Bang, bang: nos quieren liquidados.
por Mariana Moyano
Editorial SF del 8 de agosto de 2015
Hoy ya no hay otra forma de decirlo: tiran con munición de la gruesa. Nos quieren liquidados.
Es común utilizar el lenguaje bélico en política y en debates sobre la
cultura: que las batallas, que el campo de batalla, que las trincheras,
que los soldados. Pero, como decimos en las ciencias de la comunicación,
todo depende del lugar desde el cual se enuncia. Es decir, en criollo,
depende de quién habla y desde qué sitio de pertenencia lo hace. Uno que
la va de crítico de televisión –o algo así- en un diario centenario, me
tiene de punto y cada vez que puede, palo y palo con que éste es un
gobierno autoritario porque yo (o sea un cuatro de copas en el inmenso
entramado institucional) uso ese tipo de terminología. En fin, allá él
con sus obsesiones. Lo cierto es que es bastante corriente hablar con
estas palabras en estas disciplinas. Ya lo han dicho: la política no es
más que la guerra por otros métodos. Y que se espanten los pacatos si
quieren.
Lo extraño –por decirlo con toda la ironía de que soy
capaz- es que a ninguno de estos timoratos que hacen el vade retro ante
un enérgico “vamos por todo”, se les mueva un músculo cuando el
Presidente de la Sociedad Rural habla de “armas” para definir a los
votos. Porque –y disculpen que vuelva a eso del lugar de la enunciación
tan de los adeptos a los conceptos comunicacionales- esa entidad sí puso
literalmente armas al servicio de sus intereses. Vaya el apellido
Martínez de Hoz como símbolo si hay alguien que no entiende de qué
hablo.
Vienen haciendo un “vale todo” desde hace rato. No hay
novedad. Que las bóvedas, que los bolsos a Carmelo, que las cuentas de
Máximo Kirchner y Nilda Garré, que los sueldos de cientos de miles de
Axel Kicillof, que las cifras millonarias en hoteles franceses e
italianos de la Presidenta, que las valijas de Antonini Wilson, que las
embajadas paralelas de Sadous, que los comandos cubano-venezolano-iraní y
que los encubrimientos nismaneanos, que las interferencias a sus
canales, que la renuncia de la jefa de Estado o que la búsqueda de
fueros para huir quién sabe de qué causa judicial, que la desaparición
de TN y, ahora, que los atentados a la libertad de expresión porque dos
que estaban borrachos se agarraron a trompadas y terminaron a los
piedrazos. Ah. Y casquillos, tan verosímiles como los pitutos de otra
novela de enredos y mentiras. Todo desmentido. Pero no por boca oficial
solamente. Por datos duros y por documentos.
Pensábamos que
habían recurrido a todo. Pero no, siempre les queda algo. Siguiendo con
la terminología invitada: siempre tienen una bala en la recámara. Ahora
fueron por la autoría intelectual de un asesinato.
Que acusen
falsamente a un funcionario de coima es desagradable y poco ético, pero
que lo señalen como instigador de un crimen, eso ya es una raya que no
puede parecernos normal.
Con la seriedad periodística de algún
capítulo de Patoruzú, el showman en estado de delirium tremens le
adjudicó a un precandidato oficialista la autoría de un asesinato en el
cual la DEA, las policías mexicana y argentina y libros de algunos de
los reporteros más serios en la temática, pudieron constatar que se
trató de un crimen vinculado con lo que muchos especialistas llaman la
“macdonalización” del negocio narco.
