Los informantesPor Mariana Moyano
Editorial SF del 6 de Diciembre de 2014
Es una adicción nueva. Y no es
peligrosa, a menos que se considere un riesgo robarle horas de sueño a la
noche. Empezó hace unos años y ya se ha tejido la red: no puedo parar de
consumir libros, películas y series policiales y de suspenso made in los países nórdicos. La ficción
escandinava, más precisamente la danesa y la sueca, ha podido conmigo. Mi
voluntad ya no tiene fuerza para enfrentarlas.
Sé perfectamente por qué me pasa:
porque ese material es perfecto. Y en esa perfección incluyo el suspenso, la narración,
el vértigo (pero bien alejado de la ampulosa híper actuación yanqui donde todo
debe ser dicho con palabras), el manejo de las miradas y los silencios en los
audiovisuales, los detalles que nos introducen de lleno en el relato en el caso
de los libros y el modo de contar (el tono del texto y el movimiento de la
cámara).
Mis consumos han ido desde los
inigualables de Henning Mankell -desde El Chino hasta la saga de Wallander
(libro, serie y film)-; pasando por las 1800 páginas del Millenium de Stieg
Larsson, que parecen apenas 100; las series Forbrydelssen (la versión original
de The Killing), Den Som Dræbe
(la original de Aquellos que matan), Broen/Bron, Graven/Morden, Borgen y el
resto de la infinita lista de maravillas audiovisuales que nos están regalando
esos países en cuyos inviernos las cinco de la tarde es plena noche.
Me he vuelto completamente
adicta. Lo reconozco y si es bueno para mi sanación, lo digo en público: “Hola,
mi nombre es Mariana y soy adicta a la ficción nórdica”.
Pero el costado que más se acerca de
estas ficciones a lo que considero perfecto no tiene tanto que ver con el modo
en que son narradas, como con la capacidad de estas ficciones de mostrarnos el
lado B de las sociedades supuestamente perfectas. Los crímenes más atroces, las
explotaciones más feroces y los delitos de guante blanco más multimillonarios
–se atreven a contarnos estas realizaciones- provienen de los más impecables
países y de las más insospechadas empresas.
Recuerdo casi de moto textual un
diálogo del Millenium 1 y que suelo citar a los que igualan crimen y robo sólo
a motochorro. La conversación es la siguiente:
_Espera, hombre, escúchame. El CADI
estaba compuesto principalmente por compañías suecas de toda la vida que
querían entrar en los mercados del Este, importantes sociedades como ABB,
Skanska y similares. En otras palabras, nada de empresas especuladoras.
Dice uno
_¿Me estás diciendo que Skanska no
se dedica a especular?
Le pregunta/responde sorprendido el
otro protagonista de la conversación. Y sigue:
_¿No despidieron acaso al director
ejecutivo de Skanska por dejar que uno de sus chavales especulara y perdiera
quinientos millones buscando dinero rápido? ¿Y qué te parecen sus histéricos
negocios inmobiliarios en Londres y Oslo?
“Bueno”, recuerdo que pensé, “si en
la página 31 del primer volumen de la saga, este autor se mete así,
brutalmente, con una compañía cuyo nombre incluso en la Argentina aún sigue
siendo sinónimo de corrupción privada -pese a que muchos quieren adjudicarle la
capacidad de robo sólo al Estado-, pues este escritor tendrá mi lealtad para
siempre”.
Así que, sí. Soy adicta. Y desde la
asunción de esta debilidad es que me comporté estos días. Al mejor estilo
detective de serie danesa, puse en una hoja en blanco de mi computadora fotos
tomadas del buscador de google. Nada muy científico como notarán.
Eran ocho cuadritos de siete
hombres. En estas imágenes estaban suizo Rudolf Elmer, el arrepentido
involuntario, como lo llaman algunos, el jefe de operaciones del banco Julios
Bar de las islas Caimán, que fuera despedido en 2002, arrestado en 2005 por
violar el sacrosanto secreto bancario de la suiza de mecanismo de relojería, y
que en 2008 entregara dos discos duros con información clave al fundador de
WikiLeaks, Julian Assange.
El segundo era el propio Assange,
quien sigue desde hace casi tres años encerrado en la embajada ecuatoriana en
Londres y que es centro de denuncias judiciales en Suecia, Gran Bretaña y
Estados Unidos; el que sostiene que el monopolio de los medios de comunicación
es un verdadero problema, que el secreto y el dinero gastado por parte de
organizaciones para que ese secreto se mantenga debe ser interrogado y que
explica que Suecia (esa maravilla de la distribución de la riqueza) es el
principal fabricante de armas per cápita en el mundo.
