domingo, 1 de marzo de 2015

Programa SF 149 - Miguel Angel Palazzani - 28 de Febrero de 2015

Editorial SF del 28 de Febrero de 2015.
por Mariana Moyano
El 90% de los periodistas que se toman su profesión más o menos en serio adquieren una rutina que ya luego uno no sabe si es costumbre, rigor, culto o un trastorno obsesivo compulsivo de la rutina. Desayuno y diarios. Tengo 45. Hago exactamente lo mismo desde que tengo 17. Es más. Tal es el nivel -¿neurótico?- del hábito que, en lo personal, para mí, estar de vacaciones no es –necesariamente- realizar un traslado físico y geográfico sino romper la cotidiana de la lectura de los matutinos. Así que el jueves 26 de febrero me dispuse a hacer eso mismo automático que viene desde el primer ingreso a la vida adulta: prender la hornalla, poner el agua a calentar, ir hasta la puerta y levantar los 3, 4 ó 5 diarios –según el día- que llegan a casa y echar una mirada rápida a todos en general –para saber con y en cuál se iniciará la lectura detenida ese día- mientras el agua alcanza la temperatura a la que me gusta el primer mate.
Desde el 14 de enero mi vida fue una especie de infinito cinematográfico. Se inició con la denuncia televisiva del fiscal Alberto Nisman y continuó con poca excepcionalidad, incluida la errónea decisión de tomar vacaciones –que por supuesto no fueron- desde el mismísimo domingo en que el ex titular de la UFI AMIA apareció muerto.
Este 26, entonces, fue parte del loop político periodístico. Miré, hojeé, hice lectura en diagonal –como decimos a eso de leer salteado para saber si luego esa nota merece que le metamos ojo atento- y en la anteúltima página del cuerpo central de La Nación leí: “La Presidenta y Rafecas, entre la espada y la pared”. No era un título atractivo. El lugar común no terminaba de lograr el destello. Pero sí era atrayente. Una especie de hombre llamativo al que una mira, pero que no necesariamente luego de observar encuentra atractivo.
Firmaba el texto un periodista que no es ni particularmente creíble, ni especialmente riguroso, ni específicamente serio. Pero arrancaba su nota con los tapones de punta. Patada directa al estómago: “Aunque Daniel Rafecas no adelantó lo que iba a hacer ni siquiera a su familia, dos altas fuentes que transitan los pasillos de Comodoro Py y que están vinculadas con la causa vaticinaron que al juez federal no le queda otra alternativa que convalidar la imputación contra la Presidenta por el delito de encubrimiento en el atentado contra la AMIA”.
Como decía, este profesional no es -para mi modesto parecer- ni el más creíble, ni el campeón de la rigurosidad, ni el que se llevaría el primer lugar en la lista de los serios. Pero era tan rotunda la frase, tan concluyente, tan terminante, tan tajante el encabezamiento de su nota que todo se me puso en duda.
Sin embargo, algo me parecía extraño. Daniel Rafecas no es un juez que haya hecho pública ni la más mínima particular simpatía por los gobiernos K; tuvo un entredicho superlativo por una pavada carente de importancia con el vicepresidente Amado Boudou, no pertenece a Justicia Legítima, los radicales lo tienen entre ceja y ceja por el episodio de las denuncias de soborno en el Senado, y por su especialización y conocimiento detallado y reconocido mundialmente en el Holocausto tiene vínculos más que cercanos con las entidades que institucionalmente representan a la colectividad judía en la Argentina. Es decir, ni su perfil ni sus fallos anteriores muestran a un juez que ponga especulaciones personales por delante de sentencias.
Pero, la nota era absoluta. Y una no es de metal. Así que hubo ruido y duda. No pude descartarla de plano.
Sin embargo, seguía retintineando en mi silenciosa reflexión que los fallos de Rafecas siempre habían sido pulcros y puntillosos; que con una profunda seriedad jurídica le buscó la vuelta para ver si la venta de Papel Prensa no había constituido, acaso, un crimen de lesa humanidad; y no podía dejar de pensar que –a diferencia de lo que le pasa a las orejas de ciertos mercenarios de Comodoro Py- lo que habían ya sostenido por palabra, escrito, acto u omisión León Arlanián, Raúl Eugenio Zaffaroni, Julio Maier, Ariel Lijo, Rodolfo Canicoba Corral, María Romilda Servini de Cubría y Luis Moreno Ocampo no iba a ser sólo ruido de fondo para este juez atento al derecho .
