sábado, 21 de marzo de 2015

Programa SF 152 - Bruno Nápoli - 21 de Marzo de 2015

La voz del poder.
por Mariana Moyano
Editorial SF del 21 de Marzo de 2015.

El 14 de julio de 2011 el Centro de Estudios Legales y Sociales enviaba una carta al juez Daniel Rafecas, por ese entonces a cargo de la causa, en la cual hacían saber su preocupación respecto del comportamiento y los pareceres hechos públicos del fiscal Carlos Alberto Rívolo.
Por estos días de Partido Judicial actuando a diario y con todas las licencias y potestades a su cargo, las lecturas de estos textos del pasado reciente no sólo acomodan los trozos de memoria colectiva que se van construyendo, sino que ayudan a ubicar las piezas que creíamos sueltas de un rompecabezas que cada hora dibuja con mayor claridad el mapa completo.
En aquel texto, la entidad defensora de Derechos Humanos le planteaba al magistrado lo siguiente: “Tenemos el agrado de dirigirnos a usted a fin de manifestar nuestra preocupación por algunas expresiones vertidas en el dictamen del Sr Fiscal Carlos Alberto Rívolo, efectuado en fecha 27 de junio de 2011, en la causa 1875/09 Martínez de Hoz, José Alfredo; Reynal, Alejandro; y Reynal, William sobre delitos de lesa humanidad”.
“En primer lugar, llama la atención el tiempo transcurrido desde el momento en que el Sr. Fiscal tomó conocimiento de la denuncia y el dictamen de desistimiento realizado. Por otra parte, queremos expresar nuestra inquietud por los términos utilizados por el funcionario en su resolución para justificar el no sostenimiento de la acción. El Sr. Fiscal utiliza expresiones como ´es sabido que el único plan sistemático de la dictadura consistía en aniquilar la subversión tal y como expresamente lo reconoció, lenguaje sembrado y heredado además del gobierno antecesor cuando creó la desgraciadamente famosa fuerza paramilitar conocida como Triple A´, que reproduce un lenguaje y una terminología propios de aquella época. A más de 30 años de vida democrática y las sentencias recaídas en el marco del proceso de verdad y justicia que avanza en el país, esta manifestación significa un fuerte retroceso”.
Dos meses antes de esta carta había ocurrido un hecho nada menor en el cambio que empezaba a darse para erradicar la idea de dictadura militar y asentarle bases sólidas al paradigma más exacto, más preciso y más riguroso con lo ocurrido hace 40 años de nuestro país: ése que da cuenta de cómo los no uniformados no fueron ni acompañantes, ni cómplices y, las más de las veces, ni socios, sino ideólogos de lo que sucedió en aquellos años oscuros; y el mismo que explica que muerte, cama de tortura y desaparición tiene vinculación directa con empresas, patria financiera, dinero y poder.
En mayo de 2011, el entonces secretario de Derechos Humanos de la Nación, Eduardo Luis Duhalde, se había presentado en nombre del Estado Nacional como co-querellante en la causa que Eduardo E. Saiegh había iniciado por su detención ilegal y las torturas sufridas y por las cuales pedía la detención de Martínez de Hoz y Alejandro Reynal, acusados de ser los autores intelectuales del secuestro del empresario.
Saiegh decidió dar cuenta de su “caso” a través de un blog que se ubica con facilidad en la web. En él cuenta que “El 31 de octubre de 1980 fue un día bisagra en mi vida, cuando la dictadura cívico militar me produjo una profunda y grave inflexión en el devenir de mi vida.
Ese día fue violentamente secuestrado “por una comisión de más de 30 parapoliciales y salvajemente torturado durante 7 días para que confesara ´voluntariamente´delitos inexistentes en el Banco Latinoamericano (BLA) del cual aún soy propietario, con el objetivo de que el Banco Central justificara su arbitraria e ilegal ´autoliquidación´para poder materializar la estatización de Austral Líneas Aéreas que ya había sido resuelta por decreto 1922/80 del 22 de septiembre de 1980”.
 
