Ella o Vos.
por Mariana Moyano
Editorial Sintonia Fina del 27 de abril de 2013.
No sé de dónde lo habré sacado. Pero a mí se me aparece así: es una
señora entrada en años, aunque su experiencia se limita a lo que le
contaron que es. Chilla bastante. Tiene voz de pito y el hombrito “qué
me importa” es parte de su identidad. El ceño fruncido es su seña
particular. Gruñe bastante y el “Qué barbaridad” le sale de su boca más seguido de lo soportable.
Claro, ella no tiene demasiadas responsabilidades, ni debe tomar
decisiones que le cambien la vida a nadie. Y por eso su paleta de
colores puede limitarse al blanco y al negro. Mira la realidad, la
observa, con una prudencial distancia. Ella no se ensucia, no mete la
mano. Hay otros que lo hacen por ella. Y le viene bien porque así puede
andarse el día señalando y acusando de corruptos, de vagos, de
atorrantas, de chorros, de drogadictos y de fascistas a todos los que
hacen cualquier movimiento que no sea habitual en su limitadísimo
universo.
Ella es cualquier señora de esas a las que uno ve darle a
la lata. Pero ella es sobre todo la esencia del discurso moralizante
sobre el que se monta toda la maquinaria, todo el rosario de lugares
comunes que invade la cantinela diaria que, supuestamente, cuenta lo
que, supuestamente, pasa en nuestra Patria.
Ella ES una persona.
Ella ES muchas personas. Pero Ella es ante todo el cromosoma común de
varios de los protagonistas de estos tiempos en los cuales llamarse a la
calma es el deber político principal de quienes no desean que el hilo
conductor sea sólo de dinamita.
Ella es un fumador televisivo que te
dice “no hay justicia, idiota”. Ese que tuvo que dejar ir al periodismo
porque el ego le había ocupado todo el espacio. Ella es la dama radial
que amaneció el jueves con el lapidario “este es un día negro para la
justicia”. Esa aristocrática mujer cuyos análisis políticos tienen la
profundidad de una palangana.
Ella es un gobernante que se rasga
las vestiduras para que en nuestro país reine el consenso mientras le
mete palo, bala y golpe a cualquiera que se le ponga enfrente a su
locura inmobiliaria.
Ella es una legisladora que te escupe, te tira
un botellazo, te sacude a cautelares, te pide en la virtualidad de la
red que te mueras, pero, eso sí, siempre con el pedido de diálogo a flor
de labios
Ella es la razón de ser de los indignados moralizantes,
los miembros del EIA, los Espíritus Indignados Argentinos, como los
definió un no lo merecidamente celebrado Esteban Rodríguez, a quien
ahora públicamente agradezco haberse ocupado de mis obsesiones cuando
ellas sólo eran bienvenidas entre libros o entre amigos.
Ella es la
razón de ser de los que niegan, aniquilan, destierran, desprecian y
descuartizan a la política. Porque en ese territorio, en el de lo
público, hay grises, hay lodo, hay sinuosidades, es decir hay un poco de
todo lo que habita cualquier sitio que no sea solamente posible en el
imaginario mundo construido por el deber ser. Ese que no tiene ni
responsabilidades ni obligaciones en el mundo real. Y que cuando las
tiene, ejecuta sus decisiones con bala o insulto.
Ella es la columna
vertebral de los que se deglutieron la peliculita del decálogo, de los
mandamientos, nacidos al calor de esa moralina que nada tiene que ver ni
con la ética, ni con la lealtad, ni con el bien común, ni con la
honestidad, ni con la integridad. Y se hace cuesta arriba no ser víctima
del ardid, porque gracias a dos siglos de artificio ideológico nos
presentan a los principios liberales como convicciones universales. Y te
tiran con “La Moral”, y te tiran con “Los Valores”. Y te estafan. Y te
dejan balbuceando.
Es que uno no se lo pregunta muy a menudo. No es
que andamos con el interrogante en la cabeza y a fuerza de ejercitar el
cuestionamiento adquirimos la capacidad de desterrar intereses
afincados como verdades. No. Está todo ahí instalado y sabe cómo echar
raíces para quedarse. Porque es como casi todo lo que es de derecha:
queda parapetado, erigido como natural, como obvio, como lo único
posible.
Les pasa a los putos, a las putas, a casi todos los
musulmanes, a ciertos judíos, a algunas mujeres, a varios intelectuales,
a la mayoría de los militantes, a casi todas las travestis, a todos los
pibes pobres y, últimamente, también a los kirchneristas. Se ha hecho
costumbre, moda, casi obligación rutinaria arrojar motes de nazi, de
indigno, de autoritario, de montonero a casi todo lo que intente correr
la vara de lo posible. Y si la descalificación no es lo suficientemente
contundente, arrojan con piezas de otro calibre.
El guión se
escribió a cuatro manos: dos ponen en cuestión la propia razón de ser de
la democracia, eso sí en nombre siempre de la República. Las otras,
braman desde la modalidad gurka y acusan a cada parpadeo oficial, de
golpe de Estado. La cereza del postre es el señor enojado y mal hablado
que muestra algunos papeles de poca certeza y mucha sospecha. Y el
círculo se cierra con la protección ya grosera al empresario de paseo
por la intendencia.
¿Por qué funciona? ¿Por qué diputados y
senadores deben perder tiempo en explicar que poseer la mayoría de los
votos no es un acto delictual? ¿Por qué hay tanta oreja receptora de la
acusación de ladrón? ¿Por qué media presunción vale más que un
argumento?
¿Por qué para esa República de fantasía es más limpio y
más puro indignarse sin política que participar y –muchas, las más de
las veces- asumir el riesgo de ensuciarse?
Desde el periodismo
mandamás porque, como lo escribió hace ya un tiempo Esteban Rodríguez,
no quieren aportar información sino “emoticias, datos que no se disponen
para la comprensión sino para la emoción. No interesa tanto estar
informado como tener sensaciones sobre lo que transcurre diariamente. El
periodismo en tanto estado de ánimo terminó adoptando un punto de vista
temperamental sobre los acontecimientos”.
Desde los partidos
alfiles del poder mandamás, porque lo último que quieren es el avance
ciudadano. A lo sumo, consumidores. Dormiditos, anestesiados,
aceptadores seriales de la estafa vestida de libertad cambiaria,
protestones por las dudas y desconfiados del de al lado. Quieren que
Ella, esa moral berreta de los valores impuestos, esté por encima.
Porque la prefieren a Ella, a esa larga lista de moralizaciones hipócritas y mentirosas. La prefieren a Ella, antes que a Vos.
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