía voy a ser yo”, frase brindada como respuesta a los preocupados cronistas de antaño que ponían por encima de la autoridad presidencial la tecnocracia del edificio de Hacienda, los diarios tuvieron que juntar todo, meter violín en bolsa y salir con sección única en la cual se colocara toda la información del quehacer nacional. Porque la economía es política y las decisiones presupuestarias son político-ideológicas, “estúpido”.

Por aquellos tiempos aciagos del desierto como toda expresión posible, “la política” era algo –en el discurso dominante- bien diferente de “lo político”. Para decirlo fácil y que se entienda bien: la política era sólo la rosca, la campaña y la cuestión electoral. Incluso hoy hay algunos distraídos –propios, ajenos y de varias de las especies- que no tomaron nota del cambio. Se lo hacen mucho al Jefe de Gabinete Aníbal Fernández cuando con su vozarrón inunda las radios y pone agenda a fuerza de laburo y bocho cada mañana. “Ministro, lo saco de estos temas y lo meto en la política”, le dicen. Él, resulta, venía hablando de fondos buitres, la gira de Cristina por Rusia, la colocación de los Bonos 2014 o la actuación de Sandra Arroyo Salgado en la novelita Nisman, pero el sesudo periodista consideró que todo aquello no era política, sino vaya uno a saber qué y decide rotar la conversa a lo electoral, es decir, lo que para su cortita capacidad es “LA política”. Supongo que Fernández bufa por adentro, pero debe mantener ciertos modales en público y ha de ser por eso que no cachetea con la retórica en ese punto. Fernández, la otra, ya sabemos qué hace con tamaña burrada: se para en el atril de las Naciones Unidas o de cualquier Cumbre que le cuaje y le canta las 40, las 50, las 60 al poderoso que sea, Barak Obama o el anarco capitalismo, da igual.
Así las cosas, las elecciones y sus resultados en tanto artículos específicos de esa temática ocuparon las correspondientes 24 o 48 horas tanto en portadas como en noticieros. Y eso no quiere decir que no importe “La política”, sino todo lo contrario. Significa que nunca en nuestra historia reciente como ahora importa “lo político”. Es decir, los que nos quieren diseccionar la perspectiva no han podido con el vendaval de la política, con el aluvión de ésta. Así, un lunes, le encajaron el “importante triunfo” opositor a los resultados de Mendoza y Santa Fe y se convirtieron en la experiencia de envejecimiento más pronta de un diario: a las 4 de la mañana estaban en la calle y esa de la tapa ya era info atrasada porque ni fue tan importante ni se sabe con exactitud si hubo triunfo. Pero ya, martes, miércoles, jueves, viernes e incluso sábado no pudieron escapar: Nisman, Rusia, Vaca Muerta, los llamados “ilegales” de Europa y la barbaridad xenófoba del diario inglés The Sun, el ridículo de Griesa, el gesto de tremenda “modernidad” del Papa Francisco y su confirmación de su visita a Cuba, la foto bien ocultadita del abrazo de Maradona y el líder Vaticano (D10s y el Papa, al decir de nosotros los maradonianos) con una señora de pelo cortito detrás pero muy cerca y que no es otra que Marta Cascales (la esposa de quien es el mismísimo demonio para algunos, Guillermo Moreno), el republicanismo del Presidente de la Corte tan opositor a las reelecciones pero re re re electo en su puesto en un “por las dudas” de dudosa ética, la interna de la familia/partido judicial donde se juegan la operación Bonadío/Hotesur y el cascotear al fiscal Javier De Luca, que acabó con la fantochada Nisman para permitirnos a los argentinos exigir la verdad sobre la muerte de Nisman. “Lo político”, de lleno en las primeras planas relegando a lo electoral (lo que los mediocres llaman “la política”) al lugar que le corresponde, el de resultado del acto cívico de un país que ejerce la política con gestos soberanos tanto individuales como de Estado.
Y porque la disputa no ha terminado sino que lejos de ello vive su momento más culmine y determinante, no es casual que los dos diarios más poderosos hayan llevado el fin de semana dos notas en las cuales se pugna por volver a aquello de que la política es una ínfima parte de lo que sucede, hacemos y ocurre. “El deporte de la política”, firma uno de los poderosos de Clarín y escribe: “en realidad, lo que necesita la política son personas democráticas, inteligentes, interesadas en la cosa pública y en el servicio a la sociedad que garanticen idoneidad y decencia”. Una afirmación que, si viniera de otro, uno podría pensar en la profunda ignorancia del escribiente, pero viviendo de él no es otra cosa que un acto de profundo cinismo, en el cual se muestra más como un amigo de Heidi, de Pedro, e incluso del abuelo de la niña de los prados, que como el gran conocedor de los recovecos del entramado. En el diario centenario, en cambio, no salen ellos con el cuchillo entre los dientes. Siempre han sido más elegantes. Ponen a un “analista”, y vaya esto con muchas comillas” que escribe PARA La Nación. El título del artículo es “La politización perversa del kirchnerismo” y dice allí el opinólogo: “un ex funcionario técnico del Ministerio de Economía recuerda con dolor el día en que Néstor Kirchner le pidió la renuncia a Roberto Lavagna, justificando su decisión con una frase punzante, que anticipaba el concepto de administración que regiría en adelante (…). "Mirá, hasta acá vos y yo cogobernamos; yo asumí la presidencia con más desempleados que votos. La mitad de esos votos me los diste vos. Bueno, ahora se acabó el cogobierno y el ministro soy yo". (…) El kirchnerismo se vanaglorió de politizar la sociedad. Al cabo de una larga década, no hay evidencias, más allá de casos circunscriptos, de que lo haya logrado. En cambio, llueven los testimonios de una politización perversa: la de los cuadros administrativos del Estado, al que se ensalza en la retórica, mientras se lo debilita en los hechos, persiguiendo y desplazando a sus artífices más calificados”. En criollo: todo el poder a la tecnocracia supuestamente desinteresada para mandar a los gulags a los políticos que no se comen en versito de que lo político es apenas administrar las decisiones que vienen de arafue.
Que nos quede claro: No les importa tanto que el país se vuelva opositor como que se quede quieto; que vuelva al efecto anestesiado de los años noventa, que retorne al desierto, que se meta otra vez en la Matrix. Los poderes reales, los de siempre, los perdurables nos quieren rabiosos para usarnos de vanguardia en la gesta por tumbar a quienes transforman y le sostienen la pulseada. Pero cometido el acto, nos volverán a lanzar al efecto durmiente del “¿y a mí qué me importa?”, el “la política es sucia” o el “que se vayan todos”, sencillamente para quedarse ellos.
Eagleton lo dijo mucho mejor de lo que yo podría hacerlo jamás, así que no voy a esforzarme en parafrasearlo cuando sus palabras resuenan poderosas: “Si las personas no combaten de manera activa un régimen que las oprime, tal vez sea porque han absorbido sumisamente sus valores dominantes. (…) Los medios de comunicación se perciben a menudo como un potente recurso por que se difunde la ideología dominante, pero esta suposición no debería aceptarse de manera incuestionable. (…) Muchas personas dedican la mayor parte de su tiempo de ocio a ver televisión; pero si el ver televisión beneficia a la clase dominante no puede ser principalmente porque contribuya a transmitir su propia ideología al dócil populacho. Lo importante desde el punto de vista político de la TV es menos el contenido ideológico que el acto de contemplarla. El ver la televisión durante largos períodos confirma funciones pasivas, aisladas y privadas de las personas y consume mucho más tiempo del que podría dedicarse a fines políticos. Es más una forma de control social que un aparato ideológico”.
No lo dijo Eagleton y no sé si lo diría porque no creo que conozca mucho de rock argentino. Así que lo digo yo: Nos quieren quietos. No les demos el gusto y como dijeron los de Billy Bond y la pesada y como canta habitualmente Ricardo Mollo con Divididos, “Salgan al sol, revienten. Salgan al sol, paquetes. Salgan al sol”.