Edward Snowden y Bradley Manning
estaban juntos en el segundo escalón de fotos. Inofensivos a primera vista.
Uno, con cara de nerd y anteojitos que culminan la caricatura; y el otro, un
rubito blandito, pecoso y con esos ojos celestes insulsos y armazón de lentes
de los llamados montados al aire. La no peligrosidad hecha personas. Sin
embargo, uno dio enter y puso a todo el sistema de seguridad del país más
poderoso de la tierra en jaque. Y el otro, por ser acusado de ser una fuente de
Assange, estuvo detenido en los Estados Unidos en condiciones que las propias
Naciones Unidas han descripto como similares a la tortura. A este soldadito
Denver Nicks le dedicó un libro: “Privado: Bradley Manning, WikiLeaks y la más
grande exposición de secretos oficiales en la historia americana”.
La revista Time –que no le regala
nada a nadie- les dedicó una tapa: “Los informantes”, era el título principal y
en una imagen símil Matrix se leía la bajada: “Por
qué una generación de hacktivisitas está impulsado a derramar los secretos
gubernamentales”
En esta portada
estaba un tercero. Uno que también estaba en mi pizarrón de investigaciones
imaginario: Aaron Swartz, quien en septiembre de 2010 descargó 4, 8 millones de
documentos académicos y publicaciones protegidas por copyright. El 19 de julio de 2011 lo
acusaron de usar un script para
compartirlos en otros sitios y, de ese modo, desenmascarar los vínculos entre
poderosos grupos económicos y alteraciones en resultados de investigación.[i]
Completaban el collage tres
fotografías más, dos de Hervé Falciani, una con y otra sin barba y la de un
argentino.
Falciani era un apellido casi
desconocido en la Argentina hasta el jueves 27 de noviembre, cuando el titular
de la AFIP, Ricardo Etchegaray, puso en una misma frase la marca HSBC, es
decir, el Hong Kong Shanghái Bank Corporation, y la fórmula “asociación
ilícita”, una que asusta porque aunque uno no conozca en detalle las
consecuencias judiciales que acarrea, sabe que conlleva verdadera gravedad.
En la brillante nota de Fernando
Krakowiak de Página 12 del viernes 28 de noviembre y bajo el título “El hombre
que hizo saltar la banca”, el periodista indica que: “La denuncia por evasión
fiscal contra ciudadanos argentinos con cuentas no declaradas fue posible a
partir de la información que el organismo fiscal obtuvo de la agencia
tributaria francesa. Sin embargo, la fuente clave en esta historia es Hervé
Falciani, un ingeniero en sistemas francoitaliano que en el año 2000 ingresó a
trabajar a la filial del HSBC de Mónaco y en 2006 fue trasladado a las oficinas
del banco en Ginebra para trabajar en un proyecto que consistía en “migrar” la
información sobre las cuentas bancarias a una base de datos más segura. El
objetivo del banco no se cumplió, porque lo que terminó haciendo Falciani fue
filtrar el detalle de 130.000 cuentas a las autoridades francesas, las cuales
comenzaron a investigar a sus titulares por evasión fiscal, lavado de dinero
y/o financiamiento del terrorismo, despertando el interés de otras agencias
tributarias, como las de Estados Unidos, España y Argentina.
“Más allá de sus intenciones
iniciales, lo cierto es que una vez que llegó a Francia, Falciani fue detenido
por la policía de ese país e inmediatamente ofreció la información que tenía
disponible sobre los clientes del HSBC. El fiscal francés Eric de Montgolfier
confirmó eso y agregó que Falciani en ningún momento pidió dinero a cambio. El
1º de julio de 2012 Falciani viajó a España y fue detenido por la policía a
pedido de la Justicia suiza. Este ingeniero informático aseguró que viajó a
Barcelona, aun sabiendo que lo iban a detener, porque su vida corría peligro en
Francia. Una vez allí, también se mostró dispuesto a colaborar con el fisco
español. Suiza reclamó su extradición y lo acusó de cuatro delitos: espionaje
financiero, violación del secreto bancario, violación del secreto comercial y
apropiación de datos relativos a clientes. No obstante, en mayo del año pasado
la Audiencia Nacional rechazó el pedido al argumentar que los delitos de los
que se acusa a Falciani en Suiza no están tipificados como tales en la
legislación española. La información que consiguió Falciani resultó clave en el
país ibérico. De los 1500 nombres que envió Francia, Hacienda identificó a 659
y pudo recuperar 260 millones de euros aportados por personas que se mostraron dispuestas
a “colaborar” cuando la evidencia en su contra se reveló irrefutable, entre
ellos el entonces presidente del Banco Santander, Emilio Botín, y su familia.
