Nos puso en una disyuntiva.
por Mariana Moyano
Editorial Sintonia Fina del 9 de marzo de 2013
Nos puso en una disyuntiva. A todas. A las que la quieren, la bancan y
la acompañan. Y, mal que les pese, también a las que la detestan.
Propuso, sin decirlo, pensar todo de vuelta. Dar un salto hacia algo
más original que ese tan europeo -y sobre todo sueco- feminismo progre
que se eriza y hace centro en la gramática.
Desbarató convencionalismos y tiró por los aires viejos lugares
comunes. El @ quedó chico, tibio, sonso. Y el “los/las” dio para chiste.
Pero fue terminante y clarita: "PresidentA", anunció. "Y vayan
acostumbrándose", advirtió.
No es Rosa Luxemburgo. No nos
corre con "la clase". Y no es Simone de Beauvoir que hinca la
inteligencia en los vicios del patriarcado. Pero habla de género y cuida
a sus trabajadores. "Es peronista, Mariana", me susurra el ala dura de
la parte reflexiva de mi cerebro. "Si", me peleo. "Pero hay varias,
muchas, que también y si no tienen un macho que las mande se caen
redondas".
Es que la vara no pasa por ahí. Está lejos de los
cuadraditos que encajan en esas categorías perfectas que anulan al
pensamiento original y clausuran cualquier superación.
Su
bandera no es el aborto despenalizado -estandarte de toda feminista que
se precie-. Y eso, sin embargo, está lejos de sentarla junto a las
chupacirios que una desprecia.
Ejerce el poder -eso invisible que
dejó de ser pertenencia masculina sólo cuando algunas se animaron-. Y
sólo los necios y los miopes pueden ver allí un gesto fálico.
Nos puso en una disyuntiva. A todos. A los que lo quieren, lo bancan y
lo acompañan. Y, mal que les pese, también a los que lo detestan.
Propuso, sin decirlo, pensar todo de vuelta. Dar un salto hacia algo
más propio que ese tan europeo izquierdismo progre que se eriza y hace
centro en un textual de El Capital.
Desbarató
convencionalismos y tiró por los aires viejos lugares comunes. El slogan
quedó chico, tibio, sonso. Pero fue terminante y clarito: "Socialismo
del Siglo XXI", anunció. "Tenemos 500 años aquí y nunca nos callaremos.
Mucho menos ante un monarca", advirtió.
Asomó con fusil y
revuelta. Los ojos bien pensantes del progresismo latinoamericano
vieron, olieron y juzgaron golpe de Estado. La socialdemocracia corrupta
de Venezuela se escudó en la inmensa solidaridad del país caribeño con
los exiliados para acusar con más vehemencia.
Pero cuando
llegó el fin de su cárcel el primer paso lo dio en Cuba. Pidió consejo y
bendición y le mostró al mundo que el verde de su fajina era uniforme,
pero su corazón político no respondía al estereotipo.
Y se
atrevió. A ponerle bolivariana de nombre a una república. A que el rojo
rojito inundara, brotara y copara las esquinas. Y se atrevió. A decirle
Diablo al más malo de todos. Y se atrevió. Y tiñó de internacionalismo
guevarista su estandarte peronista. Y se atrevió y ante los ojos del
planeta mostró cuánto y qué corre por las venas de América Latina. Las
mismas que hoy no ocultan que están en carne viva.
¿Quién es esa chica? ¿Quién esa mujer que se pinta igual que todas las chicas de la JP?
¿Quién es ese militar? ¿Quién es ese uniformado que se le planta al imperio?
En este tiempo patas para arriba, en el que los que no tenían permiso
toman las decisiones, los pequeños momentos cuentan grandes verdades.
Y hubo uno de esos en estos días. Uno de tantos que congeló en un
instante miles de significados, cientos de explicaciones, millones de
sensaciones.
Los que nunca, los que no iban a tener permiso,
pero que hoy comandan estaban ahí paraditos. En la foto eran tres. En el
completo imaginario, unos cuantos. Ahí estaban, en la despedida.
Conmovidos por la tristeza, carcomidos por el dolor, encorvados por la
pérdida.
Y como guardia de honor le custodiaban la honra al
mito que ya es carne en el continente. Ahí estaban, inmóviles, llorosos,
abatidos. Y el mestizo pobre yacía escoltado, resguardado, por otros
de esos que nunca, por otros sin permiso, por un indio cocalero, un
guerrillero desgarbado y una ella que se enoja aunque la pasen por loca.
Así son esos tiempos latinoamericanos. Van hasta el hueso.
Dinamitan los esquemas. Entrelazan lo cortado. Y reparan lo
resquebrajado.
Y le guste a quien le guste, lo enfrente quien
lo enfrente, por algún lugar conspiran un comandante y un bizco y cuidan
a esos que nunca: a un indio cocalero, a un guerrillero desgarbado y a
una ella que se enoja aunque la pasen por loca.
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