sábado, 18 de abril de 2015

Programa SF 156 - Victor Hugo Morales Luis Alem y Pablo Cerioli - 18 de Abril de 2015

Papel de lesa humanidad
Por Mariana Moyano
Editorial SF 14 de Marzo 2015

Todavía la Argentina no debatía ni el rol ni la propiedad de los medios de comunicación, ni había conciencias semiologizadas y alertas en casi cada ciudadano, ni se había extendido la idea de que poder y gobierno no necesariamente eran lo mismo, ni se había puesto -o se había colocado a sí mismo- el Poder Judicial en el centro del debate nacional y muchísimo menos se hablaba con naturalidad de cómo habían sido civiles los ideólogos del plan que ejecutaron, codo a codo para satisfacción de las corporaciones económicas, los represores de uniforme y los miembros de la patota. Apenas si el kirchnerismo –que aún no era tal cosa- había dado sus primeras pinceladas con la cadena nacional del Presidente para dar cuenta de cómo lo extorsionaba la Corte de la mayoría automática, con una discusión cara a cara con el pliego de condiciones que José Claudio Escribano le había enviado desde la tapa de La Nación a la primera magistratura del país, con la orden de bajar los  cuadros y con algunos otros gestos que iban recién mostrando el tallado del movimiento. Empezaba el forcejeo –eso sí se notaba- pero los poderosos de siempre se mantenían en su posición de saberse triunfadores de cualquier batalla a la que fueran desafiados.
Era en ese contexto, que los medios –incluso los de derecha- se daban el lujo todavía de jugarla de poseedores de un costadito progre. Porque aún tenían esa capacidad perversa de fagocitar lo revulsivo, introducirlo en sus propias entrañas y escupirlo edulcorado; de volver lo antisistémico, inofensivo. Aún no había sido impugnado el corazón de su razón de ser. Todavía podían posar, darse esa manito de pintura que los hacía presentables y jugar a la democracia de utilería.
Porque en nuestra Nación, decir todavía no implicaba empeñar la palabra, es que el diario La Nación se daba algunos permisos, como el de quitarse cierta solemnidad y de celebrar actitudes discordantes con su propia historia.
El domingo 4 de septiembre de 2005 el diario escribió sobre Daniel Rafecas. “El juez que revisa el pasado reciente”, fue el modo en que lo describieron desde el título. “En Tribunales –contaba La Nación- todos hablan de él. Y algunos hasta lo comparan con el juez español Baltasar Garzón. Pero Rafecas tiene una particularidad: nadie, excepto algún que otro procesado por él, habla mal de este magistrado. Aunque se lo intente, las anécdotas que relatan sus colegas, colaboradores, allegados o abogados del foro lo pintan, sencillamente, como un tipo normal. Un estudioso y laburante que, después de mucho esfuerzo, llegó al cargo que siempre soñó.
Como consecuencia de la anulación de las leyes de punto final y obediencia debida, ordenó la detención de diez policías federales, cuatro gendarmes y un agente del Servicio Penitenciario Federal que durante la última dictadura habrían cometido violaciones a los derechos humanos en la jurisdicción del I Cuerpo de Ejército. Y, convencido de que hay otras formas de pensar y aplicar la ley penal, llevó a tres supuestos skinheads menores de edad que atacaron a un chico judío a recorrer la Fundación Memoria del Holocausto, donde les dio una clase sobre racismo en lugar de encerrarlos en un instituto. Su trabajo más ponderado lo hizo como titular de una comisión que creó el ex procurador general de la Nación Nicolás Becerra para investigar los procedimientos fraguados por la Policía Federal con el fin de mejorar las estadísticas de la fuerza y así, supuestamente, reducir la sensación de inseguridad. (…) Quizás todo cambie con el correr de los años pero, hasta el momento, el juez Rafecas no es más ni menos que un tipo normal”.
Rafecas había sido designado en octubre de 2004 y sus pares fueron los entonces nuevos jueces federales Ariel Lijo, Guillermo Montenegro y Julián Ercolini. Había llegado –nombrado por la Cámara Federal- para ocupar el juzgado federal Nº 9, el que tenía a cargo Juan José Galeano cuando fue destituido. El entonces camarista Gabriel Cavallo había dicho de Rafecas: "Es uno de los jueces más preparados".
Toda esta catarata de elogios hacia Rafecas tuvo un freno anterior a su desestimación de la denuncia de Natalio Alberto Nisman contra la Presidenta Cristina Fernández. Fue en 2010 cuando se atrevió a lo que nadie se había animado antes: ligar, vincular, poner en un mismo mosaico, delito económico y crimen de lesa humanidad. “Existen distintos elementos que determinan la conclusión de una clara inescindibilidad entre los hechos de privación ilegal de la libertad que tuvieran por víctimas a una serie de personas vinculadas con la firma Papel Prensa y la eventual comisión de ilícitos referidos con la transferencia presuntamente compulsiva de acciones de esa empresa que se encontraban en propiedad de la familia Graiver”, había escrito Rafecas en una de sus sentencias. Fue el 7 de julio de 2010. La guerra ya era declarada y se habían borrado los márgenes para la hipocresía y “los como si”. “Se vincula la compra de acciones”, había escrito el juez “con la dictadura” y había sostenido en su fallo también que “la existencia de acuerdos entre los diarios entre los cuales se encontraba el de no publicar nada que atentase contra la Junta Militar”.
La Argentina se empeña en hacernos vivir historias que o son circulares o nos muestran cuán anclados están algunos al protagonismo de los sucesos. El juez Lijo ha pasado a ser uno de los mejor considerados por las plumas de los poderosos desde el momento en que es quien tiene en jaque al vicepresidente Amado Boudou. Con Guillermo Montenegro nadie que escriba y hable en los medios que comandan la oposición se mete porque, en primer término, es funcionario del candidato que les conviene y en segundo lugar, porque les hace de vocero con todo gusto. Gabriel Cavallo ha dejado el Poder Judicial para convertirse en uno de los abogados personales de la mismísima Ernestina Herrera de Noble.Y Julián Ercolini, pues ¿qué decir?, ha llevado estos días la connivencia jurídico mediática a extremos –incluso para conocedores del tema- aún hoy sorprendentes.
