lunes, 5 de agosto de 2013

Programa SF 78 - Luis Alberto Quevedo - 3 de Agosto de 2013


Peronismo a la Ottinger.
por Mariana Moyano

Editorial SF del 3 de agosto de 2013

Clarín tiene un ejército de soldados rasos que le siguen la agenda al pie de la letra. Puertas adentro y rotativas afuera. Posee un grupo comando que lleva adelante hasta las más insólitas tareas y que no sólo no se pone colorado, sino que se jacta de estar haciendo periodismo. Cuenta con una tropa leal que no pregunta ni se pregunta, que no cuestiona ni se cuestiona; que sólo repite y hace. Y ha conseguido conformar una cuadrilla compuesta por viejos y por jóvenes que, además de tener el nivel de profundización intelectual de una pelopincho, provocan ese escozor que es igualito a lo que el decir popular llama vergüencita ajena.
Clarín es dueño, además de licencias, de empresas, de compañías, de servicios financieros, de dispositivos culturales y de mecanismos de construcción de sentido.
Pero Clarín también cuenta con profesionales periodistas -que ya hace rato han cambiado el oficio por el traje de intelectuales de la derecha- muy inteligentes. No se trata de los todoterreno televisivos que a cambio de aumentar su cuota de ego entregan el alma y todo lo que alguna vez dijeron -aunque aquello dicho también contenía una importante cuota de cinismo e hipocresía, digámoslo- sino de sutiles constructores que caminan por la línea delgada, por la sutileza, por la ruta de la puntadita ligera y bien dada; los que hacen sintonía fina.
Hay uno, de apellido cortito, como un personaje adorado por el público infantil, que siempre ha andado por el caminito refinado. Es perspicaz, astuto, sabe cuál es el problema nodal de la política argentina, conoce el peronismo porque lo ha recorrido como periodista y como militante y entiende que los verdaderos andamiajes que sostienen las medidas que hacen a un país no nacen ni del tachín tachín oficialista u opositor, ni del soplar fuerte para hacer botellas rápido.
Hace un tiempo, no mucho, este sagaz y extremadamente hábil escriba lanzó el guante, primero a los pies de Néstor Kirchner y cuando él ya no estuvo en este mundo, siguió con su convocatoria a duelo con Cristina.
En el junio de 2009 -mes de bombardeos literales y de los otros- este periodista peronista escribió un texto que tituló “Néstor Kirchner y los periodistas” (1). En esa especie de Carta abierta, de lo más pública, al ex primer mandatario le habló en este tono:
“Señor Néstor Kirchner, ex presidente de la Nación y presidente del Partido Justicialista. Me presento, me llamo Osvaldo Pepe, tengo 56 años y 37 de periodista profesional (…) hace 15 que llegué a Clarín, después de un paréntesis de trabajo político junto a un maestro de dirigentes como Antonio Cafiero”.
“Toda la vida fui peronista (…) No me considero su enemigo, pero empiezo a dudar de que usted no me incluya en un colectivo al que se castiga y anatemiza (…) con retórica antigua que el propio Perón hoy, arriesgo, desaprobaría por extemporánea y, sobre todo, por inservible. Basta recordar la sabia ironía del viejo General al decir aquello de "cuando tenía todos los medios a favor me derrocaron y con todos los medios en contra el pueblo me volvió a elegir”.
“Usted debe estar pensando que alguien me ordenó escribir estas líneas. Se equivoca. (…) Se las propuse yo al editor general. Porque sigo siendo un periodista que se siente peronista. Y que no lo niega”.
“En Clarín escribí con admiración sobre Perón y el peronismo, me expresé en contra de los intereses del campo, critiqué alguna cobertura televisiva del grupo en medio del fragor de aquel conflicto y salí en defensa de la Presidenta cuando un extraviado colega español la humilló con alguna cuestión estética intrascendente en materia política. Eso está escrito”.