 
Horas tardó esa nota en pasar de texto intrascendente a papelón mayúsculo. Cerca de las 13 se supo. “Ninguna de las dos hipótesis sostenidas por Pollicita se sostienen mínimamente. Porque el presunto delito nunca se cometió y porque la evidencia reunida, lejos de sostener mínimamente la versión fiscal, la desmiente de un modo rotundo y lapidario, llevando también a la misma conclusión la inexistencia de delito”, escribió. “Con este panorama, ensayar una hipótesis de delito de encubrimiento carece de todo asidero. Tanto desde el punto de los hechos como, especialmente, desde el Derecho”, puntualizó.
El juez Rafecas había decidido desaprobar a todo el grupo de malos alumnos chantas que venían haciendo del derecho penal un chicle bazooka y se había dispuesto a noquear a la pavada disfrazada de cosa leguleya bajo el a veces secreto y a veces obvio interés político nunca confesado. Es decir, había decidido trabajar de juez.
Al showman de los anteojos que dice que hace periodismo le llevó minutos mostrar la hilacha: “Justicia Legítima es una fuerza de choque”, arrancó. La furia lo hizo reconocer en TV que “los jueces hacen avanzar las causas según el estado de ánimo”. Y el enojo ya lo había cooptado: “Rafecas es un soldado del kirchnerismo”. Eran apenas las 13:59 y ya lo había lanzado. Crucifixión para el juez. Son obvios.
Fue en TN y era lógico. Además, Elisa Carrió y Patricia Bullrich habían subido tanto la temperatura que para superarlas, sólo podía recurrir a la barbaridad. No era todo culpa de él, después de todo.
La tarde fue creciendo en intensidad con las opiniones, pareceres, tergiversaciones, acusaciones y rabietas que despertó la sentencia. Y el anuncio del cambio de gabinete sólo colaboró en convertir a un jueves de fin de vacaciones en el día de la paliza en toda la línea. Hasta Sergio Berni se dio el lujo por la noche, tarde, de repreguntarle al ahora barbudo inocentón y canchero conductor para dejarlo mudo. El secretario de seguridad había declarado por la mañana ante la fiscal Viviana Fein, pero ni semejante hecho pareció importante frente a las 63 páginas que el Centro de Información Judicial había subido a la red.
Me acuerdo que cuando Aníbal Fernández volvió como funcionario a la Casa de Gobierno escribí: “Volvió el rocanrol a la Rosada”. Ese jueves sabía que no me iba a equivocar y publiqué: “Señores, ha comenzado el pogo”. La primera sorprendida de mi acierto de pitonisa fui yo misma.
Entre varias, dos preguntas dejó Rafecas en su escrito. “¿Cómo puede un instrumento jurídico que nunca cobró vida construir un favorecimiento real, una ayuda material concreta prestada, en este caso, a prófugos de la justicia argentina?”, fue una. “¿Puede un acto jurídico que queda trunco generar consecuencias jurídicas? La respuesta es no y mucho menos en el ámbito penal”, fue otra. “Recordemos –dijo, además- que la barrera que separa las meras ideas y/o actos preparatorios del delito en sí mismo es un principio que distingue a una democracia de una dictadura”. Demoledor.
Y como si con esto no hubiese suficiente humillación teórica, Rafecas hizo cuatro movimientos más: 1) Puso en conocimiento de todos que Nisman tenía en su caja fuerte dos documentos firmados en diciembre de 2014 en los cuales reivindicaba el accionar de la Presidenta Cristina Fernández y del canciller Héctor Timerman; 2) explicó que si la firma del Memorandum con Irán fue para Nisman un problema jurídico debería haberlo denunciado desde la propia UFI AMIA años antes; 3) a cada sospecha escrita en el tándem Nisman/Pollicita le respondió con una prueba empírica y comprobable y 4) hizo público que lo que José Eliaschev había escrito en Perfil, respecto de que existía un documento interno de Cancillería en el cual se ponía en evidencia que Argentina había decidido resignar la persecución a uno de los acusados iraníes, no pudo ser sostenido por el fallecido periodista en su declaración ante el propio Nisman.
Fue demoledor. Y los propaladores del golpe blando acusaron el cross en la mandíbula de los términos de la sentencia. Tan así fue que expusieron de modo cabal cuál había sido el engarce argumental de la operación.
Las piezas sueltas, las conocíamos: la denuncia de Nisman –la televisiva y televisada, la escrita y su saga, la de la presentación de Gerardo Pollicita-; la muerte del fiscal; las dudas legítimas y las sembradas; la marcha y los fiscales y jueces caminadores emitiendo opinión con palabra de abogado de modo de confundir a los desconocedores; una ex mujer –prolija en lo suyo como jueza- cumpliendo el rol de viuda y empujando a más no poder para que la investigación pasase al fuero federal; y por lo menos tres grupos de espías (los que responden a Antonio Stiuso, los menemprocesistas cuya cara más visible es Yofre, los radicales que ingresaron con los cambios de De Santibañez y cuyo rostro es el ex señor 8 y actual vicerrector de la UBA, Darío Richarte) queriéndose cobrar viejas y nuevas cuitas entre ellos y con el gobierno; más los movimientos de la SIDE oficial actual.