El titular del Juzgado Federal 10 no necesitó ni 24 horas para sentenciar que no iba a tomarles declaración indagatoria a Herrera de Noble, Héctor Magnetto, Bartolomé Mitre, al abogado Juan Gainza Paz y al ex secretario de Desarrollo Industrial de la dictadura Raymundo Pío Podestá. Cuando todavía teníamos la piel erizada por la impunidad con que el juez de Bahía Blanca Claudio Pontet había dictado la falta de mérito a Vicente Gonzalo Massot, luego de la abrumadora prueba presentada por los fiscales José Nebbia y Miguel Palazzani contra el dueño de La Nueva Provincia. En el mismo contexto en que la Sala IV de la Cámara Federal de Casación Penal resolvió también la falta de mérito del dueño del Ingenio Ledesma, Carlos Pedro Tadeo Blaquier, y el entonces gerente administrativo de la empresa, Alberto Enrique Lemos, Ercolini sostiene que no había respaldo legal suficiente para sospechar que hubo irregularidades en la adquisición de la empresa Papel Prensa por parte de los diarios La Nación, Clarín y La Razón a la familia Graiver/Papaleo.
Al accionar de Ercolini, ninguno de los dos periódicos involucrados lo encontraron “exprés”. Muy por el contrario. Fue descripto como el “rechazo” de “el juez” frente a las “presiones del kirchnerismo sobre la prensa” y a lo demandado por “un fiscal”, “Gómez Barbella, de la agrupación K Justicia Legítima”. Lejos de las descripciones que recibió Leonel Gómez Barbella de ser “fiscal K”, de sugerir que había sido nombrado en el cargo casi al borde de lo ilícito y de poner en tela de juicio su recorrido en el Poder Judicial, de Ercolini hicieron una semblanza que lo coloca cerca del bronce y llegaron a utilizar al híper mediático abogado y diputado massista Mauricio D´Alessandro como cita de autoridad para cuestionar el pedido del fiscal federal que se atrevió a una de las jugadas más fuertes contra los dueños de la construcción de sentido común en nuestra patria. Y, por supuesto, Ricardo Kirshbaum no eligió hablar de fallo “muy veloz” ni de excesiva “premura para un caso muy complejo”, como sí lo hizo el viernes 27 de febrero cuando cuestionó la decisión adoptada por Rafecas de enterrar por improcedente la presentación de Nisman vía la jugada de Gerardo Pollicita.
Entre aquellas loas a Rafecas en aquel diario La Nación que podía permitirse el cinismo porque la política todavía estaba arrinconada y el fallo de Ercolini circularon poderosísimos torrentes de agua sanadora bajo los puentes de la historia construida recientemente: Toda la discusión, la aprobación, la sanción, la reglamentación y la aceptación por parte de la Corte Suprema de la constitucionalidad de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual; la elaboración, y publicación del Informe Papel Prensa, La verdad; la presentación en la Justicia de Lidia Papaleo en tanto querellante por los padecimientos sufridos para ser obligada a vender sus acciones de Papel Prensa y el hallazgo de los papeles que hacen las veces de eslabón perdido entre el delito económico potencialmente prescriptible y el crimen de lesa humanidad que no deja de ser perseguido: las Actas de la Junta Militar halladas en el edificio Cóndor junto con las de la Comisión Asesora Legislativa –con que la dictadura reemplazó al Congreso- y las reglamentaciones internas de la Comisión Nacional de Valores, por donde pasó todo el ir y venir de Papel Prensa debido a que se trata de una empresa que cotiza en bolsa.
Cuando Lidia Papaleo alzó su voz para que todos conocieran su padecimiento físico y psicológico aún se encontraban del otro lado de la verdad estas actas y documentos de la Junta que muestran la obsesión de los más altos jefes de la dictadura por los bienes de los Graiver. El punto 4 del acta 5 del 15 de septiembre de 1976 dice textualmente: “Caso Graiver: se tomó conocimiento de los antecedentes y se les dio giro al Señor Ministro de Economía”. El anexo 1 del acta 8 marca las “pautas referentes a la disposición de los bienes de los inhabilitados”.
A partir del acta 14, de los primeros días de noviembre de 1976, la mismísima Junta Militar -la conformada por quienes eran los dueños y decisores de los destinos de cualquiera que habitara el suelo nacional- comienza a mostrar y a dejar por escrito la primera muestra de la existencia de un poder por encima del poder de uniforme. En esos documentos dejan asentadas ciertas preocupaciones por el comportamiento de los “nuevos dueños” de la empresa Papel Prensa. No es habitual ver con firma de puño y letra de Jorge Rafael Videla y de Emilio Eduardo Massera papeles que indiquen que había otros que podían tener hasta más poder que éstos de uniforme de cuyas decisiones dependía el seguir o no existiendo de millones.
Dos muestras documentales más de cómo las cúpulas empresariales funcionaban como la patronal del proceso dictatorial son las siguientes: En el libro “La dictadura del capital financiero”, un trabajo que buceó en las resoluciones de la Comisión Nacional de Valores, se relata que en el “acta 688 del 22 de junio de 1978, se cita al Directorio de Papel Prensa para que aclare la colocación de acciones y puesta a disposición de revalúo autorizado por resolución 3763. En julio de 1978, en acta 691, el General Cassino informa que el 4 de dicho mes concurrieron directivos de Papel Prensa a la CNV, Dres Laiño, Aranda y el Capitán Perernau a “quienes se le hizo notar que la publicidad que había efectuado la empresa no se ajustaba a lo convenido en oportunidad de dictar la resolución 3763”. Es decir, que la empresa Papel Prensa ya vendida a La Nación, La Razón y Clarín no sólo se daba la licencia de incumplir con lo establecido por el organismo comandado por miembros de las Fuerzas Armadas, sino que aquella CNV les manifestó su malestar frente al incumplimiento pero estuvo muy lejos de llamarlos al orden con rigor o de apercibirlos, como se hubiera hecho con cualquier otra empresa y, ni que hablar, de pasar a mayores, como sí lo hubieran hecho con cualquier otra empresa.