“Voté dos veces por usted y una por la Presidenta. Y después del 28 a la noche, le puedo asegurar, seguiré durmiendo tranquilo. Espero que usted también lo haga, sabiendo que la democracia es sólo eso: una compulsa de voluntades, no un duelo a muerte con quienes piensan diferente”.
Era, lo supimos al instante, una nota que sonaba extraña, extemporánea, diría Pepe que diría el General, si se la miraba desde el sentido común mediático o con ojo de cacerolo con pretensiones. Pero era toda una declaración para los conocedores de cómo operan los titiriteros que saben tanto de dinero como de triunfos culturales: fue esa la nota que inauguró esta etapa en la que quedaría claro que el verdadero poder iba a buscar a su hombre en las filas del peronismo. Los Kirchner estaban acabados, pensaron. El reemplazo hay que conseguirlo ya, dedujeron.
La derrota del 28 de junio de ese 2009, tan bañada por el conflicto que le selló el ismo para siempre al presidente patagónico, parecía darles la razón. Muchos pensaron que era el tiro de gracia y apuradísimos firmaron un “fin del ciclo”. Pero vinieron las leyes y las medidas que más a fondo llevaron el acelerador K. Vinieron cataratas de pequeñas revoluciones cotidianas en decisiones y cabezas. Y se fue Él.
Un año y medio después de la partida de Kirchner, la cuña que le disputa el peronismo a los K volvió a hincarse. Esta vez, de la mano de una de las palabras que más lastiman el alma de este movimiento popular: “imberbe”. “Los imberbes de Aerolíneas”(2), fue el título que eligió esta vez. Y como en una especie de mensaje cifrado, este otro texto también tuvo la posibilidad de una doble lectura, como en capas. Una, la más superficial, para quienes eligen ese diario como medio de información y otra, más profunda, para quienes le conocen al diario su capacidad de partido político y que entienden de modo más cabal al peronismo.
Allí, en ese puesto de lucha que el matutino ha denominado “Del editor al lector”, este jerarca del periodismo poderoso habló de la empresa de bandera como la “gran caja de la agrupación juvenil”, a la cual ubicó de modo ladino en el espacio del “kirchnerismo cristinista”.
La operación estaba en marcha: el primer paso había sido disputarle el peronismo al gobierno, el segundo, quitar del partido del general popular a quienes hoy estaban a cargo del gobierno nacional. Sectorizarlos, mantenerlos encerrados y echarlos. Una reedición berreta y –como toda repetición histórica- farsesca, de aquella Plaza de aquel 1974.
“Jóvenes imberbes capítulo II”, adjetivó Pepe. Y fue por más, por mucho:
“La Presidenta (abrió) las puertas para el “trasvasamiento generacional” capítulo II. Muchos de ellos son hijos o familiares de militantes montoneros. (…) Los identifica el mismo gen que a sus padres. (…) No es el coraje que, aun en el error, mostraron aquellos cuadros armados que desafiaron al propio Perón, sino la soberbia. (…) Esta nueva versión de la “juventud maravillosa” capítulo II podría decirse que encarna una “soberbia desarmada”.
Pepe había ido a fondo, hasta el final. Había elegido nada menos que el título del libro de Pablo Giussani que –queriéndolo o no, sabrá el autor sus intenciones- redujo la militancia setentista a un listado de asesinos o de tontos incautos llevados a la tortura y a la muerte por una decisión lineal del propio Perón.
La respuesta de Cristina no se hizo esperar. Era obvio. La buscaron… y la encontraron. No es muy difícil ni hay ningún mérito especial en ello. Cuando sabe que algo que se dice o se hace va al nudo de lo que realmente está en juego, ella recoge el guante. Se la comprenda o no en el momento. Pero planta bandera y deja para la historia inmediata memoria de la disputa.
Genes, biologización de la política. No hay que ser muy perspicaz. Da nazi. Y eso dijo Ella.
