lunes, 10 de diciembre de 2012

Programa SF 44 - Marcelo Fuentes - 8 de Diciembre de 2012



Cautela, que sí hubo 7D 
por Mariana Moyano
Editorial Sintonia fina  8-12-2012.

La primera vez que escuché de ella hubo algo que no entendí: su nombre era duro, tirando a distante, mucha erre y cacofonía. Y, sin embargo, la mencionaban con amor, hasta con cierta dulzura. Eso me sorprendió. Pero lo que directamente me conmovió fue que la nombraban con un genérico, como si todos supiéramos -supieran- de qué se trataba. Como si un código común recorriera el hilo de la parte no hablada de la conversación: La ley, de decían, sin más. Sin que hiciera falta explicar, aclarar, cuál.

No corrían estos tiempos en que está en todas las tapas de los diarias, en todas las conversaciones y en que se ha instalado como un motivo para explicar situaciones que, en teoría, le son ajenas. Eran aquellos primeros días de discusiones a fondo pero son el temor lo suficientemente presente como para seguir hablando en voz baja.

Pero en los espacios que los límites de esa incipiente y renga democracia lo permitían, ocupaba mucho espacio, todo el espacio. Era tema. Era EL tema cuando la discusión lo permitía. Vivíamos un momento en el cual los pocos para quienes la necesidad de una nueva ley de radiodifusión ocupaba los primeros lugares de las preocupaciones políticas y esos habíamos hecho una especie de pacto de sangre. Un acuerdo a partir del cual el momento histórico y la universidad pública nos inoculaba la obligación de bregar por una norma de la democracia desde el puesto de lucha que el futuro nos deparara.

Quizás sea precisamente por esto que duele tanto hoy oír a algunos y algunas, que tan bien saben de qué estamos hablando, hacerse los zonzos y levantar los hombros cuando uno les muestra cuánto en juego hay en estas épocas.

Corrían los años ochentas, esos que parecían eternos pero que a fuerza de poder real marcando la cancha y de poder político apenas en condiciones de ponerse de pie, se apagaron antes de que la década incluso culminara.

La soledad consciente de esos tiempos y la extrañeza lógica en la cara del interlocutor ocasional cuando uno mencionaba esta cuestión tan fundamental para esos nosotros pocos y tan ajena para las mayorías, se volvió ostracismo, exilio verbal cuando no burla posmoderna con la llegada de la segunda década infame.

Con total liviandad y soltura -porque ya desde el mismo club habían provocado la hiperinflación que iba a disciplinar- los gerentes y los dueños del poder elaboraron la estrategia perfecta: en nombre de algo que nada tenía que en con los medios de comunicación se hacían con la capacidad de propalación de ideas, palabras y modos de comprender.

A fuerza de ajuste, del susto por la supervivencia ya nos habían parcelado el pensamiento, nos habían loteado la capacidad de comprensión. Y así, y por eso, y con ayuda inestimable de Doña Rosa, es que Reforma del Estado nada tenía que ver, en el sentido común, con la capacidad ciudadana de poner palabra; la propiedad de los medios de los medios de comunicación no tenía ninguna vinculación con la democracia y la libertad de expresión de todo un pueblo -así había quedado establecido y aceptado- tenía los límites duros y plásticos del control remoto.

En la capacidad de pulsación del dedo pulgar residía todo el poder popular de comunicación. Ese apretar y soltar demarcaba la perspectiva y además debía ser suficiente para encontrar en la pantalla lo que nos identificara y representara. Nadie, o para ser justa, pocos, preguntaban por los bordes de ese comando televisivo, por lo que quedaba fuera del control y no estaba ni mencionado en esa grilla ideológica llamada canales de televisión.

Estábamos dormidos, ciegos, de shopping o quebrados. La profundización de la democracia no suponía vinculación alguna con el poder de fuego de los dueños del poder mediático. No discutíamos los medios porque veíamos la vida por televisión.

Pero lejos de debilitarse, esa mujer de nombre fuerte con esa erre tan pronunciada se negaba a no parte central del debate. Y la ley de radiodifusión no sólo siguió siendo la ley a secas para muchos, sino que con el paso del tiempo, de las desilusiones y de los sopapos se llenó de contenido, de lucha y de destino.

"Es la madre de todas las batallas", dijo de ella el más fanático, el más enamorado cuando ya había dejado su protagonismo en ámbitos universitarios y sindicales para comenzar a ocupar lugar en los otros rincones de la política. Lo miraron raro, como se mira a quien de tal nivel de exageración parece un delirante.

Hay temas mucho más importantes, decían. Y sí que los hay. Casa, comida, educación, salud para cada uno de los 40 millones. Por supuesto. Ahora. Yo les pregunto a los que le dijeron talibán a Gabriel Mariotto cuando blandiendo el Pre proyecto en el Teatro Argentino de la Plata nos alertó sobre lo que se venía: ¿Ha habido en los últimos años algo que tocara tan el estómago del poder real y simbólico de nuestra patria? ¿Y si hubo algo similar, por qué es esta la única ley que ha tenido que padecer 3 años de no implementación y que ha obligado a ese poder siempre oculto a salir a batallar a cara descubierta?

Hubo 7D, mal que les pese a los que miran sólo en línea recta. Porque ese día se puso en evidencia TODO lo que quedaba por ser visto. Los que vivían de extorsionar sin exponerse se vieron obligados a mostrarse. Y, encima, como escribió Nicolás Tereschuk en un rapto más de los suyos de gran inspiración twittera: "Si el que se opone al gobierno es un sector sin votos, le da al kirchnerismo su combustible más preciado: sentido" Y agrega desafiante: "te conviene adecuarte, grupo".
Esta semana, señoras y señores, Clarín ganó. Ganó tiempo y tiempo es lo que nos sobra a quienes llevamos casi tres décadas en esta epopeya.

Esta semana, señoras y señores, Clarín perdió. Se vio obligado a quedar a la vista, a dejar su juego descubierto a los ojos de cualquiera. El grupo de construcción de sentido, el que viene moldeando a la Argentina desde hace medio siglo tuvo que obscena y pornográficamente mostrara todo su modo de operar.

La pistola en la cabeza de la democracia pende de un hilo. Porque el grupo más poderoso de nuestro país, el que siempre todo lo pudo tiene su poder sostenido por una siempre y por definición endeble, medida cautelar

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