El otro increíble ejemplo de poderío por sobre el poder absoluto de la Junta es el relatado -en una de las actas de la CAL que aparecieron junto con toda la documentación del el edificio Cóndor- por el entonces capitán de Navío Alberto D´Agostino, designado por decreto 2414/77 como representante del Estado (de aquel Estado de mano de hierro) en el directorio de Papel Prensa. Si no fuese la más cruda realidad, lo relatado por D´Agostino daría lugar a un guion de ficción de éxito asegurado. Relata, según consta en ese acta: “A poco de iniciarse las gestiones, como es de conocimiento de Su Excelencia el señor ministro, se planteó la interpretación del alcance del punto 7 del decreto 2414, al decidir el suscripto con su conocimiento y aprobación asistir a las reuniones de Directorio. Ello motivó que se suspendiera la reunión de ese día para estudiar por ambas partes el problema. Con fecha 30 de agosto se realizó la misma y ante el mantenimiento por parte de los señores Ricardo Peralta Ramos, Bartolomé Mitre y contador Héctor Magnetto, de la posición de no permitirme el acceso a la misma, el suscripto levantó un acta ante escribano público dejando constancia de la situación. Atento a lo expuesto y acorde con las directivas recibidas al respecto, se trasladó este problema a ese Ministerio”. Que se entienda: en pleno 1977, cuando las detenciones seguidas de tortura y desaparición estaban en su pico más elevado; en medio del momento de mayor brutalidad criminal de la dictadura, los representantes de los tres diarios se dan el permiso de impedir al representante de la Junta Militar de que participe de una reunión de directorio de una empresa de la cual el Estado es parte.
Ya en 1950 el papel para diario era un problema en debate. En ese entonces era el Estado quien concedía los permisos de importación y fijaba las cuotas de compra. Por aquellos años, el diario de los Mitre adquiría 8.388 toneladas de esa materia prima y ocupaba el tercer lugar en importador luego de La Prensa y de El Mundo.
Juan Carlos Onganía creó el Fondo para el Desarrollo de la Producción de Papel y Celulosa (decreto ley 18.312 de agosto de 1969) y con esa medida todos los diarios pagaron durante una década el 10% de sus importaciones. El dinero estaba destinado a la creación de una fábrica de papel. Alejandro Agustín Lanusse determinó que la empresa debía poseer un 51% de capital argentino y que el Estado aportaría la otra parte. Se llamó a concurso y luego de declararlo desierto, Lanusse adjudicó la parte privada a Civita, Doretti y Rey. Para 1976 David Graiver ya controlaba el 80% de las acciones clase A. En aquel más que confuso episodio, Graiver muere en lo que fue denominado un accidente de avión.
La historia que sigue es ahora más conocida. Lidia Papaleo, viuda de Graiver, es “invitada” junto con Juan (el padre de David) e Isidoro (su hermano) a una reunión en el coqueto edificio que La Nación poseía en la calle Florida para encontrarse con Mitre, Patricio Peralta Ramos, de La Razón, y Magnetto. Allí es donde la convencen de vender, con el sutil argumento de que en juego estaban nada menos que su vida y la de su hija. Luego del traspaso de las acciones, todo el grupo Graiver es detenido por la policía de Ramón Camps y Lidia es torturada por el propio Miguel Etchecolatz.
Como contara Jorge Lanata en el diario Crítica: “Los Graiver ni siquiera cobraron la cesión de las acciones. Gracias a gestiones de la dictadura, los diarios lograron dos créditos: del Banco Español del Río de la Plata y del Banco Holandés Unido sucursal Ginebra, por 7.200.000 dólares, a sola firma y sin avales. Años más tarde, ante el fiscal de Investigaciones Administrativas Ricardo Molinas, Magnetto declaró que el préstamo tuvo un aval de una papelera internacional, pero se negó a ratificarlo por escrito a pedido del fiscal”.
Hay un dato de una perversidad pasmosa y es el que muestra el detalle con que se llevó a cabo la apropiación de la empresa. Los tres diarios que iban que quedarse con la fábrica y la Junta Militar debían cubrirse en lo formal y crear una falsa legalidad para enfrentar posibles inconvenientes en el futuro: este presente, sin ir muy lejos. Para lograrlo necesitaban que Lidia Papaleo realizara la cesión –bajo coerción, bajo amenaza y con todo el rigor que hiciese falta- en situación de libertad formal. Por una sencilla y única razón: La dictadura había creado la CONAREPA, un organismo llamado Comisión Nacional de Recuperación Patrimonial al que iban a parar los bienes de todos aquellos signados como subversivos. Los diarios debían evitar que Papel Prensa pasara a ese fondo para que otros no les disputaran el botín. Necesitaban el traspaso directo. Esa es la razón por la cual el grupo Graiver fue secuestrado con posterioridad a la formalización de la operación irregular, ilegítima, sucia y sin el consentimiento de la familia, pero con las apariencias de legalidad que le dan a Ercolini hoy las vergonzantes excusas para hacerse el gil.
Por si no alcanzara con todo esto, Papel Prensa nos debe a todos los ciudadanos el subsidio de energía eléctrica que recibe por parte del estado provincial y muy especialmente indemnizaciones a los ciudadanos de la zona de San Pedro porque según la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA “los valores hallados en la muestra de agua analizada exceden los límites admisibles para descargas de efluentes líquidos de acuerdo a lo establecido por la Resolución 336/03 de la autoridad de la provincia de Buenos Aires”.
Presionan, roban, mandar torturar y matar y encima contaminan.
Argentina –y el mundo, si me permiten- vive un momento particular. El capital, el poder del dinero, los verdaderos dueños del poder real, están jugando una de sus pulseadas más importantes frente a los Estados que intentan ser soberanos. En nombre de eso es que deben pensarse algunas situaciones. El caso de Papel Prensa es uno de los ejemplos más claros de eso de lo que estamos hablando.
Vamos a corrernos por un momento de la conmoción humana. Voy a hacer de cuenta que jamás vi los ojos de Lidia, que nunca tuve su mirada directa a la mía, sencillamente porque quien alguna vez se hundió en sus espejos de agua no puede sino quedar conmovido para siempre. Pero voy a hacer el ejercicio de correr esos ojos de mi reflexión; de hacer a un costado la sacudida que implica conocer los detalles de lo padecido por el grupo Graiver en sus propios cuerpos. Y voy a invitar a quienes se preocupan de lo que el Estado “gasta”; a los liberales que tanto estremecimiento les produce lo que se va por las “canaletas” y a hablarles a ellos: olviden a Lidia y a Osvaldo Papaleo y a su clamor, sigan defenestrando a Guillermo Moreno y a su esposa por su informe Papel Prensa La Verdad, mantengan el odio por Néstor y Cristina Kirchner y oigan otras voces:
“Papel Prensa es uno de los casos de corrupción más graves de la historia argentina. Pone de manifiesto las relaciones y procedimientos empleados por los grandes grupos de poder”. Ningún K dijo esta frase. La escribió el fiscal Ricardo Molinas en su libro “Detrás del espejo”.
“Crónica se editará, dentro de pocas semanas, con el papel más caro del mundo”. Ningún pingüino escribió esta declamación. La firmó el 8 de octubre de 1986 en la tapa del vespertino su propio dueño, Héctor Ricardo García.

