Los cínicos.
por Mariana Moyano
Editorial SF del 1 de agosto de 2015
Fue una construcción cultural solidificada a fuerza de muerte,
represión y tortura, primero. Después la cimentaron gracias a la
creación de consenso: dólares que –supuestamente- valían nada y góndolas
repletas de salmones, juguetes y vida importados armaron una Plaza del
Sí y nos instalaron Miami como único horizonte posible.
Tiempo,
discurso efectivo y una urdimbre argumental bien lanzada desde medios
socios fue lo que necesitaron para que las medidas económicas fuesen,
sobre todo, un plan de fabricación de ideas.
Y lo hicieron
creer; lo instalaron como verdad. Así fue que los cientos de miles de
hombres y mujeres que a mediados de los años noventa se quedaron con esa
fuerte suma de dinero del retiro voluntario –que se esfumó en el
intento de empezar de nuevo en un país que se iba a pique- quedaron
convencidos de que el no poder recomenzar no estaba vinculado a un
modelo que los excluía, sino que la razón era pura y exclusivamente una
falla individual: incapacidad para la reconversión, falta de
conocimientos de computación o no haber estudiado inglés.
Nada
le funcionaba mejor a quienes nos querían derrotados que el aislamiento y
nuestra sensación de fracaso individual. Nadie le cuenta a nadie la
desazón, por vergüenza. Y nadie comenta con nadie la frustración, por
bochorno. Solitos padeciendo: ése fue el triunfo de la guerra cultural.
En casa viendo la tele, como nos extorsionaba el canal del solcito.
“Nos quieren tristes para que nos sintamos vencidos. Nada grande se
puede hacer con la tristeza”, escribió Arturo Jauretche y hoy es a veces
un mantra esa frase. Nos tuvieron tristes y nos sentimos vencidos. Y no
fue una casualidad. Estuvo premeditado para que no pudiéramos hacer
nada grande. Nos anularon con la tristeza.
Los cínicos. Ellos
nos lo hicieron. No los de la escuela cínica griega de los discípulos de
Sócrates; de Antístenes y Diógenes de Sinope. Ellos no. Los que nos
mintieron con descaro, con impudicia. Los que convencieron con la
inmensa falsedad de que el desempleo era un resultado no deseado de un
modelo que funcionaba bien salvo por ese “efecto colateral”. Quienes nos
tabicaron para que no pudiésemos ver que la falta de trabajo no era una
consecuencia no buscada sino, justamente, el objetivo.
Necesitaban ejércitos de hombres y mujeres dispuestos a ser esclavos.
Temerosos. Competitivos con el de al lado. Que ése no fuera un
otro/hermano sino un contrincante.
Nada mejor para estos
cínicos que una milicia de derrotados y egoístas aislados uno del otro
para que los trabajadores no estuvieran juntos y, por ende, no tuvieran
poder. Nada más efectivo para ellos que un poder político acorralado.
Nada más poderoso para poder manejarla que una democracia encadenada. Y
el efecto perfecto de aquella cínica y perversa –y muy elaborada-
construcción fue que la mayoría de los dirigentes políticos -supuestos
guardianes de la democracia y la república de iguales- fueron, además de
gerenciadores de las decisiones de los más poderosos, los mejores
bufones de ellos para que una sociedad entera se riera y se burlase de
la propia política.
Carlos Melconián, a quien no se le mueve ni
un pelo del bigote al insistir con su supuesta asepsia económica al
mismísimo tiempo en que uno le refresca su candidatura amarilla en el
PRO; José Luis Espert, el autor de la memorable idea escrita en el
diario La Nación acerca del “estatismo stalinista que nos regala casi a
diario la pingüinera gobernante” y Miguel Ángel Broda, el así llamado
gurú durante la década cínica, fueron protagonistas esta semana junto
con Federico Sturzenegger por sincerar en encuentros privados lo que
muchos sabemos y decimos que ellos piensan, desean y sostienen pero que
sistemáticamente niegan. Por cínicos.
En la reunión con
empresarios del Consejo Interamericano de Comercio y Producción, los
tres voceros del más rancio poder económico habían bregado por la
necesidad de un "Estado pequeño", la eliminación de lo que les gusta
llamar “cepo” y “subsidios", de un “ajuste inexorable” y la muerte de
las paritarias por considerarlas “fascistas”.