“Este grave delito de Terrorismo de Estado y DDHH del que fui víctima propiciatoria en octubre de 1980, fue planeado desde el BCRA con el objetivo de desapoderarme de mi banco y hacer desaparecer -del tesoro del BLA- las acciones de Makin S.A., empresa controlante de Austral Líneas Aéreas, y los comprobantes de su deuda por más de 7 millones de dólares que tenían con el banco, garantizados por la caución de dichas acciones”.
“Dichas acciones las necesitaban -sí o sí- para poder transferirle la compañía aérea al Estado Nacional con un pasivo de más de 200 millones de dólares, y poder estatizarla de acuerdo al decreto 1922 del 22 setiembre de 1980, tramitado en 48 horas, a pedido de los accionistas de Austral por nota formal al entonces ministro de Economía y jefe civil de la dictadura, José Alfredo Martínez de Hoz”.
“Para lograr esto se falsificó una denuncia anónima en el BCRA, y se dio su traslado inmediato a las fuerzas parapoliciales pidiéndoles -según consta en las actuaciones- mi detención y el allanamiento de domicilios a la autoridad “política” de la Policía Federal, a través de su División Bancos”.
“La estatización de Austral resultó una real estafa fraudulenta para el Estado Nacional, tal como el fiscal Ricardo Molinas lo denunciara ante la justicia federal penal en 1984, y también es un delito penal imprescriptible cometido por el gobierno de facto contra mi persona y contra mis bienes -por estar incluido en la caracterización de Terrorismo de Estado”.
“Mi secuestro, torturas y extorsión tuvieron el objetivo de “ablandarme” para lograr autoincriminaciones y confesiones falsas con el objetivo de desapoderarme y robarme el BLA y, por ende, quedarse con las acciones caucionadas de Austral. Para lograrlo necesitaban quebrarme en todos los aspectos y, finalmente, liquidarme físicamente”
“Lo económico lo lograron, pero el quiebre moral -a pesar de los terribles tormentos sufridos- nunca pudieron conseguirlo ya que logré soportar las torturas.El 7 de noviembre de 1980, por una situación fortuita del destino, pude negociar mi vida con mis secuestradores y me salvé de una muerte segura”.
“Desde entonces inicié una lucha sin cuartel en todos los frentes legales para reivindicar y denunciar -a nivel nacional e internacional- el arrasamiento de todos mis derechos más elementales y humanos”.
En el 2004, el Estado nacional a través del secretario Eduardo Luis Duhalde, emitió una resolución reconociendo al ‘Caso Saiegh’ como de Terrorismo de Estado agravado por la condición de judío de la víctima.
Así funcionó el genocidio: la muerte y tortura en tándem con –y con el objetivo de- la transformación completa de las bases económicas y culturales de la Argentina.
El así llamado “caso Saiegh” es uno de los que ha logrado mayor visibilidad y, probablemente, uno de los más conocidos. Pero está lejos de ser el único: Acindar o Papel Prensa son –por citar sólo los más emblemáticos- dos ejemplos más de cómo la maquinaria tuvo eje en la dimensión económica de la represión.
La noción de “dictadura militar” se ha ido desgastando y gracias a posibilidades de aperturas y complejizaciones que permiten dar cuenta con mayor exactitud de lo sucedido, se han ido agregando actores a la definición: el bloque civil, los empresarios y la Iglesia. Como indican Horacio Verbitsky y Juan Pablo Bohoslavsky en su libro “Cuentas pendientes”: “empresarios que son procesados penalmente por contribuir a desaparecer a sus operarios, víctimas que demandan a los bancos que financiaron la dictadura, reclamos económicos en el fuero laboral por detenciones en el lugar de trabajo que se convierten en desapariciones y son declaradas imprescriptibles, sentencias que instruyen investigar la complicidad editorial de los diarios, pedidos efectivos de procesamiento contra empresarios de medios por connivencia con los planes represivos, procesamientos por extorsión de empresarios y usurpación de bienes, la investigación estatal de Papel Prensa, la creación de la unidad especial de investigación de los delitos de lesa humanidad con motivación económica en el ámbito de la Secretaria de Derechos Humanos y de una oficina de coordinación de políticas de derechos humanos dentro de la Comisión Nacional de Valores son algunas de las muestras de esta tendencia”.
Pero lo más novedoso ha sido la vuelta que desde, precisamente la CNV han podido encontrarle al período que transcurrió entre 1976 y 1983: en un libro reciente y valioso como pocos, “La dictadura del capital financiero”, los autores precisan –provocadoramente, por qué no- que “No es preciso el estribillo que durante años consumimos que se refiere a un plan maléfico trazado para implantar por las armas el neoliberalismo en la Argentina”. En este trabajo, sostienen que lo más valioso es conocer “un impactante mapa de relaciones legales, acciones coordinadas entre las instituciones y una presencia civil dominante en la toma de decisiones (...), un espacio de poder que logró perdurar en el tiempo y tener reverberancias no deseadas en la actualidad”. Esto nos obliga, proponen, a examinar “la relación compleja entre genocidio y dictadura y la necesidad de reflexionar de manera crítica sobre la noción de ´complicidad civil´”. Es decir, poner en cuestión esta idea para pasar a una superadora: la de dictadura militar corporativa (…) basados en que fueron las cúpulas de las corporaciones, sobre todo empresarias, diversificadas e integradas, nacionales y extranjeras junto a las estructuras jerárquicas eclesiásticas las que operaron activamente como coprotagonistas hacedoras del período”.
El inmenso intelectual de izquierda Silvio Frondizi, que estuvo muy vinculado con la Revolución Cubana, cerca del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores), que fundara Praxis y que fuera fusilado por un comando de las Tres A acuñó una frase enorme, sobre todo para su tiempo y que deberíamos recordar bastante más seguido. Él dijo: “hay que leer La Nación porque es la voz del poder por encima de los gobiernos”, adelantándose con esta expresión varias décadas a un debate que recién estamos pudiendo dar casi de lleno: el que se afinca en comprender que el verdadero poder suele no ser el que a diario manda desde la Casa Rosada. Y que ésa es la única verdadera disputa importante.
El diario La Nación conoce bien de estas cosas. Sabe de sutilezas, de políticas a largo plazo y, sobre todo, de poder. Por eso, casi en soledad, aquel 23 de septiembre de 2011 titularon así la nota: “La persecución a Jaime Smart” y escribieron allí: “Han transcurrido ya más de tres años desde que el doctor Jaime Smart ha sido privado de su libertad sin que haya podido demostrarse hasta ahora su responsabilidad en los hechos que se le imputan. El 12 del actual comenzó a ser juzgado en La Plata, junto con otros acusados, por supuestos delitos de lesa humanidad cometidos durante la lucha antisubversiva en la provincia de Buenos Aires. El juzgamiento, a cargo del Tribunal Oral Criminal I de La Plata, está en la etapa de la lectura de las acusaciones para cumplir con los requerimientos de elevación a juicio. La razón alegada para el enjuiciamiento es haber desempeñado el cargo de ministro de Gobierno de la provincia entre 1976 y 1979. Se trata por lo tanto de la incorporación de un funcionario civil dentro del marco de acusaciones sobre delitos en acciones militares y de las fuerzas de seguridad en la lucha antisubversiva”.