“Se regaló Papel Prensa sólo a tres diarios. Luego se elevó el arancel de importación de papel a 48% para que no hubiera otra escapatoria que comprarle a esa fábrica a precio exorbitante. Cuando bajó el arancel, con los radicales, y el precio bajó, Papel Prensa no le vende a nadie. A precio bajo sólo se benefician los dueños”. Ningún funcionario sostuvo esta apreciación. La escribió el creador de Ámbito Financiero, Julio Ramos, en su libro “Los cerrojos a la prensa”.
No se trata en esta historia de ser kirchnerista o no serlo. Se trata de no ser zonzo y de entender que durante la dictadura, para quedarse con nuestras vidas, nuestras cabezas y nuestro dinero hicieron “falta –como escribió Juan Gasparini en “El Crimen de los Graiver”- periódicos y revistas dóciles que se sumaran al concierto de la obsecuencia mientras detrás del escenario se consumaba la carnicería social, política y económica”. De eso estamos hablando cuando nos adentramos en la tenebrosa historia de Papel Prensa.

lunes, 13 de abril de 2015

Programa SF 155 - Jorge Taiana - 11 de Abril de 2015


Tabicados
Por Mariana Moyano
Editorial SF del 11 de Abril de 2015

Y que “Je Suis Charlie” desde apenas iniciado enero en el mundo entero. Y si no eras Charlie de modo absoluto y sin fisuras, los focos de toda la lógica hegemónica –cuando no imperial- te apuntaban directo a los ojos para que te entregaras y confesases tu pertenencia a algún sector del yijadismo terrorista ponebombas e integrista. Justo andaba por Madrid el director de orquesta Daniel Barenboim, quien junto al inmenso Edward Said creó la orquesta multiconfesional West-Eastern Divan Orchestra, en la que conviven jóvenes músicos de Israel, Palestina y otros países árabes. Le preguntaron si él también era Charlie -imagino que esperando una respuesta bien occidental y de ocasión-  pero se encontraron con una voz que los obligó a meter un cambio en el piloto automático de la siempre vacía hipocresía bienpensante: “Es un tema muy complejo", dijo el músico y fue bien categórico con el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu quien había afirmado que de los judíos de Francia y Europa, Israel era "su hogar". Para Barenboim, esas apreciaciones eran equiparables "a una declaración antisemita, porque es lo que dicen los antisemitas: que los judíos son diferentes, que nunca van a ser franceses o alemanes o argentinos".
Menos mal que semejante voz se elevó frente al manto de artificio hipócrita que se extiende cuando las víctimas pertenecen a los países o a las zonas centrales, tanto en lo que respecta a lo geográfico como en lo referido a las lógicas hegemónicas. Porque acá, en la Argentina, uno de los más incorrectos de todos -y que apenas días después sería poco menos que acusado de poner él los inflamables que hicieron volar la mutual judía aquí- Luis DElía había twiteado: “Parece joda, Natanyahu, Rajoy, Cameron, Merkel y Hollande encabezando una marcha por la paz y contra el terrorismo”. O sea, lo que pensamos todos los que más o menos conocemos cómo funcionan las potencias. Pero a él le saltaron a la yugular, a la cabeza y a su columna vertebral. Menos mal, entonces por Baremboim. Aunque, de todos modos, si no vociferabas el “Je Suis Charlie” por toda respuesta pasaban a mirarte lombrosianamente como terrorista internacional.
Así que “Je Suis Charlie” varios días y nos tuvieron de carlitos por el atentado a Charlie Hebdo y porque la novela Nisman de ese mismo verano tuvo mucha propalación de información, detalle y dato local, pero un borramiento completo en los medios dominantes de las conexiones directas e indirectas de la muerte del fiscal y del fiscal mismo con los modos en que funciona el mundo.
No es sin querer. Esto es premeditado, maquinado y elaborado con toda precisión: nos lotean las cabezas y nos hacen compartimientos estancos con la información que nos venden como noticia. Cada cosa bien separadita de la otra, de modo que no hagamos puente entre el suceso local y el acontecimiento del exterior; entre la medida de gobierno argentina y la determinación del piraterío financiero estadounidense; entre la decisión latinoamericana y la fenomenal crisis europea; entre las cuentas bancarias de aquí y el lavado en bancos de afuera; entre un incendio en Barracas y el sistema especulativo mundial; entre la suba y baja del precio del petróleo y los países que sostienen al ISIS; entre una estructura productiva concentrada y la suba de precios.
Entienden perfectamente que necesitan que no entendamos, para que el malo al que tengamos de patearle la puerta sea el primero que tengamos enfrente: un iraní, un musulmán, un inmigrante, algún líder bolivariano, nuestro ministro de Economía o la Presidenta argentina. Funciona así porque la información sobre lo que pasa en el mundo debe serles funcional a cómo quieren que funcione el mundo. Si se escapa de esas coordenadas, no sucede, no ocurre, no está, "es una incógnita, es un desaparecido, no tiene entidad. No está ni muerto ni vivo, está desaparecido”. Y no es una casualidad que cite la perversión retórica videleana. Porque –y aunque pueda sonar exagerado- con lo que suele denominarse información internacional nos hacen algo bastante parecido: nos la desaparecen, le quitan entidad, no nos la dan, ni muerta ni viva. Así los tabicados informativos somos nosotros.
Por eso, dale con que “Je suis Charlie”, pero nadie fue Nigeria cuando el grupo Boko Haram se apoderó de la ciudad de Baga el 3 de enero, fecha a partir de la cual realizaron ataques que terminaron con la vida de más de dos mil personas. Los cadáveres estaban apilados en el área de la basura y no se pudo por mucho tiempo ir a recogerlos para enterrarlos porque no era seguro pasar por ahí; a tal punto no lo era que muchos de quienes se escondían en sus casas fueron quemados vivos. Pero Nigeria no sólo no importaba, sino que cuando algunos pretendimos mencionar a estos muertos se nos burlaron de modo socarrón por intentar poner en una misma dimensión unos y otros muertos.
La foto hiela la sangre. Sobre un piso de grandes y perfectamente cuadrados baldosones entre pupitres que no pueden más que ser para estudiantes yacen los 147 cadáveres. Algunos parecen haber caído mientras se abrazaban para menguar el miedo. Están todos boca abajo, como si un capricho de este escalafón en el cual hay muertes de primera y muertes de segunda. Como si este mundo en el cual giramos se hubiera empacado en que ni siquiera pudiéramos verles el rostro a estos asesinados. 147 sin cara. Cada uno de ellos tenía un nombre, una historia, un sueño, un proyecto. Pero todavía –a fuerza también de los modos de producción noticiosa de las grandes agencias- no tienen cara. Por eso, en las redes, el enojo de quienes no quieren que se los borre se transformó en #147NotJustANumber y #TodosSomosKenia.
Este 11 de abril pasado, el inconsciente le jugó una mala pasada a quien -de modo bastante irresponsable- utiliza la página de la opinión corporativa del diario Clarín. Ricardo Roa no se puso colorado al escribir, al asumir por escrito, que existe una especia de ranqueo de las muertes. Dice él: “La vida parece valer menos y lo peor, la vida de jóvenes. En pleno Puerto Madero un muchacho de 28 años mató a cuchilladas a su novia Agustina Salinas, de 26, y a su vez él fue muerto por un prefecto. El crimen es el mismo en cualquier lugar pero un asesinato en ese barrio tiene otra trascendencia”.
