Editorial SF del 28 de Febrero de 2015.
por Mariana Moyano
El 90% de los periodistas que se toman su profesión más o menos en
serio adquieren una rutina que ya luego uno no sabe si es costumbre,
rigor, culto o un trastorno obsesivo compulsivo de la rutina. Desayuno y
diarios. Tengo 45. Hago exactamente lo mismo desde que tengo 17. Es
más. Tal es el nivel -¿neurótico?- del hábito que, en lo personal, para
mí, estar de vacaciones no es –necesariamente- realizar un traslado
físico y geográfico sino romper la cotidiana de la lectura de los
matutinos. Así que el jueves 26 de febrero me dispuse a hacer eso mismo
automático que viene desde el primer ingreso a la vida adulta: prender
la hornalla, poner el agua a calentar, ir hasta la puerta y levantar los
3, 4 ó 5 diarios –según el día- que llegan a casa y echar una mirada
rápida a todos en general –para saber con y en cuál se iniciará la
lectura detenida ese día- mientras el agua alcanza la temperatura a la
que me gusta el primer mate.
Desde el 14 de enero mi vida fue
una especie de infinito cinematográfico. Se inició con la denuncia
televisiva del fiscal Alberto Nisman y continuó con poca
excepcionalidad, incluida la errónea decisión de tomar vacaciones –que
por supuesto no fueron- desde el mismísimo domingo en que el ex titular
de la UFI AMIA apareció muerto.
Este 26, entonces, fue parte del
loop político periodístico. Miré, hojeé, hice lectura en diagonal –como
decimos a eso de leer salteado para saber si luego esa nota merece que
le metamos ojo atento- y en la anteúltima página del cuerpo central de
La Nación leí: “La Presidenta y Rafecas, entre la espada y la pared”. No
era un título atractivo. El lugar común no terminaba de lograr el
destello. Pero sí era atrayente. Una especie de hombre llamativo al que
una mira, pero que no necesariamente luego de observar encuentra
atractivo.
Firmaba el texto un periodista que no es ni
particularmente creíble, ni especialmente riguroso, ni específicamente
serio. Pero arrancaba su nota con los tapones de punta. Patada directa
al estómago: “Aunque Daniel Rafecas no adelantó lo que iba a hacer ni
siquiera a su familia, dos altas fuentes que transitan los pasillos de
Comodoro Py y que están vinculadas con la causa vaticinaron que al juez
federal no le queda otra alternativa que convalidar la imputación contra
la Presidenta por el delito de encubrimiento en el atentado contra la
AMIA”.
Como decía, este profesional no es -para mi modesto
parecer- ni el más creíble, ni el campeón de la rigurosidad, ni el que
se llevaría el primer lugar en la lista de los serios. Pero era tan
rotunda la frase, tan concluyente, tan terminante, tan tajante el
encabezamiento de su nota que todo se me puso en duda.
Sin
embargo, algo me parecía extraño. Daniel Rafecas no es un juez que haya
hecho pública ni la más mínima particular simpatía por los gobiernos K;
tuvo un entredicho superlativo por una pavada carente de importancia con
el vicepresidente Amado Boudou, no pertenece a Justicia Legítima, los
radicales lo tienen entre ceja y ceja por el episodio de las denuncias
de soborno en el Senado, y por su especialización y conocimiento
detallado y reconocido mundialmente en el Holocausto tiene vínculos más
que cercanos con las entidades que institucionalmente representan a la
colectividad judía en la Argentina. Es decir, ni su perfil ni sus fallos
anteriores muestran a un juez que ponga especulaciones personales por
delante de sentencias.
Pero, la nota era absoluta. Y una no es de metal. Así que hubo ruido y duda. No pude descartarla de plano.
