Cautela, que sí hubo 7D
por Mariana Moyano
Editorial Sintonia fina 8-12-2012.
La
primera vez que escuché de ella hubo algo que no entendí: su nombre era duro,
tirando a distante, mucha erre y cacofonía. Y, sin embargo, la mencionaban con
amor, hasta con cierta dulzura. Eso me sorprendió. Pero lo que directamente me
conmovió fue que la nombraban con un genérico, como si todos supiéramos
-supieran- de qué se trataba. Como si un código común recorriera el hilo de la
parte no hablada de la conversación: La ley, de decían, sin más. Sin que hiciera
falta explicar, aclarar, cuál.
No
corrían estos tiempos en que está en todas las tapas de los diarias, en todas
las conversaciones y en que se ha instalado como un motivo para explicar
situaciones que, en teoría, le son ajenas. Eran aquellos primeros días de
discusiones a fondo pero son el temor lo suficientemente presente como para
seguir hablando en voz baja.
Pero en
los espacios que los límites de esa incipiente y renga democracia lo permitían,
ocupaba mucho espacio, todo el espacio. Era tema. Era EL tema cuando la
discusión lo permitía. Vivíamos un momento en el cual los pocos para quienes la
necesidad de una nueva ley de radiodifusión ocupaba los primeros lugares de las
preocupaciones políticas y esos habíamos hecho una especie de pacto de sangre.
Un acuerdo a partir del cual el momento histórico y la universidad pública nos
inoculaba la obligación de bregar por una norma de la democracia desde el
puesto de lucha que el futuro nos deparara.
Quizás
sea precisamente por esto que duele tanto hoy oír a algunos y algunas, que tan
bien saben de qué estamos hablando, hacerse los zonzos y levantar los hombros
cuando uno les muestra cuánto en juego hay en estas épocas.
Corrían
los años ochentas, esos que parecían eternos pero que a fuerza de poder real
marcando la cancha y de poder político apenas en condiciones de ponerse de pie,
se apagaron antes de que la década incluso culminara.
La
soledad consciente de esos tiempos y la extrañeza lógica en la cara del
interlocutor ocasional cuando uno mencionaba esta cuestión tan fundamental para
esos nosotros pocos y tan ajena para las mayorías, se volvió ostracismo, exilio
verbal cuando no burla posmoderna con la llegada de la segunda década infame.
Con total
liviandad y soltura -porque ya desde el mismo club habían provocado la
hiperinflación que iba a disciplinar- los gerentes y los dueños del poder
elaboraron la estrategia perfecta: en nombre de algo que nada tenía que en con
los medios de comunicación se hacían con la capacidad de propalación de ideas,
palabras y modos de comprender.
A fuerza
de ajuste, del susto por la supervivencia ya nos habían parcelado el
pensamiento, nos habían loteado la capacidad de comprensión. Y así, y por eso,
y con ayuda inestimable de Doña Rosa, es que Reforma del Estado nada tenía que
ver, en el sentido común, con la capacidad ciudadana de poner palabra; la
propiedad de los medios de los medios de comunicación no tenía ninguna
vinculación con la democracia y la libertad de expresión de todo un pueblo -así
había quedado establecido y aceptado- tenía los límites duros y plásticos del
control remoto.
En la
capacidad de pulsación del dedo pulgar residía todo el poder popular de
comunicación. Ese apretar y soltar demarcaba la perspectiva y además debía ser
suficiente para encontrar en la pantalla lo que nos identificara y
representara. Nadie, o para ser justa, pocos, preguntaban por los bordes de ese
comando televisivo, por lo que quedaba fuera del control y no estaba ni
mencionado en esa grilla ideológica llamada canales de televisión.
Estábamos
dormidos, ciegos, de shopping o quebrados. La profundización de la democracia
no suponía vinculación alguna con el poder de fuego de los dueños del poder
mediático. No discutíamos los medios porque veíamos la vida por televisión.
Pero lejos
de debilitarse, esa mujer de nombre fuerte con esa erre tan pronunciada se
negaba a no parte central del debate. Y la ley de radiodifusión no sólo siguió
siendo la ley a secas para muchos, sino que con el paso del tiempo, de las
desilusiones y de los sopapos se llenó de contenido, de lucha y de destino.
"Es
la madre de todas las batallas", dijo de ella el más fanático, el más
enamorado cuando ya había dejado su protagonismo en ámbitos universitarios y
sindicales para comenzar a ocupar lugar en los otros rincones de la política.
Lo miraron raro, como se mira a quien de tal nivel de exageración parece un
delirante.
Hay temas
mucho más importantes, decían. Y sí que los hay. Casa, comida, educación, salud
para cada uno de los 40 millones. Por supuesto. Ahora. Yo les pregunto a los
que le dijeron talibán a Gabriel Mariotto cuando blandiendo el Pre proyecto en
el Teatro Argentino de la Plata nos alertó sobre lo que se venía: ¿Ha habido en
los últimos años algo que tocara tan el estómago del poder real y simbólico de
nuestra patria? ¿Y si hubo algo similar, por qué es esta la única ley que ha
tenido que padecer 3 años de no implementación y que ha obligado a ese poder
siempre oculto a salir a batallar a cara descubierta?
Hubo 7D,
mal que les pese a los que miran sólo en línea recta. Porque ese día se puso en
evidencia TODO lo que quedaba por ser visto. Los que vivían de extorsionar sin
exponerse se vieron obligados a mostrarse. Y, encima, como escribió Nicolás
Tereschuk en un rapto más de los suyos de gran inspiración twittera: "Si
el que se opone al gobierno es un sector sin votos, le da
al kirchnerismo su combustible más preciado: sentido" Y agrega desafiante:
"te conviene adecuarte, grupo".
Esta
semana, señoras y señores, Clarín ganó. Ganó tiempo y tiempo es lo que nos
sobra a quienes llevamos casi tres décadas en esta epopeya.
Esta
semana, señoras y señores, Clarín perdió. Se vio obligado a quedar a la vista,
a dejar su juego descubierto a los ojos de cualquiera. El grupo de construcción
de sentido, el que viene moldeando a la Argentina desde hace medio siglo tuvo
que obscena y pornográficamente mostrara todo su modo de operar.
La pistola en la cabeza de la
democracia pende de un hilo. Porque el grupo más poderoso de nuestro país, el
que siempre todo lo pudo tiene su poder sostenido por una siempre y por
definición endeble, medida cautelar
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