“Señora presidenta, estuvo injusta”, tituló el periodista como respuesta a lo que de modo corajudo, aunque mentiroso, llamaron “en letras de molde”, “debate”. (3)
“Respuesta al ataque de la jefa de Estado” editó Clarín y Pepe se tomó el trabajo de colocarse en víctima y en el sillón de un inocente, cándido e inexperto señor que, apenas, si había lanzado una opinión al aire:
“Los periodistas podemos y debemos ser criticados”. “Le hubiese bastado una respuesta con altura acorde a su investidura”. Indicó.
“Lo que dije fue que el estilo político de La Cámpora observaba el mismo gen (político) que la conducción de Montoneros, no de sus bases, peronistas”. Justificó
“La Presidenta hizo abuso de poder para castigar el derecho a expresar mis ideas”. “Estuvo injusta y desacertada. No por rechazar mi escrito, sino por el modo en que lo hizo”. Criticó
“Presidenta, se equivoca, no en criticarme, sino en pretender descalificarme sin conocer mi historia personal y profesional”. Avanzó
“Muchos piensan ahora lo mismo y creen que el peronismo sólo fue Evita, gloriosa y enorme como lo fue”. Cercó
“Coincido con usted en que los jóvenes que hoy hacen política son bienvenidos, también los de La Cámpora. Pero no si lo hacen en base a una reescritura parcial de la historia”. Amenazó.
No un duelo a muerte con quienes piensan diferente, los modos, el derecho a expresarse. El sonsonete habitual, pero esta vez con certificado de peronismo.
Hubo un tiempo de sosiego, pero nada quedó ahí. Porque la operación de búsqueda de la persona que puede recomponerles su lugar en la esfera de las decisiones grandes no puede cesar. “La letra chica del kirchnerismo” (4) fue el título de la última avanzada. Y allí habló de “razones ocultas”, de “negociados contrarios a la ética”, del “desgaste de 10 años en el poder”, de los “justificadores a ultranza de la real politik K, nacionalistas de café, beligerantes berretas, ignorantes de toda ignorancia política (que), ni siquiera saben cómo fue todo” y de “la máscara del relato que cae y deja al descubierto el rostro verdadero de la impostura kirchnerista”. La catarata de adjetivos tenía una excusa: Milani, el nuevo estandarte del grupo en una –ahí sí- impostada supuesta defensa a ultranza de los Derechos Humanos. Si no fuera porque tienen poder, sería ridículo.
Pero lejos de ser todas estas notas aisladas de un librepensador que se expresa, su último texto cierra el círculo: a la operación de cercar al kirchnerismo, de señalarlo como Montonero, de intentar quitarle el ropaje y hasta la idiosincrasia peronista, le agregan ahora la puntada final, que no es otra que colocarlos en el lugar de los herejes. Discurso de derecha no barbárico sino escondido en la hojarasca de la caridad cristiana, en ese bla bla tan ONG de los años noventa de la solidaridad confundida con beneficencia, tan similar al verso de la Tercera Vía de los Tony Blair, que se jactaban de un capitalismo humanizado mientras se cargaban a medio millón de niños en Irak, tan de disfraz de progre… tan papista.
“Cómo colgarse de la sotana del Papa” (5), fue la munición del titular. Y desde allí habló de gigantescas multitudes, de “muchedumbres conmovidas y conmovedoras” y de la “tarea esencial de pastor de almas con sus artes de un auténtico militante social” que hizo la “opción preferencial por los pobres”, para referirse a lo que ocurrió con Bergoglio en tanto Francisco en Brasil. Y le dio duro a la jefa de Estado de Argentina.
“Colgarse de la sotana” fue el modo con que definió la foto de Cristina con el jefe de la Iglesia Católica Oficial. “La lección está a la vista y no es difícil discernir quién es sincero y quién no. El poder no son obras ni fotos en campaña. Francisco ya lo había dicho en sus primeros días de papado: “El poder es servicio””, fue el párrafo con que eligió finalizar. Tenían a su hombre. Les faltaba candidato.