Falciani también fue un informante fundamental del Departamento de Justicia de
Estados Unidos, organismo que acusó al HSBC de blanquear dinero de carteles
narcos mexicanos y de países como Corea del Norte e Irán. Finalmente, en
diciembre de 2012 el banco aceptó pagarle al gobierno de Estados Unidos la
cifra record de 1900 millones de dólares para poner fin a la investigación”.
El argentino que coronaba mi
composición era nada menos que Hernán Arbizu: nuestro Snowden, nuestro Manning,
nuestro Falciani. Una de las frases que le adjudican a Arbizu y que es la que
más me impresiona por brutal, por no autocomplaciente y por cierta es una que
me dicen que él dijo: “Los países están pobres por tipos como yo”.
En la electrizante página web
haddensecurity.wordpress.com/tag/hsbc/ dicen sobre él:
“El JP Morgan Chase se encuentra en el centro
de la historia del tercer arrepentido: el argentino Hernán Arbizu. En 2008,
Arbizu -uno de los financistas estrella de la operación del JP Morgan Chase en
América del Sur- se presentó ante la Justicia federal de la Argentina para
“auto denunciarse” por fraude, evasión de impuestos y lavado de dinero.
“Yo había cometido un fraude. Había mucha
presión interna en la compañía y para no perder un cliente muy importante le
ofrecí un rendimiento para sus inversiones que sólo podía cumplir sacando
dinero de otros lados. Fue un grave error. Pero lo que estoy denunciando ante
la Justicia es un fraude masivo contra el Estado por evasión y lavado”, señaló
Arbizu, en diálogo con BBC Mundo.
“Los grupos más poderosos de la Argentina –el
multimedios Clarín, Banco Patagonia, las empresas de energía Bridas y
Bulgheroni– se encuentran en la lista que Arbizu entregó a las autoridades,
pero en el vértigo de aquel año clave la pista alcanza al banco que precipitó
el estallido financiero de 2008 al caer en bancarrota: el Lehman Brothers”.
Cuando estalló la denuncia de Etchegaray, los
medios de comunicación socios del HSBC y parientes en el modus operandi se
ocuparon de rápidamente y en primer término de no dar a conocer la acusación,
sino la desmentida del banco: “Polémica por la denuncia de la AFIP sobre las
cuentas en Suiza”, “Desmienten a Etchegaray y a listas de medios oficialistas”
e hicieron una de manual, tan burda que resultó graciosa: Indicaron que a
través de UIF, el gobierno reconocía que iba a haber complicaciones a la hora
de seguir la pista. Quisieron presentarlo como una debilidad de la
investigación, cuando en realidad, y por eso se lo guardaron para un tercer
párrafo, lo que la voz oficial indicaba era que el Poder Judicial estaba poniendo
trabas para realizar una investigación a fondo. Es decir, no se estaba
asumiendo un inconveniente gubernamental sino que se estaba, fuertemente,
acusando a ciertos sectores de los Tribunales de no querer ir contra sus
amigos.
Jugadísimo, Arbizu, pasó por encima
de todas las excusas y en una de sus declaraciones de estos días contó a Radio
Del Plata que “cuanto estaba en el Citibank usaba toda la red de sucursales en
Argentina para buscar clientes para abrir cuentas en el exterior. Tal es así
que pedíamos a todas las sucursales los listados de más de 3 millones y
obligábamos a los gerentes de las mismas a generar reuniones con esos clientes
para ofrecer los servicios nuestros off shore". Remarcó, así que ese tipo
de operaciones "es totalmente ilegal", y desmintió al HSBC.
En su momento, en
junio de 2009, el New York Times se ocupó de él. Y en una nota de LYNNLEY BROWNING y DIANA B. HENRIQUES,
publicaron: “Creció en círculos de élite en Buenos Aires y sus conexiones
privilegiadas le allanaron el camino para que se convierta en un banquero
privado estrella en Nueva York para clientes ricos de UBS y JP Morgan Chase”. Era evidente que estaban impresionados con lo que Arbizu
estaba denunciando. La foto que acompañó la nota lo delata: Arbizu está sentado
en un sillón estilo francés de esos que más que comodidad muestran poder y en
el propio texto se van un poco del personaje en cuestión para ir al nudo de la
cuestión: “Varios grandes bancos europeos tropezaron en la estafa Madoff, por
ejemplo. Más
recientemente, UBS acordó pagar $ 780 millones con el Departamento de Justicia
para hacer frente a las acusaciones de que había ayudado a los estadounidenses
ricos esconden miles de millones de dólares en impuestos en secretas bancarias en el extranjero cuentas”.