Sin embargo, seguía retintineando en mi silenciosa reflexión que los
fallos de Rafecas siempre habían sido pulcros y puntillosos; que con una
profunda seriedad jurídica le buscó la vuelta para ver si la venta de
Papel Prensa no había constituido, acaso, un crimen de lesa humanidad; y
no podía dejar de pensar que –a diferencia de lo que le pasa a las
orejas de ciertos mercenarios de Comodoro Py- lo que habían ya sostenido
por palabra, escrito, acto u omisión León Arlanián, Raúl Eugenio
Zaffaroni, Julio Maier, Ariel Lijo, Rodolfo Canicoba Corral, María
Romilda Servini de Cubría y Luis Moreno Ocampo no iba a ser sólo ruido
de fondo para este juez atento al derecho .
Horas tardó esa nota en pasar de texto intrascendente a papelón
mayúsculo. Cerca de las 13 se supo. “Ninguna de las dos hipótesis
sostenidas por Pollicita se sostienen mínimamente. Porque el presunto
delito nunca se cometió y porque la evidencia reunida, lejos de sostener
mínimamente la versión fiscal, la desmiente de un modo rotundo y
lapidario, llevando también a la misma conclusión la inexistencia de
delito”, escribió. “Con este panorama, ensayar una hipótesis de delito
de encubrimiento carece de todo asidero. Tanto desde el punto de los
hechos como, especialmente, desde el Derecho”, puntualizó.
El
juez Rafecas había decidido desaprobar a todo el grupo de malos alumnos
chantas que venían haciendo del derecho penal un chicle bazooka y se
había dispuesto a noquear a la pavada disfrazada de cosa leguleya bajo
el a veces secreto y a veces obvio interés político nunca confesado. Es
decir, había decidido trabajar de juez.
Al showman de los
anteojos que dice que hace periodismo le llevó minutos mostrar la
hilacha: “Justicia Legítima es una fuerza de choque”, arrancó. La furia
lo hizo reconocer en TV que “los jueces hacen avanzar las causas según
el estado de ánimo”. Y el enojo ya lo había cooptado: “Rafecas es un
soldado del kirchnerismo”. Eran apenas las 13:59 y ya lo había lanzado.
Crucifixión para el juez. Son obvios.
Fue en TN y era lógico.
Además, Elisa Carrió y Patricia Bullrich habían subido tanto la
temperatura que para superarlas, sólo podía recurrir a la barbaridad. No
era todo culpa de él, después de todo.
La tarde fue creciendo
en intensidad con las opiniones, pareceres, tergiversaciones,
acusaciones y rabietas que despertó la sentencia. Y el anuncio del
cambio de gabinete sólo colaboró en convertir a un jueves de fin de
vacaciones en el día de la paliza en toda la línea. Hasta Sergio Berni
se dio el lujo por la noche, tarde, de repreguntarle al ahora barbudo
inocentón y canchero conductor para dejarlo mudo. El secretario de
seguridad había declarado por la mañana ante la fiscal Viviana Fein,
pero ni semejante hecho pareció importante frente a las 63 páginas que
el Centro de Información Judicial había subido a la red.
Me
acuerdo que cuando Aníbal Fernández volvió como funcionario a la Casa de
Gobierno escribí: “Volvió el rocanrol a la Rosada”. Ese jueves sabía
que no me iba a equivocar y publiqué: “Señores, ha comenzado el pogo”.
La primera sorprendida de mi acierto de pitonisa fui yo misma.
Entre varias, dos preguntas dejó Rafecas en su escrito. “¿Cómo puede un
instrumento jurídico que nunca cobró vida construir un favorecimiento
real, una ayuda material concreta prestada, en este caso, a prófugos de
la justicia argentina?”, fue una. “¿Puede un acto jurídico que queda
trunco generar consecuencias jurídicas? La respuesta es no y mucho menos
en el ámbito penal”, fue otra. “Recordemos –dijo, además- que la
barrera que separa las meras ideas y/o actos preparatorios del delito en
sí mismo es un principio que distingue a una democracia de una
dictadura”. Demoledor.