El experto en seguridad
Internacional Mariano Bartolomé explica en el libro NarcoSur de Cecilia
González que “Los grupos criminales de la actualidad operan como
empresas trasnacionales. Tenemos el estereotipo de Don Corleone. Mucha
gente cree aún en el gran capo, con gente que lo rodea y lo obedece a
ciegas, pero esto ya no es tan cierto. Hay un alto grado de
especialización donde hay abogados, economistas expertos en lavado de
dinero, gente de informática, ingenieros agrónomos o biotecnólogos
dedicados a mejorar los cultivos y las cosechas, hasta pilotos de avión,
constructores de barcos y submarinos”. Así que si quiere saber lo que
realmente ocurre con el mundo narco, el showman debería ir rumbeando sus
visitas más que a un penal carcelario, a bancos suizos y a los paraísos
de Delaware, donde sus patrones del mal tienen la platita.
Pero
claro, él no quiere conocer los caminos de la efedrina. Él quiere
ensuciar. Quiere esnifarnos la cabeza. Y pareciera que nada ni nadie lo
puede parar. En este mundo, en esta empresa, en este mundo de hoy que
nos esnifa la cabeza una y otra vez; es una línea y otra línea y otra
línea más, y él va cumpliendo como puede, porque él trabaja allá. Y,
así, bang, bang, nos quiere liquidar.
Con munición de la gruesa,
con calibres 22 o con la tortura china de la gotita que horada. Este
mecanismo que uno no termina de comprender si es llevado adelante por
ignorantes, vagos y fiacas, a quienes leer y pensar antes de escribir
les implicaría un enorme esfuerzo, o si lo ejecutan los burros del
último eslabón de la cadena y los autores intelectuales –acá sí- son los
astutos que quieren detener ya todo y que nadie vaya por nada. Y juegan
y operan y atacan con el desconocimiento, la distracción y el manto de
generalizaciones incorrectas sobre todo, para que la ignorancia de ellos
y la ajena ponga el eje del debate.
Con el desconocimiento
–elaborado por ellos mismos, porque no es sin querer que no nos
informen- pueden hacernos tragar la píldora del miedo. Y así, un código
civil de la democracia, de 2671 artículos, de 4 años de trabajo, uno que
vino a reemplazar a otros dos que poseían 4500 disposiciones y que
databan de 145 años atrás, uno cuyo anteproyecto fue elaborado por una
comisión conformada por Ricardo Lorenzetti, Elena Highton de Nolasco y
Aída Kemelmajer de Carlucci, un código que pasó por una Comisión
Bicameral del Congreso, que se debatió en foros de todo el país, que
tuvo más de 150 modificaciones tomadas de los debates realizados a lo
largo y ancho de todo el país, ese código quedó reducido a:
“Pesificación: pese a las afirmaciones de Cristina, persisten las
dudas”(1), “El nuevo Código Civil puede generar interpretaciones
distintas” (2) o al chorro de pánico expandido por Cadena 3 con el
siguiente líquido alienante: “Con el nuevo Código Civil, lo bautizaron
Fakundo (con K´, por supuesto) Máximo" (3). Horroroso para la gente de
bien.
Y luego hacen como que informan y nos invitan a leer notas
mal hechas, con fuentes que no son cita de autoridad y con confusiones
indignas de quien sabe que su texto será público.
“Para salir del
país con un hijo mayor de 13 años no alcanza con que viajen los dos
padres”. Y uno lee y relee y no hay forma de que se entienda. ¿Sabrán
las periodistas lo que quisieron decir?
“En el nuevo Código se
eliminó el término "útero". ¿Sabrán que se eliminó “seno materno” porque
ya se había aprobado la ley de identidad de género?
“Se
reconoce el derecho de los hijos a ser escuchados”, dicen. ¿Sabrán que
con anterioridad a este nuevo código la Argentina ya había adherido a la
Convención sobre los Derechos del Niño y que existe la ley de
protección integral de derechos de niños y adolescentes?
“Para
casarse hay que tener 18 años y los conceptos de hombre o mujer se
reemplazan por "contrayentes", escriben. ¿Sabrán que la edad de 18 para
casarse está estipulada desde 2009 y que la palabra contrayentes o
cónyuges vinieron de la mano de la ley de matrimonio igualitario?
“Cuando el hijo nazca será considerado hijo legítimo de la pareja”,
publican. ¿Sabrán que hace añares fue derogada la noción de “hijos
legítimos”?