A la hoguera, pedía a gritos ese texto. “Montoneros revanchistas”, les dice el diario socio. Porque los dos (con varios más y con la tele empalagando con la Papamanía) han decidido escindir a la persona de Jorge Bergoglio de Francisco. Pero no porque comprendan –lo que es un hecho obvio- que el Papa es algo bien distinto de un cardenal local aunque sean la misma persona, sino porque han decidido convertir a esa figura en el polo de atracción de todo aquello que desprecia el mundo, la era, la década y el modo K. Volver al barniz, al como si mientras se ajusta. Ese gatopardismo que tanto le gusta a la derecha mundial.
Y allí tapan, ocultan o minimizan que ese Papa, ese ser no terrenal –según la construcción con que vienen machacando- juega fuerte en la política doméstica. Mide cada gesto y manda símbolos: su vocera, su hermana de la vida, su amiga de hace cuatro décadas, Alicia Oliveira, era la candidata a senadora -en una lista sin chances- por el partido del Momo Venegas -un dirigente que sí sabe herir-. Y Gustavo Vera -la voz de la organización La Alameda que no titubeó en denunciar a Raúl Zaffaroni de proxeneta y en dejarse usar por el pasquín Muy- había puesto su nombre en las listas de UNEN. Datos. De color, para los que se hacen los zonzos. Mensajes, para los que leen finito.
Necesitan el aglutinador, precisan de un candidato, les urge la figura. Intentaron con Mauricio. Probaron con Binner. Y ahora llevan a Massa. Candidatos a la Ottinger.
Richard Ottinger fue un político estadounidense que no es ni conocido, ni popular, pero que su apellido ha llegado a la cúspide, a punto tal que le ha dado nombre a un síndrome. Se trata de esas figuras armadas a imagen y semejanza de lo que se supone escupen las encuestas como demanda general. Sondeos, consultores, asesores de imagen y mucho marketing elaboran a una persona que nada tiene que ver con ese de carne y hueso que existe en la vida real.
Ocurrió en las elecciones de 1976 para el Senado de los Estados Unidos. Un candidato joven e inexperto fue presentado como alguien con confianza en sí mismo, capacidad de gestión, agresivo y sin temor a tomar las decisiones más fuertes. Ottinger crecía en la consideración social y parecía el hombre predestinado.
Tan arriba estuvo, que sus contrincantes, durante el debate previo a los comicios, comenzaron a acribillarlo a preguntas para que respondiese con datos y especificaciones cómo resolvería problemas precisos. El hombre se desmoronó, se vino abajo y le ganó la inseguridad. Quedaron al descubierto sus pies de barro.
Es como si aquí, en estas elecciones, en una provincia argentina, un precandidato que se dice peronista no pudiera, no sólo repetir de memoria, sino siquiera reconocer una máxima del jefe absoluto del movimiento al que dice pertenecer. Ah ¿que eso ocurrió? Será el fantasma. Será el síndrome.
Esta construcción viene de largo. La de Ottinger y la argentina. Hace ya media década que están intentando encontrar o elaborar la figura que les quite a los K esa costumbre de mandar y resolver, de decidir y hacer, de insistir en que la Casa Rosada no es sede de otros poderes sino el espacio físico, simbólico e institucional en el cual se toman las decisiones de las grandes líneas políticas de la República.
A cara descubierta no han podido. Les viene fallando el termómetro y la pitonisa. Parecen haber encontrado a uno.
El 11 de agosto se verá qué pasa. Pero mientras se coloca toda la atención en ese domingo de comicios, no estaría nada mal mantener un ojo despierto y atento en cómo alguien ha metido la cola. Reza el dicho popular que es el Diablo. Puede que sea, aunque a veces se vista con ropaje celestial.
Referencias: (1) Clarín, 17-6-2009 (2) Clarin, 12-3-2012 (3) Clarín, 13-3-2012 (4) Clarin, 21-7-2013 (5) Clarin, 29-7-2013

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