Y como si con esto no hubiese suficiente
humillación teórica, Rafecas hizo cuatro movimientos más: 1) Puso en
conocimiento de todos que Nisman tenía en su caja fuerte dos documentos
firmados en diciembre de 2014 en los cuales reivindicaba el accionar de
la Presidenta Cristina Fernández y del canciller Héctor Timerman; 2)
explicó que si la firma del Memorandum con Irán fue para Nisman un
problema jurídico debería haberlo denunciado desde la propia UFI AMIA
años antes; 3) a cada sospecha escrita en el tándem Nisman/Pollicita le
respondió con una prueba empírica y comprobable y 4) hizo público que lo
que José Eliaschev había escrito en Perfil, respecto de que existía un
documento interno de Cancillería en el cual se ponía en evidencia que
Argentina había decidido resignar la persecución a uno de los acusados
iraníes, no pudo ser sostenido por el fallecido periodista en su
declaración ante el propio Nisman.
Fue demoledor. Y los
propaladores del golpe blando acusaron el cross en la mandíbula de los
términos de la sentencia. Tan así fue que expusieron de modo cabal cuál
había sido el engarce argumental de la operación.
Las piezas
sueltas, las conocíamos: la denuncia de Nisman –la televisiva y
televisada, la escrita y su saga, la de la presentación de Gerardo
Pollicita-; la muerte del fiscal; las dudas legítimas y las sembradas;
la marcha y los fiscales y jueces caminadores emitiendo opinión con
palabra de abogado de modo de confundir a los desconocedores; una ex
mujer –prolija en lo suyo como jueza- cumpliendo el rol de viuda y
empujando a más no poder para que la investigación pasase al fuero
federal; y por lo menos tres grupos de espías (los que responden a
Antonio Stiuso, los menemprocesistas cuya cara más visible es Yofre, los
radicales que ingresaron con los cambios de De Santibañez y cuyo rostro
es el ex señor 8 y actual vicerrector de la UBA, Darío Richarte)
queriéndose cobrar viejas y nuevas cuitas entre ellos y con el gobierno;
más los movimientos de la SIDE oficial actual.
Porque estos
engarzadores de fragmentos, es decir, los que arman la cadena para que
sea hilo argumental no muestran con qué unen, atan o pegan. Acomodan las
fracciones, los trozos de la historia de acuerdo a su interés y los
tiran sobre la mesa sin avisar, de modo sorpresivo y sin explicar cómo
exactamente es que –más bien todo lo contrario- una porción del relato
encajaría con la siguiente. Lo dejan abierto para que allí se instale la
sospecha como verdad. Y cuando la creencia se hace hecho, es muy
difícil lograr desarmar la trama.
Pero hoy algo hizo que debieran mostrar cómo habían tejido la
urdimbre de este mes y medio de zozobra. La nota de opinión de Clarín
que acompaña la crónica sobre los dichos a Reuters de Rafecas dice
textualmente que “el juez fulminó la hipótesis de Nisman con un
argumento jurídicamente sólido: carecer de pruebas y que el supuesto
encubrimiento no se llegó a concretar”. Sin embargo, medio párrafo
después, indican: “Este razonamiento tambalea si se apoyara sobre otro
suelo: ¿Nisman había volcado en su denuncia toda la evidencia con que
contaba, o pensaba aportar más?” y agregan luego: Rafecas “tomó del
texto de Nisman sus discutibles fundamentos, pero obvió el detalle de
que el fiscal está muerto”. Y ahí se ve el entramado. Exactamente en
línea con lo que habían sostenido tanto Patricia Bullrich como Laura
Alonso, las dos acosadoras del fallecido fiscal. “Rafecas no dijo que el
delito no pudo haber existido, sino que no se consumó”, había dicho a
TN a minutos de conocerse el fallo de Rafecas la permanente diputada de
partidos varios. “Rafecas confirma que Irán sólo quería bajar las
notificaciones rojas de Interpol y jamás cooperar”, había twitteado la
legisladora que suele crispar y crisparse pronto. “La clave de la
decisión del juez: el delito no se consumó”, había titulado Clarín ayer
(el viernes 27).