“En junio de
2008, semanas después el Sr. Arbizu fue acusado en Nueva York, las autoridades
argentinas allanaron las oficinas de JP Morgan Chase en Buenos Aires y
confiscaron los registros de 200 clientes argentinos ricos, muchos de ellos el
Sr. Arbizu de cuyos nombres y activos fueron publicadas luego en un periódico
local”.
Por esos días, sólo dos personas públicas y con poder de propalación
dieron a conocer los datos de Arbizu. Uno fue Luis D Elía, quien entendió de
inmediato lo que implicaba políticamente tener la información de uno de ellos
de nuestro lado. El otro fue Jorge Lanata. Y el periódico local al que se
refería el NYT no era otro que Crítica, el que un día cualquiera nos despertó
con la más fuerte denuncia a la que se había atrevido en años el periodismo
argentino. Así decía la crónica la 2008 de pluma del propio Lanata: “Cuando Diego Slupsky, secretario del Juzgado Federal Nº 12, entró
a las oficinas del JP Morgan en el piso 22 de Madero 900, una mezcla de pánico
y sorpresa dominó la escena. Slupsky dijo que se trataba de un allanamiento por
orden judicial, y eso borró de inmediato la sonrisa profesional de todos los
empleados.
- Necesitamos constatar el
soporte magnético de las operaciones -explicó al responsable.
- Nos interesan más que nada
los clientes de altos recursos -señaló, mientras los peritos de la policía
amontonaban CD, carpetas y servidores como si fuera una liquidación de Navidad.
Uno de los empleados lograba
mantener la calma con la vista fija en un calendario de escritorio, hasta que
advirtió lo que estaba mirando: era el viernes 13. Algo malo iba a pasar.
Dos o tres minutos después en
las oficinas centrales de Park Avenue 345, 5º piso, había un nombre a flor de
labios, mezclado con insultos del peor slang.
Hernán Arbizu, el argentino,
estaba dispuesto a hablar.
Así definió Arbizu su trabajo
ante el juez:
"Administración de activos
líquidos (inversiones), creación de estructuras de administración de riqueza
con fines hereditarios, ayudar a clientes para crear estructuras con las que
ocultar la verdadera titularidad de los activos (esto se debe a que en muchos
casos los activos no son declarados en los países donde viven los clientes), y
préstamos en la Argentina usando como garantía activos no declarados
depositados en el exterior".
Arbizu, quien se considera
"un arrepentido del mundo de las finanzas", relató en su declaración
las dos maniobras principales hechas por el JP Morgan:
- Buscan captar nuevos fondos,
sobre todo los provenientes de la venta de empresas, y una vez afuera esos
fondos evaden obligaciones tributarias.
- Suelen actuar "en
complicidad" con las AFJP: cuando una empresa efectúa una oferta pública a
través del banco, las administradoras de AFJP compran la emisión primaria o
secundaria, aunque no sea un buen negocio. Cerrada la operación, los fondos son
sacados del país por el cliente y administrados por el banco en Suiza o Estados
Unidos.
AQUÍ ESTÁN, ÉSTOS SON.
De la lista entregada por
Arbizu a la Justicia aquí se reproduce sólo una parte, ya que son más de veinte
carillas. Muchas de las cuentas tienen nombres de fantasía y son
"empresas" radicadas en el exterior, la mayoría sin ninguna actividad
comercial: son todas las terminadas en "Inc.", "Corp.", "Ltd.".
Varios números de cuenta se repiten
con diferentes nombres: corresponden en ese caso a la misma empresa o familia,
por ejemplo el Grupo Clarín, o la familia Constantini. En la lista presentada
al juez, los Bulgheroni son los principales clientes, con depósitos por 1.500
millones de dólares entre Bridas, Plus Petrol y Torno Constructora.
En la siguiente, sobresalen los
depósitos de Ernestina Herrera de Noble por 154 millones”.
La lista arrancaba con estos
datos precisos: “Ernestina Herrera de Noble, el CEO Héctor Magnetto, otros
directivos (y ex directivos), sus familiares, empresas conocidas del Grupo y
otras desconocidas.
Nombre / Cuenta / (Total en
U$S)
* Ernestina Laura Herrera de
Noble / 32407608.00 / (154.482.039,49)
La Justicia los investiga por
lavado de dinero y, eventualmente, evasión impositiva.
