miércoles, 8 de agosto de 2012

Programa SF 26 - Jorge Taiana - 4 de Agosto de 2012



Editorial Sintonía Fina del 4-8-2012.
El preso, el gran periodista de investigación y la tía. (Por Mariana Moyano)

Atrasan. Eso quedó a la vista. Pero ¿ellos lo saben? ¿Se dan cuenta? ¿Notan que, además de la ferocidad para hacer de las operaciones, noticias, poseen un profundo desconocimiento y que cuando pasa el estupor frente a lo crean sólo queda a la vista el enorme papelón del que son prot
agonistas?

Hace unos cuantos años, un enorme profesor universitario, miembro de una cátedra de otro enorme profesor e intelectual llamado Oscar Landi, nos dijo de modo categórico “hay que salirse del concepto tiista de la cultura” y siguió con lo suyo. Nosotros, los estudiantes, aún tiernitos y, por ende, menos soberbios y más dubitativos, nos miramos. Ese gesto bastó para comprobar que no entendíamos de qué nos hablaba ese hombre de barba que estaba al frente del curso. “Disculpame”, lo interrumpió uno de los alumnos, “¿a qué te referís con concepto tiista de la cultura?”

“Ah”, dijo super relajado el docente, “el concepto tiista de la cultura es el concepto que tiene mi tía de la cultura: ir al Colón, haber leído algunos libros y que te guste la música clásica”. Y todos nos reímos. Porque había complicidad, algún que otro código común y dos o tres pautas compartidas.

Pasaron 22 años de aquella anécdota y aún la tenemos grabada a fuego. Porque esa frase poseía dos peculiaridades que la hacían poderosa: por un lado, iba al nudo del sentido común y, por el otro, pegaba directo en el costado más absurdo y burdo de ese sentido común. Tenía la capacidad de desenmascarar y dejar en ridículo a las pontificaciones de señora gorda que a veces escuchamos.

Por estos días, 22 años después de aquella carcajada, el espíritu de esas mismas señoras gordas -o de las tías de este profesor- volvieron a las andadas, Pero llegaron desde la boca, la pluma y la argumentación de periodistas y de políticos que se dicen dirigentes.

“Cultura es saber comer en la mesa”, afirmó sin ruborizarse ni pedir disculpas uno de los escribas con título de periodista de investigación en la radio, propiedad del mismo diario que le publica su fotito.

"Esto es idéntico al 73, cuando dejaron salir a la gente de la cárcel. Son soldados para cualquier causa, para un enfrentamiento o para un robo. Así no se puede luchar contra la inseguridad cuando tus punteros políticos son delincuentes", afirmó sin ruborizarse ni pedir disculpas una de las mujeres que mejor sabe preparar la ensalada rusa de la política, mezclando las dosis necesarias de pasado y presente sin pasarlo jamás por el tamiz de la seriedad y el contexto.

En ese mismo instante, Walter Benjamín, Theodor Adorno, la escuela de Birmingham completa, Ramoncito Williams, Nicolás Casullo y Edward Said se revolcaban en sus respectivas tumbas y hasta el propio Eduardo Grüner, que de kirchnerista no tiene nada, sudaba frío ante semejante brutalidad argumental.

Y es que se habían abierto las puertas y las tempestades ingresaban habilitadas por la desfachatez editorial y por el absoluto desconocimiento de las más mínimas líneas de pensamiento de la sociología, la filosofía y la ciencia política que vienen de Antonio Gramsci para acá.

Todos nosotros, cuando éramos estudiantes, nos habíamos reido. Porque no entendíamos demasiado, pero sí poseíamos el más elemental conocimiento: la cultura es al menos algo más que un par de volúmenes en la biblioteca o un abono en algún palco barroco. Eso lo sabíamos, eso lo sabemos, eso lo debemos saber y el que no lo sepa que tenga el decoro de o guardar silencio en público o no suponer que tiene las charreteras suficientes como para decirnos qué pensar, qué hacer o qué opinar.

“La trampa estaría en argumentar que se trata de un evento cultural cuando es un acontecimiento político”, escribió el (entre millones de bastardillas y comillas) periodista de investigación que (entre millones de bastardillas y comillas) denunció –y fue desmentido con documento en el módico tiempo de menos de 24 hs- las salidas supuestamente no autorizadas de presos para participar de actividades organizadas por una agrupación militante.

Él, mientras escribía eso no se rió. Estaba serio. Enojado, incluso, y hasta con el seño fruncido. Porque no podía ser. No podía ser que esos ensuciaran a la cultura mezclándola con la política. A ella, a esa dama delicada, tersa, inocente, de buena cuna… ¡A ella le habían hecho eso! ¡La habían llevado obligada a un encuentro con hombres sucios, militantes y, encima, peronistas!.

O no. O lo que quizás lo enojaba era que fueran presos los que habían sido llevados. Ellos no son ni inocentes, ni delicados, ni de buena familia. Ellos no tienen siquiera familia, porque de pura casualidad son humanos y a esos se los encierra para siempre y para que durante la condena no vean ni luz, ni arte, ni se relacionen, ni estudien, ni se comuniquen. “Van a aprender lo que es bueno: Veinte años sin hablar con nadie y van a ver que salen buenitos de ahí adentro”.

Él, mientras pensaba eso no se rió. Porque a él no le importan ni los presos ni los cientos de gigantes intelectuales de todos los orígenes, colores y países que han construido una sociedad más reflexiva, más pensante, más democrática e incluso más exquisita al hacernos saber, al hacernos comprender, que la cultura no es una mercancía ni un objeto transaccional que se ubica en un sitio o en un recipiente, sino el fruto mismo de toda una sociedad y de una época.

Él, mientras tecleaba, no se rió. Por eso, cuando releyó que en su nota él había escrito: “la trampa estaría en argumentar que se trata de un evento cultural cuando es un acontecimiento político”, se sintió conforme. Porque a él no le importan los presos, no le importan las sociedades y mucho menos le importa Edward Said, alguien que de la mano de su identidad palestina y de su formación gramsciana nos dice, beligerante, que “la cultura es una especie de teatro en el cual se enfrentan distintas causas políticas e ideológicas. Lejos de constituir un plácido rincón de convivencia armónica, la cultura puede ser un auténtico campo de batalla”.

Él, mientras le daban a conocer esta definición, no se rió. “¿Quién es ese Said que habla a favor de los conflictos y que no pone el acento en que los presos hacen política? Mirá cómo habla de batalla y se opone a la armonía. Seguro que es kirchnerista”, le dice a su tía, con quien se lleva estupendo, a quien acompaña a escuchar ópera y con quien siempre comenta con igual indignación y con el seño igual de fruncido que “el problema de este país es que falta cultura”.
“Y qué querés?”, le dice él “no se ocupan de la inseguridad y sacan a pasear a los presos. Son así, tía, vos siempre tuviste razón. Ellos son el problema, no tienen cultura. Siempre tuviste razón, tía. El problema son ellos… Claro que sí, porque ellos son peronistas”.

1 comentario:

  1. Estimada Mariana, sería muy interesante que además del audio, publiques la editorial inicial de Sintonía Fina en forma escrita, son excelentes y sería más fácil recicularlas y compartirlas con otras personas.
    Muchas Gracias.

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