Metamos la mano en la basura argumental y
diseccionemos. Voceros, propaladores, ideólogos y las vociferadoras
reconocen que la denuncia de un fiscal federal contra la primera
investidura de una Patria y sobre la que montaron las últimas 10 semanas
de vida institucional es “discutible”; que el fallo del juez es
fulminante por su solidez jurídica. Sin embargo, reconocen que no es eso
lo que a ellos les importa. Lo que les interesa, sobre lo que pivotan,
su punto de apoyo es todo lo que está por fuera de los expedientes
judiciales. Esto es: las dudas acerca de qué sí y qué no habría volcado
Nisman en caso de no morir, si poseía o no más evidencia, que el delito
no se cometió pero podría haberse cometidoy que no son seguras las
buenas intenciones de Irán.
Nadie en el estado de derecho puede
impedirle a nadie pensar todo esto, ni decir todo esto, ni firmar todo
esto, ni afirmar todo esto. Lo que sí podemos preguntarles a quienes
operan, desestabilizan, marchan, acusan, hieren, culpan y mienten en
nombre de eso que piensan es ¿cuál es la pieza jurídica existente para
que lleven sus pareceres a sede judicial?
Ya algo había sugerido
Marijuán en su entrevista brindada a La Nación cuando explicó que apoyó
la denuncia de Nisman por la “vehemencia” de éste al presentarla pero
que no la había leído. Extraño para un fiscal federal avalar acusaciones
de las cuales no conoce los términos. Pero había sido un solo
reconocimiento de la debilidad y se perdió en el ruido, en la lluvia y
entre los paraguas.
No hay, no tienen. Estos días sirvieron en
especial para mostrar lo que se vio: que no hay y que no tienen. Ese fue
el golpe demoledor que le dio Rafecas a la operación Nisman. Dejó
establecido con una claridad extraordinaria que no hay elemento para
llevar adelante esta disputa en territorio jurídico; es decir, deben
recoger sus petates y salir a la arena que desde hace rato quieren
evitar: la de la política no encubierta, la de la política del debate,
esa zona en la cual la palabra es performativa por transformadora y no
por judiciable, ese sitio en el cual se construye con acciones,
gestiones, militancia, procedimiento de gobierno y votos.
Lo
habíamos dicho aquí a modo de sospecha hace unas semanas: así como
durante la discusión por la resolución 125 necesitaron construir un
“partido del campo” para poder hacer política en las sombras y detrás de
una supuesta actitud aideológica limar a un gobierno, en este caso
hicieron casi exactamente lo mismo sólo que cambiaron soja por
expedientes y crearon el Frankenstein del partido judicial. Hombres y
mujeres dispuestos a presentarles la estructura de vidriera, siempre
tendrán. No en vano el poder fáctico aún lo detentan.
Por eso,
ahora, que la cosa se encauza en el carril de la política de cara
descubierta pueden afirmarse con la confesión de parte en la mano que el
motivo de la denuncia de Nisman jamás fue jurídico, que su acusación no
fue contra la Presidenta sino contra el sistema político y podemos
hacer las preguntas incómodas que antes sugeríamos sólo por temor a
ofender: ¿Qué le pasó a Nisman entre el diciembre del documento en que
elogia el accionar oficial respecto de la causa y el 14 de enero de la
verborragia televisiva? ¿Por qué hechos precisos hizo la denuncia? ¿Por
qué él creía que Yrimia y Bugallo eran agentes de la SIDE después de
trabajar durante casi dos décadas con Stiuso? ¿Acaso Stiuso no le decía a
Nisman toda la verdad? ¿Por qué los 12 minutos de la última llamada a
un teléfono de propiedad de Stiuso no fue una charla con este agente
sino con Alberto Massino? ¿Qué demandó él en este llamado? ¿Existían
documentos, cintas, escuchas que lo colocaban a él en una situación
públicamente compleja? ¿Es apenas colateral la posibilidad de que con la
reapertura de La Tablada varios de los personajes de este entramado
tuvieran una espada de Damocles con las letras LESA impresas en ella?