No es casual que valga distinto el fallecimiento en González Catán que en Puerto Madero. No es casual que los kenianos asesinados no tengan rostro. No es una casualidad que la Cumbre de las Américas tenga gusto a barato. Y no es casualidad cómo nos relatan cada suceso. El plan original, la ceguera y los nervios han puesto al inconsciente en el primer plano periodístico. Han corrido al super yo.
Un acontecimiento histórico tuvo lugar en Panamá: Barak Obama y Raúl Castro protagonizaron una fotografía que dará cuenta de una nueva etapa que se abre en las vinculaciones entre Estados Unidos y Cuba. Pero eso, como reza el slogan, no fue magia: esa foto es hija del codo a codo y del hombro con hombro de los países de América Latina que en 2009 en Honduras bajo la batuta del –casualmente un mes después destituido- entonces presidente Zelaya le dijeron a la OEA que no iban a tolerar más que a la cumbre americana le faltara Cuba y es heredera de la cita del 2006 de Mar del Plata cuando el ALCA se fue –parafraseando a Hugo Chávez- “ALCArajo”, junto con el objetivo central por el cual esta cumbre había sido constituida: que todo el continente siguiera los lineamientos de los Estados Unidos. Tampoco es casualidad, ni magia, que justamente estos gobiernos que le han pulseado con dignidad, prestancia y hasta con fuerza a las potencias, hayan recibido y sigan resistiendo los niveles de embates de las fuerzas externas y de los representantes internos de éstos. Si nos corremos la venda, si nos atrevemos a destabicarnos, si nos permitimos deslotearnos los cerebros, notaremos cuán interconectados están cada uno de los sucesos que ocurren en el mundo. Y esto no se llama mentalidad conspirativa, ni paranoia. Es apenas lectura completa y mirada en perspectiva: es el esfuerzo de lograr la panorámica frente a quienes –siempre y en todo- nos quieren conformar con el plano corto.
En la edición de noviembre de 1960 de la revista Che y desde La Habana, Rodolfo Walsh escribió una –cuándo no- magnífica crónica burlona de los modos de cubrir del periodismo desconocedor. Y con el telón de fondo de un mundo al que sólo los buenos de verdad están pudiendo describir y con la cabeza tan alta en momentos como estos del pueblo cubano, bien vale la pena traerla al presente, rememorarla y disfrutarla textual. Así que aquí va el genial artículo que llevó el magnífico título de “No te fíes de un enviado especial”:
“Desde el anciano Repetto hasta Rogelio Frigerio, todos los que en Argentina creían políticamente oportuno pronunciarse contra Cuba, hablaban –hasta hace poco- ex cathedra. El método tenía sus inconvenientes. Obligaba a generalidades teóricas que estaban, por así decirlo, remanyadas. Supongo que fue entonces cuando surgió la idea de mandar algunos enviados especiales que pudieran decir, al menos, que estuvieron en la calle Zanja, o comieron en la Bodeguita del Medio. Con eso y algunas postales del Morro, se lograba la atmósfera necesaria para poder mentir con la impunidad del “yo estuve”.
El primero que vino fue un cronista hispánico, radicado en Argentina. Misteriosamente, lo que escribió en una revista donde alguna vez he trabajado, revertía al anchuroso mar de la generalización barata: el comunismo, la iglesia, todas esas cosas. Por lo que deduje que, en cuanto persona, no tenía nada contra lo que pasaba en Cuba; lo que podía tener en contra, era como enviado especial. Aun la referencia a la “formación marxista” de Fidel Castro parecía menos una maldad que una divertida distracción: como todo el mundo sabe, Fidel se educó con los jesuitas.
Pero después vino otro que -este sí- puede definirse como flor de mentiroso. Me refiero a un señor Chirusi, o Ciruzzi, por quien acabo de enterarme, después de un año y tres meses de estar en Cuba, de que hay “Nubes Rojas en la Noche Cubana”. Tal el título de una nota que publica en “Clarín” el 11 de octubre, y que al parecer forma parte de una serie.
Con gran curiosidad por presenciar ese fenómeno meteorológico, y aprovechando que es de noche, me asomo a la ciudad. Miro la curva suave del Malecón, con sus luces verdes, presiento el contorno semioculto de la bahía, observo los rascacielos del Vedado y el relumbrón de la ciudad vieja, algunas boyas en el Golfo de México, el destello del faro del Morro.
Nada. Lo único que pienso, es lo que he pensado tantas veces: que si hay en el mundo una ciudad fácil de ser amada, es La Habana.
No veo las nubes rojas que vio Chirusi. Me pregunto si las habrá visto en el letrero de neón del “Two Twelve”, en la calle Consulado, donde creo que lo llevaron.
Vagamente me pregunto si las nubes rojas serán una metáfora. Yo creía que esa clase de metáforas estaban fuera de uso. Después me pregunto, simplemente, si Chirusi no es un macaneador. Entonces lo leo con más atención.
Claro, yo comprendo. Este hombre viene impresionado de entrada. Le han dicho que aquí la cosa es terrible, y él se siente un héroe de película. Apenas sale del aeropuerto, ve signos alarmantes, que interpreta dirigidos contra él, Flash Gordon Chirusi.
Escuchemos su emocionante relato: “No bien abandonamos las instalaciones del aeropuerto, apareció ante nuestra vista un cartel desalentador: “No te fíes...de un extraño”. A partir de entonces, las seis palabras teníamos que encontrarlas hasta en los lugares más sorprendentes. Seis palabras que, como otros tantos candados, cerraban nuestra boca cada vez que decidíamos entablar charla con nuestro invitado, el cabo rebelde. La advertencia de marras nos recordó a otras similares en países en guerra, donde trata de formarse una conciencia de discreción para impedir, dentro de lo posible, la acción de espías y saboteadores”.
¡Coño!, como dicen aquí. Experiencia fuerte la que ha tenido que pasar este Flash Gordon Chirusi, que viene a Cuba con una misión especial, y no más desembarcado, se enfrenta con esos amenazantes cartelones urdidos, seguramente, por el INIT en combinación con la NKVD, más el Gosplan y el G-2, me llevo uno.
Pero el cartel lo obsesiona a Chirusi. ¿Si no lo obsesionara, cómo podría ponerlo de subtítulo en su nota?
Chirusi ha ido a comer y se ha encontrado (naturalmente) con checos y con chinos. Este encuentro le permite siniestras inferencias y un alegre olvido: los 30.000 chinos que viven aquí desde hace años. Pero el tema totalitario lo persigue: “Salimos de la cafetería y no podemos menos de sonreír cuando a la luz rojiza de un cartelón de propaganda leemos: “No te fíes...de un extraño”.
Ya antes ha descubierto. “El automóvil sigue su marcha, En todo el trayecto se suceden los cartelones con leyendas como estas: “Patria o Muerte”, “Venceremos”, “No te fíes... de un extraño...”
Pero aquí, confieso que yo estoy intrigado. En el tiempo que estoy, creo que he visto todos los carteles de La Habana. Pero éste, no te fíes de un extraño, no te fíes del as-repórter, no te fíes de Chirusi que viene a descubrir el secreto de Cubanacán, ése juro que no lo he visto. Entonces le pregunto a un amigo: -Che, decime, ¿qué es No te fíes... de un extraño?”
-¡Que va a ser! Una película.
Compro el diario, y al fin descubro el anuncio que  tanto alarmó a Chirusi: “Columbia  Pictures presenta: “No te fíes...de un extraño” en megascope, con Gwen Watford y Patrick Allen...”
¿Hace falta seguir? ¿Hace falta explicar que el artículo, la serie, todo lo que  escriba sobre Cuba este señor Chirusi es la versión novelada de una imaginaria aventura? Claro que el mismo lo dice cada vez que repite lacrimosamente: “Esta no es La Habana”. Claro que no lo es.
Contate otra, viejo. Esa, ya la vimos.