Porque estos engarzadores de fragmentos, es decir, los que arman la cadena para que sea hilo argumental no muestran con qué unen, atan o pegan. Acomodan las fracciones, los trozos de la historia de acuerdo a su interés y los tiran sobre la mesa sin avisar, de modo sorpresivo y sin explicar cómo exactamente es que –más bien todo lo contrario- una porción del relato encajaría con la siguiente. Lo dejan abierto para que allí se instale la sospecha como verdad. Y cuando la creencia se hace hecho, es muy difícil lograr desarmar la trama.
 
Pero hoy algo hizo que debieran mostrar cómo habían tejido la urdimbre de este mes y medio de zozobra. La nota de opinión de Clarín que acompaña la crónica sobre los dichos a Reuters de Rafecas dice textualmente que “el juez fulminó la hipótesis de Nisman con un argumento jurídicamente sólido: carecer de pruebas y que el supuesto encubrimiento no se llegó a concretar”. Sin embargo, medio párrafo después, indican: “Este razonamiento tambalea si se apoyara sobre otro suelo: ¿Nisman había volcado en su denuncia toda la evidencia con que contaba, o pensaba aportar más?” y agregan luego: Rafecas “tomó del texto de Nisman sus discutibles fundamentos, pero obvió el detalle de que el fiscal está muerto”. Y ahí se ve el entramado. Exactamente en línea con lo que habían sostenido tanto Patricia Bullrich como Laura Alonso, las dos acosadoras del fallecido fiscal. “Rafecas no dijo que el delito no pudo haber existido, sino que no se consumó”, había dicho a TN a minutos de conocerse el fallo de Rafecas la permanente diputada de partidos varios. “Rafecas confirma que Irán sólo quería bajar las notificaciones rojas de Interpol y jamás cooperar”, había twitteado la legisladora que suele crispar y crisparse pronto. “La clave de la decisión del juez: el delito no se consumó”, había titulado Clarín ayer (el viernes 27).
Metamos la mano en la basura argumental y diseccionemos. Voceros, propaladores, ideólogos y las vociferadoras reconocen que la denuncia de un fiscal federal contra la primera investidura de una Patria y sobre la que montaron las últimas 10 semanas de vida institucional es “discutible”; que el fallo del juez es fulminante por su solidez jurídica. Sin embargo, reconocen que no es eso lo que a ellos les importa. Lo que les interesa, sobre lo que pivotan, su punto de apoyo es todo lo que está por fuera de los expedientes judiciales. Esto es: las dudas acerca de qué sí y qué no habría volcado Nisman en caso de no morir, si poseía o no más evidencia, que el delito no se cometió pero podría haberse cometidoy que no son seguras las buenas intenciones de Irán.
Nadie en el estado de derecho puede impedirle a nadie pensar todo esto, ni decir todo esto, ni firmar todo esto, ni afirmar todo esto. Lo que sí podemos preguntarles a quienes operan, desestabilizan, marchan, acusan, hieren, culpan y mienten en nombre de eso que piensan es ¿cuál es la pieza jurídica existente para que lleven sus pareceres a sede judicial?
Ya algo había sugerido Marijuán en su entrevista brindada a La Nación cuando explicó que apoyó la denuncia de Nisman por la “vehemencia” de éste al presentarla pero que no la había leído. Extraño para un fiscal federal avalar acusaciones de las cuales no conoce los términos. Pero había sido un solo reconocimiento de la debilidad y se perdió en el ruido, en la lluvia y entre los paraguas.
No hay, no tienen. Estos días sirvieron en especial para mostrar lo que se vio: que no hay y que no tienen. Ese fue el golpe demoledor que le dio Rafecas a la operación Nisman. Dejó establecido con una claridad extraordinaria que no hay elemento para llevar adelante esta disputa en territorio jurídico; es decir, deben recoger sus petates y salir a la arena que desde hace rato quieren evitar: la de la política no encubierta, la de la política del debate, esa zona en la cual la palabra es performativa por transformadora y no por judiciable, ese sitio en el cual se construye con acciones, gestiones, militancia, procedimiento de gobierno y votos.
Lo habíamos dicho aquí a modo de sospecha hace unas semanas: así como durante la discusión por la resolución 125 necesitaron construir un “partido del campo” para poder hacer política en las sombras y detrás de una supuesta actitud aideológica limar a un gobierno, en este caso hicieron casi exactamente lo mismo sólo que cambiaron soja por expedientes y crearon el Frankenstein del partido judicial. Hombres y mujeres dispuestos a presentarles la estructura de vidriera, siempre tendrán. No en vano el poder fáctico aún lo detentan.