Sturzenegger, en
tanto, se convirtió en otra involuntaria estrella al conocerse un video
de una charla que brindó el 14 de abril de 2014 en la Universidad de
Columbia, en la cual el actual diputado PRO cuenta cómo el asesor
todoterreno Jaime Durán Barba le pide que no proponga nada. Porque “la
gente no está particularmente preocupada por esas cosas. Así que no
pierdas tu tiempo, eso no es relevante. No expliques nada. Si vos
explicás qué es la inflación, vas a tener que explicar que tendrías que
hacer un ajuste fiscal, y que si hacés un ajuste fiscal entonces la
gente va a perder su trabajo y eso es lo que no queremos que digas.
Cuando seas gobierno hacé lo que vos creas, pero no lo digas ahora en
medio del debate. Sólo di que están mintiendo con la inflación. O decí
cualquier cosa, hablá de tus hijos…”. Así cuenta –en un muy fluido
inglés- el legislador y ex presidente del club de fans del Megacanje que
el ecuatoriano le dijo.
Cínicos. Porque mienten, porque ocultan y
porque con descaro niegan hasta la más evidente realidad. “Hay un video
circulando donde estamos Broda, Espert y yo… no lo abras, es un virus”,
twitteó Carlos Melconián a poco de conocida la grabación.
Una
los escucha, los ve en acción, trabaja de desarmarles la trampa, de
desmalezar su construcción y, así y todo, se sorprende. Por el descaro,
por la impudicia, por la obscenidad pornográfica. “Acá no hay ideología,
hay capitalismo”, fue la gran y memorable frase del bigotoso economista
PRO. Al oírla, debo reconocer, cierta furia se apoderó de mi espina
dorsal y cada vértebra logró crisparse.
No hay operación más
ideológica que la de negar la ideología. Eso es tráfico ilegal de
sentido, es venta inescrupulosa de un muy tramado y trabajado armazón de
ideas. Parte del nudo de la operación es hablar con términos huecos.
Pero sobre todo, consiste en vaciar las palabras más llenas de contenido
y reemplazarlas con conceptos supuestamente inofensivos, esos que
parecen no hacer ninguna mella, ni daño, ni rozar nuestras propias
vidas. Así es como pueden decirle austeridad al ajuste, gasto a la
inversión y, despectivamente, planes a las políticas de reparación de
derechos.
Pueden hacerlo si nos aíslan, si nos mantienen con la
cabeza loteada. Así la economía puede pasearse oronda como ciencia
exacta sin el supuesto lastre de ser una disciplina social y, por ende,
enteramente política. La vacían y nos vacían de sentido, de deseos, de
autoestima, de rabia, de ganas de que lo que se desea, sea.
Así
son los cínicos. Nos dicen que hablan de políticas económicas cuando, en
realidad, van por toda nuestra estructura de pensamiento. Mienten y
pretenden que todos finjamos demencia. Quieren que nos burlemos de la
política y que ella sea el mal encarnado. Les urge despolitizarse y
volver aséptica a la prensa que nos alimenta a diario.
Nos
necesitan tristes para que estemos vencidos. Quieren volver a aislarnos.
Les apremia volver a romper el tejido que, de a poquito, hemos vuelto a
trenzar. Por eso no estamos tanto hablando de propuestas económicas ni
de medidas monetarias, como de modos de pensarnos y encarar lo que se
viene. Se trata, después de todo, de lo que se trató siempre. De eso
para el que el mejor de todos tenía el siguiente antídoto: “reproducir
la información, hacerla circular por los medios a nuestro alcance.
Mandar copias a nuestros amigos porque nueve de cada diez las estarán
esperando. Millones quieren ser informados”. Él lo supo, lo sabía y ya
lo sabemos. “El terror se basa en la incomunicación”. Tenemos que seguir
rompiendo el aislamiento; ése que necesita el cinismo para instalarse y
separarnos. Porque, tenía razón, “no hay mayor satisfacción moral que
ese acto de libertad” que ése de derrotar al terror, lo que no es otra
cosa que ganarle a los cínicos.
Memoria Sonora del programa que se emite los Sabados a las 15 horas por Radio Nacional de La Republica Argentina. Conducido Por Mariana Moyano. Con la Participacion de Damian Valls y Flavio Rapisardi. Producción: Julieta Avalos y Micaela Polak
lunes, 3 de agosto de 2015
Programa SF 169 - Matías Molle y Agustín D'Attellis - 1 de Agosto de 2015
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