La batalla cultural
Primera vez fuera de ámbitos universitarios
2008
Cuando aún muchos no sabían como se llamaba eso que sufríamos y que quizás no sabían ni quién era gramsci
Pero era sentir en carne propia que teníamos el gobierno pero que no éramos hegemónicos

Casullo cuenta que en 1902 dos personajes marginales, sin patria, sin trabajo, sin un peso en el bolsillo, sufriendo la penuria de estar exiliados, deambulan por la Londres que por entonces era la capital del país dueño del mundo. Uno de ellos dice “La revolución pulverizará esto”. El otro responde “Algún día la revolución heredará toda esta belleza:”.
Y la disyuntiva subsiste mucho después de Trotsky y Lenin ¿hasta nuestros días?.

domingo, 5 de abril de 2015

Programa SF 154 - Mariano Recalde - 4 de Abril de 2015


Hechos de palabras
Por Mariana Moyano
Editorial SF del 4 de Abril de 2015

A Rodolfo Walsh se lo usa demasiado. A veces en un exceso que delata de qué carecen los que alardean con su nombre. Por eso, creo, que no se lo debe mencionar en vano. El sello walshiano no le va a lo liviano, ni a una agrupación que no esté a la altura y mucho menos al periodismo liberal.
Lo más rico de Walsh no es un pedazo arrancado de su biografía o de su obra, sino su puesta en hecho en paralelo a su fino tallado con las palabras. Como él decía, el lenguaje debe utilizarse como objeto, esgrimirlo como un martillo; usarlo para que actúe.
Hace poquito se cumplió un nuevo aniversario de su secuestro, asesinato y desaparición. Hace poquito nos dejó quien mejor guardó sus secretos y cuidó su memoria. Y hace poquito presenciamos un festival de potenciales en un diario, algo que nos obligó a mirar hacia el faro walshiano para notar cuan rotunda contracara era ese escrito abrulotado de falsedades y charlatanerías.
Hechos y muchos de ellos, hechos “hechos” de palabras que trajeron su figura, la de éste gigante que resiste el paso del tiempo y que nunca será pasado.
Rogelio García Lupo es uno de los poquitísimos maestros de periodismo que  quedan y en el prólogo a la compilación de la obra periodística de Walsh escribió: “Grandes escritores no pudieron superar la muerte de su prosa periodística una vez que perdieron actualidad. La información de Walsh vuelve a atrapar a pesar de que los protagonistas están muertos, que los conflictos son diferentes y han caído naciones y sistemas políticos (…) Walsh escribía rápido (…) Corregía poco porque sabía que las entrelíneas y los remiendos molestaban a los operadores de las máquinas. Y a causa de estas urgencias y de su obsesión por la exactitud (…), su poder de concentración desconcertaba, hasta podía herir a los demás. (…) En un manual de estilo para novatos que escribió en 1959, Walsh afirma que ‘las dos cualidades esenciales del periodista son exactitud y rapidez’ y agrega: ‘Ese orden correlativo no excluye que ambas se ejerciten al unísono´”. 
Pajarito, como le puso a García Lupo el ensayista José Edmundo Clemente en los primeros cincuentas, fue durante décadas una de las firmas más respetadas del diario Clarín porque su historia y su propio pellejo se habían ganado ese reconocimiento. Y siempre fue un tipo accesible. Esta semana fue inevitable que muchos nos preguntáramos cómo es que alguien más joven y que se da el lujo de fundar una organización que pretende llevarnos a rebencazos a quienes ejercemos el periodismo no se haya tomado el trabajo en todos estos años de sentarse junto a Pajarito para hacerle la pregunta básica: qué es lo que nunca se debe hacer en periodismo, si se pretende mantener un grado mínimo de dignidad.
Daniel Santoro lleva más de 25 años como periodista. Es egresado de una Facultad e ingresó a Clarín en 1990. Recorrió el mundo gracias a sus coberturas y con su investigación sobre la venta de armas a Ecuador y Croacia subió a ese extraño olimpo al que se montan algunos del periodismo. Es miembro de la Academia Nacional de Periodismo y del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación con sede en Washington. Desde semejantes reconocimientos y chaperío no le fue difícil mandarse a crear el Foro de Periodismo Argentino (FOPEA) desde donde, dicen, trabajan para el “mejoramiento de estándares éticos y profesionales del periodismo argentino”. Dio clases de periodismo y conferencias a lo largo y ancho del mundo y obtuvo premios que van desde el Rey de España hasta el Konex. Es autor y coautor de casi una docena de libros, entre los que se destaca “Técnicas de Investigación” en el cual, no se priva de citar a Walsh, en el cual repite la necesidad de la “verificación” de la información y desde el que nos recomienda que “dudemos de lo que dicen determinados periodistas o medios, por más consagrados que sean y que como dice el viejo axioma del periodismo norteamericano ‘si tu madre te dice que te quiere, compruébalo’”.
Pues bien: desde esa Matrix en que aún algunos viven, desde ese teatro antidisturbio, se inmoló para defender los intereses de sus patrones y con un festival de verbos en potencial incendió eso que los profesionales del periodismo liberal llaman carrera.
Construyó un hecho con palabras. Nada nuevo, en un aspecto: eso es el periodismo, la construcción de una noticia. Es decir, el traslado de un hecho a través de las palabras a la estructura de una noticia. Pero se pasó de rosca y se olvidó de que la verdad a veces te caga a trompadas porque ella no es otra cosa –al decir de Bertoldt Brecht- que algo tan sencillo como aquello de lo que se trata.
No esperaba -no esperaban- que la política de cara descubierta se le parara tan de manos a la sistemática operación mediático-periodística que esconde entre sus pliegues la verdadera intencionalidad de su propia política.
Habían construido –se habían adelantado- a la foto del día siguiente: un país potencialmente plausible de ser descripto en estado de caos por un paro de transporte que extorsionó a quienes sí querían trabajar y que colaboraba con la materialización de la imagen que buscan desde hace rato: Máximo Kirchner en las escaleras de Comodoro Py. No esperaban que “el pibe” casi igual de ceceoso que su papá se dirigiera a ellos no como líder de una agrupación juvenil, ni como hijo de sus padres, sino como un dirigente importante del Frente político en el gobierno; que no los agrediera; que mostrara humanidad, humor, calma y que pudiese –sin elevar el tono siquiera- destrozar una a una todas las acusaciones del día.
El rey del manejo de las operaciones políticas -uno de los que mejor supo describir a “El diario de la Argentina”- se los había avisado pero ellos –necios, cerrados, cegados de nervios- no lo pudieron o no lo quisieron ver: El mismísimo Jorge Asís se los advirtió. “El periodista debe ser un buen fileteador para saber separar el pescado bueno del podrido”, sugirió primero y les espetó con furia después: “La caótica ineptitud de Clarín fortalece al cristinismo y con su frontal agresividad desdibuja a quienes deben ser los opositores. Máximo mostró convicción. Articulada seguridad. Muestra que dista de ser el tontito de la play. Clarín lo fortaleció. El anticristinismo nabo legitima que puedan volver a vacunarlos en la primera vuelta”.