¿Sabían ellas que lo que dijo Pablo Tonelli en la
nota es falso? ¿Sabían ellas que el consultado docente de Derecho civil
Julio César Rivera es el marido de Graciela Medina, recusada junto con
Ricardo Recondo por ser una de las camaristas que tanto ha hecho por el
grupo Clarín en el Poder Judicial? ¿Sabían que Osvaldo Ortemberg es
abogado especialista en Derecho de Familia y, en realidad, no es un
conocedor del tema? ¿Sabían que no publicaron lo que Stella Lancuba,
especialista en reproducción asistida y Luisa Barón, directora de un
departamento de Reproducción Asistida, dijeron específicamente sobre la
temática?
Si lo sabían y no lo aclararon, mal por ellas porque
juegan con nuestras cabezas. Si no lo sabían, mal por los que permiten
que algo así se publique porque nos entrampan.
Y lo hacen cada
vez que nos tiran con munición de la gruesa o con estas sutiles
cooptaciones de nuestros modos de entender. No quieren que comprendamos
que el todo es algo más complejos que pedacitos de chicanas. No quieren
que detectemos que dos datos sueltos y un “entonces” colocado como
conector son el armado argumental para que nos creamos tramas macabras.
No quieren que comprendamos que la arquitectura cívica de nuestras vidas
no es una serie de tomos que Cristina Fernández de Kirchner nos tira
por la cabeza sino una serie de complejas regulaciones vinculadas entre
sí, para formar una urdimbre legal que nos permite vivir en sociedad.
29 reuniones, 18 audiencias públicas en todo el país, dos mil
ponencias, 168 modificaciones y los cambios en la vida cotidiana de cada
uno de nosotros puestos en marcha esta semana quedaron en el fondo del
mar porque en la superficie ellos ordenaron que estuvieran los residuos
cloacales de sus operaciones.
De “cambio de paradigma”, de
“construcción colectiva” que “mira a la Constitución y los Derechos
Humanos” y que “habla de la democracia, del pluralismo y la inclusión”,
hablaron los que saben del tema. Marisa Herrera -investigadora de
Conicet e integrante de la comisión que comenzó a elaborar el proyecto-,
fue terminante en una de sus exposiciones: “El derecho de familia es lo
más retrógrado. El Código Civil toca muchas estructuras conservadoras.
Las leyes son política, el Código Civil también. No hay que tener miedo
de decirlo. Y no hay que tenerle miedo a las leyes. En este mundo
entramos todos: el tema es que el derecho nos deje entrar”, dijo y
agregó sobre el lenguaje de este nuevo código: “No es inocente. Ya no
decimos concubino, decimos conviviente. Ya no decimos patria potestad,
decimos responsabilidad parental. Este Código tiene cara de mujer. Este
es un Código más de Mafaldas que de Susanitas”.
La prestigiosa
jurista mendocina Aída Kemelmajer de Carlucci también recurrió a una
figura menos leguleya y más artística: pidió a los profesionales del
derecho que “estudien este código que es el archipiélago de las
certezas, nada más que para poder entrar en el mar de las incertezas”
(4).
Los que más saben pusieron cabeza, pluma, palabra y tiempo
para que la arquitectura legal de nuestras vidas fuese más acorde a lo
que somos, pero nada de esto pareció realmente importar. En este mundo,
en esta empresa, en este mundo de hoy, nos esnifan la cabeza una y otra
vez. Y escriben en una línea y otra línea y otra línea más.
Bang, bang. Nos quieren liquidados.
Pero fijate, prestá atención, ahora más que nunca, de qué lado de la
mecha te encontrás. Fijate porque, a veces, con tanto humo, el bello
fiero fuego no se ve. Fijate, en serio, si querés que te liquiden en
esta guerra de pesadas municiones o si vas a elegir vos de qué lado de
la mecha te vas a encontrar.
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