¿Es posible que el allanamiento y cierre de un boliche swinger de
Martins y ese notable apuro de la jueza Servini vaya en línea con alguna
de estas piezas sueltas vueltas preguntas? ¿Cuál será el próximo
movimiento de este partido judicial que lejos de desaparecer con el
fallo de Rafecas tiene ahora sobre sí el reflector más fuerte y quedó a
la vista de todos?
Hoy por la mañana, como desde hace casi 30 años, me levanté, encendí
la hornalla, puse la pava a calentar y fui a recoger los diarios a la
puerta. Nisman había salido del foco porque los jugadores que ahora
servían volvían a ser Lázaro Báez y Amado Boudou. En La Nación se azuza y
se asusta con su “el gobierno recluta militantes para la nueva Agencia
de Inteligencia”. Inevitable la imagen de niños de secundaria con
pecheras de La Cámpora escuchando ilegalmente y sin saber con qué botón
cortar la comunicación entre Carrió y la embajada de los Estados Unidos.
Otra vez: todas las piezas tiradas sobre la mesa pero sin que
se explique cómo se engarzan, cómo se unen, en qué se vinculan unas con
otras.
Muy en las antípodas de ese modo de operatoria, recordé
una provocación twittera de mi parte el 13 de agosto de 2014. Aquel día
escribí: “HSBC: en Megacanje. Allanado hoy. ¿Sus papeles? En Iron
Mountain. Incendiado y entre sus dueños: Paul Singer. ¡Cuánta casualidad
financiera!”. Los 140 caracteres permitidos por la red social del
pajarito no colaboran con la posibilidad del complejo y extenso
razonamiento, pero el tiempo da la razón a quienes no pretendemos
empastar sino pegar una con otra las piezas que encajan. Del HSBC
supimos tiempo después que había sido la base operatoria del giro de
dinero no declarado (trucho) de los ricos más ricos (truchos) a la sede
Suiza (trucha); que el medio que opera como una patota tanto de imprenta
como televisiva era nada menos que el que más impuestos había evadido y
nos enteramos ayer que el peritaje oficial concluyó que el incendio en
Iron Mountain fue intencional.
Allí perdieron la vida siete
bomberos, dos miembros de Defensa Civil y 12 días después de las llamas,
falleció un joven voluntario de 25 años. Para ocultar las 5 mil cajas
de fraude, se cargaron a Facundo Ambrosi, a la subinspectora Anahí
Garnica, de 27 años, madre de una nena y miembro de la primera promoción
de mujeres en la Superintendencia de Bomberos y a Damián Veliz, Eduardo
Conesa, Maximiliano Martínez, Juan Matías Monticelli, Leonardo Arturo
Day, Sebastián Campo y Pedro Baricola.
¿Quieren jugar en el terreno judicial? No tenemos inconveniente. Aquí
tienen una causa, 10 cadáveres y ninguna duda. Aquí nadie indujo a
nadie, nadie pensó en el suicidio, nadie estaba operando con servicios
de inteligencia y nadie pidió prestada una bersa calibre 22. Aquí
alguien prendió fuego a la documentación de un banco que iba a poner en
problemas, quizás, a los que tiran piezas sueltas y las convierten en un
diario que cada mañana leemos junto al desayuno los que ejercemos el
periodismo. Esos que a veces sólo tenemos que sentarnos a esperar para
verlos caer.
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