A veces hay que dar mucha vuelta. Hay que ver cómo se vence con hechos a lo construido con palabras. Hay que tener palabra para que otros hechos ocurran. Y hay que encontrar el modo justo de decir para que lo propio no se pierda el mar del bla bla propalado en progresión geométrica.
Esta vez sólo hizo falta palabra política, de la que tiene espalda, de la que se sostiene con lo hecho. Esa que tanto cuidaron los próceres de lo escrito para que actúe.
No quisiera ni hacer un trabalenguas, ni mezclar de modo caprichoso sucesos que nada tienen que ver entre sí. Pero permítanme compartir el modo en que se me encadenan y superponen hechos ocurridos estos días; algunos sólo construidos con palabras y otros, con tal nivel de brutalidad o tan dolorosos que para ellos falta –justamente- palabra que los describa con precisión.
Mientras Máximo Kirchner, con la sola decisión de hablar, dinamitaba a quienes piensan que con sus escritos siempre se llevarán puestos a los que carecen de su poder de propalación, la mejor guardiana de la memoria  de los textos del más inmenso periodista que tuvo la Argentina, partía. Como escribió Marta Dillon el Página 12: “Se ha muerto Lilia Ferreyra; los ojos de una testigo de nuestro tiempo se han cerrado. Sus ojos, que vieron el horror y la resistencia, que se ilusionaron en los últimos años con la recuperación de la palabra y la militancia (…) ya no están. Era la última compañera de Rodolfo Walsh, eso dicen ahora, a la hora de escribir unas palabras urgentes (…) Pero era más que eso, Lilia era periodista, gremialista, integrante de la Juventud de Trabajadores Peronistas, era una mujer alegre que bailaba el tango como ninguna, que lloraba por su compañero desaparecido, pero clamaba por su obra robada, sus últimos papeles, los que ella ayudó a transcribir, los que rodeaban la cama donde las mejores noches de amor y sexo se acunaron al filo del miedo y de la muerte. (…) Ilusionada con un proceso político que la había llevado, justamente a ella, que había perdido lo que más quería en las catacumbas de la ESMA, a soñar con un proyecto de museo, de memoria y de recuperación histórica. (…) No quería ser sólo la viuda de Walsh, aunque eso sea lo primero que se anote de ella, aunque aquel amor haya sido tan refulgente que opacaba todo lo que siguió después. Aun así se animaba, iba a fiestas cruzando generaciones y volvía a sacarle viruta al piso y vale la frase anacrónica para honrar su esmerado estilo de tango que se reconvertía en cualquier otro ritmo. Trabajó en La Opinión y en este diario, clamó por justicia en la causa ESMA, asistió a Carta Abierta, puso el cuerpo cuando en 2008 la disputa por las retenciones a la elite agropecuaria empezó a polarizar los ánimos”.
En ese 2008 que cuenta Marta Dillon sentí que podía decirle amiga. Me transmitió con su tono pausado, su voz bien bajita –como si estuviese confesándonos un secreto- y siempre en medio de la humareda de sus fieles cigarrillos, la importancia de cuidar qué se dice, cómo y en dónde se cometen esos pequeños actos simbólicos que pueden quebrar hasta al más poderoso. Taconear fuerte cuando se camina por la ESMA, por ejemplo. O reírnos juntas de terminar una tarde de charla en ese espacio acuclilladas haciendo, las dos pis en medio de las arboledas. “Fue nuestra forma de marcar territorio, no, Marianita?”, como le gustaba decirme.
Esta semana, con Hebe de Bonafini en la Plaza pudimos regalarle un aplauso a esta querida compañera el mismo día en que la Presidenta de la Nación homenajeaba a los héroes de Malvinas. En ese acto, Cristina Fernández dijo algo que me pareció unificaba tan diversos sentimientos y acontecimientos: “No hacen falta ositos –dijo ella- sino la voz alta y clara”.
Y me quedé como tildada en esa idea. En la de la voz clara y cómo cuando ésta lo es, gana un peso inesperado. La Presidenta posee ese don de la claridad en la palabra. Y eleva la voz, pero no vocifera. Lilia casi susurraba, pero poseía una mirada cristalina de acontecimientos difíciles. Hebe grita, pero no hicieron falta alaridos para que se elevara bien alto la condena a la canallada de la quema de su figura en la manifestación de La Plata. Máximo no recurrió a bramidos para responder, optó por la nitidez.
Se ve que vamos aprendiendo que no se trata de exclamar, sino de “usar el lenguaje como un objeto, de esgrimirlo como un martillo”.
Y valga entonces, para ir, ya de una buena vez, terminando con esto, un escrito que amo del Walsh de los papeles personales; que quiero porque es perfecto en una adrede imperfección gramatical que borra los puntos, las comas y las pausas. Un texto que parece vomitado, que viene como avalancha y que envuelve a los que ama y empuja a los que odia; un texto que se abalanza sobre lo querido y sobre los canallas de ayer que son casi los mismos que los de hoy. Un texto que, como se arroja, me ayuda con estos hechos y estos hechos “hechos” de palabras que sentí precipitarse uno sobre otro a lo largo de estos días.
“Porque si yo muriera mañana una parte de mi vida –esta parte de mi vida- podría parecer insensata y ser reclamada por algunos que desprecio e ignorada por otros a los que podría amar. Desde luego esa reivindicación personal no es lo que más importa –aunque no sea totalmente capaz aún de renunciar a ella. Lo que importa es el proceso que ha pasado por mí la historia de cómo yo cambié y cambiaron los demás y cambió el país.
Lo que importa es cómo pudo nacer aquí en este lugar dejado lo que está naciendo. Importan también los otros, los responsables, los chantas: yo me entiendo por ahora.
Imagino también un inventario de las cosas que quiero y las cosas que odio: ya lo dije. Las cosas que quiero Lilia mis hijas el trabajo oscuro que hago los compañeros el futuro los que no obedecen los que no se rinden los que piensan y forjan y planean los que actúan el análisis claro la revelación de lo escondido el método cotidiano la furia fría la alegría general que ha de venir un día la gente abrazándose la pareja en su amor la esperanza insobornable la sumersión en los otros.
Las cosas que odio que desprecio la traición la estupidez Frondizi la televisión Jacobo los yanquis de la Esso o los ingleses de la Shell porque estos hijos de puta son cuñas del mismo palo Bernardo Neustad los mercenarios los discursos de los generales las turritas y los pavos de la publicidad oliendo a la colonia que mata los comunistas del partido los falsos profetas de la izquierda acalambrada la camiseta peronista el bigote peronista el odio de los oligarcas la cultura de La Prensa la senilidad de Borges la convicción de Gleyzer o de Aizcorbe los que matan a la gente los torturadores los farsantes los radicales del pueblo sobre todo si son jóvenes y una lista inmensa inalcanzable que se podría tratar de perfeccionar.
¿Qué hago yo con todo eso? Empiezo a juntarlo y empiezo a mirarlo empiezo a estudiarlo empiezo a ver si se deja escribir. Y si no se deja mala suerte será como la primera nenita que no se dejó cuando yo tenía ocho años y ella tal vez seis. Porque si no es sobre eso no vale la pena escribir sobre nada”.