Por eso, ahora, que la cosa se encauza en el carril de la política de cara descubierta pueden afirmarse con la confesión de parte en la mano que el motivo de la denuncia de Nisman jamás fue jurídico, que su acusación no fue contra la Presidenta sino contra el sistema político y podemos hacer las preguntas incómodas que antes sugeríamos sólo por temor a ofender: ¿Qué le pasó a Nisman entre el diciembre del documento en que elogia el accionar oficial respecto de la causa y el 14 de enero de la verborragia televisiva? ¿Por qué hechos precisos hizo la denuncia? ¿Por qué él creía que Yrimia y Bugallo eran agentes de la SIDE después de trabajar durante casi dos décadas con Stiuso? ¿Acaso Stiuso no le decía a Nisman toda la verdad? ¿Por qué los 12 minutos de la última llamada a un teléfono de propiedad de Stiuso no fue una charla con este agente sino con Alberto Massino? ¿Qué demandó él en este llamado? ¿Existían documentos, cintas, escuchas que lo colocaban a él en una situación públicamente compleja? ¿Es apenas colateral la posibilidad de que con la reapertura de La Tablada varios de los personajes de este entramado tuvieran una espada de Damocles con las letras LESA impresas en ella? ¿Es posible que el allanamiento y cierre de un boliche swinger de Martins y ese notable apuro de la jueza Servini vaya en línea con alguna de estas piezas sueltas vueltas preguntas? ¿Cuál será el próximo movimiento de este partido judicial que lejos de desaparecer con el fallo de Rafecas tiene ahora sobre sí el reflector más fuerte y quedó a la vista de todos?

Hoy por la mañana, como desde hace casi 30 años, me levanté, encendí la hornalla, puse la pava a calentar y fui a recoger los diarios a la puerta. Nisman había salido del foco porque los jugadores que ahora servían volvían a ser Lázaro Báez y Amado Boudou. En La Nación se azuza y se asusta con su “el gobierno recluta militantes para la nueva Agencia de Inteligencia”. Inevitable la imagen de niños de secundaria con pecheras de La Cámpora escuchando ilegalmente y sin saber con qué botón cortar la comunicación entre Carrió y la embajada de los Estados Unidos.
Otra vez: todas las piezas tiradas sobre la mesa pero sin que se explique cómo se engarzan, cómo se unen, en qué se vinculan unas con otras.
Muy en las antípodas de ese modo de operatoria, recordé una provocación twittera de mi parte el 13 de agosto de 2014. Aquel día escribí: “HSBC: en Megacanje. Allanado hoy. ¿Sus papeles? En Iron Mountain. Incendiado y entre sus dueños: Paul Singer. ¡Cuánta casualidad financiera!”. Los 140 caracteres permitidos por la red social del pajarito no colaboran con la posibilidad del complejo y extenso razonamiento, pero el tiempo da la razón a quienes no pretendemos empastar sino pegar una con otra las piezas que encajan. Del HSBC supimos tiempo después que había sido la base operatoria del giro de dinero no declarado (trucho) de los ricos más ricos (truchos) a la sede Suiza (trucha); que el medio que opera como una patota tanto de imprenta como televisiva era nada menos que el que más impuestos había evadido y nos enteramos ayer que el peritaje oficial concluyó que el incendio en Iron Mountain fue intencional.
Allí perdieron la vida siete bomberos, dos miembros de Defensa Civil y 12 días después de las llamas, falleció un joven voluntario de 25 años. Para ocultar las 5 mil cajas de fraude, se cargaron a Facundo Ambrosi, a la subinspectora Anahí Garnica, de 27 años, madre de una nena y miembro de la primera promoción de mujeres en la Superintendencia de Bomberos y a Damián Veliz, Eduardo Conesa, Maximiliano Martínez, Juan Matías Monticelli, Leonardo Arturo Day, Sebastián Campo y Pedro Baricola.
 ¿Quieren jugar en el terreno judicial? No tenemos inconveniente. Aquí tienen una causa, 10 cadáveres y ninguna duda. Aquí nadie indujo a nadie, nadie pensó en el suicidio, nadie estaba operando con servicios de inteligencia y nadie pidió prestada una bersa calibre 22. Aquí alguien prendió fuego a la documentación de un banco que iba a poner en problemas, quizás, a los que tiran piezas sueltas y las convierten en un diario que cada mañana leemos junto al desayuno los que ejercemos el periodismo. Esos que a veces sólo tenemos que sentarnos a esperar para verlos caer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario