martes, 28 de mayo de 2013

Programa SF 68 - Gabriel Di Meglio - 25 de Mayo de 2013


Los 25. 
por Mariana Moyano
Editorial SF del 25 de Mayo de 2013

Dicen que, en realidad, durante aquel 25 -el más viejo, el primero que uno conmemora- no llovía. Que la imagen de señoras de vestido largo, miriñaque y peineta es la prueba más cabal de la billikenización de la historia. Puede que así sea, o que incluso no haya sido otra cola que la del prisma mitrista la que se metió ahí para tergiversar y generar ruido. Pero aun así, inclusive con la perspectiva hegemónica como punto de partida para contarnos a nosotros mismos, lo del paraguas, a mí, me gusta. Da la idea de un “a pesar de”; de un deseo popular de estar llueve o truene; de un “de acá no nos mueven”, de un “resistiremos”, o de un “no pasarán”, según los niveles de brío revolucionario.
El otro 25 sí llovía. No el primero de esta nueva era, ese de esperanza, sí, pero entre signos de interrogación. No ese. Me refiero al del primer aniversario, el de la primera bisagra; ese en el cual ya había germen de tropa propia; aquel en el cual estábamos pudiendo celebrar que algunas de las convicciones no dejadas en la puerta de la Casa Rosada ya habían torcido unos centímetros ese destino tan instalado por décadas como inevitable. Ese. En ese sí llovía.
Y los que estaban –estábamos- ahí, nos bancamos estoicos la llovizna finita pero persistente y molesta. Esa que, junto a los todavía presentes rastros de la desilusión de hacía demasiado poco, tironeaban para la casa y como máximo nivel de compromiso, mirar todo por televisión, igualito a como habíamos hecho durante la década de las puñaladas.
Pero no nos fuimos. Nos quedamos incluso cuando Charly nos dijo “Huid, mortales”. Nos quedamos, vaya uno a saber por qué. Nos quedamos. Y confiamos. Y los pibes que sólo revoleaban los trapos en el rock -porque era lo único que no los traicionaba- también se le quedaron a la política, ¡a un gobierno!, a bancar. Porque, esta vez en serio, “de acá no nos mueven”, “resistiremos”.
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Dicen que por aquellos días de mayo, los primeros -en la sesión del 22, para ser más precisos- se lanzó un concepto nuevo para la vida pública de lo que aún no era ni Argentina, ni país, ni el nosotros que ahora empezamos a ser: el de soberanía popular, ese “Nadie es más que nadie”. Ya no “bien común”, ni “poder en la corona”: pueblo. Eso sucio y plebeyo que empezaba a protagonizar.
El otro 25, el de los doscientos años, millones coparon las calles. Se las apropiaron, se las adueñaron. Se mostraron, se vieron, se encontraron, se abrazaron, cantaron, gritaron, pasearon y hasta comieron lo de otros que somos nosotros mismos, eso que, para ordenar, uno le dice fiesta de las colectividades. Era el 2010. Y habían pasado sólo meses de la derrota por apenas un 2%, esa que para algunos apuraditos y desconocedores de los procesos populares, era lisa y llanamente el fin de una época. Por eso no lo pudieron creer, porque suelen no mirar con atención. El pueblo estaba ahí todo a la vista, con desborde de alegría y sin ningún policía, en el ejercicio más patriótico de soberanía, ese que tiene lugar cuando la apropiación de lo simbólico no es superflua sino eminentemente política.
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Dicen que Saavedra le cortó las piernas, pero que las intenciones de Moreno no eran continuar con las formalidades, sino pisar el acelerador e ir a fondo con la independencia. Ningún autogobierno limitado, ni dar la vida por el libre comercio. Forma republicana para cortar los lazos con la colonia. Lo tuvieron que matar, con demasiada agua, como dicen que dijo ese Cornelio, “para apagar tanto fuego”.
A mí me da risa lo que hacen con Moreno (con los dos, valga la chanza y el contexto de primer plano del que han bautizado, caprichosa y puerilmente, como “polémico”). Y se lo hacen los 25 y poquitos días después cuando conmemoran el día del periodista. En la fecha patria aparece pensando. Nada de acción. Nada de gestos. Nada de furias. Quitado de toda pulsión humana. Marmolizado. Un ente. No un revolucionario.
Y los 7 de junio, completan la escalada mentirosa. Celebran en el día del nacimiento de La Gaceta -el periódico más abiertamente ideológico; el que nació con el único objetivo de ser un arma escrita para convencer; ese en el cual se propagaban verdades jacobinas- la farsa de la independencia del periodista objetivo, escindido de todo tipo de compromiso político.
Y a los que les decimos “epa, muchachos, ¿no será mucho?” no sólo nos miran mal, sino que nos sacuden con el –creen ellos- insultante “periodista militante”. Pobres, no sólo no ven; no entienden.
Pero como sí hay de los que entienden, otros 25 nos metían olor a bosta, caballos con trotecito artístico, boina y bombacha bataraza, muuuuchooo teatro Colón y taladrazo en la cabeza para que en lugar de interrogarnos por aquel 25 de Moreno, celebrásemos el de 1910. Cuando cuatro vivos tiraban literalmente manteca al techo, mientras para la mayoría un derecho -uno, apenas uno solo- era más imposible de obtener que un milagro.
Y entre vacas, trigo, uniforme, ópera y vestido largo e instalación del periodismo engañoso y liberal y modo de relato antipopular como única alternativa, nos fueron robando estrofas del himno, ardores de rebelión, la liberación como ansia y la patria en todas sus dimensiones: desde la palabra hasta el territorio.
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“¡¿Qué escarapela?! Yo no me pongo nada. Si ese circulito careta es el mejor escondite que han tenido los traidores, los uniformados del genocidio, los gerentes de la opresión para tenernos cortitos y que a la primera queja nos tiraran con eso de `apátridas` o con lo del `trapo rojo`.”
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¿Cuándo fue que volvimos a cantar el himno? ¿Cuándo fue que nos empezamos o volvimos a creer eso de “o juremos con gloria morir”? ¿Cuándo fue que los peronistas volvieron con los deditos en V en la última estrofa y que los comunistas y socialistas se animaron nuevamente al puño cerrado en la plaza pública en plena entonación de la canción patria? ¿Cuándo fue que le metimos cancha, recital, arenga, pueblo, bah, a aquello inaugurado nada menos que por una Sánchez de Thompson?
Yo ya lo dije. En 2004, cuando veía que los pibes de no más de 30 se despojaban del cinismo, recuperaban cierta mirada limpia y volvían a poner la confianza en el mandamás institucional del poder político. Si estos pibes que sólo tienen el rock como escudo son capaces de brindarle, de regalarle a ese flaco al que no conocen lo más preciado que tienen como es su ceremonia de comunión pública, cómo yo no voy a volver a cantar el himno con ganas, desde el estómago, con la piel erizada. Y lo grité. Y fue con Charly. Y fue un 25.
Y bien difícil que fue conquistar a ese himno y quitarle los grilletes de tanta bayoneta oligárquica; y bien peliagudo que fue arrebatarles el concepto de Patria que tan convertido en propiedad privada tenían; y bien arduo que fue hacer entender que defender la nación no tiene como única acepción la de un loco chauvinista que va a andar mandando extranjeros a la hoguera.
Hubo que bajar cuadros, darle vida a predios de muerte, desembarazarse de los caranchos financieros, limpiar la Corte y meterle nafta al poder judicial para que actuase. Hubo que repatriar el sistema previsional y el petróleo, meterle decisión al Estado y Estado a la decisión. Hubo que incluir -con lo que implican las formalidades institucionales- a gays, lesbianas y trans; devolverles algo de la dignidad robada a los que no tienen trabajo con una Asignación que es dinero pero que es sobre todo reparación y darle ley justa y lógica a la labor rural y a la doméstica. Hubo que poner a los medios en su sitio, abrir las fronteras para que América Latina quepa en un solo corazón y hacer de las cuentas públicas algo que se oponga al manualito monetarista. Hubo que lograr que la inversión no sea considerada gasto. Hubo que vacunar a los chiquititos para que puedan ser grandes y devolverles a los papás de esos chiquitos la posibilidad de un laburo. Hubo que ponerle nombre, ley y sanción a eso que se había naturalizado de robarse personas. Dar DNIs como lo que son, lo básico para que cualquiera pueda al menos empezar a soñar con ser ciudadano. Hubo que jubilar, restituir paritarias y devolverle debate a lo público.
Pero, sobre todo, hubo que torcerle el brazo a la historia oficial, esa que dijo siempre y que, a los alaridos y empujones, gritó en 2008 que “La Patria es el Campo”, para -de a poco y también a fuerza de derrotas- contraponerle a esa voz altiva y presuntuosa que semejante enormidad no le pertenece a algunos, que “La Patria somos todos”.
Y hubo que tener toneladas de paciencia, de entereza, de estoicismo, de equilibrio, de tolerancia. Temple, espíritu, calma y tremenda capacidad de resistencia. Porque hubo desestablizaciones, canalladas y pavadas. Porque hubo otros 25. Como el de 2008, y soportar que un Buzzi campechano afirmase –tan luego en día patrio- que el gobierno no era más que un obstáculo; a un Van der Kooy que rodeaba –tan luego en festividad nacional- al Poder Ejecutivo sólo de desconfianza popular; a un texto de Editorial de La Nación que se atrevía –tan luego en celebración patriótica- a denominar al sector rural como el “más dinámico de nuestra economía” y a un Morales Solá vaticinar –tan luego en una conmemoración histórica- que la luz de un gobierno asumido hacía apenas meses, se había apagado.
Y, entonces, “a pesar de”, con la convicción de que “de acá no nos mueven”, con la certeza de que “resistiremos” y de que si lo hacemos bien, “no pasarán”, acá estamos, en otro 25, en uno que recorre, retoma y recupera a los otros 25. Pero uno que, más que nada, grita el himno desde las tripas y le pone celeste y blanco a la convicción porque ahora la Patria no es del campo o del uniforme; no es de los que tienen y no de los que no. Ahora uno exclama bien fuerte porque siente que está a mano, cerquita, pronto eso de que la patria… de que la patria somos todos.

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