Una mirada posible es la de
preguntarse si estos sujetos son héroes o traidores. Como escribió Benjamín Prado para enpositivo.com “Hay
palabras que merecen una segunda oportunidad. Por ejemplo: chivato. Un adjetivo
al que suelen recurrir quienes abusan de otros para así tergiversar sus
acciones y cambiar las culpas de bando, de manera que la víctima se convierta
en alguien despreciable: un delator.
Creo que
en este mundo en el que el poder lucha a sangre y fuego por controlar no solo
la economía y la política, sino también la información y las conciencias, hay
que mirar con la misma lupa la palabra traidor: ¿qué son Assange, Snowden, Falciani? ¿Son héroes o bandidos? ¿Merecen la cárcel o una
estatua?
En
inglés, al que revela ese tipo de secretos se le denomina whistleblower, es
decir, es quien toca un silbato y alerta a la sociedad de un abuso o un delito
cometidos por la organización para la que trabaja. Sin embargo, Assange,
Snowden y Falciani viven en el exilio, se los considera renegados y alguno está
en busca y captura. Sobre ellos han corrido ríos de tinta envenenada, pero
aunque no los moviera el simple altruismo, ¿no habría que felicitarse igual
porque hayan sacado a la luz toda esa oscuridad?
El
traidor es siempre el malo de la historia, desde Judas Iscariote, cuyo nombre
proviene del latín sicarii, un término que designaba a los judíos que ocultaban
entre sus ropas una daga, o sica, para apuñalar por la espalda a los invasores
llegados de Roma. Y eso es lo que consideran a Assange, Snowden o Falciani
quienes los persiguen: mercenarios.
En su
libro Elogio de la Traición, Denis Jeambar e Yves Roucaute escriben que en el
ámbito de la política “la traición es la expresión superior del pragmatismo que
evita las fracturas y garantiza la continuidad democrática al flexibilizar en
la práctica los principios preconizados en la teoría”; aseguran que no
cometerla “es desconocer los espasmos de la sociedad y las mutaciones de la
historia”; y sostienen que ese es el modo de adaptarse a la voluntad de los
pueblos y que quienes se oponen a cualquier clase de cambio son los tiranos.
Este es
un mundo hipócrita y los mismos que califican de traidores a Assange o Snowden,
ofrecen recompensas millonarias a quien señale el escondite de sus adversarios,
como ocurrió con Sadam Husein y Bin Laden. Otros lo consideran, como mínimo, un mal necesario, hasta tal punto que
Snowden ha sido propuesto como candidato al Nobel de la Paz.
Quizás es
que las banderas hay que defenderlas o no, según lo que escondan debajo. Votar
es la mitad de la democracia; la otra mitad es el derecho a saber”.
Después
de mirarlos fijo ratos eternos y ver qué tenían en común estos siete hombres,
además de su extrema prolijidad y su andar atildado vi que poseían todos una
mirada profunda hacia la lente que los había fotografiado. Así que decidí sacar
una conclusión al estilo de las y los detectives de mi adicción: es decir, no
quedarme en la imagen corta sino prolongar la observación. Porque aquí no hay un hombre, una mujer, un nombre
propio culpable. Hay autores materiales, sí; hay ejecutores, por supuesto; hay
realizadores; obviamente. Pero si la democracia es votar y saber, lo que
tenemos frente a nuestros ojos no es a individuos, sino a los hilos de cómo
funcionan, se asocian, se cuidan, operan y nos mutilan los dueños del poder
mundial. Los que recién en los últimos años han adquirido visibilidad de su
cara, rostro, nombre, cuerpo, ideología y accionar. Entonces ya no somos
nosotros mirando fotografías de personas, sino –y me atrevo aún a riesgo de
sonar solemne- nuestros propios hijos y las futuras generaciones
interrogándonos acerca DE qué cuernos estamos dispuestos a hacer con lo que
sabemos: meterlo bajo la alfombra y hacer que nuestras democracias declinen o
utilizar esa información -de verdad y por fin- en contra de quienes siempre han
jugado en contra de nuestros intentos por ganar más democracia.
[i] Swartz fue encontrado muerto en su departamento de Crown Heights, Brooklyn, el 11
de enero de 2013. Se
declaró que se había ahorcado. Si era condenado por los 13 cargos que contra él
presentó el gobierno de los Estados Unidos, Swartz, debía pagar 4 millones de
dólares en multas y cumplir más de 50 años de prisión. La familia y la pareja
de Swartz crearon una página web en la cual publicaron: "Usó sus
prodigiosos talentos como programador y tecnólogo no para enriquecerse, sino
para hacer Internet y el mundo un lugar más justo y mejor".
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