“Los procedimientos llevados a cabo en el marco de la lucha contra el terrorismo” –sigue La Nación- “se realizaban en el más absoluto secreto para los funcionarios civiles de los gobiernos nacional y provinciales. Esto quedó claramente acreditado en varios tramos de la sentencia emitida en el juicio contra los comandantes de las Fuerzas Armadas. La Corte Suprema de Justicia, al entender en los recursos extraordinarios deducidos por los condenados en la causa Nº 4485. A pesar de estas constancias, Jaime Smart es acusado de ser responsable, en su condición de ministro de Gobierno de la provincia de Buenos Aires, de las acciones de la policía provincial contra la guerrilla terrorista. Para poder hacerlo, 35 años después, no sólo se desconoce que fue ajeno a los hechos, sino que también se violentaron los principios básicos de la justicia como el de legalidad e irretroactividad de la ley penal”.
“El doctor Smart” –continúa La Nación- “tiene un ganado prestigio por sus condiciones personales y profesionales. En sus primeros años como abogado, se desempeñó en el Poder Judicial y, a comienzos de los años setenta, se incorporó a la Cámara Federal Penal de la Nación, que juzgó a miembros de los grupos terroristas que asolaban al país. Queda confiar en que se haga justicia y que se disponga el cese de la actual situación del doctor Smart. De lo contrario, no podrá evitarse que muchos entiendan que casi cuarenta años después, por su actuación en la Cámara Federal en lo Penal de la Nación, Smart sea perseguido por un gobierno en el que algunos ex terroristas hoy se enseñorean en importantes puestos”.
Avisaban. Alertaban. Advertían. En diciembre de 2012, un tribunal de La Plata condenó al primer funcionario civil del gobierno de facto: Jaime Smart. Fue sentenciado a perpetua en un fallo que por primera vez consideró su rol en tanto funcionario público y lo ubicaron no como cómplice de la dictadura sino como autor de los hechos juzgados en el marco del aparato represivo que comandaba. Uno de los jueces recalcó en la sentencia que se trata de “un cambio de paradigma” porque “la figura del autor permite pensar en un Estado macrocriminal integrado por cuadros civiles, funcionarios y militares en una misma línea de autoría”.
Hay casi 500 represores condenados y decenas de juicios por crímenes de lesa humanidad se suceden uno tras otro. Con trabas y triquiñuelas, pero avanzan. Satisface, calma, cura y da un poco de paz a las víctimas directas y a sus familiares. Y sobre todo ordena a la sociedad toda. Pero en este preciso momento no es una casualidad que se haya alzado en armas de formalidad legal un partido judicial y que detenga, impida, anule o trabe, justamente, las causas donde los sentados no deben ser ya los uniformados sino señores y señoras de corbata y de falda.
La pulseada está asentada exactamente allí. A los uniformados ya los entregaron y no quieren permitir que las condenas lleguen a quienes no cargan grado militar. Lo avisaron, lo alertaron y lo advirtieron. Y están llevando adelante el plan que impida que la política de memoria, verdad y justicia los roce, los toque, los hunda y los lleve a eso que muchos merecen desde hace rato: perpetua y cárcel común.

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